En la larga historia de la humanidad, el feminismo es un movimiento reciente. No así la desigualdad estructural entre hombres y mujeres, presente en todas las civilizaciones, en todas las culturas y en todos los tiempos. También en el actual.
La única manera de avanzar en igualdad es educar en feminismo: conocer la historia de la lucha de las mujeres contra la discriminación por razón de sexo; entender la construcción social del género; identificar cómo los mandatos de género intensifican la desigualdad. También deconstruir las críticas en torno al feminismo que buscan descalificarlo o criminalizarlo y, con ello, desmovilizar a quienes toman conciencia de la desigualdad.
¿Qué es y qué no es el feminismo?
Una definición de feminismo es la que encontramos en la página web del Instituto Nacional de las Mujeres mexicano:
“Movimiento político, social, académico, económico y cultural que busca crear conciencia y condiciones para transformar las relaciones sociales, lograr la igualdad entre las personas y eliminar cualquier forma de discriminación o violencia contra las mujeres”.
La activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichi considera que “todos deberíamos ser feministas”. Pero en algunos contextos ser feminista no es popular.
Ser feminista es una amenaza para el statu quo. A quienes están en una posición de privilegio el feminismo puede molestarles. Por eso el feminismo es necesario.
¿Un objetivo logrado?
Desde la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, mujeres y hombres somos iguales en derechos, aunque no en su realización. De ahí que las Naciones Unidas todavía incluyan como un objetivo a alcanzar (el objetivo de desarrollo sostenible número 5 de su Agenda 2030) lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas. Este doble objetivo se considera la base para construir un mundo pacífico, próspero y sostenible.
En el imaginario colectivo patriarcal el feminismo y, en general, la actividad independiente de las mujeres ha estado cargada de sospecha, cuando no de represión, como ocurrió con la caza de brujas en el pasado.
La división sexual de roles, que se trata de explicar por razones biológicas ancestrales, sigue lastrando las estadísticas actuales en temas como la distribución desigual de los cuidados, la conciliación, los salarios, los techos de cristal o las agresiones sexuales. Sirvan los siguientes datos para mostrar la persistencia de la desigualdad:
Por este motivo, un libro de mediados del siglo pasado como El segundo sexo de Simone de Beauvoir sigue siendo un referente para defender la necesidad de un cambio que avance hacia una sociedad donde las mujeres no estemos en una posición subalterna.
El camino hacia la igualdad debe desarrollarse en un doble sentido: de arriba abajo, a través de políticas de igualdad; y de abajo arriba, en las actividades de la vida cotidiana. En ambos se precisa la educación en igualdad, es decir, la educación en feminismo.
Feminismo e igualdad
El feminismo no es lo contrario del machismo. No busca la supremacía de la mujer frente al hombre. Busca la igualdad entre hombres y mujeres.
Por este motivo, podemos afirmar que “todo lo que no es educar en igualdad, es educar en el machismo y el sexismo”. La división sexual de roles marca, a la vez que limita, a niños y niñas en su forma de ser y estar en el mundo. Cuando ayudamos a las nuevas generaciones de niños y niñas a ser conscientes de los estereotipos y mandatos de género estamos dando el primer paso para que puedan liberarse de ellos.
¿Cómo lograrlo?
Aprendemos a partir de los modelos que tenemos cerca. La socialización de niños y niñas es diferente y también la percepción que niños y niñas tienen de las características del sexo opuesto. Los mensajes que reciben unos y otras a través de los libros de texto, de los medios de comunicación y de otros agentes de socialización también es diferente. Por este motivo, educar en igualdad es un reto para las familias, las escuelas y para la sociedad en su conjunto.
Un reto que podemos afrontar con la coeducación y un enfoque de la masculinidad actualizado, que busque relaciones más justas e igualitarias entre hombres y mujeres a través de su mayor implicación en la prestación de los cuidados y las tareas reproductivas, que sea crítico ante el irrespeto y la violencia hacia las mujeres, y que participe activamente en defensa de los derechos de las mujeres. Es preciso reforzar la formación inicial y permanente en igualdad del profesorado y de todos los agentes educativos, es decir, toda la sociedad.
Los hombres también sufren el patriarcado
En el camino hacia la igualdad y en la lucha contra las diferentes violencias que sufrimos las mujeres es preciso señalar como responsable al patriarcado, del que somos víctimas hombres y mujeres.
Junto al poder y privilegios por razón de sexo, el patriarcado impone a los hombres modelos de masculinidad hegemónica o tóxica: represión de emociones o el ejercicio de la violencia contra las mujeres. Cuando nos enfrentamos a los retos del posthumanismo es tiempo de liberarse de la barbarie entre iguales.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.