El barroco fue uno de los períodos más importantes en la historia del arte. Esta nueva concepción y estilo de pintar se destacó principalmente por cuadros recargados, expresiones de las pasiones internas, la extravagancia, el detalle y los excesos. Artistas como Caravaggio o Velázquez son los referentes de este período. Pero, como siempre, hubo más.
Allí, perdida en la historia, se encuentra Artemisia Gentileschi. Nacida el 8 de julio de 1593 en Roma, Italia, venía de una familia donde el arte se vivía de cerca porque su padre, Orazio, era un pintor de origen pisano. La casa familiar estaba anexada al taller de él, espacio en el que elaboraba sus cuadros y donde, evidentemente, Artemisia descubrió su vocación, de acuerdo con National Geographic.
Su madre murió apenas a los 30 años, lo que llevó a la joven a hacerse responsable de sus hermanos más chicos y de los quehaceres de la casa. En un momento, su padre llegó a sugerirle y hasta insistirle que ella tome los hábitos y se vuelva monja. Pero ella, por más difícil que parezca en aquel entonces, tenía un sueño: ser artista.
Un poco negado, el padre aceptó este deseo. La época no le permitía a las mujeres tener ningún tipo de estudios en áreas dominadas por los hombres. Por lo tanto, su formación artística se desarrolló en su casa. Más bien, en el estudio de su padre y vigilada por él, sus hermanos y a veces la vecina. Una de las artistas más trascendentales del período Barroco había nacido.
Todo parecía ir encaminado. Los sueños de ser una gran figura de la época eran algo lejano, pero en la mente de Artemisia, posibles. En 1611, su padre había recibido un pedido especial de un cuadro y trajo al joven Agostino Tassi para que lo ayudara. Culminado el trabajó, Orazio le pidió a Tassi que le de clases de perspectiva, depositando en él absoluta confianza.
Esta alianza no terminó bien. Según cuenta un artículo de la BBC, cuando Artemisia tenía tan solo 18 años, el joven la violó. Un episodio que marcaría la vida de la artista para siempre. Tardó un año en recuperarse de la agresión y juntar fuerzas para ir a denunciarlo en público. Hecho que hoy muchas mujeres consideran asequible, pero en el siglo XVII era algo que pocas hacían (y sucedía mucho).
Al contarle el episodio a su padre, fue él mismo el que comenzó una denuncia ante la justicia contra Tassi. En esa épcoa, la violación sexual no se consideraba un delito contra la mujer, sino contra el honor a la familia. En este proceso, se dieron cuenta que el agresor tenía antecedentes, incluso de homicidio. Pero nada parecía ser suficiente para validar el abuso, ni siquiera el relato desgarrador de la joven sobre el episodio.
La opinión pública desconfiaba de las palabras de Artemisia y de la secuencia de los hechos. Muchos creen y afirman que había sido una relación consentida, cuando estaba claro que no había sido así. En el juicio, para ser validada, la joven tenía que demostrar que se había comportado de manera justa e íntegra.
Sin embargo, muchos testigos a favor de Tassi vinieron a decir lo contrario, lo cual perjudicó que se haga justicia. “Demasiado libre” fueron alguna de las palabras que usaron estos testigos para describirla. Ya perjudicada por el mero hecho de querer ser artista en su época, su palabra carecía de valor cada vez más.
Afortunadamente, aunque parezca raro, triunfó la verdad. El juicio se llevó a cabo en septiembre de 1612 con la condena de Tassi. La sentencia obligaba a cinco años de cárcel o al exilio. El abusador optó por lo último aunque no lo cumplió, ya que poco tiempo después gracias a sus contactos volvió a Roma. A pesar de esto, Artemisia ya había marcado una huella imborrable en la historia del feminismo: el pedido de justicia para las mujeres.
Un mes después, la artista se casó con Florentino Pierantonio. Un matrimonio arreglado por su padre pero que a los ojos de ella fue la puerta de salida para dejar Roma (la violación y a su agresor) y mudarse a Florencia para llevar adelante una vida más independiente y dedicada al arte.
