Deforestamos bosques para cultivar o criar ganado de forma intensiva. Destruimos el hogar de orangutanes para plantar palma y que su aceite llegue a nuestras galletitas. Sacamos animales de sus hábitats y los amontonamos en mercados para consumo.
Presionamos los ecosistemas al límite. Interactuamos como queremos con la vida silvestre, que parece sana, que no tiene síntomas, pero que actúa como reservorio de virus. Hacemos todo eso porque nos creemos inmunes… hasta que el virus pasa a un mamífero inesperado: el humano.
El nuevo coronavirus SARS-CoV-2 tuvo su primera manifestación en el Mercado de Mariscos de Huanan, en la ciudad china de Wuhan, donde se vendían animales silvestres. Declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como pandemia, la enfermedad que el virus ocasiona, COVID-19, ya ha dejado más de 100 mil muertes y casi dos millones de contagiados confirmados alrededor del mundo.
No es la primera vez que una enfermedad tiene su origen en el vínculo animal-humano. De hecho, el 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas, es decir, son transmitidas de animales a humanos.
La cifra del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA) se puede ejemplificar con los casos de los últimos años y sus fuentes de transmisión: influenza aviar (aves), tuberculosis bovina (bovinos), ébola (murciélagos - chimpancés), MERS (murciélagos - camellos), SARS (murciélagos - civeta).
Lejos de buscar un culpable en un animal o de echarle culpas a un país o una cultura, comprender las causas de las enfermedades emergentes es el paso fundamental para promover acciones y evitar la próxima pandemia.
Enfermedades zoonóticas: la transmisión animal-humano
Arnau Casanovas-Massana es una de las pocas personas autorizadas a trabajar en la Universidad de Yale, en Estados Unidos, ante el aislamiento recomendado. Como investigador asociado en Epidemiología de la Escuela de Medicina de la institución, es parte del equipo que hoy colecta muestras (de sangre, orina, saliva) de pacientes en hospital con diagnóstico del nuevo coronavirus, trabajadores de salud que puedan haber estado en contacto con pacientes infectados, y personas con posibles síntomas. El objetivo: generar un biorepositorio para las próximas investigaciones.
Desde allí, mientras esperaba la llegada de nuevas muestras, el científico español explicó a RED/ACCIÓN las características de las enfermedades zoonóticas: “Son enfermedades que saltan de animales a humanos. Hay algunos virus, bacterias o parásitos que viven en los animales. A veces les causan síntomas, otras no e igualmente pueden luego causar enfermedad en el humano”.
El salto de animales a humanos se puede dar de distintas maneras. El doctorado en Microbiología Ambiental ejemplifica: la bacteria de la leptospirosis suele vivir en los riñones de los roedores, pero no los infecta. Así, va a parar a la orina y al ambiente. Cuando el ser humano entra en contacto con el agua o suelo contaminado por esa orina, también lo hace con la bacteria que sí le causa la enfermedad. La leptospirosis afecta a un millón de personas cada año.
¿Qué ocurrió con el nuevo virus? Hay distintos tipos de coronavirus que suelen alojarse en murciélagos, causándoles o no enfermedad. “Por algunas mutaciones, los coronavirus adquieren la capacidad de enfermar a humanos y la de transmitirse de humano a humano”, explica Casanovas-Massana. Se cree que entre murciélago y humano hubo un huésped intermedio, un posible animal que actuó como nexo transmisor y que se encontraría en ese mercado de Wuhan.
El principal sospechoso fue el pangolín, un mamífero en peligro crítico de extinción, con mayor tráfico ilegal en Asia y África por su carne y escamas (utilizadas para fines curativos). Las pruebas aún no son concluyentes para confirmarlo. Las investigaciones continúan.
“Saber cuál ha sido el animal intermedio puede facilitar tomar medidas de salud pública posteriores para evitar entrar en contacto. Por ejemplo, que ese animal no esté expuesto vivo en mercados”, expresa Casanovas-Massana y enfatiza: “En el momento en que se reduce el contacto de humanos con animales, siempre habrá menor riesgo de que estas cosas ocurran”.
