La mentira es moneda corriente en nuestra vida social: aunque resulta difícil saberlo con exactitud, los estudios estiman que decimos falsedades a sabiendas entre una y tres veces al día.
Lo podemos hacer por muchos motivos, pero normalmente soltamos embustes para lograr algún fin, evitar hacer daño a los demás o mantenernos a salvo. Y, sin embargo, el engaño nos produce rechazo si somos víctimas de él y vergüenza cuando nos pillan “en renuncio”.
¿Está la mentira presente en nuestro día a día?
Es posible que las mentiras formen parte de nuestro comportamiento diario debido a la susceptibilidad del ser humano para ser engañado. Otra posible causa la podemos encontrar en el modus operandi de nuestra memoria, que no recupera los recuerdos tal y como fueron almacenados. Esto puede dar lugar a recuerdos incompletos o falsos recuerdos, que se agrupan en la categoría de lo que en psicología se llama “mentiras honestas”.
Los niños empiezan a decir mentiras entre los tres y los seis años, muy probablemente después de escucharlas por primera vez. Los padres engañan a sus hijos pequeños para conseguir que les obedezcan, para quitarles el miedo o para protegerlos.
Además de este proceso de aprendizaje, la mezcla de imaginación y realidad explica el inicio en el arte del embuste a edades tan tempranas. A partir de los siete años, la práctica es más consciente. Además, los niños que empiezan a mentir antes presentan mayores destrezas cognitivas.
La frecuencia de las mentiras varía según el contexto, pero en general faltamos más a la verdad cuando nuestro objetivo es parecer agradables o competentes. Los investigadores también han observado que se las decimos más alegremente a los extraños que a nuestros conocidos o parejas.
Mentirosos compulsivos
El catálogo de mentiras es muy amplio. En líneas generales, debemos diferenciar las ocasionales y superfluas, que no hacen daño a los demás, de las patológicas y constantes, que sí causan sufrimiento. Pero ¿qué separa a los mentirosos patológicos del resto de las personas?
Descrito por primera vez en 1891 por el médico alemán Anton Delbrück, este fenómeno psiquiátrico implica una mezcla de realidad y ficción. Los mentirosos pergeñan fantasías en las que se atribuyen papeles importantes o favorecedores.
Un engrasante social
Pero, obviamente, no todas las mentiras pueden clasificarse como una conducta antisocial. Las personas también las decimos sin tener ningún trastorno relacionado con este comportamiento.
Según un estudio, las motivaciones más comunes para mentir son altruistas, por motivos de secretismo y para evitar que nos evalúen negativamente. Una proporción inferior de participantes admitieron que lo hacían por el mero placer de engañar, para obtener una recompensa, por descuido o por razones compulsivas y protectoras.
La universalidad de las mentiras nos hace plantearnos si sería posible un mundo sin ellas. Parece improbable: a la luz de la psicología evolucionista, esta práctica se revela como una práctica prosocial íntimamente relacionada con la inmensa capacidad de comunicación del Homo sapiens.
El papel de las mentiras piadosas
De hecho, trabajos recientes ponen de relieve el papel de las “mentiras piadosas”, es decir, las falsedades que no responden a estrategias para hacer daño. Según sus autores, determinados tipos de engaño incluso generan confianza. Esto puede deberse a que las intenciones son más importantes que la sinceridad cuando prevalece la benevolencia.
No obstante, estos embustes pueden dañar la confianza si esta se basa en la integridad. En definitiva, la valoración de las mentiras depende del contexto y de si las intenciones importan más que la veracidad.
No es exclusivo de nuestra especie
Además, sabemos que otras especies, desde insectos a mamíferos, practican este tipo de conducta. Aunque no pueden verbalizar las mentiras, sí se valen del engaño como estrategia de defensa, para obtener recursos de subsistencia o, más directamente, para propagar sus genes.
Por ejemplo, en un experimento realizado en Puerto Rico, varios macacos Rhesus (Macaca mulatta) fueron sorprendidos escondiendo comida de otros congéneres.
Con estas líneas de investigación se abren nuevas vías para comprender el poliédrico fenómeno de la mentira, desde el punto de vista del desarrollo de los individuos y la historia evolutiva de las especies.
Fátima Servián Franco, Dra. en Psicología aplicada al ámbito Clínico y de la Salud. Directora del Centro de Psicología RNCR y PDI en la Universidad Internacional de Valencia, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.