El 2 de marzo de este año, el apicultor Alfredo Montenegro, que es un hombre grueso como un tronco de roble, descubrió que casi todas sus abejas estaban muertas.
–Yo había andado por el campo el día sábado –dice.– Llevamos material para hacer limpieza. Después, el lunes, fuimos a uno de nuestros apiarios a hacer los núcleos para las abejas y a la tarde fuimos a buscar un cuadro con larvas para hacer la crianza de las reinas madres. Y ahí me encontré con el desastre...
Montenegro se queda en silencio. Tiene 62 años y vive en Loma Bola, un pueblito en la paradisíaca región cordobesa del Valle de Traslasierra. Montenegro habla en la cocina de su casa; su esposa lo escucha con una expresión entristecida mientras un pollo recién carneado se guisa en un horno a leña.
–Todas las colmenas tenían parvas de abejas muertas –sigue él.– Primero pensé que había habido pillaje de una colmena a otra, pero después vi que era lo mismo en todas. Recorrí todo el lugar y se me cruzó que alguien me habría puesto veneno... Hasta que me llamó otro apicultor y me dijo que había tenido el mismo problema. Le dije que yo también. Y fuimos a buscar a los demás productores y descubrimos que todos habíamos sufrido un desastre en nuestras colmenas.
El 2 de marzo, más de 1.000 colmenas de siete apicultores independientes, con 70.000 abejas en cada una, fueron afectadas por una fumigación [Nota: tres meses más tarde, análisis oficiales confirmaron esto. Ver más información al pie de este artículo] que se habría hecho en un campo situado en el kilómetro 940 de la ruta nacional 148, cerca del cruce con el camino a la localidad de La Paz. Murieron 72 millones de abejas.
El número es un cálculo de los apicultores, que el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) no discutió cuando levantó muestras para investigar las causas.
No ha quedado claro qué pasó: una hipótesis es que se trató de una fumigación terrestre en esa parcela, que es propiedad de una sociedad anónima y que no presentó su versión del hecho. Otra hipótesis es que un avión descargó residuos de agroquímicos, para descartarlos.
Los apicultores perdieron toda la cosecha de miel, ya que la que se encontraba en las colmenas no estaba lista para ser recolectada.
Viajamos hasta ahí y estuvimos dos días con ellos. Conocimos sus apiarios y sus hogares. Convivimos con ellos y nos contaron sus problemas.
La zona que está poco poblada: apenas hay algunos productores agropecuarios que se mueven en viejas pick-ups F-100 ante el paisaje majestuoso de las sierras. Es un sitio que nunca había llamado la atención de nadie hasta ese día en el que murieron millones de abejas y el daño, por inusual y gigantesco, impactó en todos los medios nacionales.
–Alfredo volvió del campo en un estado depresivo total –dice su esposa, María Cardozo.– Estaba amargado por la pérdida del trabajo de toda una vida.
Montenegro es el mayor afectado entre los siete productores: perdió 300 colmenas. Otros perdieron 150. O 70. O 50. En total, se trata del 60 por ciento de la producción local. El veneno se irradió en un área de 30 kilómetros cuadrados y mató a muchas abejas y también a una cantidad desconocida de hormigas.
–Toda mi vida trabajé con las abejas, sí –sigue él.– En 1977 mi padre se ganó la lotería de Santa Fe e invirtió mucho: compró colmenares, maquinaria, materiales y un rastrojero. Y así fuimos trabajando… hasta ese día.
El episodio de La Paz es un caso extremo que se enmarca en una crisis que está afectando a las abejas –y a los apicultores– desde hace al menos 30 años a nivel global.
Varios factores se conjugan para que esto ocurra: el monocultivo y la siembra directa están reemplazando a la variedad de flores que las abejas necesitan para alimentarse; los campos se vuelven áridos y las abejas silvestres no tienen sitios para poder nidificar; los pesticidas (especialmente, el glisfosato y los neonicotinoides) intoxican a las abejas, acaban con su memoria, les provocan deformidades, las confunden o directamente las matan; el ácaro varroa y otros parásitos se vuelven cada vez más nocivos; el cambio climático trae un desfasaje entre el período de floración de las plantas y el período de vuelo de las abejas, desequilibra los ciclos internos de una colmena, que es como un superorganismo, y provoca la muerte de las larvas. Y lo peor: ni siquiera hay suficiente información sobre lo que está pasando con las 22.000 especies de abejas que existen en todo el mundo.
La crisis de las abejas tiene consecuencias impensables. Si no hay abejas, muchos frutos no se polinizan, la biodiversidad desmejora y el alimento para la población humana decae. El durazno en Río Negro y en Cuyo, el palto en el norte, el almendro en Cuyo, los cerezos en la Patagonia, el ciruelo y el kiwi en La Pampa, los cítricos, las manzanas y las peras: todos estos frutos necesitan la polinización de las abejas. Por eso en 2017 la Sociedad Geográfica Real de Londres declaró que las abejas son la especie más valiosa del planeta.
En Estados Unidos se calcula que la cantidad de colmenas comerciales ha descendido a la mitad en los últimos 75 años, al tiempo que los cultivos que requieren de polinización han aumentado en un 300 por ciento.
Bayer y Syngenta son los laboratorios que producen algunos de los agroquímicos en discusión. “El principio básico de la toxicología y de la evaluación de riesgos es que la dosis hace al veneno”, dijo el jefe de investigación sobre abejas de Bayer CropScience, David Fischer, en una entrevista. Según Jay Overmyer, un ejecutivo del área de Evaluación de Riesgos Ecológicos de Syngenta: “Hay muchos factores de estrés en las abejas y todos deben ser tomados en consideración”.
