El 19 de agosto pasado, Lali Espósito subió una foto a su cuenta de Instagram donde aparecía con el cabello enruladísimo y un tono de piel bastante más oscuro que el suyo original. Era una Lali estilo afro y cosechó más de 390.000 likes y unos 9.000 comentarios. La mayoría eran elogiosos, pero Louis Yupanqui, un activista negro de 20 años que se acerca a los 15.000 seguidores, le dejó una crítica que empezaba así: “Estamos cansados de que juegen con nuestros pelos. No son un disfraz…”.
Un día después, la cuenta de Yupanqui, @louisyupanqui, ya no existía más. Había sido dada de baja. “Siempre que hay problemas con algún famoso, pasan estas cosas”, dice ahora. “Vienen a tirarte hate y a decirte: ‘Negro de mierda, volvé a tu país’. ¡Pero Argentina es afro!”.
Posiblemente algunas fans de Lali Espósito se organizaron para denunciar, todas juntas, a @louisyupanqui y por eso Instagram lo bajó. “Lali siempre tuvo un fandom de chicas de 13 años medio psycho”, dice Yupanqui.
Louis Yupanqui (su nombre real es Luis) se convirtió en uno de los pocos activistas afro que hay en la Argentina, y además de sus fotos muy editadas, también sube videos a su canal de YouTube. Ahí habla, aparte, de su otra causa: la identidad de género. Junto con Jennifer Parker, otra influencer, es parte de Alto Quilombo, un grupo de jóvenes afro.
Hasta que llegaron Louis y los suyos, no había en la Argentina una voz afro en las redes sociales. Según algunos estudios, el 6% de los argentinos tienen un gen afro y el Censo Nacional 2010 registró 149.493 personas afrodescendientes (cifras de la propia comunidad revelan unas dos millones de personas).
Los afroargentinos fueron “carne de cañón” en las guerras del siglo XIX, especialmente en la de Paraguay (entre 1865 y 1871), y también fueron víctimas de las epidemias de cólera (en 1861) y de fiebre amarilla (en 1871). Pero el 8 de noviembre es el Día Nacional de los afroargentinos y la cultura afro (en honor a María Remedios del Valle, una afrodescendiente nacida en Buenos Aires que participó en la guerra de la independencia). Y existe la Asociación de Afroargentinos Misibamba, que reúne a afroargentinos del tronco colonial.
Algunos días después de perder su cuenta, Louis la recuperó. Cree que fue gracias a sus seguidores. “Trataba de no pensar en todo lo que estaba perdiendo”, dice. “Hasta que en un momento me cayó la ficha: ‘Bueno, Louis, todo lo que tenías, todos los textos… los perdiste’. Tardaron cuatro días en devolvérmela y en ese tiempo traté de no caer y generar energía para seguir haciendo contenido en una cuenta nueva, porque si me agarraba la depresión no iba a subir por un mes... y ahí, chau. Si vos perdés la cuenta, tu momento para recuperarla o para crear una nueva es el mismo día para que la gente no se olvide de vos”.
—¿En qué momento tu color de piel empezó a significar algo para vos?
—Cuando empecé a leer, con el activismo. Ahí empecé a entender un par de cosas que me pasaban antes, y las pude relacionar. Dije: “Ah, OK, esto que me pasaba no era algo personal, sino algo más estructural que se escapaba de mis manos”. Por ejemplo, todos los tópicos con los que siempre me molestaron y discriminaron. Empecé a cuestionarme todo. Todo, todo, todo, todo. Me agarró en modo persecuta y empecé a verlo todo. Pasa hasta en las cosas más normalizadas, como el habla: “quilombo”, “denigrar”, “negrear”, “trabajo en negro”, “tratar como negro”, “negro de mierda”... Todas esas palabras y términos tienen una connotación racista y se apoya en la supremacía blanca.
—¿Cómo fue que hiciste ese quiebre?
