Algún tiempo atrás, cuando reinaban los mandatos de una sociedad regida por normas patriarcales no cuestionadas, una gran mayoría de mujeres no trabajaba fuera de sus casas. Iban de la casa familiar a la que construían con sus maridos, quienes debían proveerles el alimento, la vestimenta, lo que necesitaran ellas y sus hijos e hijas. Es decir, el dinero solo lo ganaban los varones, lo que convertía a las mujeres en personas económicamente dependientes. Progresiva y afortunadamente, con su inserción en el mercado laboral, esto cambió de manera abismal.
En el 2020 —y en un mundo con feminismos fuertes donde, pese a la brecha salarial que las sigue poniendo en desventaja, las mujeres aportan tanto o incluso más que los varones a sus hogares—, quisimos saber de qué manera se administran las parejas jóvenes. ¿Tienen economías compartidas? ¿Cada quién administra su sueldo pero ahorran en conjunto? ¿Tienen un fondo común para proyectos o vacaciones? ¿Dividen mitad y mitad todos los gastos aunque los ingresos sean dispares o lo hacen proporcionalmente a lo que ganan? ¿La pandemia modificó algo en la forma de administrarse que llevaban hasta ahora?
Miembros, lectoras y lectores nos dieron algunas respuestas.
“Nosotros tenemos hace muchos años el famoso pozo común, que es donde vamos poniendo la plata para los gastos compartidos como el alquiler, las expensas, la cochera, el supermercado y otras compras para la casa. Es una suma que ponemos mitad cada uno. Después, con el resto del sueldo, cada uno hace lo que quiere”, cuenta Sebastián.
Él tiene 38 años, es licenciado en Comunicación Social y trabaja como director de Comunicación en una empresa que hace sistemas y herramientas digitales para la salud. Su novia, Eliana, tiene 39, es médica patóloga y trabaja en un hospital público y en un laboratorio privado. Ellos viven en Rosario y sus ingresos son similares.
Para los planes en común como vacaciones, dice que pagan pasajes y estadías con la tarjeta de crédito de alguno de los dos y luego el otro le va pagando, mes a mes, la mitad de todo. “Al volver repasamos y dividimos también lo que fue en común. Las salidas en Rosario las pagamos del pozo, si hay plata. Y si no hay, es una vez cada uno o dividimos”, dice y asegura que esa manera de organizarse les funciona muy bien y que el pozo común “es una latita vieja” que los acompaña desde el principio de su relación, hace 16 años.
Paulina (25) y su novio Wadi (30) son de las parejas que se lanzaron a convivir cuando comenzó la cuarentena: “Cuando éramos ilusxs y creíamos que duraría solo 15 días tomamos la decisión de pasar el aislamiento juntxs para no extrañarnos. Pero las etapas se fueron estirando y hoy ya llevamos 174 días. ¡Lo positivo es que reafirmamos que podemos y queremos convivir!”, cuenta Paulina.
En estos casi seis meses de vida en común, para organizarse, idearon una forma similar a la de Sebastián y Eliana. Cada quien administra su dinero y pagan entre ambos, mitad y mitad, los gastos comunes.
“Usamos una app que se llama Splitwise, donde vamos cargando los gastos que hace cada unx, la app automáticamente arroja quién le debe cuánto a quién. Y así vamos equilibrando los gastos”, explica Paulina.
Ella es comunicadora y Wadi traductor y programador, y sus ingresos también son similares. Aunque él gana un poco más, dividen absolutamente todo por la mitad, salvo en las ocasiones que desean regalar o invitar algo. De todas formas, ella aclara que siempre hay lugar a excepciones: “Ambxs estamos para bancar al otrx cuando es necesario”.
Sofía tiene 27 años y trabaja como escritora creativa para empresas extranjeras de manera independiente. Su esposa, Agustina, tiene 25 y es cocinera. La pandemia las sorprendió alojadas en casa de la madre de Sofía, mientras buscaban un departamento para alquilar: se habían ido a trabajar a España, volvieron para casarse y decidieron quedarse. Agustina había sido seleccionada, poco antes que comenzara la pandemia, para trabajar en restaurante que funciona en el hotel del Palacio Duhau, pero dos días después de comenzar empezó el aislamiento social, preventivo y obligatorio y finalmente no la contrataron.
“Desde entonces nos sostenemos con mis ingresos, y obviamente con todo lo que nos da mi mamá. En definitiva, mi aporte en la casa son las compras de comida y bebida. Mi esposa se dedica a varias cosas del trabajo doméstico, cocinar sobre todo”, cuenta Sofía. Y agrega que ella, por suerte, no dejó de trabajar en ningún momento: “De hecho estoy trabajando más que antes”.
