¿Quién controla el futuro de la educación?
Axel Rivas
Siglo XXI
Uno (mi comentario)
Se habla de los sindicatos, de los estudiantes, de los docentes y, a veces, de las autoridades; ¿pero alguien se pregunta quién gobierna la educación? Bueno, Axel Rivas sí, claro, pero es una respuesta casi obvia porque se trata de uno de los máximos referentes académicos del país en la materia en los últimos 20 años. Primero en CIPPEC y ahora desde UDESA continúa estudiando e investigando el problema de la educación. Problema porque no se halla respuesta y porque supone un universo complejo en un mundo donde la escuela entra en crisis, la educación misma -la idea de instruir a toda la población con los mismos contenidos y en un lugar particular- entra en crisis y el modo de organizar la sociedad está en crisis: educar para qué y para quiénes son preguntas que Axel se hace a lo largo de casi 300 páginas de este último libro que ha escrito.
Están detrás, sin embargo, de la pregunta nodriza y título de la investigación: ¿Quién controla el futuro de la Educación? Habla de futuro, creo, con la idea de darnos el changüí de la esperanza hacia adelante, pero en realidad habla de hoy: la educación está en manos del mercado tecno-educativo, de los desarrollos multimillonarios que las nuevas tecnologías suponen y proveen. La economía de las plataformas y los unicornios ha copado el mercado educativo también. Algunas empresas que antes hacían textos académicos, porque la mejor tecnología de entonces y por cientos de años fue esa junto al edificio escolar, ahora hacen aplicaciones, software, propuestas educativas digitales y fuera de las aulas y los edificios de escuela.
La veta futurista aparece, en realidad, de dos maneras: quién va a controlar el futuro de la educación. Al igual que muchos otros especialistas vienen alertando, si el gobierno de la educación lo maneja el mercado, los intereses que orientarán los contenidos, los modos y las pedagogías estarán ligadas a la lógica mercantil, a la de la producción y la venta de una mercancía: la educación. Pero no solo eso. Si, además, la educación es gobernada por el mercado, entonces podrán acceder a esas innovaciones y propuestas de -no siempre- la mejor calaña solo quienes puedan pagarlo.
¿Y la escuela tradicional? Para los que no puedan pagar lo otro.
Entonces, el futuro de la educación depende de las políticas públicas, de la regulación estatal y de que los intereses que primen y orienten la misma excedan las vocaciones de lucro de las empresas tecnológicas. En suma, nos espabilará Rivas, si la educación ha sido por siglos (y aún es) la forma en que las sociedades se han dado en construir ciudadanos que habiten una comunidad colectivamente, el futuro de esa comunidad depende, a la vez, de quién controle la educación. La viejísima disputa entre la mano invisible -y no tanto- del mercado y la mano visible -y no tanto, porque la omisión también existe- del Estado. En este libro se pone el foco en qué tipo de políticas se vienen haciendo, cuáles se vienen gestando y cuáles posibilitarían un efecto positivo. Hagan sus apuestas.
Dos (la selección)
Este libro se autodestruirá en 10 años. Contiene un mapa para viajar al futuro y está diseñado para abrir escenarios que permitan debatir y redefinir quién controla la educación.
Basta con mirar a los alumnos y docentes a los ojos en las aulas para comprender que la máquina escolar tradicional no funciona. Este desarreglo es especialmente crítico en el nivel secundario: no produce suficiente poder en los sujetos ni interrumpe las profundas desigualdades sociales. Ya ni siquiera está claro para qué se aprenden todos esos contenidos superficiales que agotan a la mayoría de los estudiantes y dejan a muchos de ellos en el camino. El para qué y el cómo de los sistemas educativos tradicionales están en cuestión para buena parte de la sociedad, incluyendo sus protagonistas. Son tiempos de redefinición. Es posible que los próximos años lleven la marca de la mayor reescritura de la historia de lo que entendemos por aprendizaje y por sistemas educativos.
Tres
Un dolor inconmensurable desgarra la mirada del docente ante el océano de distracciones que aparta a los alumnos de los rituales escolares y hace imposible consolidad la atención del grupo y los individuos. La interrupción de los hábitos es constante, los tiempos de clase se fragmentan y el método de enseñanza simultáneo se convierte ya en una quimera. Algunos docentes optan por encontrar una vara, más alta o más baja, y dejan que quienes no puedan seguirla sobrevivan en un estado flotante, una especie de limbo del sistema educativo.
Una anécdota personal quizá sirva para ilustrar este nuevo tiempo en el corazón de América Latina. En una visita a una escuela secundaria en San Pablo, Brasil, descubrí que las aulas estaban cerradas con llave. De hecho, toda la escuela era una fortaleza plagada de rejas. Para poder circular entre los pabellones donde estaban los alumnos debía acudir un celador con un manojo de llaves para abrir las rejas, como sucede en las cárceles. Pregunté si había muchos robos, si mantenían todo cerrado por una cuestión de seguridad, pero la respuesta fue otra: las rejas estaban para que los alumnos no se escaparan. Dentro de las aulas de esa escuela me sorprendió un “nuevo orden”. En promedio, había unos cinco o seis alumnos que prestaban atención a un profesor que seguía como podía el libreto de la clase. Otros quince o veinte alumnos estaban conectados a su celular con los auriculares puestos, cada uno en su mundo. Por último, otros cinco estaban literalmente dormidos sobre sus escritorios.
