Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
“El home office empezó como un sueño: podía dormir un poco más, trabajar en ropa de entrecasa, cuidar a mis animalitos, era todo hermoso”, cuenta Ignacio (19 años), quien trabaja en atención telefónica y por mail para una mutual. Pero su historia no tiene un final feliz: “Se volvió algo molesto y estresante. El sueño se convirtió en pesadilla”, dice.
No es el único a para quien trabajar desde casa en la cuarentena le aumentó el estrés. Un estudio que la Universidad Siglo 21 hizo en grandes centros urbanos de la Argentina señaló que entre enero y mayo los síntomas relacionados con el Síndrome del Estrés Laboral Crónico, conocido como burnout, crecieron un 5%.
Aunque iban en aumento en los últimos años (la universidad los mide desde 2017), esta vez el salto fue exponencial: a fines de 2019, el interanual había sido del 2%.
Este año, siete de cada 10 encuestados vio afectado su trabajo, por cambiar a la modalidad de teletrabajo o directamente por no poder trabajar. Entre quienes trabajan (tanto presencialmente como desde sus casas), el estrés también es alto, como lo muestran estos datos:
- Al 48% “siempre o casi siempre” le resulta difícil relajarse después del trabajo.
- Al 36% cada vez le cuesta más comenzar a trabajar.
- El 38% está tan cansado que no puede hacer otras cosas luego de trabajar.
- El 26% se siente menos involucrado.
En la Argentina el teletrabajo se regula mediante resoluciones y convenios colectivos. Pero la ley –como pasó en otros países– podría estar al caer: un informe de la asociación Esfera Pública reseña 21 proyectos que esperan tratamiento (14 en Diputados, 7 en el Sentado).
En RED/ACCIÓN hicimos nuestro propio “estudio”: invitamos a lectores a conversar sobre si se sentían “quemados”. Las respuestas de varios de ellos (del AMBA, Córdoba, Santa Fe y Paraná) ayudan a entender un fenómeno de múltiples aristas.
Entre familiares y tareas
“Tengo 7 años de home office y una cosa es hacerlo con y otra sin cuarentena”, es la conclusión de Florencia (44), una consultora de Recursos Humanos para una multinacional. Ella siempre había gozado de los beneficios de trabajar desde su casa, como el de ahorrarse dos horas diarias de viaje.
Ahora está “agotada”. “Al trabajo le sumé lo que antes alguien hacía por mí: las tareas domésticas [tenía una empleada] y la enseñanza de mis hijos”.
En la misma sintonía, una docente e investigadora tarda en volver a concentrarse tras cada interrupción de su hijo. “Cuando me doy cuenta, son las 21 y sigo trabajando”. Lo cuenta así:
Sofía (20) trabaja en prensa, vivía sola y se mudó con sus padres en la cuarentena: “En mi departamento hago los quehaceres cuando yo quiero, acá me exigen hacer cosas que me quitan tiempo de trabajo”.
Leandro Medrano, doctor en Psicología y secretario de Investigación y Transferencia Científica de la Universidad Siglo 21, explica que el conflicto familia–trabajo fue lo que más influyó en los síntomas de burnout porque “estamos haciendo un equilibrio para responder demandas de ambos”.
Tuve que interrumpir nuestra entrevista cuando mi vecina golpeó mi puerta para regalarme rúcula y nadie más podía atenderla.
Pero también se dificulta al vivir solo: “Cuesta mucho organizarse”, opina Agustina (35), que trabaja en marketing. El otro día cortó una presentación virtual para atender al repartidor que tocaba su puerta.
Límites difusos
“La gente cree que por estar encerrados tenemos más tiempo y exigen más”, señala Sofía.
Aunque a veces las exigencias vienen de la misma persona. “Si no termino o soluciono lo importante del día siento que no hice nada, eso me vuelve loca”, confiesa Rocío (24), que hace tareas administrativas en un instituto de inglés y siente que el tiempo nunca le alcanza.
Medrano señala que “quienes hacen teletrabajo con más flexibilidad suelen tener menos síntomas de burnout”, ya que puede ayudar a conciliar las demandas del trabajo y la casa.
Sin embargo, la flexibilidad horaria puede ser un arma de doble filo.
“A veces me quedo maquinando sobre el laburo o se me ocurren ideas mientras hago otras cosas y corro a escribirlas”, suma Belén (28), que hace capacitación para un organismo público.
“Hoy no hay límites precisos entre la vida laboral y privada. Te pueden llamar a cualquier hora”, dice Leandro (32), abogado.