Las causas del contacto: del hábitat a los mercados
Mercados húmedos o wet markets. Así se llaman a los mercados, como el de Wuhan, en el que se ofrecen animales silvestres (y domésticos) para consumo. Múltiples animales sacados de sus hábitats reunidos en un mismo lugar, hacinados. Allí están vivos y allí se los mata para consumir su carne o para vender alguna de sus partes con “fines curativos”.
“No sólo animales de una misma especie entran en contacto, sino una especie entra en contacto con otra, y esa con otra, y así… el virus se reproduce hasta que llega al humano”, describe desde Nueva York Martín Mendez, biólogo evolutivo y director regional para Cono Sur y Patagonia de la Sociedad de Conservación de Vida Silvestre (WCS – Wildlife Conservation Society).
La demanda del mercado de vida silvestre no es exclusiva de Asia, es global. Los mercados, húmedos y de animales silvestres en general, son apenas una parte de un problema mayor: el tráfico de vida silvestre. Consumo de su carne o de partes del animal para distintos fines, tenencia como mascotas, o el acceso a “lo exótico” son algunos de los motivos detrás de este tráfico. Ubicado en cuarto lugar como negocio ilícito después del tráfico de drogas, armas y personas; tampoco es ajeno a ellos.
“Las redes que lo sostienen y posibilitan son las mismas del narcotráfico y de personas”, explica Mendez y subraya: “El descubrir esa relación ayudó a llamar la atención global de agencias internacionales sobre el tráfico de vida silvestre. Obvio que las rutas de todo tráfico son difíciles de encontrar”. El año pasado, América Latina, región que alberga casi el 50% de la biodiversidad global, reconoció el tráfico de vida silvestre como un crimen organizado.
El comercio ilegal y mal regulado de vida silvestre es uno de los factores que PNUMA señala como contribuyentes a aumentar las enfermedades zoonóticas emergentes. ¿Los otros? El cambio climático; la deforestación y otros cambios en el uso del suelo; la producción agrícola y ganadera intensiva; la resistencia antimicrobiana y la introducción de especies invasoras a nuevos hábitats.
“Nunca antes habían existido tantas oportunidades para los patógenos para pasar de los animales silvestres y domésticos a las personas”, manifestó al diario británico The Guardian la directora ejecutiva de PNUMA, Inger Andersen.
Todos los factores mencionados tienen al ser humano como responsable, todos ellos representan acciones que presionan los ecosistemas, los alteran, los estresan; que nos aproximan a esa vida silvestre de la peor manera; que inevitablemente nos ubican como un posible huésped de esos virus desconocidos que albergan en ella.
La concentración de la población en grandes áreas urbanas, la globalización, el comercio y los viajes internacionales sólo facilitan la posterior transmisión entre humanos.
La acción a largo plazo: cuidar la biodiversidad
“La prioridad inmediata es proteger a las personas del coronavirus y prevenir su propagación. Pero nuestra respuesta a largo plazo debe abordar la pérdida de hábitat y biodiversidad”, recuerda Andersen.
Ese abordaje sólo será posible con cambios drásticos desde los sectores público y privado: actuar con ambición ante el cambio climático, frenar la deforestación, promover modelos de producción alimenticia más amigables con el ambiente como la agroecología, establecer (y hacer cumplir) las regulaciones necesarias.
“Súper año para la biodiversidad”, consideró Naciones Unidas al 2020, año en que debía definirse un marco de acción para la próxima década para proteger la vida en la Tierra. El espacio para ello sería la Conferencia de Biodiversidad, en octubre en China. Pero el propio coronavirus obligó a posponerla.
Organizaciones de la sociedad civil elaboraron un listado sobre lo que hay que hacer para que ese marco resulte exitoso. Algunas acciones allí mencionadas: abordar las causas estructurales de la pérdida de biodiversidad -desde el sistema económico basado en la destrucción de recursos naturales hasta la pesca industrial y la agricultura intensiva-; garantizar que las actividades que destruyen la biodiversidad no obtengan financiamiento; prohibir toda perturbación importante de los ecosistemas (como la tala a gran escala de bosques primarios).
Pese a las suspensiones y/o postergaciones de reuniones, el trabajo para el marco de acción post 2020 continúa.
La acción a corto plazo: combatir el tráfico de vida silvestre
“Si intentas buscar algo de esperanza en este horrible momento: ha reactivado la discusión sobre el tráfico de animales, sobre la venta de animales silvestres para la alimentación o la medicina”, reconoce Jane Goodall durante su aislamiento en Inglaterra en diálogo con The New York Times.
