La caligrafía en la era de los teclados: un oficio milenario convertido en un arte que, además, ofrece calmar la mente- RED/ACCIÓN

La caligrafía en la era de los teclados: un oficio milenario convertido en un arte que, además, ofrece calmar la mente

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Quienes la practican aseguran que es una forma de encontrarse a sí mismos, ya que implica vivir momentos de calma y concentración. La psicología y las neurociencias indican que aporta beneficios en todas las edades. María Eugenia Roballos y Betina Naab, dos de las más reconocidas calígrafas argentinas, ven con entusiasmo un resurgimiento de la actividad que, curiosamente, trajo aparejada la pandemia.

Las calígrafas argentinas, con un fondo lleno de letras trazadas a mano.

Foto: gentileza. Intervención: Denise Belluzzo.

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Una letra A puede ser la inicial del nombre de un ser querido.

Puede ser una preposición, la tecla que se encuentra a la izquierda de la S en los teclados, un sonido que indica sorpresa, asombro, aceptación.

Puede ser un trazo que emocione.

Los escribas de la antigüedad tal vez estarían en desacuerdo con estas afirmaciones. Dirían, si pudieran, que una letra A es una letra A y sirve, junto a otras letras, para escribir palabras que dejan testimonio y aclaran contratos. Esas palabras se escriben con paciencia, con cuidado, porque no existe otro modo que hacerlo a mano: cuño, piedra, cálamo, pluma, tinta. Van cambiando las herramientas pero no la intención comunicativa, que es la que nos hace humanos. Y tan humanos que fuimos capaces de crear signos arbitrarios para representar gráficamente los sonidos del habla y así preservar la memoria, ganarle al olvido.

Pero sucedió que entre todos los mundos por los que nos lleva la escritura, uno de ellos trascendió como arte: las palabras que los escribas tallaron en monumentos y lápidas, los pergaminos, los libros con iluminaciones son hoy parte de un disfrute, de una estética. Gracias a ese disfrute, la caligrafía sigue viva. 

En esta era de computadoras y teclados, cuando escribimos y leemos más que nunca pero en formatos digitales, la escritura a mano se mantiene como un lugar de belleza (el término caligrafía significa eso: el arte de escribir con bella letra) y también de sosiego. Escribir a mano, sostienen quienes practican caligrafía, es algo muy parecido a la meditación. Es un modo de encontrarse.

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En Argentina la caligrafía se enseña en pocos lugares. En la carrera de Calígrafo Público Nacional, desde un enfoque legal; en la carrera de Diseño Gráfico como una materia dentro de la especialidad de Tipografía; y en algunos estudios y talleres particulares, aquellos que llevan adelante los calígrafos y las calígrafas que andan entre nosotros, capaces de escribir un texto con la misma letra que se usaba en el Renacimiento, o el nombre del graduado en el diploma de la Universidad, o la marca de un vino en su etiqueta, o de realizar una obra pictórica en la que la letra se suelta, es gesto, es trazo, textura, color. 

María Eugenia Roballos (1969) y Betina Naab (1972), son dos de las más reconocidas calígrafas argentinas. Juntas llevan adelante, desde el 2003, el estudio RoballosNaab en ciudad de Buenos Aires (en pandemia de manera virtual), que forma a muchos de quienes sueñan con escribir y dibujar letras.

¿Por qué escribir o dibujar? Hace falta hacer una distinción antes de continuar: en la caligrafía existen diversos abecedarios que se estudian con esmero, cada uno con sus reglas y características: la altura de la letra o altura de x, de los trazos altos como la l y los bajos como la g, en cuántos movimientos debe trazarse cada signo, a qué espacio uno de otro, con qué inclinación, etcétera. La letra se escribe una vez, como en la vida cotidiana, y luego la siguiente. Pero no se vuelve sobre el mismo trazo, que no son fáciles de corregir. En el lettering, primo hermano de la caligrafía, en cambio, las letras se dibujan, se diseñan, se borran, se inventan. Pero hoy, aquí, toca caligrafía.

“Cuando estudié Diseño Gráfico la tipografía fue la rama que más me atrajo, pero la caligrafía que estudié en ese momento no me resultó reveladora”, cuenta María Eugenia Roballos. “Al recibirme viajé a Italia, estaba sola, y de pronto vi obras caligráficas en una revista y tuve una bajada: eso era lo que quería hacer. Me acerqué a la Associazione Calligrafíca Italiana; además de aprender quería participar, así comencé a explorar un mundo distinto que también me contenía, porque con esa gente salíamos los fines de semana".

