En los primeros 1.000 días, y según UNICEF, el cerebro de los bebés forma nuevas conexiones a un ritmo que no se vuelve a repetir. Con cada abrazo y cada beso, con cada alimento nutritivo y con cada juego, se ayuda enormemente al desarrollo del cerebro de un bebé.
La primera infancia importa y cada momento cuenta. “Los primeros 1.000 días tienen un efecto considerable en el futuro de un niño. Tenemos una sola posibilidad de hacer bien las cosas. Para cada niño, la primera infancia importa”, explican desde UNICEF, organización que trabaja por los derechos de niños y niñas.
Por eso son tan importantes las personas que tienen la tarea de cuidar y educar a los niños y niñas durante su primera infancia. Pero la falta de espacios para que esas dos tareas ocurran y las condiciones laborales de quienes trabajan ahí, ya sean cuidadoras o docentes, son desiguales y, en muchos casos, precarias.
Dónde y cómo trabajan “las” cuidadoras
En nuestro país las mujeres dedican casi el doble de tiempo que los varones a realizar tareas domésticas no remuneradas. Esta situación impacta sobre el nivel de participación de la mujer en el mercado laboral y en la calidad de los puestos a los que acceden.
“Ampliar la oferta de espacios de crianza, enseñanza y cuidado (CEC) y mejorar las condiciones laborales de sus trabajadoras es un paso conjunto hacia la equidad de género y el desarrollo integral de la primera infancia. Hablo en femenino porque esta tarea es realizada, mayoritariamente, por mujeres”, aclara Juan Camisassa, miembro del equipo de Protección Social de CIPPEC.
Una investigación hecha por CIPPEC y la Fundación Kaleidos expone que las condiciones de los trabajadores y trabajadoras de la primera infancia en nuestro país representan un desafío complejo. “Encontramos que la oferta a nivel nacional está muy fragmentada. Las catalogamos en tres categorías. La primera son los espacios vinculados a la enseñanza oficial que están bajo la rectoría del Ministerio de Educación. Incluye jardines de infantes, jardines maternales y el nivel inicial. En segundo lugar, se encuentra la oferta vinculada al Ministerio Desarrollo Social. Ahí tenemos espacios de primera infancia, centro de desarrollo infantil y centros de primera infancia. Y, en tercer lugar, los jardines privados que no están incorporados en la enseñanza oficial”, enumera Camisassa, que es licenciado en Historia.
Justamente en los jardines privados es donde se observaron las peores condiciones laborales porque no están sujetos a la supervisión ni pedagógica, ni técnica, ni profesional, ni laboral por parte de Ministerio Educación ni de Desarrollo Social. Solo están regulados por normativas municipales para instituciones comerciales.
“Esta fragmentación de la oferta tiene como consecuencia una heterogeneidad muy grande en las condiciones de trabajo y en la formación de las trabajadoras de estas instituciones”, resalta el miembro de CIPPEC. Y la diferencia también se da entre las distintas provincias.
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Cuántos espacios de primera infancia hay: una pregunta sin respuesta
Otro resultado importante que reveló esta investigación tiene que ver con la falta de información. A nivel nacional, no se sabe con certeza la cantidad de espacios que existen ni las condiciones de trabajo de quienes se desempeñan allí.
“Encontramos claras vulneraciones a los derechos laborales de muchas trabajadoras de crianza, enseñanza y cuidado. Algunas, sobre todo las que dependen del Ministerio de Educación, están en relación de dependencia, tienen un salario mínimo y están sindicalizadas. Pero también vimos que muchas reciben un pago informal como jornaleras o becadas y no tienen ningún tipo de acceso a la seguridad social ni a la representación”, revela Camisassa.
Mientras que, sobre la falta de información, el miembro de CIPPEC adelanta que el Ministerio de Desarrollo Social de La Nación está avanzando en la creación de un Registro Nacional de espacios de primera infancia y educación.
Camisassa destaca que esta situación de incertidumbre perjudica no solo a las propias trabajadoras sino también a los chicos que acuden a estos espacios porque las condiciones de trabajo y su formación impactan significativamente en la calidad del servicio que brindan.
Un espacio para compartir la complejidad de la crianza
“Si bien la forma de organizar la tarea es específica de cada localidad, observamos que la mayoría de los lugares recibe a los niños y niñas en una franja horaria amplia, por lo tanto se organizan en función de las tareas relacionadas con las actividades de cuidado. En muchos casos, también destinan un tiempo específico para las actividades de juego”, resume Mariela Zyssholtz, coordinadora de Formación de Fundación Kaleidos.
