Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
“En aquella cuarentena empezás a priorizar cosas que le dan sentido a la vida: la familia, la solidaridad, el amor por los amigos, y dejás de lado cosas que antes eran importantes, como las materiales”.
La cuarentena de la que habla Carlos Páez, uno de los 16 sobrevivientes de la Tragedia de Los Andes, tiene poco que ver con la que atravesamos hoy. Aquella de 1972, cuando el uruguayo tenía 18 años y el avión que lo llevaba cayó en la zona de la Cordillera, consistió en 72 días en situaciones extremas. Sin embargo, la reflexión de Páez también se aplica a los días de coronavirus: “La escala de valores cambia”.
A raíz de la cuarentena algunas cosas que considerábamos importantes dejaron de serlo; otras, en las cuales no reparábamos, cobraron valor.
“En muchos casos las personas no consultan directamente por temor al virus, pero todo lo que la pandemia trajo aparejada las llevó a resignificar cosas y mirar la vida desde otra lente”, afirma el psicoanalista Federico Gurvich Glikin a partir de su experiencia en su consultorio por Zoom y como coordinador del servicio de Acción Comunitaria Joven de AMIA, en el cual jóvenes voluntarios asisten telefónicamente a adultos mayores.
“Muchos arreglos que hicimos en nuestra vida para dar sentido o respuesta a cuestiones que nos angustian hoy se ponen en cuestión. Este impasse señala que algunos de estos recursos con los que intentamos no ver lo que nos angustia no siempre son eficientes”, analiza Gurvich.
A su vez, advierte que “se ha acentuado el énfasis de muchos mensajes en ser productivos, no aburrirse ni angustiarse”. El psicoanalista descree de estas soluciones “universales”, y además plantea: “La angustia no es un síntoma a eliminar, hay que ponerla a trabajar. Si uno la calla, se olvida de que la angustia está ahí para que la persona se haga cargo de esa parte de su historia que se pone en juego. Es importante encontrar un espacio para poder hablar de lo que, en su singularidad, le sucede, dejarse interpelar por la situación. Esto dará los recursos para más adelante tener la posibilidad de decidir”.
Otra profesional de la salud mental, Susana Odera, próxima a ser doctora en en Psicoterapia Cognitiva Conductual Existencial, confirma que los replanteos se han convertido en moneda corriente en su consultorio.
“Lo cotidiano hace que funcionemos como en piloto automático. Pero con un cimbronazo como el de la pandemia nuestra homeostasis (real o imaginaria) se ve amenazada. Entonces nos enfrentamos a una encrucijada en la que debemos optar por cambiar o no los paradigmas anteriores. La palabra ‘crisis’, en su origen, tiene que ver con decidir”, explica Odera.
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Lectores de RED/ACCIÓN me contaron sobre aquello que comenzaron a valorar más y menos a partir de la cuarentena.
Muchos empezaron a estimar más el tiempo compartido con familiares y amigos. “Hace 3 meses que no puedo ver a mi familia, están en otra ciudad. Cuando se levanten las medidas, lo primero que me gustaría hacer es visitarles y cocinar juntes”, señala Sofía.
Por su parte, Nancy es paciente inmunosuprimida, por lo que prevé un largo tiempo lejos de sus afectos. Para ella, la cuarentena revalorizó su vida social.
Felipe tuvo mejor suerte: pasa la cuarentena en su casa de campo con su esposa, hijos y nieta. “La cuarentena me hizo vivir la realidad que esperaba hace años: sin necesitar más dinero, solo disfrutando del campo y la familia”, dice.
Muchos dejaron de considerar tan importantes los bienes materiales no esenciales (aunque varios valoran la estabilidad laboral más que nunca).
A María y su familia, la construcción de su nueva casa les demoró más de lo esperado. “Nos fuimos transitoriamente a lo de mis viejos, pensando que serían 15 días. Nos llevamos pocas cosas con las que estuvimos más de 2 meses. Cuando finalmente nos mudamos y empezamos a desembalar, nos dimos cuenta de que teníamos muchas más cosas –quizás tres veces más– de las que necesitamos para vivir”.
