Detrás de los números siempre estuvieron los hombres. Así fue históricamente. Sin embargo, las mujeres, en silencio, también. Opacadas por su rol en la sociedad, fue recién en este milenio que pudieron obtener una voz dentro de esta área de estudio. La primera distinguida: Elinor Ostrom.
Su historia comienza el 7 de agosto de 1938. Nació en Los Ángeles, California, en el seno de una familia trabajadora. Su llegada al mundo coincidió con un contexto sociopolítico particular: Estados Unidos estaba en medio de la depresión americana causada por la caída de la bolsa. Pero, a su vez, la Segunda Guerra Mundial estaba tocando la puerta. Este escenario marcó a Elinor, quien durante su infancia tejió bufandas para los soldados que estaban en batalla.
A pesar de que su familia no tenía muchos recursos, fue a una escuela en Beverly Hills donde asistían en su mayoría estudiantes de alto nivel socioeconómico. En ese contexto se introduje en el pensamiento crítico.
Al terminar el secundario, casi todos sus compañeros iban directo a la universidad. Ella logró entrar a la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Hoy es una de las más reconocidas del país pero, en ese entonces, la eligió porque era accesible y más económica en comparación con otras. Durante sus estudios trabajó de todo lo que pudo para poder pagar los semestres. Se graduó (sin deudas) en 1954 con un título de Ciencia Política: fue la primera persona en su familia en completar la universidad.
“Cuando empecé a buscar trabajo después de graduarme, me chocó que los futuros empleadores me preguntaran inmediatamente si sabía mecanografía y taquigrafía. En aquella época se suponía que el trabajo adecuado para una mujer era el de secretaria o profesora”, contó en un artículo autobiográfico Elinor. “Afortunadamente, conseguí un puesto como subdirectora de personal en una empresa que nunca había contratado a una mujer para nada que no fuera un puesto de secretaria”, recordó.
Pero su formación académica no terminaría allí. En 1957, luego de algunos años de experiencia laboral, regresó a la UCLA para cursar un posgrado y un doctorado en Ciencia Política. Su admisión, sin embargo, no fue fácil. En la época no está bien visto que las mujeres tuvieran un nivel superior de educación y la institución no quería innovar en este sentido. “Aprendí a no tomarme los rechazos iniciales como obstáculos permanentes para seguir adelante”, reflexionó Elinor sobre este período de su vida.
En 1962 se graduó de la maestría y en 1965 obtuvo el título de doctora. En un seminario dictado Vincent Ostrom —con quien se casó un año después—, se interesó en la acción colectiva para administrar de manera sostenible los recursos naturales compartidos. En detalle, junto con un grupo de compañeros estudió una cuenca de agua subterránea en el sur de California.
Allí, según explica un artículo del FMI, el volumen que extraían las comunidades era excesivo, y en la cuenca comenzaba a filtrarse agua salada. A Elinor le fascinó la forma en que la gente de jurisdicciones coincidentes que dependían de ese acuífero encontraron incentivos para dejar a un lado sus diferencias y resolver el problema. Eligió esa colaboración como tema de su tesis doctoral, sembrando la semilla de su futura labor sobre lo que denomina “recursos de bienes de acceso común”.
Al poco tiempo de casarse, Vincent recibió una oferta para trabajar como profesor en la Universidad de Indiana, ubicada en Bloomington. Elinor decidió seguir sus pasos ya que era muy difícil que alguien la quisiera contratar en California. En Indiana recibió una oferta para enseñar en la cátedra de Administración de los Estados Unidos. Empezó como profesora asociada para recién entrantes y más tarde le preguntaron si podía enseñar a los que cursan maestrías.
A la par, junto a su esposo, en 1973, desarrolló para la universidad un Taller de Teoría Política y Análisis de Políticas, actualmente un centro de investigación. “La lógica de nuestro taller siempre fue que hubiera una variedad de estudiosos de la economía, la ciencia política y otras disciplinas que trabajaran juntos tratando de entender cómo los acuerdos institucionales en un conjunto diverso de entornos políticos ecológicos y socioeconómicos afectan al comportamiento y a los resultados”, explicó.
En el taller, uno de sus primeros proyectos fue el estudio de la estructura y el comportamiento del sector policial en diferentes áreas metropolitanas de los Estados Unidos. La investigación duró 15 años y concluyó que contar con un gran volumen de efectivos no hace que el trabajo que realicen sea mejor. “Nunca encontramos un departamento de Policía con más de 100 agentes capaz de superar a uno mediano con 25 a 50 agentes”, confirmó.
De acuerdo con la Enciclopedia Británica, en la Universidad de Indiana, también fue catedrática de la Escuela de Asuntos Públicos y Medioambientales (1984-2012) y en la Arthur F. Bentley de Ciencias Políticas (1991-2012). A su vez, de 1996 a 2006 fue directora fundadora del Centro para el Estudio de las Instituciones, la Población y el Cambio Medioambiental de la universidad.
Durante su trayectoria, logró ser autora o coautora de varios libros, entre ellos Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action (1990), Understanding Institutional Diversity (2005), Linking the Formal and Informal Economy: Concepts and Policies (2006), y Understanding Knowledge as a Commons (2007).
En 2009, fue reconocida con el Premio Nobel por su investigación realizada junto con su colega Oliver E. Williamson y se consagró como la primera mujer en obtener tal distinción. En particular, con su estudio mostró cómo los recursos comunes —bosques, pesquerías, tierras de pastoreo y agua de riego— pueden ser gestionados con éxito por quienes lo usan, más que por el Estado o el sector privado.
“No hay razón por la cual creer que los burocráticos y los políticos, sin importar cuán buena sea su gestión, sean mejores resolviendo los problemas que las personas que los transitan, que son los que tienen el mejor incentivo de hacerlo de manera correcta”, afirmó Elinor sobre su teoría. “Estamos ignorando lo que los ciudadanos pueden hacer y la importancia de su involucramiento”, profundizó.
Según explica un artículo del FMI, Elinor no era una economista tradicional. De hecho, si ese mismo día en 2009 preguntabas a los expertos si habían oído de ella quizás muchos hubiesen respondido de forma negativa. Pero, de acuerdo con George Akerlof, ganador del Nobel de Economía en 2011, a Elinor le interesa la manera en que se forman las normas sociales y cómo hacer que se cumplan. Eso, en definitiva, es “la materia ausente” en la ciencia económica.
“Elinor Ostrom desafió la concepción tradicional de que la propiedad común está mal administrada y llegó a la conclusión de que los resultados son con frecuencia mejores que los predichos por las teorías estándares. Observó que quienes utilizan los recursos frecuentemente desarrollan sofisticados mecanismos de decisión y cumplimiento de las normas para manejar conflictos de interés, y caracteriza las reglas que promueven resultados positivos”, dijo la Academia del Premio Nobel en relación a Elinor.
Ella, sin embargo, expresó que su objetivo no era ganar un Premio Nobel y que, en consecuencia, esto no afectaría su hambre por la investigación. De hecho, la ejerció hasta el último momento que pudo. En junio de 2012, tan solo tres años después, Elinor falleció a sus 78 años a causa de un cáncer de páncreas. Hoy es recordada como aquella académica que logró incomodar a los sistemas ya establecidos, dándole un foco importante a algo olvidado por muchos dirigentes: las personas.