Con más de 30 años dedicados a la consultoría política, Carlos Fara es experto en opinión pública, campañas electorales y comunicación de gobierno. Es presidente de Carlos Fara & Asociados desde 1991.
—¿Cómo se mide la opinión pública?
—Hay básicamente dos metodologías. La cuantitativa, que son las encuestas que se publican en los medios, en las que se miden opiniones sobre aprobación o desaprobación de una gestión, o sobre candidatos, y el resultado se expresa en porcentajes. Obviamente, esto tiene la limitación de que la gente responde sólo lo que uno le pregunta, sin que haya diálogo. En términos médicos, es como sacar una radiografía. Pero para profundizar a veces hace falta una tomografía computada, que son los grupos focales. Tienen no más de ocho personas y se reúnen durante dos horas, y un coordinador va haciendo preguntas sobre diversas cuestiones. El “apruebo” de la cuantitativa acá tiene matices: apruebo por tal razón, pero no me gusta tal otra cosa... Así se puede comprender mejor la solidez de los porcentajes de la cuantitativa.
—¿Por qué a veces las encuestas no aciertan, no sólo en la Argentina sino en el mundo?
—Lo primero que hay que comprender es que cambió el contexto social y cultural. Las encuestas fueron diseñadas hace como 90 años, en la década del 30, cuando todo era más estable: lo empresarial, lo cultural, lo político, lo social. El contexto se volvió más inestable, por los medios de comunicación y la velocidad de los cambios. La TV, internet y las redes sociales nos fueron volviendo más complejos y difíciles de predecir como ciudadanos. Además, las encuestas domiciliarias se dejaron de usar porque son caras, y las telefónicas tienen el problema de que hay menos teléfonos físicos en las casas. También menos gente contesta las encuestas por desinterés en la política y por descrédito de las mismas encuestas. Hoy se buscan maneras para compensar eso, pero todavía no hay metodologías consolidadas.
—¿Qué piensa la sociedad argentina ahora? ¿Cómo se compara con otros momentos?
—El estado de ánimo es negativo. Es en términos de incertidumbre y miedo más que de enojo, porque el problema que tenemos es global, aunque agravado por una situación local. La sociedad está pesimista sobre el futuro, angustiada. Busca alguna luz de esperanza ante la pandemia y sus efectos sociales económicos. Tampoco ayuda la conflictividad política dentro del oficialismo (la tensión entre el presidente y la vicepresidenta), que baja las perspectivas. El deterioro del salario en 2020 fue mayor al de 2001-2002, pero hay mucha menos conflictividad social. Eso tiene que ver con que hay un contexto mundial y con que estamos ante una sociedad con muy poca energía para reaccionar ante situaciones negativas.
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