Sus ingresos, de momento, son los únicos de la pareja, pero eso no le molesta en absoluto.
En un futuro, cuando ambas estén con trabajos remunerados —Agustina comenzará, cuando todo se reactive, en otro restaurante— piensan tener una economía completamente compartida: “Esperamos que lo de ella nos alcance para el día a día, y con mi plata pagar el alquiler, comprar los muebles cuando nos mudemos y después ahorrar. Siempre decimos que lo de ella es mío y lo mío es de ella, pero es evidente que como yo pongo la plata, ella siente que me tiene que pedir permiso para comprar cosas. Es un tema, pero igual nos reímos de esa situación”, cuenta Sofía.
La organización de la economía: reflejo de cambios sociales
Camila Morbelli es terapeuta cognitiva y explica que la dinámica que va a adoptar una pareja para administrar su economía va a depender mucho de los ingresos de sus integrantes así como de los gastos que tengan en común y de los personales. “Es muy difícil establecer una forma típica de organización de la economía en parejas jóvenes o millennials, a diferencia de las generaciones anteriores en las que el hombre solía aportar más que la mujer”, dice.
Ella señala que las diferentes formas de organizarse económicamente que tienen las parejas jóvenes son consecuencia de las características que tienen los vínculos de quienes se encuentran en esta franja etaria de veinteañeros y treintañeros.
“Creo que la diferencia fundamental entre los millennials y las generaciones anteriores tiene que ver con la forma de plantear los acuerdos dentro de una relación. Cada pareja tiene la capacidad de decidir cuáles van a ser sus roles, sus funciones, cuáles van a ser los alcances del vínculo y sus límites. Por ejemplo, si va a ser monogámico o no. En cambio en las relaciones de años anteriores había un formato preestablecido de cómo tenía que ser un vínculo amoroso, como una relación de noviazgo, y era algo que había que seguir”, señala.
Estos cambios, según la terapeuta, generaron una mayor apertura y una mayor comunicación en las parejas, más tolerancia para las diferencias y las distintas opiniones, “lo que probablemente va a permitir que las dos personas de ese vínculo sean más auténticas y puedan expresarse de la forma más clara y abierta posible”. Del mismo modo, dice, “esta nueva comunicación y estos planteos que antes no existían implican desafíos que la pareja va a tener que atravesar”.
El psicólogo especializado en familias y adolescencia, y autor de los libros Generación NINI. Jóvenes sin proyecto que ni estudian ni trabajan (Lumen, 2011) y Es no porque yo lo digo (Lumen, 2012), Alejandro Schujman, lo ve de otra manera. Por un lado, reconoce que las nuevas generaciones han sido superadoras de las anteriores en cuanto a romper con los roles históricos asignados a hombres y mujeres y que “hay una mayor distribución en lo que tiene que ver con la economía y también con la crianza de los hijos”. Por el otro, señala que los vínculos de pareja que tienen los millennials, a diferencia de los que tenían sus padres, son lazos que se construyen “con mucho más temor”.
“En una especie de ajedrez simultáneo, con muchísima aprehensión al compromiso, a la permanencia. Esto se ve en lo difícil que es para las parejas definirse como tales: hay 18 escalones antes de llegar a ser novios: ‘estamos en algo’, ‘tenemos una relación’. También se ve en toda la corriente poliamorosa, que no es otra cosa que el encubrimiento del miedo a enamorarse en serio y sufrir por amor, porque mientras más dispersa esté la líbido menos chance de salir herido. Creo que la virtualidad y las apps que ya están instaladas como guía regia de conocimiento del otro no son otra cosa que una anestesia al sufrir por amor, porque el que se enamora corre el riesgo de sufrir. Pero también tienen la chance de vivir placenteramente todo lo que el amor implica”, dice.
Según la encuesta que lanzamos en Twitter para conocer las dinámicas de organización de las parejas, en el 93,1 % de casos en los que ambos cónyuges trabajan, y el 83,3 % dijo llevar una economía compartida. Sin embargo, los testimonios y experiencias que nos hicieron llegar los lectores y las lectoras parecen sugerir una idea amplia del concepto de "economía compartida": la mayoría divide los gastos mitad y mitad, o en forma proporcional a los ingresos de cada quien, y controlan con minucia las cuentas en planillas de Excel o con apps creadas especialmente para eso.
Pablo tiene 38 años, hace podcasts, escribe reseñas y es editor de sonido y productor. Su novia, Maia, tiene 34 y es bibliotecaria. Ellos también dividen todos los gastos mitad y mitad, salvo los personales.
