La soledad es un estado que no depende necesariamente de la cantidad de relaciones sociales, sino que es subjetivo. Aunque hay distintas definiciones, en términos generales se describe un sentimiento doloroso de estar desconectado de los demás —lo que difiere del aislamiento, que es la falta objetiva de vínculos sociales—. Es decir, una persona puede tener vínculos sociales pero sentirse sola. La evidencia científica apunta a que un "cerebro solitario" puede contribuir a un mayor riesgo de obesidad y a la alteración de las conductas alimentarias.
De hecho, un reciente estudio del Centro de Microbioma Goodman-Luskin de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) buscó dilucidar los mecanismos neuronales que vinculan la soledad con las alteraciones en las respuestas neuronales al procesamiento de señales alimentarias. Los investigadores reclutaron a 93 participantes y notaron diferencias significativas en la actividad cerebral entre las mujeres que reportaron altos niveles de percepción de soledad y aquellas que reportaron niveles más bajos.
“Específicamente, cuando se les presentaron imágenes de alimentos azucarados y ricos en calorías, las mujeres que se sentían más solas exhibieron significativamente más actividad en las regiones del cerebro asociadas con los antojos y la recompensa (...) En términos de salud mental, los hallazgos revelaron que la soledad se asoció con peores resultados, incluida una menor resiliencia psicológica y mayores niveles de ansiedad y depresión. Estos problemas de salud mental podrían estar contribuyendo o exacerbando las conductas alimentarias observadas”, explicaron los autores en el paper publicado en JAMA.
Joary Pavón, nutricionista certificada en psiconutrición y formada en conducta alimentaria, trastornos alimentarios y alimentación vegetariana explica en diálogo con RED/ACCIÓN que “la alimentación es más que combustible para vivir, porque somos seres sociales y deseantes, sobre todo deseantes de placer”.
—¿Qué representa la comida a nivel emocional y social?
—La comida está íntimamente conectada con los recuerdos, las emociones, las sensaciones agradables, desagradables e incluso traumáticas. También la comida ha sido una manera de expresarnos culturalmente a través de rituales culturales, sociales, vinculares, como cumpleaños, navidades, celebraciones patrias. La comida es más que combustible porque fortalece las uniones personales, por ejemplo, en reuniones de trabajo donde hay comida involucrada o en una cita romántica. Cumple un rol importante porque fortalece los lazos comunitarios y nos une en nuestro contexto.
—¿Por qué recurrimos a la comida ante sensaciones o estados emocionales desagradables, como la soledad?
—Recurrir a la comida ante las emociones es algo normal, que hacemos desde bebés. Pero es importante diferenciar el comer "con ansiedad" y comer "por ansiedad". En el primer caso es por hambre, un cuerpo hambriento es un cuerpo ansioso. O también puede estar sucediendo que utilizamos la comida como un medio de liberar presión psicológica (a eso lo llamo hambre mental). Es decir, antes de poder decir que comemos por ansiedad o por emociones tenemos que diferenciar si estamos comiendo "con ansiedad" o "con hambre mental", porque en mi práctica profesional he descubierto que el gran porcentaje, diría que hasta un 90 % de lo que suele considerarse comer emocional es en realidad hambre. Si empezamos a comer más y de manera más regular ese comer emocional disminuye.
—Entonces, ¿en qué consiste comer “por ansiedad”?
—En principio, necesitamos ver que no todo es ansiedad. Se le llama “comer emocional” porque utilizamos la comida para transitar emociones, tanto placenteras como displacenteras. El acto de comer es un acto emocional per se, no lo podemos separar. Así como la sexualidad, que si bien es un tema muy amplio, no podemos separar el acto sexual de lo emocional. El acto de comer es lo mismo. Ahora bien, como cualquier acto humano, puede ser funcional o disfuncional.
—¿En qué consiste el acto de comer funcional o disfuncional?
—La primera puede ser comer por celebración, por alegría, por confort o por regulación de emociones displacenteras como la tristeza, la soledad u otras. Pero la comida no debería ser nuestra única ni principal herramienta y ahí es donde radica la diferencia con lo disfuncional. Lo disfuncional es, por ejemplo, cuando la usamos para distraernos de lo que estamos sintiendo, para sedarnos, autocastigarnos o castigar a otras personas. Es decir, no solamente es por ansiedad, es por muchas emociones.
Cuatro consejos
Si una persona identifica que sus respuestas ante la angustia, el estrés u otra emoción es la comida, Pavón da cuatro consejos:
1- Estructura flexible. Tener una estructura (realizar todas las comidas al día), una regularidad (que haya por lo menos 3 a 4 horas entre cada una) y suficiencia alimentaria (que estén todos los macronutrientes: carbohidratos, proteínas, grasa y fibra).
2- Nuevas herramientas. Desarrollar habilidades de afrontamiento emocional para que comer no sea nuestra única herramienta. Hacer terapia, encontrar otras maneras de regularnos y tener mucha compasión con nosotros mismos.
3- Comer de manera consciente. Aprender a detectar las señales de hambre, saciedad y satisfacción. Llegar a comer intuitivamente es un proceso y es necesario muchas veces que estemos acompañados por profesionales, especialmente si hay historial de trauma o si hay medicamentos que interfieran, aclara la nutricionista
4- Dejar dietas. Las dietas restrictivas y las reglas rígidas son la gasolina para el problema del hambre emocional. “Si nosotros ya estamos teniendo un problema de regulación emocional y a eso le sumamos un cuerpo hambriento tenemos una bomba de tiempo”, asegura Pavón.