Postales de la contracultura
Osvaldo Baigorria
Editorial
Uno (mi comentario)
En la portada hay un mapa. El de la costa oeste norteamericana está marcado con una línea y una flecha de sur a norte. Para arriba es donde se fue, un día de 1974, Osvaldo Baigorria y tardó once años en regresar. No sólo se fue a un lugar. Ese espacio geográfico que va desde California hasta los bosques de Canadá fue un momento de la historia del siglo XX: la contracultura norteamericana. Es un viaje como busca existencial que recorre todos los estadios de esa deriva: la supervivencia, el entretenimiento, la introspección, la política, el riesgo, las alucinaciones. Una vida a la intemperie que se fue llenando de episodios, de actos, como una película. La escritura de Baigorria no se olvida de que es poeta pero, también, se desliza a lo cinematográfico. El texto es un guión de cine de una película jamás filmada. Sólo en nuestra mente se van armando esos cuadros y cambios de escenas, al tiempo que lo leemos. Hay fotos. Magníficas imágenes que fue sacando con dos cámaras, una Pentax y una Leica. Pancartas, manifestaciones, reuniones comunitarias, retratos, inscripciones en las paredes, paisajes sirven para el collage que tiene una vida propia. No ilustra lo escrito: lo refuerza, lo enmarca, incluso lo supera. Hay una, en particular, que es un buen ejemplo. Mejor, dos. La de su partida a Canadá con sus pocas pertenencias, un sombrero, el atillo al hombro, vestido con una campera un poco grande que de lejos parece un poncho. Alguien le toma esa foto pero está muy solo. Esa es la sensación. Si la foto habla menos de la denotación que del sujeto y desde Barthes es más una ciencia del sujeto que su descripción, aquí se cumpliría de maravillas ese registro. La otra, a pocas páginas, es la de un cartel de tránsito. En la zona boscosa de Canadá, en uno se puede leer “Argenta 9”. Los kilómetros que faltaban para llegar son pocos. El recorrido desde Argentina a Argenta estaba por concluir. Sin embargo, faltaba un poco de tiempo para el regreso a casa. Aunque en el viaje de Baigorria irse es más de uno mismo que del punto de partida.
Dos (la selección)
PLAN DE FUGA
Voy a ponerme aquí la máscara del fugitivo para lidiar con la época. Había razones para huir. Y había ganas de encontrar esa otra vida donde fuese posible. “La comunidad hip es una comunidad plena, una cultura, un modo de vida, una manera de existir”, postulaba el grupo anarco-situacionista King Mob en un artículo titulado “Autodefensa” en la revista Eco Contemporáneo 13, de 1969. Todo eso fue llegando al mercado del libro pocos años más tarde. Tusquets publicó en 1972 Las comunas. Alternativa a la familia de Josep María Carandell, en el que se informaba sobre el movimiento comunero, los matrimonios colectivos, la nueva sensibilidad, etc. Anagrama publicó ese mismo año. La cultura underground de Mario Maffi en dos tomos, con su panorámica del liberacionismo, las vanguardias, el teatro de guerrilla, el underground cinema, etc, etc. Yo quería ver si era cierto. Más deseaba que lo fuese con todas mis fuerzas.
Tres
ANTITEORÍA RÁPIDA DE LA CONTRACULTURA
Aquí de pronto me frena una duda. Estoy demasiado cerca del objeto. Creo que esto es evidente: nunca he sido un teórico de la contracultura, más bien un práctico, y en eso a medias. Me río cada tanto al escuchar o leer que algunos refieren a "teóricos de la contracultura”. La contracultura no podía tener teóricos porque implicaba estar en contra de los especialistas en general, de los expertos, de los profesionales del pensamiento, de los que se ponen a organizar el mundo. Suponía rechazar la tecnocracia, el gobierno de los técnicos, el imperativo cultural dominante en la sociedad industrial-capitalista avanzada, con su sistema de consumo extendido, su poder absorbente y totalitario. Ese rechazo. incluía a los políticos como elite profesionalizada, a la política entendida como juego de poder entre jerarquías y espacios institucionales. Y en cuanto a los intelectuales... bueno, había autores que circulaban con mayor o menor influencia entre las elites más educadas o leídas: Herbert Marcuse y su hombre unidimensional, Gregory Bateson y su ecología de la mente, entre otros. Después venía los difusores/propagandistas/militantes como Theodore Roszak, Timothy Leary, Ken Kesey, Terence McKenna, etc. Y escritores de ficción como Carlos Castaneda o Ernest Callenbach, entre tantos ecos que décadas atrás eran letras, Ietanías, frases y decires. Pero en general, en lo contra-teórico, en lo contra-intelectual radicaba la propia "contra" de lo contracultural.
