Hay una vastedad de piedras rojas y amarillas, pastos bajos y asombrosas especies autóctonas como la ranita de Valcheta, el pilquín y la mojarrita desnuda. Plantas como jarilla, alpataco, neneo y coirón pintan el territorio de la meseta de Somuncurá, una región que ocupa 25.000 kilómetros cuadrados en el centro-sur de la provincia de Río Negro y a cuyos pies se entrelazan los pueblos de la llamada “línea sur”.
La palabra somuncurá proviene de la lengua mapuche y su significado se basa en los términos somún, “que suena o habla”, y curá, “piedra”. Porque la meseta suena: por las rocas, los resistentes basaltos y por el viento.
Desperdigados en esta geografía, son varios los productores ganaderos que han tenido que atravesar y soportar grandes problemas naturales y económicos: desde sequías interminables y volcanes en erupción (como el Chaitén, en 2008, y el Puyehue, en 2011) hasta crisis inflacionarias y cambios de matriz productiva. La desolación, en los últimos tiempos, los alentó a buscar alternativas, ya que los campos despoblados atrajeron las visitas de los pumas y los zorros colorados, “las plagas” como ellos los llaman, que diezmaron rebaños y dejaron aún más orfandad.
En 2008, 18 productores ovinos ―que reunían siete establecimientos distribuidos en un radio de 60.000 hectáreas― se vieron obligados a dar una vuelta de tuerca a su realidad: “Turismo en la meseta de Somuncurá y la estepa rionegrina de la mano de los pobladores que la habitan”, tal como dicen en sus redes. En esta propuesta incluyen alojamiento y cena en sus propias viviendas, un recorrido por los rincones más atractivos del territorio y actividades variadas en esta geografía. Cada turista elige el plan y determina de cuántos días dispone. Así nació Meseta Infinita, una auténtica experiencia para adentrarse en este territorio.
La región está lejos de ser un escenario homogéneo y eso es lo que la hace atractiva para quien quiere conocer lugares nuevos. Hay una planicie ubicada a 1.050 metros sobre el nivel del mar, de difícil acceso por sus escarpados bordes. También hay cerros volcánicos (el pico más alto es el cerro Corona, que llega a los 1.680 m s.n.m.) y allí se entreveran lagunas, arroyos, quebradas y cañadones para el asombro.
Meseta Infinita se gestó, sobre todo, por un fenómeno natural que motivó cambios en la actividad habitual; a partir de 2005 hasta 2014, la región sufrió una de las sequías más grandes de la historia. “Me tocó llevar mis ovejas a la provincia de Buenos Aires, a un campo en la localidad de Stroeder, a 80 kilómetros de Carmen de Patagones, porque acá se morían. Pero, con lagunas vacías, seguimos haciendo turismo. Eso además nos hizo tener fe, ya que, al habernos juntado con otros productores, uno también hacía catarsis”, cuenta Miguel Lauriente, uno de los fundadores de Meseta Infinita.
Soñadores y emprendedores
Lauriente tiene 43 años, vive en la localidad de Los Menucos y es parte de una cuarta generación de productores ovinos. Él siguió el ejemplo de su padre Edgardo Néstor quien murió joven pero le dejó el legado de abrirse al turismo cuando la cosa se ponía brava. Hoy, junto a Susana, su mamá —quien se ocupa de la cocina y de la casa—, Lauriente recibe a los visitantes.
“Es mi tarea contestarle al turista, pasarle el presupuesto, preguntarle cuándo viene. Es algo que hago por teléfono y mediante correos electrónicos, que lleva bastante tiempo y que se va organizando y programando”, dice Lauriente.
