El 2 de noviembre pasado, María Carolina González Devesa, de 32 años, se convirtió oficialmente en Carolina Gerónimo González Devesa: a un nombre de mujer y a uno de varón se sumó, en su documento y en su partida de nacimiento, la categoría indefinida de sexo.
Ocurrió en Mendoza, donde el Registro Civil procedió con una una resolución administrativa enmarcada en la Ley de Identidad de Género. Y fue el primer caso de sexo indefinido en el mundo. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de “género indefinido”?
Hay mucha gente que no se siente ni hombre ni mujer, y ni siquiera trans. De hecho, en el Grupo de Atención a Personas Transgénero del Hospital General de Agudos Carlos G. Durand (uno de los pocos hospitales que en la Argentina atiende este tema), la consulta por el género indefinido o fluido es la que, en los últimos tiempos, más ha crecido entre los adolescentes, y hoy ocupa entre un 15% y un 20% de todas las consultas que se registran allí.
Frente a esta realidad, las taxonomías son escasas: el género ha pasado a ser flexible y su condición binaria ya parece algo de los tiempos del Arca de Noé.
“Soy una persona de género fluido, gender fluid nos dicen”, escribe SaSa Testa en el libro Soy Sabrina, soy Santiago: Género fluido y nuevas identidades, que es la primera autobiografía de una persona no binaria publicada en la Argentina. “Como sea, no me autopercibo ni totalmente mujer ni totalmente varón. Me chupa un huevo si, cuando me cruzan por ahí, me ven XX o XY o andrógino”.
“Correrse del binario y saber que no se es ni hombre ni mujer”, dice ahora SaSa Testa, “te hace dar cuenta de que el mundo en sí mismo está pensado de una manera binaria, con una lógica dicotómica, que hace que estés adentro o afuera de algo”.
SaSa nació como Sabrina Betania pero más tarde se asumió como Santiago Nicolás Testa. Tiene 33 años, da clases de Castellano, Literatura y Latín, y ya había publicado antes otros dos libros. Aunque el mundo siempre espera definiciones, SaSa asegura que una persona puede elegir no darlas. En su libro escribió: “¿Qué lugar nos queda para lxs que no estamos a gusto ni allá ni acá? Me cuestan las certezas. La contradicción permanente también es una forma de habitar el mundo. No le debo a nadie la coherencia”.
El trámite que se siguió en el caso de Mendoza fue el mismo que en cualquier otro de cambio de identidad de género. “Cuando completó el formulario, le aconsejé que en el apartado de sexo pusiera: Ninguno, conforme me habilita la Ley de Identidad de Género”, dice Eleonora Lamm, la subdirectora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la provincia, que acompañó a la persona que protagonizó este caso.
Luego del capítulo mendocino, dos diputadas nacionales (Silvia Horne y Lucila de Ponti, del Movimiento Evita) presentaron un proyecto para eliminar la categoría “sexo” de todos los documentos de identidad y papeles oficiales. “El Estado debe respetar el género autopercibido de acuerdo a cómo lo siente cada persona”, se lee en el texto.
La creciente liberalización de las identidades pone en jaque al sistema administrativo público: pensiones, salud y elecciones son sólo tres áreas, entre muchas, ordenadas de un modo binario. “Poco a poco se podrá ir demostrando que la categoría legal del sexo carece de sustento jurídico”, dice Eleonora Lamm.
“La categoría sexual no se corresponde con la Ley de Identidad de Género, que habla de ‘género’ y no de ‘sexo’. Por ende, no hay inconveniente en otorgar derechos sobre la base de otras pautas, o de ninguna pauta, o sin tener en cuenta el sexo”, dice Lamm. Cada área deberá adaptarse, y la jubilación se podría otorgar sobre la base de los años trabajados.
Alexis tiene 22 años y no nació con este nombre, sino con un nombre femenino que hoy define como su “deadname”. De hecho, la única condición que puso para darme una entrevista fue que no le pregunte aquel primer nombre. “Ese otro nombre es como si fuera de otra persona”, dice. “Y no sé quién es esa otra persona”.