El camino de Betina Naab es parecido y, en algún momento, se cruza con el de María Eugenia. “Mi vocación pasaba por el arte, no por las letras”, cuenta Betina. “Estudié diseño, estudié pintura, pero no me movilizaba. Hasta que encuentro en una revista de Tipografía que había gente que hacía cuadros con letras, y quise hacer eso. Así hallé a Eugenia, que abría un curso de Caligrafía. Cuando hice todos los cursos que ella ofrecía me di cuenta de que necesitaba cimientos, un estudio formal de la caligrafía y me fui a seguir estudiando a la Universidad de Roehampton, en Londres”. 

Luego juntaron saberes y experiencias y sus cursos comenzaron a llenarse de alumnos imposibles de clasificar: están quienes quieren mejorar su letra, están los diseñadores, los tatuadores, los historiadores, los jubilados, los calígrafos expertos que siguen formándose, los artistas que buscan algo más, los porque sí, los que aman las letras, la tinta, el roce de la pluma contra la hoja. 

Lo que había sido parte de una época que la informática parecía querer desterrar: la escritura a mano, se hacía cada vez más fuerte. 

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Trazar cada letra lleva tiempo, ritmo, concentración.

Hay que recordar las características del alfabeto que se está estudiando, los distintos estilos: cancilleresca, inglesa, gótica, uncial, fundacional, gestual, por nombrar las más conocidas. Hay que cargar la pluma con tinta cada pocas letras, hay que tratar de no manchar la hoja, hay que sumergirse en el significado para no olvidar ninguna letra de la palabra, que es un error clásico de calígrafo.

Hay un goce muy particular en trabajar con las mismas herramientas con que trabajaban nuestros antepasados, y en adueñarse de un tiempo más calmo, que exige concentración. La caligrafía, decíamos al comienzo, se parece mucho a la meditación.

Gabriela Bibini, que la estudia desde hace años, lo narra así:

“En el diseño buscaba la perfección en una pieza tipográfica. La caligrafía, en cambio, me permitió abrazar las imperfecciones. Y fue un trabajo de tolerancia aceptar la incomodidad de lo que creía eran errores y descubrir que los rasgos personales son los que dan carácter a mi escritura. La caligrafía es mi medio favorito de expresión, me permite volcar sentimientos en gestos caligráficos, me da paz, me estabiliza”.

Las equivocaciones, de todos modos, son culpa de Titivillus, el demonio que desde la Edad Media provoca los errores de los escribas. Un oficio que inventa su propia mitología no va a desaparecer aunque lo cerquen los teclados. 

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Escribir a mano es una actividad que los humanos venimos practicando desde hace cientos de años. Una habilidad cognitiva, motora y visual que puede perderse si ya no se ejercita.

Escribir a mano, según la psicología conductual y las neurociencias, ayuda a desarrollar en los niños la motricidad fina, la coordinación mano-ojo y el control motor. En adultos mayores, en cambio, es una herramienta útil para estimular la memoria prospectiva y de trabajo, y un canalizador de emociones. A toda edad, si se hace con placer, es un modo de bajar la ansiedad.

Escribir no solo significa trazar una palabra. No solo importa el significado de lo que fijamos en la hoja. Al escribir debemos pensar en cómo lograr la forma exacta de esa letra y cómo ligarla a la siguiente, en la cursiva. Además tenemos en cuenta la ortografía, dónde acentuar la palabra, y la memoria semántica: la búsqueda de la palabra indicada.

Los adultos mayores recordarán que Caligrafía era una materia escolar. Los viejos pupitres de madera que sobreviven en muchas escuelas secundarias, con los huecos para los tinteros, son los testigos mudos de aquellas prácticas.

Las siguientes generaciones dejaron de aprender a usar la pluma cucharita (una pluma flexible), y a cambio debían escribir muchos renglones de cada letra. Aprendían a escribir las letras correctamente, aunque sin belleza.

En los últimos veinte años esta enseñanza de cómo escribir, no de qué escribir, se fue abandonando y la letra de muchos niños y jóvenes lo dejan en evidencia.

