Nicole Becker lleva en su lector de ebooks un archivo de On Fire: The Burning Case for a Green New Deal, el nuevo libro de Naomi Klein. Con No Logo, esa autora canadiense le dio una poderosa herramienta discursiva a los altermundistas de hace 20 años y ahora parece repetir el acto para quienes se levantan contra el cambio climático, que en todo el mundo son muy jóvenes y cada vez más, y cuya referente más conocida es Greta Thunberg.
“Es un libro muy completo que relata la irrupción de los movimientos juveniles en la cuestión ambiental”, dice Nicole. Ella tiene 18 años, es hija de un abogado penalista y de una profesora de matemáticas, vive en Caballito, acaba de terminar el CBC de la carrera de Derecho y, junto a otros cuatro amigos, creó en febrero pasado Jóvenes por el Clima.
Ahora es un viernes a la tarde y hablamos en un café de Villa Crespo. Nicole llega desde el Instituto Baikal –un think tank cultural en el que converge gente como Gerry Garbulsky (el organizador de las charlas TED en Argentina), Diego Golombek y Narda Lepes–, adonde fue a participar de un encuentro raro en la que uno de sus amigos rapeó sobre los problemas del sistema educativo.
Jóvenes por el Clima, su orga, es un grupo que hoy suma 40 miembros en la Ciudad de Buenos Aires (y otros tantos en el conurbano) y es el más nuevo, el más joven y el más actual entre todos los grupos ambientalistas argentinos. Se reúne todos los domingos en el centro cultural Berta Cáceres o, cuando este está ocupado, en algún parque.
En esos días de febrero en que todo comenzó, Nicole, que venía de terminar la secundaria en la escuela ORT (de la calle Yatay), había descubierto que del otro lado del océano había un movimiento de adolescentes peleando para detener la crisis climática y que Greta Thunberg, la sueca de 16 años, llamaba a la primera movilización internacional, que era el 15 de marzo.
“Yo siempre fui muy activa y muy curiosa, y me dije: ‘¿Por qué están haciendo eso? Qué raro’”, dice Nicole. “Era raro ver a tantos jóvenes de mi edad movilizándose por algo de lo que acá ni siquiera se hablaba”. La chispa inicial surgió en Instagram, donde crecía el hashtag #FridaysForFuture (con el que los movimientos europeos protestaban frente a los parlamentos en días viernes).
“Dijimos: ‘¡Wow, es un re tema!’”, sigue Nicole. “A nosotros nos importa mucho lo social, sobre todo. Y a partir de ahí creamos Jóvenes por el Clima. Cambiamos el nombre del movimiento internacional, que era en inglés, para hacerlo latinoamericano y argentino, porque no es lo mismo lo que reclamamos acá que lo que se reclama en Suecia”.
Tres semanas antes de la concentración comenzaron a prepararla. Echaron a rodar el mensaje, organizaron la logística, los papeles y todas las cosas necesarias que aprendieron sobre el ruedo. De día trabajaban en eso y de noche se quedaban hasta tarde leyendo: “A nivel técnico, la crisis climática es un tema difícil de entender”, dice Nicole.
Hasta entonces, ella había participado de las marchas por el derecho al aborto y de las de #NiUnaMenos. También de las del 24 de Marzo. Pero donde adquirió su verdadera educación política fue en Habonim Dror, un grupo de educación judaica no formal, de izquierda, autogestivo, juvenil. Desde los 8 años, Nicole fue a Habonim Dror cada sábado, y el año pasado se convirtió en una madrijá: una guía de los otros adolescentes.
“Ahí aprendí el liderazgo a nivel organizativo y la dinámica de grupo, que hoy en día aplico muchísimo”, dice. Y luego, el asunto del clima la marcó a tal punto que se cambió de carrera, pasando de Psicología a Derecho, para tener más herramientas de lucha por el ambientalismo. ¿La concentración del 15 de marzo? Fue un éxito: reunió a 5.000 adolescentes. Luego hubo dos más. Una de 10.000 personas y otra de 15.000.
“Lo más importante, más allá del número, es que en la última marcha se sentían unas vibras realmente argentinas”, sigue ella. “Si vos ves a la gente que venía a las primeras marchas, eran un poco un estereotipo de la gente ecologista más elitista. Pero en la última la gente que venía hacía cánticos: se empezó a sentir más nacional la causa”.
—¿Por qué creés que al principio se veía elitista?
—Porque es el estereotipo que teníamos del ecologismo: era un ecologismo muy de cartón, de ser vegetariano o ser vegetariana, reciclar y ahí se acababa lo que tenías que hacer. Y si hacías eso, eras el mayor ecologista del mundo. Pero cuando nosotros hablamos de la crisis climática, la entendemos de otra forma: como un problema totalmente social y una violación de derechos humanos que no requiere cambios que dependen de cada uno, sino medidas estructurales.
—¿Cuáles son esas medidas?
—Tienen que ser políticas que vengan de arriba. Por ejemplo, en el mundo, el 70% de las emisiones de gases contaminantes pertenecen sólo a 100 empresas. Entonces, ¿de qué me sirve dejar de comer carne? ¿De qué me sirve si las empresas, mientras no haya legislaciones, van a hacer lo que quieran y el país no va a garantizar a los ciudadanos cómo va a afrontar la crisis climática?