Las semillas de este proyecto las dejó su papá: “Empezamos juntos, en 1998, con la cría de choiques y guanacos en cautiverio. En el campo La Caledonia, mi papá había hecho un quincho para los esquiladores. Mis padres recibían visitas de los chicos de escuelas de los pueblos cercanos, que venían a ver los choiques. Y eso les parecía lindo: les hacían tortas fritas, chocolate. Ya desde entonces mi padre pensaba en abrir las puertas al turismo, pero no contaba con otros productores que lo acompañaran. Sin embargo, con el tiempo hizo una casa nueva para el puestero y refaccionó la vieja, donde comenzó a recibir a turistas”, cuenta Lauriente, quien tomó la posta
Esto, que hoy ya está aceitado, fue concebido también con la ayuda de varios técnicos, quienes los ayudaron a organizarse y a generar alternativas como nuevas excursiones y contactos con ferias de turismo. Uno de ellos fue Juan Soria, asesor en desarrollo y economía social. “Recuerdo que Juan invitó a sus padres para que vinieran como turistas y esto nos sirvió para calcular el tiempo que nos tomaba buscar y trasladar a los visitantes en cada una de las visitas. Y así poner tarifas a nuestra oferta turística”, rememora Lauriente. Además, valora el gran aporte de la técnica Eugenia Ordoñez, que fue la más importante y clave en varios períodos y con quien sigue en contacto. Ella es consultora en desarrollo territorial, turístico y rural. También contaron con el aporte de un cura, Fernando Rodríguez, quien tiempo antes había ayudado a formar la cooperativa de artesanas en telar mapuche.
―¿Tuvieron detractores o trabas?
―En general, no, aunque sí tuvimos en contra la idiosincrasia de la zona. Algunos se nos reían y nos decían 'quién va a querer venir acá'. Uno conoce el campo con sufrimiento, con frío, ha visto a la familia de uno padecer. Y algunos nos tildaron de locos, de infantiles, qué van a hacer turismo. Sin embargo, no dijeron más nada cuando empezaron a ver ciertos progresos. Por ejemplo, Eusebio Calfuquir, otro productor que está en la misma meseta, también sufrió la sequía pero no tuvo tanta mortandad como tuvimos en la parte de la estepa. Eso hizo que permanecieran un poco mejor las ovejas y le permitió avanzar un poco más y pudo mejorar la casa, empezó a hacer comedor y baño. ¡Comenzó con una letrina y una carpa y ahora tiene paneles solares!
Lauriente cuenta que al principio la idea era poner un 5 % de los ingresos para el grupo y, en algunos casos, ciertos integrantes no estuvieron de acuerdo y abandonaron la actividad al poco tiempo. Hoy, algunos de ellos, como es el caso de Lauriente, tuvieron que cambiar de la producción ganadera ovina a la vacuna, además de desarrollar el emprendimiento turístico
“Si bien el turismo es muy esporádico, uno cuando llega una visita tiene que tener más ordenada la casa, tratar de no tener otras actividades”, relata. Y sabe que sus familiares y amigos ya saben: si tiene turistas, no pueden contar con él. “Desde que llevamos adelante esto, guardamos las mejores frazadas, vamos mejorando cosas y seguimos haciendo cursos”, narra.
En los comienzos, los turistas pasaban el día en la meseta en carpa y se bañaban en la casa de Lauriente. “La mejor casa que yo tenía la dejé para el turismo, con los muebles de mi abuelo, con ese valor afectivo”, cuenta el productor.
En general, las actividades más requeridas por los viajeros son el avistaje en la meseta, la recorrida por campos y trekking. En promedio, reciben unas 30 o 40 visitas por temporada (de octubre a marzo) que pueden ser parejas, familias o grupos de cuatro personas.
Para tener una idea de la inmensidad de la zona, cuando los viajeros salen de Los Menucos para la excursión a la meseta demoran tres horas y media. Son 88 kilómetros: los primeros 70 kilómetros se hacen en coche hasta Comicó, paraje que está al pie de la meseta. Las otras dos horas son para recorrer los últimos 18 kilómetros hasta arriba y así llegar al campo de Eusebio Calfuquir Los Flamencos.
Otra punta del ovillo
Sandra Martínez llegó a los 8 años a Sierra Colorada, el pueblo de 2.500 habitantes donde hoy reside. Antes había vivido en el campo de su abuela, en el paraje Queupu Niyeu, distante a unos 60 kilómetros. Hoy, Martínez tiene 44 años y es considerada una de las mejores hilanderas del sur del país. Hace distintos tipos de hilo y se perfeccionó con cursos que tomó en Bariloche. Su arte a veces se vuelve difícil de vender, confiesa.