María Eugenia cuenta que las veces que se acercó a colegios para ofrecer su oficio se encontró con que no había el deseo de sumar esfuerzos y formar a los docentes. Ana, una maestra joven pero ya jubilada, que ejerció durante treinta años en escuelas del conurbano bonaerense y pidió no publicar su apellido, lo expresa así: “Con las distintas crisis, los diferentes gobiernos y el decaimiento de la institución escolar, los contenidos se fueron recortando. Y en las zonas más vulnerables, por ejemplo, los chicos que entran a primer grado sin saber los nombres de los colores no necesitan la letra cursiva. Porque con aprender a escribir su nombre en imprenta mayúscula, que es el trazo motor más sencillo, las vocales y algunas otras letras y números, ya están listos para continuar su aprendizaje en segundo grado. Con tantas otras necesidades, la letra cursiva quedó afuera”.  

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 Muchos piensan que el arte, el de los museos, galerías y exposiciones, es para pocos. Que hay que entenderlo. Que es cosa de intelectuales. ¿Sucederá algo así con la letra escrita a mano? ¿Será, algún día, una práctica de pocos, un oficio siempre en peligro de extinción, como los doctores de muñecas o los relojeros de relojes de bolsillo? 

Con la pandemia casi todos los cursos de Caligrafía pasaron a ser virtuales y eso posibilitó que se pudiera estudiar con quien sea, sin importar el lugar del mundo en dónde esté, aunque con la limitación del idioma, por supuesto.

María Eugenia y Betina viven este resurgimiento con entusiasmo, lo que las lleva a pensar y repensar las formas de enseñanza, que para ambas es su vocación.

“Aunque se esté aprendiendo una escritura del Renacimiento, por ejemplo”, cuenta María Eugenia, “el trabajo es muy dinámico. Les damos a los alumnos un espacio prolífico de evolución, en donde puedan comprender la escritura y la caligrafía de una manera amplia”. 

“Es un camino largo, no es inmediato”, agrega Betina, “no se copian las letras, hay que entenderlas. Y las posibilidades son infinitas dentro de un contexto. Las letras no son un límite”.

“Pero no podemos asegurar resultados”, sigue María Eugenia, “nosotras damos todo lo que sabemos, no encontramos un techo, y a veces pasa que el alumno nos supera y es porque aprovechó eso que sacó de vos”. 

Claudia Zubrinic, que pasó por gran parte de los cursos de RoballosNaab, cuenta el otro lado de este enseñar y aprender:

“Pinto en acrílico y en lápiz y siempre me gustó agregarle letras a mis obras, como fondo o collage. Pensando en agregarlas escritas a mano llegué al RoballosNaab. Así comencé el camino de escribir con pluma y el abanico que se desplegó fue inmenso, no solo por los diferentes estilos y tipos de letras, sino porque se abre también el mundo de las plumas, de las tintas, de los papeles, atravesado además por la historia y los manuscritos. 

“La caligrafía no solo me aportó conocimiento y destreza, es una práctica que calma la mente y la enfoca en proporciones, en fluidez de formas y contraformas. Y que me permitió jugar con las letras también de manera lúdica. Y no se necesita de mucho lugar ni demasiados elementos, pero sí de práctica. Animarse a aprender algo nuevo siempre es estimulante”.

“La caligrafía es un oficio tan ligado a tantos oficios”, cierra María Eugenia Roballos, “que te permite hacer una búsqueda amplia, te permite desarrollarte”.

Naab (izquierda) y Roballos (derecha) estudiaron ambas Diseño, y luego se volcaron a la caligrafía.

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Tal vez la caligrafía sea el modo artístico de contener la letra escrita. Eso que hacemos cotidianamente sin pensarlo, sin darnos cuenta de la belleza que encierran sus formas.

Tal vez sea una manera de detener la palabra, escribirla con plena consciencia de cómo la mano lleva la pluma, respirando a la par, buscando un ritmo que apacigüe la mente. 

Hay que ir a los trabajos caligráficos contemporáneos para entender de esto que estamos escribiendo, para sentirlo.

Toda lista es un recorte, pero nombremos: Yukumi Annand, Adolp Bernd, Marina Soria, Luca Barcellona, Ricardo Rousselot, Martina Flor, Denise Lach, Claude Mediavilla, Mónica Dengo, y María Eugenia Roballos y Betina Naab, por supuesto. 

Podemos creer que no sabemos pintar. Que no nos sale un dibujo. Pero todo aquel que conoce la escritura puede ir un poco más allá, buscar un lápiz cualquiera, descubrir que el trazo cambia con la presión, empezar a escribir, estirar las letras, agrandarlas, doblarlas, llevarlas a donde la imaginación y el deseo quieran llevarlas. 

La escritura puede ser una fuente inmensa y profunda de arte, de placer, de calma. Y es nuestra, es portátil, es accesible, es una forma de encontrarse con uno mismo, escribiéndose.