Claro que esta escuela es apenas un caso, pero muestra el efecto de la caída de la frontera escolar combinada con la necesidad de crear un refugio frente a un exterior despiadado. Los alumnos permanecían bajo custodia por su propio bien: el afuera que les esperaba, en caso de que escapara, implicaba un riesgo para sus vidas. Los celulares, entonces, resolvían de manera pragmática el tedio de las aulas y permitían que los profesores siguieran enseñándoles a unos pocos que, al menos en parte, podían mantener la atención requerida por el viejo orden escolar. Esta escuela, estas aulas, son señales de un tiempo desesperado y representan el grito final de un orden que se desvanece.
Cuatro
En la actualidad, la llegada del poder tecnológico digital se solapa con la débil gobernabilidad estatal de los sistemas educativos. Hoy en día, la regulación de los pensamientos, los deseos y las creencias tiene nuevos dueños. Ya no son las iglesias, que dieron nacimiento a los sistemas educativos, ni la institucionalidad estatal, poderosa durante dos siglos pero que arrastra el peso inerte de su propia expansión. Ahogados por las múltiples presiones (y muchas veces por concepciones que los dejan a merced de la mano invisible del mercado y los someten a la desaparición), los sistemas educativos se arrastran por los costados más vulnerables de la estructura social, llevando educación de baja intensidad pero que se convierte en la escasa membrana de los sectores más desfavorecidos.
Cinco
El mercado tecnoeducativo está conquistando territorios, escuelas y alumnos. Aunque muchas de las innovaciones alimentan burbujas, venden ilusiones, crean necesidades inexistentes y fracasan pronto como pasa una moda, lo cierto es que están llenas de fuerzas renovadas, imaginación, destrezas, recursos y/o capacidades tecnológicas que les permiten penetrar en los sistemas educativos tradicionales hasta transformarlos o crear otros nuevos que todavía no han sido explorados. Para poder aprovechar sus ventajas necesitamos realizar un aprendizaje crítico de sus mecanismos, sus lógicas individuales, sus sinergias y su sentido de orquesta colectiva.
Seis
Una de las hipótesis que recorren este libro es que estamos a tiempo de escribir la nueva agenda educativa digital en América Latina. Para hacerlo, necesitamos una epistemología de la posibilidad, una construcción de pensamientos, ideas, teorías y conceptos que pueda interrogar al Estado como potencial de justicia, sin cerrar ningún camino alternativo que lleve a redefinir la educación. Esto implica sostener las objeciones a la mercantilización digital del aprendizaje y las advertencias sobre el peligro de que se genere un panóptico de control gubernamental de los sujetos, pero adicionarle una capa analítica y propositiva de posibilidad al amplio arco de oportunidades que las tecnologías digitales nos abren.
La nueva política educativa nace de las preguntas, de los riesgos y de la potencia de las alternativas. La búsqueda de mayores dosis de justicia educativa está atenta a cada oportunidad para doblegar las desigualdades. No interrogar las posibilidades abiertas por las tecnologías digitales nos deja en la posición defensiva, en la retaguardia protectora del pasado. Es tiempo de encontrar un balance entre la escuela tradicional y otras formas de aprendizaje que tengan más poder y sentido para los alumnos.
Siete
La visión de la docencia para el futuro que esbozamos en las páginas anteriores puede ser parte de una hoja de ruta de las políticas para la docencia. ¿Cómo podrían las instituciones formadoras cultivar estas capacidades: la apertura, el saber disciplinar y las destrezas pedagógicas, el espíritu científico y la empatía con los estudiantes como sujetos de derechos? ¿Cómo podrían formar docentes curadores de un mundo desbordado por una riqueza simbólica inaccesible a causa de su propio exceso?
No solo habrá que mejorar los salarios de un trabajo tan demandante y calificado como el que se propone, sino que también habrá que redefinir el orden del sistema educativo. Si todo sigue igual, los educadores se verán entreverados en reglas decimonónicas, arbitrariedades, falta de conectividad y recursos básicos, incentivos perversos y cajas cerradas de contenidos que deben repetirse una y otra vez en exámenes que se convierte en rituales de aprendizaje apagados en la vida de los estudiantes.
Las políticas integrales para la docencia constituyen un desafío inmenso porque requieren formar parte de una revisión completa de las reglas internas del sistema, como se planteó a lo largo de este libro. Esto vuelve todavía más complejos los desafíos de la política educativa, pero también más necesaria la expansión del debate público para crear caminos que permitan llevarla a cabo.
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