Zyssholtz cuenta que en algunos centros se trabaja con parejas pedagógicas compuestas por una docente de nivel inicial y una cuidadora de primera infancia. Ellas tienen tareas bien diferenciadas: las docentes se ocupan de las actividades “pedagógicas” y las cuidadoras/educadoras de las actividades “asistenciales”.
“Nuestro espacio depende de una gestión asociada entre el Ministerio de Educación de la Ciudad Buenos Aires y una ONG, Sholem Buenos Aires, que es una institución judía progresista, laica y humanista”, cuenta Vanina Poczymok, directora del Espacio Educativo de Primera Infancia (EEPI) Sholem. Este espacio funciona en el barrio de La Paternal y atiende a nenes y nenas de una población de mucha vulnerabilidad socioeducativa. Hoy tiene 164 niños y niñas de entre uno y tres años. En este caso quienes ejercen las tareas de educación y cuidado son docentes de nivel inicial. Son ocho docentes en la mañana y ocho en el turno tarde.
Poczymok resalta que hacen falta más EEPIs. “Nosotros tenemos 70 familias en lista de espera y se hace necesario poder ampliar estos espacios”, señala. Al mismo tiempo, revela que la pandemia impactó a las familias. “El año pasado fue muy difícil el trabajo a distancia en la primera infancia. Nos focalizamos en seguir conectados para que esa pausa de la presencialidad no implique una pausa en ‘estar juntos’, en ‘hacer redes’. Incluso continuó funcionando virtualmente nuestro taller de crianza”, dice.
El objetivo de esta institución es compartir la complejidad de las crianzas con las familias para que los padres puedan ir a trabajar tranquilos. “Tenemos muchas familias monoparentales con mujeres que mantienen el hogar. El programa empezó con cinco horas, más tiempo que los jardines de jornada simple, que suelen ser de tres horas. Además, damos mucho espacio para el encuentro, para conversar sobre las crianzas. Para que las madres sepan que no están solas, pueden contar con nosotras”, explica Fernanda Kluguer, psicóloga del EEPI Sholem.
En qué condiciones trabajan
Cuando llega el momento de hablar sobre su situación laboral, la psicóloga Kluguer sostiene: “Aunque es verdad que nuestro programa es un poco precarizado porque todos tenemos que trabajar de otra cosa, nos encanta hacerlo. No podría vivir solo de esta actividad, pero tampoco puedo vivir sin este trabajo”.
Desde la provincia de Córdoba, Karina Diaz cuenta cómo es su experiencia. Ella es directora de la Sala Creciendo Juntos, que pertenece a la localidad de San Alberto. “Nuestro espacio depende del municipio. Mi horario laboral son cuatro horas por la mañana en el que me desempeño como docente y directora; y cuatro horas por la tarde, en la que superviso a una docente. Es la única sala que por la tarde abre a las 16 horas y cierra a las 21 horas. Este horario se hizo porque teníamos padres muy jóvenes que necesitaban trabajar y luego estudiar en escuelas nocturnas”, explica.
Esta sala cuna recibe a niños desde los 45 días a los tres años. “Por la pandemia solamente tenemos dos horas de clases. Y funciona como un jardín escolarizado en donde tenemos diferentes actividades diarias. Los niños cuentan con una colación diaria y antes almorzaban en la sala pero ahora, por la pandemia, se llevan la vianda a su casa”, sostiene Díaz.
La investigación revela que pese a estas diferencias, las trabajadoras de los CECs comparten una serie de características: sus calificaciones son poco reconocidas, sus remuneraciones son relativamente bajas y no siempre son provistas de los materiales necesarios para realizar su tarea. Frente a este diagnóstico, avanzar en el fortalecimiento de sus condiciones laborales y su capacitación debería ser una política pública prioritaria.
“Esto no solamente es un imperativo desde una perspectiva de derechos, sino que también constituye una oportunidad clave para el desarrollo económico y un camino fértil para avanzar conjuntamente hacia la equidad de género y el desarrollo pleno de niñas y niños”, resaltan desde CIPPEC.
