Vanesa Brizuela, Silvia Fría y Analía Ferreyra se conocieron hace más de seis años en un grupo de contención para mujeres de la organización católica Cáritas, en Río Tercero (Córdoba). Allí, aprendieron a elaborar pan casero para el consumo familiar y hoy, junto a Soledad Fría, que se sumó después, llevan adelante el emprendimiento de panificados artesanales Proyecto Esperanza. Producen entre 160 y 180 kilos de chalitas —su producto estrella— por semana, los venden en varias localidades de Córdoba y generan ingresos para nueve personas. Una solución para la autonomía económica que se sostiene y crece por tres razones: la horizontalidad, la solidaridad, la red.
“Nos reunió Estela —referente de Cáritas de la parroquia Nuestra Señora de Lourdes—, éramos muchas mujeres que veníamos a hacer pan casero. Luego, decidimos probar otras cosas, como pizza, pan dulce, y una compañera comenzó con las chalitas. Ella después se fue, pero nos dejó la receta. Empezamos vendiendo en las ferias, era un producto que gustaba, que siempre salía”, cuenta Analía, una de las fundadoras del proyecto.
Las llamadas chalitas son una especie de grisines chatos que se ofrecen en cuatro variedades: con semillas, saborizadas, simples e integrales. Su elaboración es artesanal, no lleva aditivos ni conservantes. Por eso, las productoras son muy cuidadosas con el stock y el vencimiento: intentan producir lo que se vende.
“En los primeros tiempos, cuando teníamos una sola cocina de hogar, hacíamos 4 kilos por semana. Después pudimos equiparnos con hornos y aumentar la producción”, comenta Analía.
Desde Cáritas, Estela Daima y Adriana Micelli explican el proceso: “Cuando se inició el espacio de contención, en 2015, no pensamos que se transformaría en un proyecto de autonomía económica como este. Empezamos haciendo frazadas para pasar el invierno. Las que venían eran mujeres con distintas situaciones de vida y de vulnerabilidad: algunas habían sufrido violencia de género, muchas tenían la autoestima muy baja, la mayoría necesitaba trabajar”. En ese contexto —comentan— surgió la idea de hacer pan. Entonces, la Municipalidad de Río Tercero les brindó un taller de panificados. Llegaron a asistir 40 mujeres que, casi en un 60 %, eran jefas de sus hogares.
Con la colaboración de voluntarias y el apoyo del municipio, lograron comprar el primer horno pizzero. En 2019, a través del programa nacional de desarrollo local y economía social Manos a la Obra, consiguieron un subsidio no reintegrable para la compra de equipamientos e insumos: sumaron más hornos industriales, amasadoras, una batidora, una sobadora y bandejas.
“En paralelo, fuimos avanzando con capacitaciones sobre la correcta manipulación de alimentos, sobre cooperativismo, y también sobre cuestiones de gestión y organización de negocios”, comenta Yamile Atanasoff, una de las permanentes colaboradoras del proyecto. En este sentido —explica— el trabajo en red con distintos profesionales de la ciudad, organizaciones e instituciones fue clave en el despegue del emprendimiento. Hoy, tres años después de las primeras preparaciones, venden las chalitas, además de otros productos de panadería, como budines y panes, a más de 50 locales y familias de la ciudad de Río Tercero, y de las localidades cercanas de Almafuerte y Villa Ascasubi.
Una alternativa a la falta de trabajo
El Proyecto Esperanza fue, primero, un lugar de diálogo y escucha. El espacio se sostuvo en el tiempo por el empuje de quienes querían seguir encontrándose. Luego, se transformó en una fuente de trabajo.
Actualmente, lo sostienen 14 personas. Las fundacionales son las cuatro que cocinan y también se encargan de las tareas administrativas y de producción. Ellas perciben un ingreso mensual que —en función de las horas que trabajan— es equivalente a un salario mínimo vital y móvil.
Cuando empezaron a subir las ventas, se sumaron dos jóvenes para ocuparse exclusivamente del proceso de empaquetado, Lourdes y Antonella. Esta última, además, se ocupa de la distribución de los productos en distintos comercios, restaurantes y casas de familia, junto a Natalia, Soledad y Alejandro: compran las chalitas a un precio mayorista y sacan una ganancia del valor final. A todo este equipo lo acompañan otras cinco personas que son colaboradoras y están nucleadas en Cáritas.