Florencia era (y es) la cuna del arte, particularmente en ese período barroco donde todas las disciplinas, como también la poesía, la música y la literatura se dirigían hacia lo excéntrico, al detalle, al exceso. Su padre, según lo recuerda National Geographic, no tardó en mandarle una carta a la duquesa de la Toscana con la intención de introducir a su hija a los Medici.
“Me hallo con una hija hembra con otros tres varones, y esta hembra, habiéndose yo encaminado por la profesión de pintura, en tres años ha adquirido tanta práctica que puedo decir que hoy no hay nadie igual a ella", escribió. Para ese entonces, Artemisia ya había comenzado a crear en sus pinturas mujeres fuertes y sufridas, heroínas, víctimas, suicidas, guerreras.
Todo era una novedad. La mirada de una mujer no era algo común en el mundo del arte. De hecho, el 19 de julio de 1616 fue la primera mujer en la historia en entrar a la academia de Bellas Artes de Florencia, la institución conocida por sembrar artistas como el gran Miguel Ángel, entre otros nombres reconocidos de la época.
El cuadro más famoso de la artista lo realizó allí en Florencia. Llamado Judith decapitando a Holofernes, Artemisia retrato una escena bíblica (un recurso recurrente en sus obras) en la cual la viuda Judith, ayudada por su doncella, decapita a Holofernes, un hombre que se había obsesionado con ella.
Esta imagen luego fue reconocida como un símbolo de un triunfo de las mujeres sobre las injusticias. Algo que, por razones obvias, atraviesa de manera directa la vida de Artemisia. Según la BBC, muchos historiadores han descifrado en clave psicológica la violencia con que pinta la famosa escena, interpretándola como un deseo de venganza tras la agresión sexual que sufrió.
“En sus obras es frecuente la representación de mártires y grandes figuras femeninas, como Judit, Susana o Lucrecia, en esa búsqueda por reflejar el sufrimiento que la mujer padecía en aquella época, sometida al yugo masculino”, explica un artículo de la revista La Cámara del Arte. “Por todo ello, Artemisia es vista como un gran icono dentro del feminismo”.
Otra de sus pinturas más trascendentes es Susana y los viejos. Si bien la artista y sus obras estuvieron atravesadas por la agresión sexual, también la atravesaba su mera condición de ser mujer y la posición social. En 1610, previo a todo el episodio Artemisia había dibujado esta obra maestra.
El cuadro está inspirado en el relato de Susana, que se estaba tomando un baño cuando es interrumpida por dos señores que le proponen tener relaciones sexuales. Ella se niega y como consecuencia la denuncian por adulterio. Susana iba a ser ejecutada cuando el profeta Daniel descubre la verdad. La obra resultó ser una especie de presagio de lo que sería su vida poco tiempo después.
Artemisia llegó a conocer la fama. De hecho, una carta del secretario del Cosme II de Médici la definió como “una artista ya muy conocida en Florencia”. En 1630, decidió mudarse a Nápoles en donde recibió grandes encargos como, por ejemplo, de Felipe IV de España. Su nombre y reconocimiento la llevó a que en 1637 Carlos I de Inglaterra la invitara a su corte, en donde se reencontró con su padre que vivía allí.
Sin embargo, al poco tiempo volvió a Nápoles, donde residió hasta su muerte en 1654 causada por una plaga que invadió la ciudad napolitana. Antes de fallecer, se vio agobiada por deudas, que la llevaron a vender a mal precios sus obras y también a trabajar con un pintor siciliano, Antonio Ruffo.
Luego de su muerte, cayó en el olvido. Por más de 300 años, nadie destacó su nombre ni la influencia que tuvo durante este período tan importante del arte. Artemisia fue desenterrada recién en el siglo XX con la ola feminista de la década del 70 cuando las mujeres se decidieron a visibilizarla.
“Mostraré a Su Señoría Ilustrísima lo que sabe hacer una mujer”, escribió la artista en 1649 a uno de sus clientes, ya en sus últimos años. Esta frase, grabada a puño y letra, resume su historia: le mostró al mundo lo que puede hacer Artemisia Gentileschi, una mujer.