Mientras tanto, la Unión Europea acaba de acordar que los neonicotinoides deben ser retirados de los campos. En Argentina no hay estudios enfocados en los agroquímicos y las abejas, pero la cantidad de apicultores cayó de 33.781 a 9.227 en los últimos ocho años según el Registro Nacional de Productores Apícolas.
El ministro de Agroindustria de la Nación, Luis Miguel Etchevehere, se juntó con los productores en una reunión del Consejo Nacional Apícola en los primeros días de abril. Un representante de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA) le indicó que el sector estaba en baja debido al uso de agrotóxicos y al modelo agroproductivo. “¿Qué piensan hacer? Habrá que encontrar la forma de convivir porque el modelo no va a cambiar”, dijo el ministro.
“Esa fue una reacción del momento, no un discurso”, dice ahora el titular de la Dirección de Producciones Sostenibles del Ministerio, Nicolás Lucas. “Lo que el ministro quiso decir es que hay que articular distintas formas productivas. La industria apícola es muy importante para la economía argentina”.
“Esto no es una pelea personal, pero este modelo nos hace perder abejas, producción y apicultores”, dice ahora Roberto Imberti, el hombre de SADA que hizo aquel comentario al ministro. “No pedimos que los agricultores no cultiven más, pero en el campo se ven colmenares abandonados todos los días. Necesitamos más controles”. ¿Cuál es el modo de convivir? “Un uso no tan indiscriminado de agroquímicos y la revisión de los protocolos de su aplicación”, dice Imberti.
En Córdoba, donde ocurrió el desastre de 72 millones de abejas muertas, en los últimos ocho años desapareció el 84 por ciento de los apicultores.
Arriba: un video grabado por los apicultores cuando descubrieron la mortandad de sus abejas. / Crédito: Pablo García Olmos
La ambición del hombre y su marcha indetenible sería pintoresca en esta historia si no fuera porque llegará un momento en el que ya no habrá vuelta atrás. El problema es difícil de dimensionar: ¿Es comprensible un mundo sin abejas? Tomemos sólo el caso de la miel, que ha acompañado al hombre desde sus primeros pasos en el planeta. Casi no hay pueblo que no sepa de sus usos gastronómicos, energizantes, terapéuticos y conservantes.
Cuando Dios liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, les prometió llevarlos “a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel”. En La Odisea, Circe utiliza la miel como parte de un manjar que ofrece a los compañeros de Odiseo para engañarlos, un manjar con “queso y harina y miel verde y un vino generoso de Pramno”. Shakespeare advierte en Romeo y Julieta que “la excesiva dulcedumbre de la miel empalaga al labio”, Cervantes también hace referencias melíferas en Don Quijote y, además de un aficionado al tabaco, al boxeo y al violín, Sherlock Holmes era un apicultor.
Existen unas 320 variedades de miel que se distinguen según su origen floral. Algunas avispas hacen miel. Y también unas pocas hormigas.
En La Paz, Córdoba, la miel que producen los apicultores no es de un solo color ni de una única densidad, pero una de sus variedades, la que se puede probar un día caluroso a dos meses de la muerte de 72 millones de abejas, es sólida y clara, de un dulzor que no empalaga.
En el campo, frente a la parcela donde se habría echado el agroquímico que acabó con las abejas, tres apicultores toman mate sentados en cajones vacíos, en los que alguna vez hubo colmenas. Son hombres recios, de manos ásperas. De expresión amargada.
Una decena de abejas aún vuelan; miles han quedado en el suelo. Incluso dos meses más tarde, sus restos todavía no se han degradado por completo. De esas montañas de insectos inertes, funcionarios del SENASA levantaron puñados para analizar (y enviaron una parte al CEPROCOR, Centro de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba), pero los resultados aún no han sido publicados. Aunque en Córdoba hay una ley de Agroquímicos que establece protocolos para fumigar, nadie apareció como responsable desde la parcela de enfrente.
–Hay que hablar con el ingeniero de ese campo. Pero viene cada tanto y no te va a dar ni cinco de bola... –dice Enrique Páez, que tiene sus colmenas en este sitio.– Nuestro problema es que no sabemos qué pasó. Si fumigan nos tienen que avisar para que saquemos las colmenas... Es lo único que podemos hacer.
–Y además acá hay gente, hay escuelas... –agrega Pablo García Olmos, otro de los productores.
–Yo tengo miedo de que esto quede en la nada –sigue Páez. Él perdió 70 colmenas.– Se va a ir apagando hasta que todos se olviden...
Marcelo Sosa, el tercero en la reunión, recuerda cuando en los campos había alfalfa, cardo, yuyo y vacas. Cuando la soja no era transgénica. Cuando había apicultores jóvenes. Cuando las abejas volaban en enjambres densos en las praderas. Cuando la miel era un negocio rentable.
–Si se quiere, hay una solución… Pero revertir todo este proceso va a ser difícil… –dice–. A nosotros nos va a llevar dos años recuperarnos.
La ronda de mate se termina, los tres se ponen de pie. Caminan un poco, dan una vuelta por las colmenas. Ninguno habla demasiado cuando marchan hacia la ruta. Páez se queda en la tranquera; Sosa y García Olmos se trepan de un salto a sus viejas F-100. Se despiden con una mirada o con una inclinación de sus viseras. Luego se pierden en el horizonte de las sierras.
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ACTUALIZACIÓN: el 8 de junio de 2018, tres meses después de la muerte de las abejas, el SENASA confirmó que un pesticida fue la causa. Pero no se identificó el agroquímico ni quién lo aplicó.