Cuatro
Por eso en el otoño del ’76 me fui al Bosque, a una zona que además era montaña. Al pie de la letra repetida de Thoreau: “Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente”, etc…etc. Enfrentar todo lo que esa deliberación tenía para enseñarme, y que cuando llegara el momento de morir no tuviera que descubrir que no había vivido. Aunque ya decir “por eso” suena demasiado pretencioso, alega un saber que en realidad es incierto. Había muchas otras razones para irse de la Ciudad.
Cinco
Sí tuvo influencia este grupo en mi abandono de toda búsqueda de empleo y la salida rumbo a la precariedad voluntaria y más tarde al viaje. Cuestionábamos todas y cada una de las instituciones y costumbres: familia, sexualidad, educación, propiedad privada, autoridad y, por supuesto, trabajo. De hecho, este fue uno de los primeros temas que abordamos en sesiones de “concientización”. Asesorábamos testimonios, leíamos, discutíamos. Teníamos certezas. El trabajo en cuestión no era el de la obra gratificante o guiada por el principio del placer, sino la faena impuesta, obligatoria, aquella a la que nos sentíamos forzados. “El reino de la libertad comienza allí donde termina el de la necesidad”, parafraseábamos en clave marxista libertaria. Veíamos esta diferencia: una cosa había sido la crianza en hogares obreros y otra en pequeño-burgueses: en los primeros, el valor-trabajo había sido impuesto por imperativo de supervivencia; en los segundos, por razones de ascenso social. En cualquier caso, ese valor había sido internalizado por presión externa en la socialización de cada cual. Por lo tanto, concluíamos, una revolución auténtica debería abolir el trabajo. Y si no podía abolirlo, debía reducirlo en forma progresiva. Esa reducción que -concedíamos- no podía realizarse sin un cambio en las relaciones de propiedad y producción, se apoyaría en un rechazo o recorte consciente de las pseudonecesidades del consumo compulsivo y sería sustentada por las comunas de servicios y/o vivienda que practicaban el apoyo mutuo (aquí entreba Kropotkin). En todo caso, la revolución debía ser total, interior-exterior, subjetiva y objetiva.
Seis
Así que algunas desobedientes empezaron a organizar grupos para reunirse a discutir temas de género -sobre todo en invierno, cuando el tiempo sobraba-. En Argenta se formó el Women’s Group y tengo entendido que lo mismo sucedía en otras comunidades rurales de los años 70 y 80. Las más radicalizadas propusieron que nadie debería parir hasta que toda la crianza quedara en manos comunes, en unidades de convivencia sustitutas de la familia. La teta se repartiría equitativamente entre todas, la mamadera o el biberón también. Esto era difícil de conseguir, en realidad no se consiguió en absoluto. Pero da una idea de las discusiones en la aldea.
Siete
Fucking feministas, obligaron a reformular las relaciones. Gracias al Women’s Group después surgió el Men’s Group. Acá íbamos todos, gays y heteros, célibes y bis. Era el mismo patrón de las reuniones de mujeres. A lo largo del invierno (que duraba como seis meses, recuerdo y reitero), una vez por semana, en casas diferentes, cada uno llevaba algo para comer y beber. Siempre había alguien más consciente o mejor dicho políticamente correcto y sabelotodo que le rompía pelotas a los demás -a veces me tocaba a mí esa función, a veces a otro, era algo que ocurría en automático-. Esto creaba resentimientos entre los menos enterados. Pero soy injusto con el sarcasmo hacia el método, porque algunos realmente se (nos) descubrieron a sí mismos en esas reuniones, se abrieron al homo o al autoerotismo, pudieron contar dramas de su pasado o de su presente, conflictos asociados a la exigencia de ser macho, de mostrar hombría, de cumplir el mandato del patriarca.
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