—Un compañero, un chico trans amigo mío, me empezó a explicar un poco de lo que él sabía, y me metió en Twitter. Ahí empecé a seguir a activistas afro, a informarme y a identificarme. Es imposible no empatizar con otra persona que está en la misma que yo, aunque sea un activista de 40 años de España. Activistas argentinos no había en las redes sociales. No puede ser que nadie hable de este tema acá, me dije, y ahí empecé yo... Yo siempre fui una persona pública, digamos. Siempre estuve metido, pero antes sólo a nivel fotos.
—Con tanta fugacidad y ruido en las redes sociales, ¿es difícil hacer activismo y dar un mensaje?
—No. La verdad, creo que el activismo es difícil por todos los procesos que tenés que pasar como sujeto oprimido en la sociedad. Reconocerte como activista es mucho más que subir una foto linda en Instagram: tenés que lidiar con todos los comentarios y tenés épocas en las que todo el mundo te bardea. Lo que uno vive es personal y también político.
—¿Cuál fue el momento más difícil en tu proceso?
—El comienzo. Llegar a un grupito de personas que pudiera entender que el racismo es una problemática nacional, global y urgente. Ahora es una lucha constante para mí, pero no es tan complicada como empezar.
Yupanqui es fan de Beyoncé y de Rihanna, se crió en Vicente López y es hijo de dos peruanos: la madre, de ascendencia afro; el padre, descendiente de indígenas. “No hay mucha data sobre los ancestros afro, y menos en mi familia”, dice. “Cualquier persona que es afrodescendiente tiene un origen en esclavizades”.
Para él, el activismo también se practica en casa. “Mi familia es súper racista”, dice. “Mi mamá está en el nicho del racismo: es extranjera, nació en Lima, es empleada doméstica y negra. Y me dice que nunca vivió una situación de racismo. ¡No puede ser! Yo lo sentí y lo reconocí, no puede ser que ella no lo haya vivido nunca”.
—Fuiste al Colegio Nacional de San Isidro. ¿Había discriminación?
—¡Mucha! La discriminación tiene dos niveles: el bullying y el nivel estructural. Incluso cuando no te dicen “negro”, sino “negrito”, “moreno”, “morocho”, “mulato”... Son palabras de mierda, conceptos que los mismos profesores han utilizado conmigo. “Moreno” viene de “moro”, una palabra despectiva en España para los migrantes de África del Norte. Seguir repitiéndolo como si nada es re ofensivo. “Mulato” viene de la cruza de un asno y una mula. Son sistemas de castas de la colonización que se siguen perpetuando hasta hoy.
—¿Cómo te nutrís de todas estas ideas?
—Lo que más leo es Afroféminas: mujeres feministas afro que tienen una página y publican todo ahí. Conseguir libros no es tan sencillo acá. Estoy buscando alguno sobre la colonización porque el racismo no viene de ahora, sino de antes.
—¿Qué te quedó, pasadas algunas semanas, de la polémica de la foto de Lali Espósito y la apropiación cultural?
—Lo de Lali no fue apropiación cultural. Yo hice un comentario y creo que nadie lo leyó. Lo que hizo fue black face y blackfishing, que son temas sensibles. El black face es una satirización de lo que es ser negro. Es súper discriminatorio y nos deshumaniza: agarra rasgos nuestros y los exagera para hacer humor. El blackfishing se agarra de la canonización del cuerpo, de que cuanto más negro sos, más sexy sos. Es ponerse el afro como peluca para exotizarse, y broncearte a más no poder. A mí me re incomoda porque yo tengo la piel así todo el año, y a mí me oprimen por eso. La apropiación cultural tiene que ver con elementos que fueron sagrados en la cultura afro, que se descontextualizan y se usan para lucrar. Por ejemplo, las trenzas: hoy en día, y desde la colonización, se usan como algo estético. Pero no tiene sentido que un blanco las use.