— ¿Qué trabas aparecen para hacer viable una sociedad más inclusiva e igualitaria?
— En las diferentes coyunturas analizadas en el libro la cúpula empresarial ha tenido una gravitación considerable en el conjunto de la economía argentina, tanto si se considera su peso en la producción, el valor agregado o, por ejemplificar con otra variable, en las exportaciones totales. Esto da cuenta de un alto grado de concentración económica. Es decir, que un mismo actor controla más de una, muchas veces varias, de las compañías de mayor envergadura del ámbito local. En ese marco, más allá de los cambios en la composición de la cúpula empresarial a lo largo del tiempo, esa centralidad estructural les ha conferido a estos segmentos del poder económico un poder de veto ostensible y determinante sobre el funcionamiento estatal. Esto se manifestó de maneras diversas: corridas cambiarias, subas de precios, reticencia inversora, obtención de una amplia variedad de prebendas, “colonización” de ciertos espacios de la gestión pública, etc.
— ¿Cuáles son las mayores consecuencias que vemos hoy por el peso prominente del capital extranjero?
— Como en gran parte de los países periféricos, la Argentina ha sufrido en su historia varias oleadas de penetración de capitales foráneos, las cuales han sido estimuladas, entre otras cosas, por la aplicación de marcos normativos plenamente funcionales a la expansión extranjera. Ahora bien, ese lugar destacado del capital extranjero en el seno del poder económico local se asocia también a su presencia decisiva en aquellos sectores que en cada período estudiado definieron las condiciones para la acumulación y la reproducción ampliada del capital en el país. La centralidad estructural del capital extranjero cobra una entidad mayor si se pondera el papel que suele asumir en el financiamiento externo de una economía dependiente, así como en el desfinanciamiento por múltiples vías (remisión de utilidades, pagos de intereses, regalías y patentes, establecimiento de precios de transferencia en operaciones de comercio exterior y financieras).
— ¿Es posible que el nuevo poder económico de la Argentina logre reducir el nivel de dependencia?
— En la mayor parte de América Latina, y particularmente en la Argentina, el grueso de los sectores dominantes sigue asentándose en buena medida sobre la explotación de las ventajas comparativas que ofrecen sus recursos naturales o en “nichos” de negocios regulados por el sector público. Consecuentemente, los Estados nacionales no han llevado adelante una verdadera política industrial. De allí que las distintas regiones de la periferia (Este de Asia y América Latina) ocupen hoy en día lugares tan disímiles en la división internacional del trabajo.
En tal escenario, difícilmente se encuentre entre las prioridades de las empresas trasnacionales el modificar sustancialmente el rol de la economía argentina en el mercado mundial, mucho menos cuando la misma casi no ofrece ventajas comparativas más allá de su abundante dotación de recursos naturales y ciertos ámbitos de acumulación privilegiados por las políticas públicas. Pero tampoco parece existir una burguesía nacional dispuesta a llevar adelante un proyecto de país distinto al que surge “naturalmente” de la tradicional división del trabajo a escala mundial. En definitiva, en este esquema no parece haber ninguna fracción de la gran burguesía que tenga interés genuino en impulsar la reconstrucción de un sistema industrial fuerte y moderno que le permita a la Argentina salir de su situación de dependencia, lo que constituye una de las principales trabas al desarrollo nacional.
Este contenido fue publicado originalmente en Otra Economía, la newsletter sobre economía circular, inclusiva y de triple impacto que edita Florencia Tuchin. Podés suscribirte en este link.