La lógica de organización es la de la economía social. “Todas sabemos hacer el trabajo de todas. Cuando una no puede venir, otra de nosotras la puede cubrir”, cuenta Vanesa. “Lo bueno del trabajo es que al ser autogestivo y colaborativo nos permite esa flexibilidad, además de que sigue siendo un espacio de contención”, agrega Analía. Cada una trabaja tres días a la semana en el emprendimiento, lo que permite compatibilizarlo con otros trabajos remunerados principalmente relacionados con el servicio de limpieza de casas particulares y con las tareas de cuidado dentro de sus hogares.
Lo colectivo y lo colaborativo —dice Soledad— son valores que hacen que el proyecto funcione. Antes de sumarse, ella trabajaba en una fábrica de sándwiches, que cerró; se quedó sin ingresos hasta que empezó a participar del proyecto.
La falta de empleo en Córdoba es un problema que afecta a toda la sociedad, pero principalmente a las mujeres: la provincia tiene uno de los índices de desocupación más altos del país. Según la Encuesta Permanente de Hogares Total Urbano, en el tercer trimestre de 2021 la desocupación en Córdoba fue del 7,94 % para los varones y casi el doble para las mujeres (15,50 %). Este valor está muy por encima de la media nacional: en ese período, la desocupación de las mujeres del total país fue del 9,05 %.
El tiempo que las mujeres dedican al cuidado es tiempo que no están usando para formarse o buscar trabajo: 6:31 horas diarias, casi el doble del tiempo que dedican los varones a estas tareas por día (3:40 horas), según los resultados de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo de 2021. La distribución desigual de las tareas domésticas y de cuidado en la sociedad es una de las principales causas por las que las mujeres, históricamente, tienen más obstáculos que los varones para insertarse o permanecer en el mercado de trabajo. La desigualdad laboral pesa un poco menos cuando la propuesta es la organización colectiva.
Horneado con amor
“Nuestro objetivo es que todas podamos vivir de esto”, dicen las emprendedoras del Proyecto Esperanza. Para eso necesitan seguir creciendo: para los próximos seis meses se proponen llegar a vender 250 kilos de chalitas por semana.
Con este propósito, el año pasado surgió la necesidad de trabajar la identidad del negocio. Comenzaron, entonces, a articular con Margarita Lina Reyna y Adalberto Lorenzati, dos docentes de la Escuela Superior de Artes Aplicadas Lino Enea Spilimbergo de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad Provincial de Córdoba (UPC). De manera conjunta, definieron el nombre y el eslogan del emprendimiento: “Proyecto Esperanza, panificación artesanal. Horneado con amor”.
“Los y las estudiantes de la tecnicatura de Diseño Gráfico trabajaron en el isologotipo, desde la materia Investigación para el Diseño, a cargo de Lorenzati. Fue muy valioso que conocieran un emprendimiento de características sociales. Les presentaron distintas propuestas a las emprendedoras y ellas eligieron la que mejor las representaba”, comenta Reyna y explica que ahora trabajan las alternativas de aplicación de la marca, por ejemplo, sobre papeles, indumentaria o tarjetas personales.
Lo que se inició como una simple colaboración terminó siendo un proyecto de extensión universitaria mucho más grande. Las asignaturas a cargo de Reyna que también aportan a este proyecto son Técnicas de Dibujo de Diseño Gráfico y Sistema de Representación de la tecnicatura universitaria Diseño de Interiores. “Son muchas las soluciones que pueden ofrecer las y los estudiantes para empujar el proyecto de estas mujeres. Reubicar los equipamientos, trabajar sobre los colores, la iluminación y otras condiciones del espacio, por citar algunas cuestiones, pueden hacer grandes cambios en la forma de trabajar”, explica la docente. A la inversa, para el alumnado, son prácticas profesionales.
IMAGEN 05 (en carpeta)
Este mes, las chicas de las chalitas tuvieron la oportunidad de ir a la UPC a presentar su emprendimiento, que crece sostenidamente. Sus objetivos están cada vez más cerca: avanzan en los trámites para registrar la marca y consolidarse como una cooperativa.
Lejos de olvidar las bases de la iniciativa que las unió, las chicas de las chalitas buscan transmitirles a mujeres que aún no son parte del proyecto-sus conocimientos sobre panadería y sobre organización colectiva y solidaria. Buscan “contagiar” lo que a ellas les sirvió para empoderarse. El Proyecto Esperanza es, también, el resultado de un círculo de amistad, crecimiento y aprendizaje.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.