Las luchas de las mujeres no solo recorren la historia, sino que también la diversidad de causas. Muchas han alzado su voz en el campo de la ciencia o en la materia de derechos legales. Sin embargo, hay una persona que se ha levantado por un tema que, si bien hoy ha ganado cierta visibilidad, años atrás estaba en segundo plano: la inclusión de las personas con discapacidad.
Nacida el 28 de junio de 1880, en la ciudad de Tuscumia, Alabama, Estados Unidos, Helen Keller con tan solo 19 meses presentó síntomas de una enfermedad que en su época la definían como congestión cerebro-estomacal. En la medicina de hoy, sería considerada como un sarampión, o meningitis.
Esta enfermedad le costó la salud ya que le dejó diversas huellas. Entre ellas, sordera, ceguera e incapacidad para hablar. Pero su inteligencia atravesaba palabras y miradas. Con tan solo siete años de edad, Helen ya había inventado más de 60 señas diferentes que podía emplear para comunicarse con su familia, según lo recuerda un artículo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México.
Fue en esos años cuando su madre se dio cuenta de su intelecto y decidió brindarle una educación formal. Así, la sometió a un examen con Alexander Graham Bell, un profesional muy reconocido en el área de los niños sordos. La derivó a Anne Sullivan, una graduada de la Escuela Perkins para Ciegos, quién se convertiría en su mentora y maestra de toda la vida.
Si bien al principio la niña se resistió a su profesora, esta se convertiría en una pieza clave para su evolución. Sullivan usó el tacto para enseñarle a Helen el abecedario y para formar palabras deletreándolas con el dedo sobre la palma de su mano. En solo 11 lecciones, Helen logró articular sus primeras cuatro palabras, algo imperfectas, pero palabras al fin.
“Sé que [Helen] tiene poderes extraordinarios y creo que podré desarrollarlos y moldearlos. No sé cómo lo sé. Hace poco tiempo no tenía ni idea de cómo ponerme a trabajar; andaba tanteando en la oscuridad; pero de alguna manera ahora lo sé, y sé que lo sé”, le escribió Anne Sullivan a Sophia Hopkins, la ama de casa de la Escuela Perkins, en un carta al principio de su tutoría con Helen, según The New Yorker.
De acuerdo con un artículo de National Women 's History Museum, después de un año Sullivan llevó a Keller a la Escuela Perkins de Boston, donde aprendió a leer en Braille y a escribir con una máquina de escribir especial. Tal era su avance que hasta los periódicos documentaron su progreso.
A su vez, inició un lento proceso de aprendizaje del habla con Sarah Fuller, de la Escuela para Sordos Horace Mann, también de Boston. Aprendió a leer los labios colocando los dedos sobre los labios y la garganta del interlocutor mientras le deletreaban las palabras simultáneamente, según lo recuerda la Enciclopedia Britannica.
Su camino atravesando su ceguera y su sordera estaba solo en el principio. A la edad de 14 años, se fue a Nueva York junto con su tutora donde mejoró su capacidad de expresión oral. Luego, regresó a Massachusetts (Boston) para atender a la Cambridge School for Young Ladies.
Nada parecía tener un límite en cuestión de educación para Helen Keller. Después de impresionar a Mark Twain con sus habilidades, este le pidió a su adinerado amigo Henry Rogers que le financiara sus estudios. “Su brillantez, penetración, originalidad, sabiduría, carácter y las finas competencias literarias de su pluma: todo está ahí", fue lo que exclamó Twain al leer a Keller según The New Yorker.
Con el apoyo económico y bajo la tutoría de Sullivan, Keller fue admitida al Radcliffe College en 1900 y se graduó en 1904 con honores. Allí escribió (literal y metafóricamente) historia: fue la primera persona sordo-ciega en obtener un título universitario e incluso antes de graduarse, ella publicó sus primeros dos libros La historia de mi vida (1902), que luego se convertiría en un clásico, y Optimismo (1903).
“Su memoria de lo que había escrito era asombrosa. Recordaba pasajes enteros, algunos de los cuales no había visto en muchas semanas, y podía decir, antes de que la señorita Sullivan hubiera deletreado en su mano media docena de palabras de los párrafos en discusión, a dónde pertenecen y qué frases eran necesarias para dejar claras las conexiones”, expresó John Macy, otro de los tutores de Helen durante su transcurso en Radcliff.
Así lanzó su carrera como escritora y literaria. Esa plataforma se volvió su principal recurso para visibilizar la causa que tanto le atravesaba: la inclusión de la discapacidad. Keller fue una de las primeras personas en hablar de la ceguera, una cuestión que era tabú en las revistas de mujeres ya que esta última estaba relacionada en muchos casos con enfermedades de transmisión sexual .
Edward W. Bok, editor, aceptó sus artículos para Ladies' Home Journal, y otras revistas importantes como, por ejemplo, The Century, McClure's y The Atlantic Monthly incluyeron a Keller en su agenda. Una revolución que había comenzado en la pequeña mente de Helen, ahora estaba circulando por diarios de alta relevancia. Las palabras, primeras negadas a ella por las circunstancias de la vida, ahora eran sus principales aliadas.
Logró publicar más obras como Luz en mi oscuridad y mi religión (1927), El diario de Helen Keller (1938) y La puerta abierta (1957). Todas ellas, autobiográficas, pero con el foco en visibilizar y derribar los prejuicios de las personas con discapacidad. Su vida era evidentemente la prueba de fuego. Una prueba de superación que, a lo largo de la historia, muy pocos lograron igualar.
Su activismo se materializó cuando empezó a dar conferencias, principalmente en nombre de la Fundación Americana para Ciegos, para la que más tarde creó un fondo de donación de 2 millones de dólares, según cuenta la Enciclopedia Britannica. Estas charlas la llevaron por muchos países como Japón, India, Israel, Europa, Australia. Todas sus visitas estuvieron especialmente dedicadas a la defensa de los discapacitados.
En 1920 fundó la Unión Americana de Libertades Civiles junto al activista de los derechos civiles Roger Nash Baldwin y otras personas. A través de esta asociación hizo muchos esfuerzos para mejorar el trato a los sordos y ciegos e incluso influyeron en la salida de personas con discapacidad de los manicomios.
Su vida, a diferencia de otras mujeres, estuvo caracterizada por diferentes menciones y distinciones. En 1964, Helen fue premiada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto reconocimiento para personas civiles otorgado por el presidente Lyndon Johnson. Un año más tarde fue elegida como La mujer del “Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
La escritora y oradora Helen Keller falleció el 1 de junio de 1967, a los 87 años de edad, en Easton, Connecticut, Estados Unidos. “Muchos miran sin ver. Y otros ven sin mirar”. No fueron sus últimas palabras, pero sí definitivamente unas palabras que simbolizan el poder del esfuerzo y del arte que vivió en ella. Y que nos dejó a todos.