Ahora que comenzaron las vacunaciones contra la COVID-19 en algunos países y continúan los esfuerzos para ampliar el acceso a ellas, los líderes del mundo pronto dejarán de centrarse en responder a la crisis y pondrán su atención en la recuperación de la pandemia. Los gobiernos ya asignaron 12 billones de dólares a la respuesta contra la COVID-19, la presión para seguir invirtiendo y volver a la normalidad prepandemia será intensa, pero eso sería un error.
Más allá de las restricciones presupuestarias, acabamos de ser testigos de que la normalidad prepandemia tuvo nefastas consecuencias para el mundo. Nuestras tensas interacciones con el medio ambiente contribuyeron a que el coronavirus contagiara a humanos, nuestra economía mundial hiperconectada permitió que se extendiera como un reguero de pólvora, y sus efectos particularmente mortales sobre las poblaciones más vulnerables pusieron de relieve las consecuencias de las arraigadas desigualdades sociales y económicas al interior de los países y entre ellos.
En lugar de procurar la vuelta a ese modo de vida pre-2020, nuestros líderes debieran fijarse como objetivo la creación de un mundo distinto y mejor. Afortunadamente, ya cuentan con una estrategia disponible en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que expresan las metas económicas, sociales y ambientales con las que se han comprometido todos los países para 2030.
Cuando fueron adoptados inicialmente, en 2015, los ODS buscaban redoblar los avances de la generación anterior para eliminar la pobreza extrema, revertir el azote de la degradación ambiental y reducir contundentemente la desigualdad. Para cuando la COVID-19 comenzó a devastar el mundo, algunas metas, como poner fin a las muertes infantiles evitables, comenzaban a perfilarse, aun cuando otros problemas, como el cambio climático y la desigualdad social, empeoraban. Y aunque el virus dificultó el progreso, no cambió los resultados esenciales.
Por otra parte, la pandemia centró la atención en problemas como la inseguridad alimentaria, la desigualdad de género, el racismo y la pérdida de biodiversidad, además de las brechas arraigadas en el acceso a la educación, el empleo y las tecnologías que permiten salvar vidas. Todos estos son problemas que los ODS procuran solucionar.
De cara al futuro, el desafío inmediato es adaptarnos a las nueva situación mientras trazamos una ruta hacia un destino mejor. Mediante nuestro trabajo en 17 Rooms, una comunidad mundial de expertos que colaboran para identificar los próximos pasos prácticos para cada ODS, hemos identificado cuatro «transiciones» que nos guiarán. Cada una de ellas refleja un importante cambio en las actitudes y la toma de decisiones, que requiere un apoyo más sostenido para atender a la dimensión de los problemas globales que enfrentamos.
La primera de estas transiciones está relacionada con la igualdad ante la justicia. Los acontecimientos de 2020 arrojaron nueva luz sobre las desigualdades sociales y económicas de larga data que enfrentan las mujeres, las minorías, los trabajadores de bajos ingresos y las víctimas de la violencia patrocinada por el Estado, entre muchos otros grupos. Para atacar las raíces de la desigualdad es necesario el compromiso profundo y continuo con el progreso económico y social de cada sector de la sociedad. Podemos comenzar con lo que sea, desde alianzas «orientadas al último tramo» para solucionar los problemas más difíciles de exclusión, hasta campañas «de recuperación equitativa» para garantizar que las respuestas de política ante la crisis apoyan de manera transparente quienes más necesitan ayuda.
El segundo gran cambio es hacia un reabastecimiento «azul-verde». Hace ya demasiado que el capital natural (el medio ambiente) solo se valúa en los márgenes, pero la pandemia demostró que un desequilibrio entre la naturaleza y los humanos en una parte del mundo puede golpear a los sistemas en todas partes. Los cielos, océanos y cursos de agua «azules» y los ecosistemas terrestres «verdes» existen dentro de los límites físicos absolutos. Al ignorarlos no hacemos otra cosa que ponernos en riesgo. Debemos brindar una mayor protección a escala a estos activos.
A tal fin, el Convenio sobre la Diversidad Biológica en mayo debe adoptar el marco de trabajo «30x30», que busca proteger al 30 % de las tierras y los mares del mundo (a través de medidas permanentes) para 2030. El mundo también necesita reasignar aproximadamente 5 billones de dólares en subsidios anuales explícitos e implícitos a los combustibles fósiles, para destinarlos a puestos de trabajo «verdes», energías renovables y otras tecnologías que conserven los activos naturales que la humanidad necesita para sobrevivir y prosperar.
La tercera de las transiciones es hacia sistemas inclusivos de innovación tecnológica. En las últimas décadas los artículos electrónicos de consumo, brillantes y elegantes, fueron los que más atrajeron la atención, pero las crisis de 2020 pusieron de relieve la necesidad tanto del acceso equitativo a la tecnología como de la confianza del público en las nuevas soluciones. Desde el escepticismo hacia las vacunas hasta las preocupaciones por la privacidad de la información y los incentivos a las energías con bajas emisiones de dióxido de carbono, enfrentamos el imperativo establecer una infraestructura tecnológica que solucione los problemas inmediatos mientras impulsa, simultáneamente, la confianza en la trayectoria de la innovación a largo plazo.
En este caso hay mucho cambios deseables con los que se puede comenzar, desde la coordinación de redes de centinelas epidémicos (monitoreo) en las distintas regiones, hasta pruebas piloto de plataformas digitales independientes al interior de las economías emergentes de rápido crecimiento.
Finalmente, ninguno de estos cambios políticos, económicos, ambientales y tecnológicos alcanzar el éxito sin una transición generacional a escala similar. La crisis de la COVID-19 no solo dejó al descubierto las falencias de los líderes actuales, puso además en peligro las perspectivas de vida de cientos de millones de jóvenes.
Una transición generacional puede comenzar con muchas iniciativas a pequeña escala; por ejemplo, los ministerios de gobierno pueden fijar estrategias conjuntas de inversión para los niños que quedaron fuera de la escuela y las universidades pueden desplegar sus nuevos sistemas de aprendizaje en línea para ayudar a las comunidades a desarrollar nuevas habilidades para los empleos locales.
A medida que el mundo comienza a recuperarse de las profundas tensiones de 2020, muchos se verán tentados a retomar desde el mismo punto donde estaba todo antes de la crisis, pero así se deja de lado la esencia del problema. Tenemos que lograr que la nueva conciencia de nuestra fragilidad mundial coincida con el renovado apoyo a los enfoques que nos tornarán menos susceptibles a las crisis en primer lugar. Necesitamos que 2021 marque el inicio de una gran transición.
Zia Khan es vicepresidente sénior de The Rockefeller Foundation. John W. McArthur es investigador superior y director del Centro para el Desarrollo Sostenible en la Brookings Institution.
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