Seleccionar la palabra correcta
La respuesta radica en los procesos que hacen posible la comunicación. Cuando hablamos, hacemos mucho más que transmitir información. Por ejemplo, a nivel mental, debemos seleccionar las palabras que representan las ideas que queremos comunicar, así como el orden en que vamos a producirlas, entre otras cosas.
Posiblemente piense que, en el día a día, no invierte mucho tiempo en planificar lo que va a decir y que hablar le resulta bastante automático. No se equivoca: a menos que esté realizando una tarea más demandante como escribir un artículo para The Conversation, las ideas activan rápidamente palabras. Con la misma facilidad, las colocamos ordenadamente en una frase que puede entender nuestro interlocutor.
Sin embargo, cuando nos expresamos en nuestro segundo idioma, las ideas activan palabras tanto en nuestra lengua materna como en la adquirida, y la selección del vocablo correcto se hace más complejo. Debemos frenar la activación automática de nuestro primer idioma (por ejemplo, tenedor) para poder producir ese otro término (fork) que usamos con menos frecuencia.
Al mismo tiempo, la representación mental de tenedor se volverá menos accesible en nuestra memoria y, la próxima vez que la necesitemos, llevará mayor esfuerzo mental recuperarla.
Este simple hecho requiere atención y esfuerzo cognitivo, lo que ha llevado a los psicolingüistas a investigar si esa mayor demanda en las llamadas funciones ejecutivas conlleva cambios a nivel cerebral y en el funcionamiento cognitivo de la persona bilingüe.
El bilingüe pensante
Encargadas de detectar y gestionar la interferencia de un idioma sobre otro, estas funciones ejecutivas también son responsables de nuestra conducta dirigida a metas, nos permiten supervisar tareas y ser flexibles y están en la base del comportamiento inteligente. Por lo tanto, se deduce que su uso continuado en bilingües podría mejorar su rendimiento en otros ámbitos.
Algunos estudios han encontrado que los bilingües tienen un mejor desempeño que los monolingües en tareas que requieren funciones ejecutivas. Esto se ha observado con mayor frecuencia en investigaciones que involucran a niños y adultos mayores, es decir, en personas cuya capacidad para dichas funciones está en desarrollo o en declive, respectivamente.
El bilingüe jubilado y su pensión
Pero, curiosamente, los estudios más interesantes en personas mayores no son aquellos en los que se ha encontrado que los bilingües realizan mejor ese tipo de tareas o que desarrollan enfermedades degenerativas cuatro años más tarde en comparación con los monolingües. Tampoco lo son los que indican que presentan mayor integridad en ciertas regiones cerebrales. Las investigaciones más sorprendentes son aquellas en las que los bilingües con el cerebro deteriorado rinden al mismo nivel que los monolingües sanos. ¿Cómo es posible?
Según los investigadores, es aquí donde entra en juego el concepto de “reserva cognitiva”. Esto implica que, en un cerebro dañado, el rendimiento mental se mantiene a un nivel adecuado. Podríamos decir que a los bilingües les queda una buena “pensión mental” una vez que su órgano pensante se jubila.
La letra pequeña
Hay otros hábitos que también parecen mejorar nuestra reserva cognitiva, desde las relaciones sociales hasta las actividades estimulantes. Sin embargo, debido a la existencia de resultados contradictorios, en la comunidad científica existe controversia sobre si hay o no un beneficio cognitivo real.
La pregunta que surge es en qué circunstancias nuestros hábitos, como hablar un segundo idioma, tocar un instrumento o montar en bicicleta, pueden no sólo mejorar nuestra calidad de vida, sino también preservar nuestras habilidades mentales y físicas en la vejez. En el caso del bilingüismo, se han tenido en cuenta factores como el nivel de dominio del segundo idioma, la frecuencia de uso de ambas lenguas, el contexto o la edad de adquisición.
Por ejemplo, en un estudio muy reciente se dividió a más de 700 participantes mayores en tres grupos según la edad en que habían comenzado a utilizar dos idiomas: personas que empezaron entre los 13 y 30 años, quienes lo hicieron entre los 30 y los 65 y, finalmente, aquellos que se iniciaron en el bilingüismo después de los 65.
Se encontró que, en comparación con las personas monolingües, las que pertenecían a los dos primeros grupos presentaron un mejor rendimiento. Esto sucedía no sólo en tareas que requerían funciones ejecutivas, como cabría esperar, sino también en actividades que evaluaban memoria y aprendizaje. Está claro: ¡hay que empezar a ahorrar antes de jubilarse!
Patricia Román, Profesora de Psicología Experimental, Universidad Loyola Andalucía
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.