“Cada cual tiene sus ingresos, y los gastos como impuestos, servicios, compras de supermercado, paga unx y el otrx le transfiere. Eso se mantuvo más o menos igual durante la cuarentena. Antes usábamos una app porque cada cual salía, iba a su trabajo y podía salir una compra casual en cualquier momento que se cargaba ahí. Ahora esa compra casual no existe desde marzo. La app era Tricount, que sirve también para dividir gastos grupales, pero es bien simple y para dos estaba muy bien. Con la pandemia fue desinstalada porque todas las compras son programadas o bien tienen el registro digital porque son por Mercado Libre o con tarjeta de crédito”, cuenta Pablo.
Carolina tiene 31 años, es psicóloga. Su novio, Ezequiel, tiene 32 y es abogado. Están juntos desde hace ocho años y conviven desde hace tres. Carolina explica que, desde que se fue a vivir sola, antes de mudarse junto a Ezequiel, organiza sus gastos “en un excel en drive, sobre todo para controlar el pago de los servicios”. Lo que sigue haciendo en la convivencia. A esta pareja, como a Pablo y Maia, la cuarentena les facilitó llevar el control de los consumos.
“Desde que vivimos juntos yo me encargo de pagar los gastos de la casa, él paga el alquiler y el cable y ambos hacemos compras para el día a día. Intentamos usar lista de gastos comunes, guardar y controlar los tickets, usar alguna app, pero no nos funcionó. Yo sigo anotando en el drive y desde hace unos meses nos propusimos organizarnos mejor y saber, por ejemplo, cuánto gastamos en comida. Estando en cuarentena nos resultó un poco más fácil, ya que la mayoría de las compras las hacemos por delivery y las pagamos con tarjeta o medios electrónicos”, dice Carolina. Y completa: “En el Excel anotamos los gastos y lo que cada uno aportó y la diferencia nos la transferimos”.
En este caso, como Ezequiel gana más que Carolina, resolvieron que él afronta el 55% de los gastos totales y ella el 45%. Lo que les queda de sus salarios cada cual lo usa como quiere. Cuando salen son más flexibles, aunque buscan seguir siendo equitativos: si Ezequiel paga la cena y después van a tomar algo, la que paga los tragos es Carolina.
Schujman dice que esta compartimentación, la división y el control exhaustivo de los gastos de cada quien, es un reflejo del temor que mencionaba en las generaciones más jóvenes a enamorarse y salir lastimado.
“Creo que tiene que ver con la dificultad de comprometerse, con una relación mucho más cerebral que pasional: meter un Excel, una app. Yo atiendo en terapia a parejas que van cargando los gastos y lo que es de cada uno. Es un trabajo hacerlo. Pero lo tuyo es tuyo, lo mío es mío, y hay algunas cositas que son de los dos y si nos separamos es todo mucho más fácil. Creo que es práctico en este sentido. Esto también se ve mucho en familias ensambladas, en parejas que vienen de haber pasado experiencias de separaciones, división de bienes y no quieren saber nada”, cuenta.
Para el terapeuta de 55 años, el modelo más saludable a nivel mental y emocional para las parejas es el de la economía completamente compartida, es decir, cuando ambos trabajan, hacen pozo común de todos sus ingresos y se manejan como equipo sin importar de quién es el dinero. Pero manteniendo, claro, la independencia económica de cada cual: que ninguna de las dos personas deba pedir permiso si quiere comprarse algo para sí.
“Pero eso implica un compromiso —asegura—. Yo creo que lo que cuesta es poner en juego la confianza porque hacer un pozo común tiene que ver con una absoluta confianza y con asumirse como un equipo, y esto es lo más difícil para las parejas de hoy, en general. Puede haber casos particulares en los que esta organización de dividir gastos tenga que ver con mera practicidad y no con miedo al compromiso, seguramente así me lo discutirían la gran mayoría de las parejas, pero yo creo que va por ese lado que describí”.
Morbelli, tiene otra mirada sobre esto. La terapeuta de 25 años cree que la elección de dividir los gastos a la mitad o en la proporción que cada pareja escoja, es una forma de economía compartida. “Si bien no es el pozo común que veíamos tradicionalmente en generaciones anteriores, es una manera de compartir los gastos dentro de la conveniencia, de pactar, de armar acuerdos, en donde cada pareja elija cómo va a administrarse”, señala.
Tal vez la diferencia de mirada de ambos profesionales también sea un reflejo de las generaciones a las que pertenecen: Schujman a la del pozo común sin distinción de gastos, Morbelli a la de las apps y el drive para que las cuentas claras conserven las parejas.
Sea cual sea la manera de organizarse que escoja cada dupla, lo importante es que sea acordada en común y que a la pareja le funcione.
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