Primero fueron los Melocotoneros en flor de Vincent Van Gogh, cuando dos activistas del movimiento climático Just Stop Oil pegaron sus manos al marco de la obra para exigir al Gobierno del Reino Unido un plan para eliminar el uso de combustibles fósiles en 2030. Los jóvenes buscaban que “las instituciones de arte se unan a ellos en la resistencia civil", según difundieron en un comunicado.
Luego, apuntaron contra La carreta de heno de John Constable en la Galería Nacional de Londres. Sobre la obra, dos ambientalistas pegaron afiches con una versión propia de la misma imagen pero contaminada por el combustible de autos y aviones que incluyeron en la escena.
A esta acción le siguieron otras similares en una galería de arte en Glasgow, Escocia; otra de Manchester; y en la Royal Academy of Arts en Londres. Todas ellas con la misma finalidad: poner a la crisis climática en el centro de la escena.
En octubre del mismo año, los ecologistas de Just Stop Oil dieron un paso más: dos de ellos tiraron latas de sopa de tomate contra el cuadro Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres al grito de “¿Están más preocupados por la protección de un cuadro que de nuestro planeta?”. Una semana después, activistas del mismo grupo atacaron una obra de Claude Monet en Alemania y lanzaron comida a la estatua de cera del rey Carlos III, en el museo Madame Tussauds, de Londres.
Nuevamente en la National Gallery de Londres, pero casi un año después, otros dos jóvenes rompieron a martillazos el vidrio protector de la obra de Velázquez, La Venus del espejo.
¿Qué pasó en Stonehenge?
El último hecho fue el de Stonehenge, el monumento de 5000 años de antigüedad. El 20 de junio pasado, el día previo a las celebraciones del solsticio de verano que se realizan en el sitio histórico y convocan a miles de personas, los activistas de Just Stop Oil usaron pintura naranja para rociar las emblemáticas piedras del sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En la imágenes, difundidas por Just Stop Oil, se puede ver a dos personas vestidas de blanco pintando las enormes piedras mientras otra persona intenta detenerlos. “La harina de maíz anaranjada que utilizamos para crear un espectáculo llamativo pronto desaparecerá con la lluvia, pero la necesidad urgente de una acción gubernamental eficaz para mitigar las consecuencias catastróficas de la crisis climática y ecológica no”, dijeron los activistas durante la intervención. Sin embargo, English Heritage, la organización que protege el patrimonio británico está evaluando el impacto de esta acción sobre el monumento construido entre 3.100 y 1.600 a. C.
En sus redes sociales, el grupo reafirmó el objetivo de la acción, presionar para que “el Gobierno entrante firme un tratado legalmente vinculante para eliminar gradualmente los combustibles fósiles para 2030”. Inmediatamente, el actual primer ministro, Rishi Sunak se hizo eco y publicó en su cuenta de X “Just Stop Oil es una vergüenza”.
Muchas de estas acciones directas de la organización llevaron al activismo ambiental a los medios de comunicación del mundo. Rápidamente, los episodios en los que activistas atacan obras de arte y monumentos, tirando alimentos sobre ellos en forma de protesta comenzaron a multiplicarse en importantes museos y galerías de ciudades europeas. En efecto, cumplieron su objetivo: poner a la crisis climática en el centro de la atención pública.
Para los activistas de Just Stop Oil estas tácticas forman parte de una estrategia más amplia de “alertar sobre la inacción climática de los gobiernos, que no cumplen sus compromisos para reducir las emisiones que provocan el cambio climático”, y son inofensivas en comparación con el colapso climático al que se enfrenta el mundo. El interrogante es saber si estas acciones consiguen acercar la causa climática a más personas o generan una reacción opuesta, de rechazo.