“Hace cuatro años que soy directora y la principal dificultad que veo es la falta de vinculación entre la institución y las familias. Los padres nos ven como un lugar asistencial y le dan poca importancia a la parte pedagógica. Por otro lado, la pandemia no nos permitió mantener ese contacto porque estamos en un contexto bastante humilde y no todos tienen acceso a una computadora, a un teléfono o a Internet”, cuenta la directora de la Sala Creciendo Juntos.
Otro tema que le preocupa a Díaz es el reconocimiento de su tarea. Aunque para estar a cargo de una sala se les exige tener título docente, este trabajo no se considera parte del sistema educativo ni figuran en el padrón docente. Esta situación las excluye del sistema educativo porque su actividad no les suma puntaje, como al resto de los docentes. “Eso provoca, por ejemplo, que no podamos acceder a determinados cargos que se obtienen por puntaje, ni a cursos y capacitaciones, que exigen estar inscriptas en el sistema escolarizado. Aunque realizamos capacitaciones de salas que nos dan certificación éstas no son válidas para sumarlos a nuestro legajo de docentes”, dice con tristeza.
Graciela Loria, del equipo de conducción del Centro de Primera Infancia Ningún lugar está lejos, de CABA, cuenta que su espacio tiene seis salas y dos docentes en cada una. Mientras que el equipo técnico se encuentra conformado por una psicopedagoga, una trabajadora social y una psicomotricista; y el equipo de conducción está a cargo de dos personas. “En el centro se realiza una jornada completa de 8 horas. A los niños se les brinda desayuno, almuerzo y merienda. Realizamos estimulación temprana, promoción de la salud y actividades pedagógicas para los niños. A su vez se trabaja con las familias. Se realizan talleres de distintas temáticas que se consideren necesarias para nuestra población”, detalla.
Sobre las dificultades, Loria reconoce que a veces resulta difícil contar con todos los materiales necesarios para trabajar. En cuanto a lo edilicio muchas veces sucede lo mismo. “¿Cómo revertirlo? Mayor presupuesto”, expresa contundentemente.
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Qué se puede aprender de La Pampa y Río Negro
Durante su investigación, CIPPEC encontró ejemplos de buenas prácticas. Entre ellos se destacan varios SECs en la provincia de La Pampa donde hay grandes avances en términos de integralidad institucional. Allí el Ministerio Desarrollo Social y el Ministerio de Educación trabajan conjuntamente para acompañar todo el trayecto de los niños, desde que entran a un espacio de cuidado hasta que se insertan en el jardín de infantes. Se hace un seguimiento del niño durante todos estos años. “En la mayoría de las provincias no hay comunicación entre las diferentes instituciones que transita el niño para saber quiénes son, qué dificultades tienen, cuáles son sus fortalezas”, detalla Camisassa.
Y un ejemplo a seguir, con respecto a condiciones laborales, es la provincia de Río Negro. “Allí se pudo observar una mayor cantidad de trabajadores formales en los espacios que no son educativos y eso puede ser una buena práctica para copiar”, reconoce el miembro de CIPPEC.
¿Qué hacer para cambiar esta situación?
En CIPPEC señalan que en primer lugar es fundamental contar con información concreta y luego desarrollar innovaciones a nivel institucional. “Bregamos por la construcción de un marco federal para que los espacios SEC funcionen con un mismo criterio, no importa si son públicos o privados. Deben tener estándares para su funcionamiento, para la formación de sus trabajadoras y, obviamente, para las condiciones laborales de quienes allí trabajan. Es importante contar con una normativa que regule todos estos espacios”, reclama Camisassa.
Por su parte, la coordinadora de la Fundación Kaleidos considera que es fundamental superar la mirada dicotómica entre tareas de enseñanza y las de cuidado. “Es necesaria una mirada integral, tanto en las actividades que se desarrollan como en la división de tareas entre docentes y educadoras. También es importante capacitar a las cuidadoras aportándoles conocimientos relacionados con aspectos pedagógicos y vinculares”, sugiere.
Antes de concluir Kluguer comparte una reflexión: “Los padres y madres que no tienen familiares que puedan ayudarlos con los cuidados de sus hijos recurren a una institución paga, y se organizan para ir a trabajar. Pero ¿qué puede hacer el que no tiene dinero para pagar estos establecimientos? Sueño con que sea una política pública y que se cree un Ministerio de Primera Infancia y Cuidados compartidos, que cuide tanto a los adultos como a los niños”.
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