Un niño de plata caminando sobre el río. Eso, que en verdad es una imagen en tamaño natural de Pablo Míguez (secuestrado y desaparecido a los 14 años, en 1977), es tan misterioso como inquietante. Es una escultura en el medio del Río de la Plata.
La ven los que navegan cerca de la orilla gris de Ciudad Universitaria, los que visitan el Parque de la Memoria y llegan hasta el final del paredón (allí donde se han estampado los nombres de las víctimas), y también los que acaban de despegar de Aeroparque y descubren desde el avión la figura refulgente entre las aguas. Así, desde las alturas, miraron a Pablo Míguez, quizás, sus verdugos: los pilotos que en un vuelo de la muerte lo habrían echado a su tumba acuática.
A pocas cosas somos más indiferentes que a las esculturas en el espacio público y los escultores lo saben: en su rubro se cuenta que Buenos Aires es la ciudad con más monumentos del mundo y que nadie levanta la mirada para apreciarlos. ¿Cómo hacer, entonces, para llamar la atención?
La artista Claudia Fontes lo logró poniendo a Pablo Míguez sobre el agua. Quieto. O como si caminara. Es que sólo los santificados caminan sobre el agua: Jesucristo lo hizo, Buda lo hizo. Y ahora también lo hace él.
“Mientras haya un crimen que se perpetúa y no sepamos qué fue de Pablo Míguez, su desaparición sigue siendo un problema del presente”, dice la escultora Fontes. Su obra se titula “Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez” porque, como dice ella, “no es un monumento a él, sino a la reconstrucción de su retrato: es un anti-monumento”.
Míguez fue secuestrado cuando un grupo del Ejército fue a buscar a su madre (Irma Beatriz Márquez Sayago) y a la pareja de ella (Jorge Capello, hermano de una de las víctimas de Trelew en 1972). Los dos eran activistas del ERP y fueron llevados al Vesubio, un centro de detención clandestina en La Matanza. El hijo también.
Algún tiempo después el pequeño Míguez fue ¿entregado? ¿cedido? ¿traspasado? a los marinos (¿cuál sería la palabra adecuada en este caso?) y acabó en la ESMA (la Escuela de Mecánica de la Armada), en un altillo colmado de secuestrados de ojos vendados, conocido puertas adentro como “Capuchita”.
La periodista Lila Pastoriza, que compartió el cautiverio con él, ha recordado su llegada a la ESMA: “Uno de los guardias con más tiempo en ese sitio trae a un prisionero ‘nuevo’, le descubre la cabeza y comenta a otro: ‘Mirá a lo que nos dedicamos ahora... 14 años tiene’”.
Adelantemos la cinta 22 años: ahora es 1999. La dictadura acabó, fue juzgada y luego indultada. Se estima que por la ESMA pasaron unos 5.000 desaparecidos; sólo unos 600 sobrevivieron. Un jefe de la Escuela de Mecánica, Jorge “Tigre” Acosta, es uno de los pocos militares detenidos: está en la cárcel por el asunto de los bebés apropiados. La mayoría de sus camaradas acusados andan en libertad.
En ese contexto, el gobierno y los organismos de derechos humanos abren un espacio en homenaje a las víctimas, el Parque de la Memoria, y llaman a un concurso de esculturas. Unos 900 artistas responden. Claudia Fontes, por entonces una creadora en ascenso y no la afamada escultora actual, es una de las ganadoras.
Su proyecto: situar la escultura de un desaparecido en el medio del río y de espaldas a la costa, y fabricarla con un material que se camufle con el contexto.
“Entonces surgieron los problemas que había que resolver, que en el arte son las cosas más interesantes”, dice ella ahora. “El primero fue encontrar un lugar donde posicionarme: ¿De qué le sirve a este tema que yo aporte mis capacidades artísticas? Como artista visual, no me interesaba sólo la desaparición de Pablo Míguez, sino también la de su imagen”.
De ese adolescente sólo quedaban unas pocas fotografías y por eso Fontes pensó que la reconstrucción tenía que ser colectiva: con el aporte de otros. Se basó en testimonios y, para diseñar un rostro, fue ayudada por un científico computacional checo que logró trazar un modelo a partir de esas breves imágenes.
“Me parecía que había que señalizar ese espacio tan importante en este tema: el río”, sigue Fontes. La memoria colectiva es un animal extraño y ella lo sabe. “Es plural, no es única: hay muchas memorias”, dice.
Su Pablo Míguez, en realidad, es una metáfora: somos capaces de ver o no según un contexto del que somos parte y donde tenemos un poder de percepción. Por eso ésta escultura aparece y desaparece de acuerdo a la luz y al movimiento del río.
“El material de la escultura no es acero inoxidable”, dice Fontes para concluir, “sino reflejos del agua del Río de la Plata sobre acero inoxidable”.