Ahora ocupa sus días trabajando en su propia línea de ropa, pero eso no le da mucho dinero y siente la precarización de una persona trans. Algunas noches organiza encuentros en los que pasa música. Desde que era una niña fue consciente de que había ciertas actividades de nena que le gustaban (jugar con muñecas y maquillarse) y también otras de nene (patear una pelota o mover autitos), pero recién a los 16 años, gracias a lo que encontró en Internet, comprendió que existían vivencias del género no clásicas.
Luego, en fiestas queer como Brandon, Eyeliner y Turbo, pero también en Facebook, tumblr y reuniones “marica-queer”, vislumbró lo que llama “un escape del mundo cis heternormado” y conoció a muchas de sus amigas trans, fluidas y no binarias que le dieron empoderación y contención en momentos confusos, difíciles.
“Yo no me siento una chica, pero tampoco quiero ser del todo un chico”, dice Alexis. “Me muestro acorde a mis ganas y defino mis tiempos de fluctuación de un género a otro. Hay puntos del espectro que me gusta habitar más tiempo que otros”.
Hace un tiempo inició un tratamiento de reemplazo hormonal que le produjo cambios en la voz, en el vello corporal y en la contextura física. No lo hizo para verse completamente como un varón, sino para explorar ese territorio incierto que existe en su propio cuerpo. “Se siente como muchas emociones juntas”, explica. “Es gratificante porque me veo como creo que soy, con mis estándares de belleza, en un cuerpo no binario. Así quise construirme. Pero también da miedo. Porque cuando cambiás tu imagen te exponés a violencias y discriminaciones para las que nadie te prepara”.
Alexis eligió su nombre por su cualidad unisex. Y también eligió un segundo nombre, Perseo, porque significa “destruir”. “Tuve que destruir muchas cosas para ser quien soy ahora”, dice.
Al mismo tiempo que en Mendoza se labraba ese primer documento de identidad de sexo indefinido, el género fluido se consolidó como uno de los grandes temas en el XXV Simposio de la Asociación Mundial de Profesionales de la Salud Transexual, que se celebró en Buenos Aires. Y también será un tema principal en el próximo Congreso Argentino de Psiquiatría, en Mar del Plata, en abril del año que viene.
“Es el gran tema”, dice Adrián Helien, médico psiquiatra, director del Grupo de Atención a Personas Transgénero (del Hospital Durand) y autor del libro Cuerpxs equivocadxs: Hacia la comprensión de la diversidad sexual (en coautoría con la periodista Alba Piotto). “Hay que deconstruir las categorías binarias aunque puedan ofrecer un carácter tranquilizador: el género no soporta las clasificaciones estancas”.
En su sala de consultas, Helien acompaña a los pacientes en su búsqueda. “Algunos hacen un tratamiento hormonal, otros no”, dice. “La solución tiene que ser a medida de cada uno. Se trata de la diversidad corporal y de las distintas conformaciones corporales. Sin extremos”.
Dentro de lo incierto, es claro que estamos viviendo un radical cambio de época y que no hay vuelta atrás. “En lugar de insistir en que los hombres y las mujeres pueden ser y pueden hacer cualquier cosa, yo y otras personas no binarias nos preguntamos por qué sólo categorizamos a las personas como mujeres y hombres”, escribe, en un artículo titulado Why be nonbinary? (publicado en aeon), el profesor de Yale Robin Dembroff.
Sigue: “Las preguntas por las categorías que deben guiar nuestra vida social no pueden responderse describiendo el mundo, porque lo que en realidad preguntan es cómo debemos describir el mundo. Son preguntas normativas. Los filósofos han discutido durante mucho tiempo las razones por las cuales algunas categorías son mejores que otras. Las identidades no binarias nos obligan a colocar las categorías binarias de género bajo un escrutinio similar a las consideraciones morales y políticas. Debemos preguntarnos no solo cuáles son estas categorías, sino también si debemos continuar usándolas, y por qué”.
SaSa Testa, a su modo, lo dice más crudo: “Al principio, cuando no podía verbalizar casi nada de esto, quizás era un poco más condescendiente con los demás. Ahora, en cambio, no puedo dar más definiciones que ésta: no soy ni hombre ni mujer”.