Angélica reflexiona: “Un aprendizaje de la pandemia es lo insignificante de la apariencia. Lo que compramos y usamos para mostrarlo a otros hoy está en un cajón de la mesa de luz o en un armario”. Sus inversiones de tiempo y dinero han cambiado: ahora prioriza su crecimiento profesional y personal.
Silvia, justo antes de la cuarentena, terminó una relación de 20 años y se mudó casi con lo puesto a lo de su padre. “Aprendí a vivir con 2 pantalones y 3 remeras, literalmente. Ahora pienso: ¿para qué más?”, resume.
“Aprendí a vivir con las contingencias, aun las no deseadas. Tengo suerte de estar en una casa cómoda, abrigada, con afectos. Y a raíz de la pandemia (tengo familiares cercanos en Italia) pude entender que lo importante va por otro lado”.
Según una encuesta de hábitos de consumo hecha en febrero en China, las personas valorarán más lo que no puede comprarse, como el “tiempo con familia y amigos”, “la espiritualidad” y “ser alguien mejor”. Además, pagarán más con tal de comprar marcas socialmente responsables.
El confinamiento ha hecho que se revaloricen pequeños placeres. “Tengo más pausas en mi día para hacer lo que me gusta, como leer un libro o cuidar el jardín”, destaca Angélica.
“Me percaté de que cada minuto que esperaba el demorado colectivo era una oportunidad para sacar fotos, algo que me encanta”, dice Lucía, que añora retratar árboles, flores multicolores o autos. Lo cuenta en una conversación que tuvimos en Linkedln.
Pablo se considera “casero”, pero ahora extraña caminar por los hermosos parques cercanos a su casa. “Es un privilegio que no he aprovechado en general, pero pienso hacerlo cuando pase la cuarentena”.
En otros casos, el movimiento se revalorizó en función de la salud. Florencia valora más hacer gimnasia: en estos días la ayuda especialmente a dormir.
A Claudia, en cambio, no le gusta ejercitarse en casa. Antes tampoco lo hacía afuera, pero ahora, ante la necesidad que siente de moverse, se percató de cuán importante es cuidar la salud. “Con la rutina, siempre posponía el ejercicio, pero ahora que permiten salidas para actividad física voy a obligarme”.
La cuarentena también ayudó a evitar que pequeños inconvenientes nos afecten negativamente. Incluso, al punto de desarrollar virtudes, como la paciencia. “Gracias al coronavirus aprendí a respetar y tolerar las colas. Ahora ya no considero un tiempo muerto la demora en una fila, sino una inversión de salud, para cuidar la mía y la de los demás”, dice Lucía.
Justamente, el confinamiento hizo replantearse en muchos el ritmo frenético de vida que llevamos. “Esto nos enseñó a saber que no tiene que ser todo ya, que hay cosas que pueden esperar: se puede hacer un poco cada día y aprovechar el tiempo en cosas simples, como estar en familia”, sintetiza Federico.
Para algunos, la cuarentena brindó un espacio para priorizar su espiritualidad (como se cuenta en esta nota). Algo que puede generar un efecto dominó y reacomodar otras prioridades. “Decidí priorizar mi búsqueda de Dios. Y él me llevó a replantear muchas cosas en mi vida: cambié la manera de relacionarme con mi familia y compañeros de trabajo, me contento con los bienes materiales que tengo y disfruto de pequeñas cosas de la vida”, recapitula Mónica.
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Así como el cambio abrupto en la rutina llevó a muchos a replantearse prioridades, podría pensarse que, cuando la cuarentena pase, la nueva escala de valores quedará en el olvido.
“La consolidación de un cambio de patrones dependerá del grado de conciencia con el cual cada uno experimente esta resignificación”, aclara Odera.
Desde su experiencia, Páez destaca que la cuarentena podría convertirse en una referencia ante situaciones negativas: “Ante cada problema, la crisis en Los Andes es mi referencia. Si se corta la luz, pienso en los 72 días que estuve sin luz y ya no puedo quejarme”.
“La soledad de estos días podría ser una referencia que a futuro nos ayude a valorar a la familia y a los amigos con los que hace tiempo no hablamos”, cuenta Páez. Para él, “es bueno que cultivemos estas relaciones, al menos a la distancia. Que no pase la cuarentena y sintamos que nada cambió”.
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