No siempre es fácil tener conversaciones sobre feminismo con adolescentes y jóvenes; para muchos, tanto chicos como chicas, la desigualdad existió en un tiempo pasado, como en un país lejano y remoto.
Por ejemplo, en España, aunque la mayoría sí lo considera relevante a día de hoy, hay quienes afirman no haber experimentado la opresión del patriarcado. Un 28 % de las chicas asegura no haberse sentido nunca discriminada por razón de género. Para este porcentaje, todo está ya conseguido. Además, en los últimos cinco años estamos viviendo un aumento del antifeminismo entre los adolescentes, sobre todo de sexo masculino, que consideran que el feminismo ha impuesto un pensamiento único.
Es lo que llamamos “el espejismo de la igualdad”. A veces, en las aulas, se hacen bromas de mal gusto sobre las mujeres, el feminismo o la lucha por la igualdad argumentando que “ya estamos en otra pantalla”, desde el sexismo irónico o sexismo hipster. Un ejemplo de este sexismo hipster es el uso casual de palabras despectivas como zorra o puta para dirigirse a una compañera de clase, alegando que es “irónico”.
Así que uno de los principales retos del feminismo es hacer visible la desigualdad y las injusticias aún existentes en sociedades que han puesto fin a la mayoría de las desigualdades entre mujeres y hombres a nivel formal o teórico.
Y la tarea no es fácil, porque estamos familiarizados con los estereotipos y los roles de género que reglamentan la vida humana cotidiana. Algunos ni siquiera los vemos, son invisibles, los consideramos naturales o, incluso, inmutables. Y ahí reside una de las claves principales que explican el malestar y desacomodo de los adolescentes con el feminismo.
El primer paso: la toma de conciencia
Lo primero que tenemos que enseñar a nuestro alumnado es que el machismo existe y se manifiesta de muchas formas, a veces imperceptible. El primer paso para ver la injusticia y rebelarse contra ella es la toma de conciencia; es imposible solucionar un problema si antes no se reconoce que éste existe.
Por eso nos gusta utilizar la metáfora de “ponerse las gafas violetas”, cuya expresión acuñó Gemma Lienas en su libro El diario violeta de Carlota. En él, Lienas usa este término para referirse a cómo cambia tu mirada una vez has tomado conciencia de la opresión de las mujeres –y de los hombres– en el sistema patriarcal.
Acciones en educación primaria y secundaria
La educación es una parte fundamental para tomar conciencia de género. En estudios ya clásicos como Ni ogros ni princesas se encuentra la propuesta de que los centros educativos traten de corregir el desequilibrio que propicia la transmisión de tradiciones, prejuicios y estereotipos claramente sexistas. Ni la educación ni la socialización, ni tampoco la cultura, son elementos imparciales. Y pueden ser responsables de reproducir poderosas imágenes que, bajo la apariencia de posmodernidad, legitimen la desigualdad entre mujeres y hombres.
Introducir ejercicios con perspectiva de género en las aulas ayuda a cuestionar lo que hasta el momento se ha aceptado con normalidad y naturalidad. Por ejemplo, esto se puede conseguir con talleres y debates dirigidos por expertas en feminismo e igualdad, que pongan el acento en los roles impuestos culturalmente y en las situaciones de opresión que viven muchas mujeres.
Idealmente, y como marca la Ley 3/2020 de Educación, la igualdad entre mujeres y hombres debe ser una competencia transversal vinculada al currículo de la educación secundaria.
Beneficios para los hombres
El feminismo propone que los hombres sean libres de expresarse como quieran, en lugar de manifestar su masculinidad de acuerdo con lo impuesto socialmente. Esta imposición de masculinidad hegemónica, que fija unas normas de comportamiento para los hombres, impide a muchos realizarse de forma plena.
Algunos ejemplos son la expresión de género, la orientación sexual o la adopción de roles domésticos o de cuidados por parte de los hombres. Por mucho que parezca que estas normas de género se han suavizado, la realidad es que persisten; aunque se manifiestan de maneras más sutiles y encubiertas.
Una guerra que no es tal
El feminismo no busca la guerra de sexos. En palabras de Nuria Varela:
“Si, como dice el patriarcado, el feminismo propiciase una guerra de sexos, habría muertos en ambos bandos. (…). Si existe una guerra, no es una guerra de sexos, sino una guerra no declarada contra las mujeres”.
Como apunta esta autora, nadie, a lo largo de la historia, ha asesinado, secuestrado o violado en nombre del feminismo. En cambio, el machismo sí tiene como resultado último, en muchas ocasiones, la violencia contra las mujeres.
La llamada guerra de sexos está respaldada por un sistema patriarcal que pretende mantener el poder donde siempre ha estado en nombre de la tradición, la religión o la cultura. Participan de este sistema tanto hombres como mujeres, aunque desgraciadamente son casi siempre las mujeres quienes sufren las consecuencias.
La importancia de la etapa universitaria
En la educación superior también hace falta continuar –y mejorar– la labor hecha en secundaria para que la juventud tome conciencia de que hay un largo camino por hacer en materia de igualdad y feminismo.
Solo así seremos capaces de superar las desigualdades aún existentes entre mujeres y hombres, y también entre mujeres de diferentes clases, orígenes, culturas y generaciones.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.