—¿Qué cambios hay que hacer en Argentina?
—Matriz energética. Eso es el 50 y pico por ciento de los gases que se emiten. La matriz energética es un tema muy polémico y hay que empezar a transicionar de una forma justa a otro tipo de energías. Después, está todo el tema de la ganadería y el de la agricultura.
—Y aparte de eso, ¿también hay que ser vegano para luchar contra el cambio climático?
—A mí nunca me vas a escuchar diciéndote: “Tenés que ser vegano”. Yo no lo soy. No te voy a decir eso porque me parece que si te ponés en el contexto de Argentina, elegir qué comer es un total privilegio… y cada vez más. Si hablamos de lo ideal, sí: o sea, ser vegano va mucho más alineado al cuidado del medio ambiente por un montón de cuestiones. Yo soy vegetariana desde hace casi dos años.
Primero, Nicole dejó de comer carne de vaca porque le daba asco. Después, dejó el pescado y el pollo por todo lo que esas agroindustrias contaminan. Nicole es de la misma generación que la Premio Nobel Malala Yousafzai: una generación que ella aprefiere no describir, aunque, dice, está atravesada por luchas que enseñaron cosas. “Crecimos con el feminismo y estamos empezando a deconstruirnos y construirnos con el ambientalismo”, explica. “La crisis socioambiental no es la grieta, va más transversal, pero es sumamente política y tenés que militar día a día”.
“Greta me encanta”, sigue. La adolescente, de aspecto frágil pero con la energía casi punk de su discurso “How dare you? [¿Cómo se atreven?]”, es la Daniel Cohn-Bendit de 2019. Y como a Cohn-Bendit en el Mayo Francés, a Greta la miran los jóvenes de todos los continentes.
“Tiene una posibilidad y por ende una responsabilidad enorme: la escuchan un montón”, dice Nicole. “No es la primera persona que dice lo que dice, pero lo dice una forma especial: ‘Loco, tengo 16 y te lo digo en primera persona: yo soy la que lo voy a sufrir, escuchame a mí’”.
Uno de los cinco creadores de Jóvenes por el Clima, Bruno Rodríguez, dio un discurso junto a Greta en la sede neoyorquina de la ONU, en septiembre pasado y Nicole utiliza argumentos muy parecidos a los de la chica sueca, pero les agrega un componente local: “Si pudiera hablar con Alberto Fernández, le diría que nos escuche, que nos tenga en cuenta, que tenga como prioridad este tema”, dice. “Él, para mí, todavía no entiende a la crisis climática como algo que puede llegar a agravar todas las otras cosas si no se empieza a hacer algo ahora. Y le diría que piense si el proyecto del país sigue siendo Vaca Muerta… o cuál es el futuro que nos va a dejar las próximas generaciones”.
—Entonces, ¿la cuestión climática está hoy al mismo nivel que reclamos políticos y sociales como el derecho al aborto y los derechos humanos?
—No, pero va a estarlo. Y tiene lógica. Es un tema del que hasta hace poco no se hablaba. O sea, para mí hasta febrero no se hablaba. Y de a poco se empieza a hablar, y desde otra perspectiva. Cuando lo empezamos a hablar como un tema social es cuando empieza a pegarle a la gente, porque si no es como algo ajeno, como si por un lado estuviera la pobreza y por otro, la crisis climática. Pero no es así. Son cosas que no se pueden separar. O como si estuviera el feminismo y la crisis climática. No, no: van de la mano. La crisis climática es muy transversal a todo y aumenta todas las desigualdades que ya hay.
—¿Qué es ahora mismo lo que más te preocupa de esta crisis?
—A mí me preocupa que en Argentina, siendo un país con el contexto que tenemos, con tanta gente vulnerable, no están entendiendo que esta gente es afectada hoy mismo, no en 30 años, y que esto agrava mucho más la situación porque esta gente no tiene los recursos para afrontarla, entonces es mucho más importante que Argentina haga algo.
—Se habla de que, si no solucionamos esto, hay un punto de no retorno de aquí a 11 años. ¿Creés que vamos a lograr generar una conciencia para evitarlo?
—A mí me gusta pensar que sí. Si no, no haría esto. Yo creo que la evolución de los movimientos juveniles está logrando algo muy interesante: que el tema se instale y se genere una demanda. Si generás demanda, los que están arriba tomando decisiones te tienen que responder. Antes no había demanda, es lógico que no hubiera respuestas.
—Si te estuviera leyendo una chica o un chico que duda de sumarse a las marchas o al activismo, ¿qué le dirías?
—Que se involucre. Porque creo que quedó claro que el activismo funciona y lo vemos, por ejemplo, en la declaración de emergencia climática que logramos. Fue en la segunda movilización: era nuestro objetivo de la marcha y lo logramos. ¿Cuándo vimos a pibes y pibas de 18 años hablando en un congreso? No es común. Creo que la crisis climática también nos plantea que hay un rol para la juventud, que somos nosotros. O sea, soy yo y amigos míos hablando en el Congreso frente a diputados a los que básicamente no les importa nada. No nos están representando ni un poco y estamos empezando nosotros a incidir.