“Siento que tengo que avisar cada vez que salgo a comprar porque es horario laboral, pero es cuando los locales están abiertos”, resume Paola (42), publicista.
El desafío de cortar
Medrano apunta como relevante la capacidad de desconectarse del trabajo: “No tiene nada malo que te estreses siempre que tengas fase de recuperación”.
Pero el corte no suele llegar.
“No me terminó de funcionar el horario flexible, me da una idea de estar trabajando todo el tiempo”, dice Federico (24), que es community manager y admite estar desmotivado:
“Soy mi propia jefa y soy la peor, porque extiendo jornadas. Aunque ya me pasaba antes de la pandemia, no era un hábito, porque cortaba para hacer otra actividad fuera de casa”, dice Luciana (35), que hace consultoría en recursos humanos y tareas de community manager.
El miedo a perder el empleo hace que muchos trabajen de más. “Hay que parar con buscar rendir al 150%”, opina María (26), que trabaja en una consultora de innovación tecnológica.
Además, cortar se complica sin poder salir de casa.
“Es más difícil dividir en mi cabeza el trabajo y el ocio sin un cambio de espacio físico”, dice María, que vive en Estados Unidos y trabaja para una ONG, ahora desde su pieza. “El fin de semana trato de ni entrar a mi habitación, necesito cambiar de aire”.
Algunos adaptaron sus espacios de trabajo. Luciana compró una silla de escritorio y elementos decorativos. Rocío puso “una mesa de Quilmes (esas de patio) y un escritorio en la pieza”, donde arma todo para trabajar y lo vuelve a acomodar al terminar.
“Separé un espacio en otra habitación, pero me interrumpen o lo desordenan”, se queja Sofía.
“Adapté para las videollamadas la habitación de mi hijo, el único lugar donde cierro la puerta y nadie circula”, dice la madre del primer audio de esta nota. La gente siempre le comenta del póster de Dragon Ball Z que ven:
También me contaron de otras limitaciones para adaptar el espacio: el tamaño, dónde da mejor la luz para las videollamadas, la zona más cálida de la casa, la parte de la casa con mejor wifi…
Muchos, como cantaba Charly García, están “yendo de la cama al living”.
Mientras, las reuniones virtuales laborales se multiplican y llenan la agenda.
“Las videollamadas empiezan a ser tediosas: querés cortar y no se terminan, hay mucha gente haciendo catarsis”, dice un productor de TV. “Son redundantes, se quedan en lo anecdótico”, complementa Marianela (32), docente, periodista y asesora en marketing digital.
Mercedes (33), que capacita empresas en transformación digital, se dio cuenta de que estas reuniones “requieren otra lógica”, tienen que ser “más concretas”.
Del cansancio al anhelo de salir
La situación genera cansancio, desmotivación y menos concentración. “No me puedo enfocar bien, me cuesta ser creativa y que me rinda el tiempo”, ilustra Marianela.
La fatiga suele traducirse en dolores en todo el cuerpo. María, de Buenos Aires, lo cuenta así:
Varias empresas advierten la situación de sus empleados. “Hemos reforzado los mensajes positivos desde las redes sociales internas, eso nos dio muy buenos resultados”, cuenta Ingrid Grof, encargada de recursos humanos de Industrias Maya, una pyme de San Martín.
“Hicimos campañas compartiendo las mejores prácticas para el home office en esta situación, dando tips de cómo cuidar la vista o sobre herramientas tecnológicas. Eso ayudó mucho. Y si alguien tiene un problema, lo ayudamos individualmente”, cuenta Pablo Granado, director de Human Capital en la consultora PwC Argentina, con 3.400 empleados en el país.
Podés leer consejos y aplicaciones para el trabajo desde casa en esta nota.
Algunos lectores contaron qué hacen para sobrellevar el estrés laboral o intentar desconectar.
Muchos se “obligan” a no responder mensajes fuera del horario laboral. Otros buscan organizar tareas por horarios. Varios intentan recrearse sin pantallas para alejarse lo más posible del trabajo: leen, se ejercitan, se dedican a tareas de la casa.
En algo hay unanimidad: el trabajo desde casa sería diferente sin cuarentena.
“Falta salir a relajarse después del laburo, a entrenar, a tomar algo con amigos”, grafica Agustina.
Una docente universitaria lo resume así: “Falta ese balance perfecto para la psiquis entre saludos/abrazos/charlas triviales y trabajo/decisiones/charlas resolutivas. Sumarle salidas y vida social a este contexto tal vez me ayudaría a recargar energías”.