Por eso, en 1994 armaron un grupo de artesanas y comenzaron a trabajar para gestar una cooperativa. En algún momento, llegaron a ser 150 mujeres en la región, consiguieron la lana lavada y peinada y progresaron a fuerza de compromiso.
Por estos días, ella es una de las más activas integrantes de Meseta Infinita, ya que habitualmente aporta sus conocimientos sobre telar en los talleres para turistas y también porque es propietaria de un hospedaje: en 2017, inauguró Peuma, que quiere decir “sueño” en mapuche y que está listo para el turismo.
Martínez recuerda que antes de la pandemia todo estaba organizado para poder recibir al gran número de turistas que llegarían a fines de 2020 atraídos por el eclipse solar, un fenómeno que ocurrió el 14 de diciembre y que se pudo ver solo en Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, Paraguay y Argentina. Esta zona rionegrina fue uno de los sitios privilegiados para la observación. Martínez, como muchos otros, estaba alerta a la llegada del turismo nacional y extranjero.
Pero, más allá de las intenciones, una vez más la naturaleza dejó truncos sus proyectos con la llegada de la COVID-19. “Estuve cinco meses con el hospedaje cerrado. Después tuve muy pocas personas que se alojaron, gente que venía a trabajar”, recuerda. Hoy, pasadas las restricciones, Martínez amplió su lugar y tiene todo dispuesto para recibir a los viajeros.
En el marco de Meseta Infinita, una de las actividades más requeridas por los turistas es conocer el trabajo de las artesanas; si toca en la época, se puede ver la esquila, el lavado, hilado y el armado de un telar mapuche. Se puede tomar un taller y ser parte de la confección de algunos puntos de un telar.
Expectativas reales
Si hay algo que tienen claro Lauriente y otros emprendedores que lo acompañan en Meseta Infinita es que es un emprendimiento “a pulmón” y que es imprescindible tener otra actividad paralela, ya que los servicios turísticos se ofrecen solamente entre octubre y marzo.
“Si se tiene una economía de base, me parece que uno va a poder hacer el turismo mejor, porque tendrá buenas instalaciones y una mejor predisposición anímica”, resalta Lauriente. “Tuvimos que dejar la oveja, algo que nunca imaginé abandonar. Uno ha estado medio de capa caída, pero ahora con el tema vacuno ve una esperanza. Mientras tanto, yo estoy refaccionando el baño y adaptando animales al campo”, confiesa.
―¿Cómo es un día tuyo en el contexto de las actividades de Meseta Infinita?
―El que trabaja en el turismo es el que primero se levanta y el último que se acuesta. Uno tiene que estar listo para el desayuno, para acondicionar la casa con calefacción, porque en marzo hace frío. Uno habla y charla tanto con los turistas que termina el día con la voz tomada. Las cenas se comparten, se termina un poco agotado pero con la satisfacción de hacerlo con ganas. Es algo que uno quiere seguir haciendo. También uno aprende a conocer la realidad de otras regiones. De sus trabajos, gente del extranjero, la charla es muy interesante. A mí me da gusto abandonar mi actividad propia de campo, es reconfortante. No solo abrimos la tranquera del campo sino las puertas de nuestras casas. Y el turista lo valora mucho.
Meseta Infinita en números
-Actualmente son cinco campos que cubren una superficie de 60.000 hectáreas en la zona de la meseta y parte de la línea sur de la provincia. Entre las localidades que la integran están Los Menucos y Sierra Colorada.
-Arrancaron con una F100 para hacer logística y con una Hilux 99 para los traslados.
-Cuando las lagunas están llenas, hay bandurrias, patos, flamencos.
-En el campo de Lauriente, hay pinturas rupestres y antiguos picaderos de flechas, donde se juntaban pobladores originarios del sur.
-Hay un sitio llamado La Arboleda que tiene un recorrido de un día y es lo que llaman el “mar de la estepa” porque hay fósiles marinos de 65 millones de años. En Caita Có, hay fósiles de dinosaurio(cáscaras de huevo de dinosaurio fosilizadas).
-En épocas de sequía, las actividades de turismo le representaron a Lauriente un 20 % del ingreso total del establecimiento.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.