Si tuviésemos que nombrar a una persona pionera en la medicina de nuestro país por supuesto a muchos se les vendría a la cabeza René Favaloro. Y no están errados, pero sí, quizás, sesgados. Antes de este gran profesional hay una mujer que innovó a esa escala en tiempos donde no había un lugar para ella en la sociedad.
Cecilia Grierson nació el 22 de noviembre de 1859 en Buenos Aires en el seno de una familia donde la migración estaba presente: su padre era descendiente de escoceses y su madre de Irlanda. Pasó gran parte de su infancia en zonas rurales de Uruguay y Entre Ríos, donde sus papás se dedicaban al campo.
Desde chica tuvo acceso a una buena educación. Sus padres la mandaron a colegios ingleses y también ellos contaban con una amplia biblioteca donde la joven podía indagar y cultivarse. Pero, según informa El Historiador, tras la revolución de Entre Ríos de 1870, los negocios de la familia comenzaron a declinar y Cecilia, con apenas 10 años, debió ocuparse de sus hermanos menores.
Dos años después la tragedia llegó a la puerta de la familia Grierson. Su padre se enfermó gravemente y Cecilia se encargó de cuidarlo. Pero falleció sin remedio. Esto puso más peso sobre la joven y tuvo que encargarse ahora también de la economía de su hogar. Con 14 años ya era docente en la escuela rural que su madre abrió dentro de su campo para generar más ingresos.
Su camino, entonces, parecía ser la docencia. De hecho, cuatro años después de la muerte de su padre viajó a la capital para completar estudios como maestra. Mientras estaba allí, debió ejercer como niñera y institutriz para sostenerse. En 1878 obtuvo un título formal como docente y consiguió un cargo en la escuela mixta de la parroquia de San Cristóbal.
Pero la vida es impredecible y Cecilia no fue la excepción a la regla. Al poco tiempo, una amiga muy cercana, Amelia Kenig, se enfermó con un trastorno respiratorio crónico, un acontecimiento que le tocó muy de cerca. Se dio cuenta que su vocación no estaba en ayudar a los niños, sino más bien en ayudar a su amiga (y a los enfermos). Así, tomó la decisión de dejar de lado su costado pedagógico y dedicarse a la medicina.
Hasta el momento, era un rubro exclusivo de los hombres. De hecho, nunca antes en América Latina una mujer había pensado en inscribirse en la carrera. Para matricularse en la facultad Cecilia tuvo que presentar un argumentario escrito con las razones por las cuáles creía que debía incorporarse a la universidad, según lo recuerda Mujeres en la historia.
Pero había un requisito con el que tuvo que luchar: haber aprendido latín en el colegio. Esta era una regla un poco engañosa, ya que esa lengua solamente se enseñaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires, al que solo podían asistir hombres. Con sudor y sin saber latín, Cecilia logró ser admitida.
Este fue el primer hito en su extensa carrera como médica. Su paso por las aulas de la universidad fue más grato de lo que esperaba. “Las dificultades que he encontrado en mi carrera son menos de las que esperaba; solo palabras de gratitud tengo para mis maestros, mis condiscípulos y amigos”, escribió en su tesis final de grado que enfocada en las "Histero-Ovariotomías", una operación ginecológica muy compleja.
Como era de esperarse, consiguió el título al mismo tiempo que sus compañeros y casi todos los prejuicios quedaron atrás. El 2 de julio de 1889 se graduó en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires y se convirtió en la primera médica argentina. Una impulsiva decisión a partir de un hecho que la conoció de cerca la llevó a escribir la historia de una manera que quizás nunca hubiera imaginado.
Mientras estudiaba ya había empezado a poner en práctica todos sus conocimientos y a enfocar su especialización en ginecología y obstetricia. En 1886, un brote de cólera invadió las calles de Buenos Aires, por lo que los estudiantes de medicina fueron solicitados para prestar servicios. De esa forma, Cecilia se dio cuenta que tenía una idea para incorporar su profesión anterior con la salud: educar enfermeras.
“El mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren es colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud”, reflexionaba, de acuerdo con un artículo del Gobierno Nacional. Así, fundó la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino, con ese mismo objetivo.
Esta sería la primera de muchas otras asociaciones que Cecilia fundaría con el foco puesto por y para la mujer. Algunas otras fueron: en 1891, la Asociación Médica Argentina; en 1892, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios; en 1900, el Consejo Nacional de Mujeres; el mismo año, la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras; y en 1910, el Congreso Argentino de Mujeres Universitarias.
También quiso dedicarse a la docencia en la Facultad de Medicina. En 1894 aplicó para ser la profesora sustituta de la Cátedra de Obstetricia para Parteras en la Facultad de Medicina y, aunque no haya tenido ningún contrincante, las autoridades la declararon nula porque antes que una mujer preferían no elegir a nadie.
Si bien este fue un claro obstáculo para ella, encontró la manera de ejercer la docencia universitaria desde otro lado. En 1897 publicó Masaje Práctico, un libro precursor de la técnica kinesiológica y así dictó cursos sobre Gimnasia Médica y Kinesioterapia en la Facultad de Medicina (entre 1904 y 1905). También se desempeño como adscripta a la Cátedra de Física Médica y Obstetricia, de acuerdo con un artículo de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires.
Dentro de su legado se encuentran otras obras en las que explora las dificultades del cuidado de las personas con discapacidades. Su libro La educación del ciego hace un gran foco en esto y, además, en su carrera se destacó como figura en la Comisión de Sordomudos del Patronato de la Infancia.
En 1899 viajó a Europa para completar sus conocimientos. Participó en Londres del Congreso Internacional de Mujeres, que, dicho sea de paso, la eligió vicepresidenta. También realizó en París cursos de perfeccionamiento en Ginecología y Obstetricia, según informa un artículo de la Biblioteca Nacional de Maestros y Maestras.
Desde la docencia y la medicina, Cecilia se dedicó a potenciar y cultivar a las mujeres, así como a luchar por los derechos que les corresponden. Lo hizo en su viaje al viejo continente y después lo retrató en Argentina desde su enfoque y su motivación por educar a las mujeres.
El 10 de abril de 1934 falleció. Sus últimos años, desde 1927, los pasó en Los Cocos, una región en Córdoba, donde vivió a duras penas con una jubilación que definitivamente no le hacía justicia a todo el trabajo y la relevancia que había tenido en la sociedad. “Hay que despertar corrientes de bondad”, es el mensaje que una vez le dijo la médica a una amiga cercana. Ella sembró la semilla, las argentinas hoy continúan su legado.