La máxima conservacionista de la historia, que estudió por primera vez a los chimpancés en su hábitat natural, espera que la prohibición de los mercados de vida silvestre en China -decisión tomada tras la expansión del coronavirus- no sea temporal, sino permanente. Ello coincide con el reclamo de organizaciones como WCS.
“Prohibir globalmente los mercados de vida silvestre sería cortar con la mayoría de posibilidades de generación de enfermedades”, explica Mendez, pero aclara: “Las prohibiciones no pueden quedar en el papel: hay que hacerlas cumplir”.
Hace dos semanas la ciudad china de Shenzhen decidió prohibir permanentemente el comercio y consumo de animales silvestres. La medida no es casual: fue allí donde se inició la propagación del SARS en 2002 y 2003 con personas que comieron o estuvieron en contacto con pequeños mamíferos: las civetas.
Como resultado del comercio ilegal, al menos 3.000 grandes simios -orangutanes, gorilas y chimpancés- se pierden cada año. En Argentina, el Instituto Jane Goodall replica la campaña global #PorSiempreSilvestres para concientizar sobre la crisis que amenaza a los grandes simios y otras especies.
El eje transversal: educar
“El nuevo coronavirus es una más de las señales que la naturaleza nos está dando de que estamos yendo en la dirección equivocada”, reflexiona en diálogo con RED/ACCIÓN Fernando Turmo, coordinador de Comunicaciones e Imágenes del Instituto Jane Goodall, desde la Reserva Natural de Tchimpounga en Congo donde funciona el santuario de chimpancés del instituto. Así recuerda una de las enfermedades zoonóticas más dramáticas para el continente africano: el ébola.
Los murciélagos habrían sido los huéspedes primarios del virus que llegó a los humanos a través del contacto con animales infectados, generalmente al faenarlos, cocinarlos o consumirlos. “El murciélago come frutas en los árboles, deja una parte con saliva y luego el chimpancé se come esa fruta”, cuenta. El contacto posterior con el humano se debe a una triste realidad: la caza del primate. Los adultos se suelen cazar para consumo de su carne y a las crías se las conserva como mascotas o abandona.
Uno de los pilares del instituto es educar y trabajar con las comunidades locales. El experto español dirige una serie educativa destinada a jóvenes que se transmite en distintos canales de Congo: Super Kodo, un superhéroe que defiende la naturaleza. Uno de sus capítulos estuvo dedicado al ébola y cómo el virus ingresó a un pueblo a través del contacto con chimpancés. “Los test que hacemos antes y después de la transmisión, demuestran un cambio en el conocimiento sobre la conservación de la naturaleza”, asegura.
Turmo distingue dos áreas de acción necesarias. Por un lado, desarrollar actividades económicas alternativas, especialmente para quienes viven en proximidad a áreas naturales. “La pobreza es el mayor enemigo de la conservación de la naturaleza porque cuando alguien no tiene nada para llevar a la mesa, y vive al lado de la selva, cazará lo primero que se mueva”.
Por otro lado, educar. Tanto a quienes viven en las afueras como a quienes están en las ciudades y, aún teniendo acceso al consumo de otro tipo de carnes, mantienen la tradición del pueblo para, por ejemplo, agasajar a un invitado. “Para cambiar la cultura de un país hace falta mucha educación”, reflexiona Turmo. Por eso su foco puesto en las nuevas generaciones a través de Super Kodo y su pedido de mayor apoyo gubernamental a la educación.
La problemática no es de un país o de una región. Turmo denuncia la cantidad de carne de caza de África que se exporta a Europa, aún la de aquellos animales protegidos por normativas internacionales.
Al momento de terminar este artículo, la preocupación por el coronavirus en África era doble: no sólo por la expansión del virus entre humanos sino porque, según expertos, los primates son susceptibles de complicaciones derivadas de COVID-19. Este fue el argumento por el cual centros de rescate y santuarios de primates comenzaron a implementar medidas de prevención.
Mientras científicos trabajan a contrarreloj para tener una vacuna frente a la nueva enfermedad, la aparición o no de una próxima pandemia dependerá de cómo elijamos continuar relacionándonos con la naturaleza.