En noviembre del año pasado, el presidente Xi Jinping anunció que China había acabado por completo con la indigencia. En ocho años, cerca de 100 millones de personas lograron salir de la pobreza extrema gracias a un ambicioso programa, cuya meta era erradicar la indigencia para 2021 (año en que se cumple el centenario de la creación del Partido Comunista).
El Banco Mundial valida las cifras del Gobierno chino: según el organismo internacional, en las últimas cuatro décadas más de 850 millones de chinos y chinas dejaron de ser indigentes. Estamos hablando de un número que representa a más de la mitad de la población actual del país, que supera los 1.400 millones.
Vale aclarar que se denomina indigencia a la situación en la que se encuentra una persona cuando no puede acceder a una canasta básica de alimentos. Pero ¿qué criterio aplicaron el Gobierno chino y el Banco Mundial para determinar que se había logrado su erradicación?
María del Pilar Álvarez, doctora en Ciencias Sociales y magíster en Estudios del Este de Asia por la Universidad Yonsei, de Corea del Sur, explica la metodología que se usó: “Para el Banco Mundial, el umbral de indigencia es de 1,90 dólares de ingresos por día. China propone su propio estándar, que es la base nacional de ingresos per cápita de 4000 yuanes por año, lo que serían alrededor de 1,50 dólares al día. Ellos explican que no se puede comparar el costo de vida en una ciudad del interior de China con el de Londres o Nueva York, por ejemplo, donde se requiere de más ingresos”.
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El punto de origen del “milagro económico chino” es una reforma de 1978, cuando se liberalizó el sistema económico y se puso al mercado en el centro de escena. China era hasta entonces una nación poderosa en lo político y militar, pero su economía estaba notablemente atrasada y aislada del resto del mundo. Esta reforma potenció la autonomía de los agentes privados y abrió al país por primera vez al mercado internacional enfocándose agresivamente en la industria y en la tecnología. Hoy, 42 años después de este volantazo, el 8 % de todos los productos manufacturados del mundo proceden de China.
La curva de crecimiento se empinó en las últimas dos décadas y logró un crecimiento promedio del 9% con picos de un 14 %. En el primer trimestre de este año, y después de que la pandemia contrajera fuertemente su economía, el PBI chino logró crecer un 18,3 % interanual. A este ritmo, las estimaciones plantean que el gigante asiático va a sobrepasar a Estados Unidos como primera potencia económica para 2028, cinco años antes de lo que se preveía.
Pero más allá del vertiginoso crecimiento que tuvo el país en el último tiempo, la erradicación de la indigencia no se debe simplemente a un “efecto derrame” sino a la activa intervención y redistribución por parte del Estado: “Este logro se lo podemos adjudicar a un Estado que no solo se ocupa de incentivar el crecimiento económico, fortalecer el sector privado y el desarrollo de las industrias nacionales estratégicas, sino que además interviene llevando parte de ese crecimiento a la gente común, en especial a la gente pobre”, explica Álvarez.
La política económica que lleva adelante el Partido Comunista es una forma de capitalismo de Estado conocida como ‘‘socialismo de mercado”. En China rige un gobierno de partido único, con rasgos de autoritarismo y fuerte vigilancia social. A lo largo de su hegemonía, el Partido Comunista llevó adelante distintos planes quinquenales. El decimotercero, que abarcó el período entre 2016 y 2020, se propuso erradicar la pobreza extrema, concentrada mayoritariamente en las áreas rurales. Se diseñó entonces un programa sumamente ambicioso y complejo.
Así lo explica Néstor Restivo, historiador, director periodístico de la revista DangDai y coautor del libro China: La superación de la pobreza.
‘‘La erradicación de la pobreza extrema es adjudicable a un programa de largo plazo que contó con la participación de muchos actores: además del Estado, se involucraron voluntarios de la juventud comunista, empresas públicas y privadas y también varias universidades, que decidieron apadrinar aldeas o villa de las zonas rurales. Estos sectores trabajaron en conjunto haciendo un recorrido casa por casa para detectar a las personas que estaban bajo la línea de indigencia. Se trabajó sobre cada una de ellas siguiendo un registro y cumpliéndolo paso a paso hasta llegar a la meta final”.
Además de eso, el programa tuvo la virtud de tener un enfoque multidimensional. Desde su implementación, se están desarrollando diversas áreas en simultáneo, desde la educación al acceso a la salud, pasando por la calidad de la vivienda y la capacitación laboral. De todas estas áreas, Restivo señala a la última como la más fundamental: ‘‘La población rural en China solía producir solamente para su propia subsistencia. Lo que hizo el Gobierno fue impulsarlos a que produjeran un excedente y lo vendieran al mercado. El Estado les proporcionó un lugar de almacenamiento y transporte para ese excedente. Además, muchas personas fueron capacitadas en oficios, desde peluqueros a guías turísticos”.
Esta nota surge de un episodio de FOCO, el podcast de RED/ACCION.
Detrás de las buenas noticias, deudas urgentes
No está de más aclarar que aunque el partido que gobierna China tiene el nombre de Partido Comunista, en el país no existe un régimen comunista. De todas formas, esto no quita que se trate de un régimen marcadamente autoritario. Sin ir más lejos, Amnistía Internacional publicó recientemente un duro informe denunciando que en China ‘‘el año 2020 estuvo marcado por la dura represión ejercida contra los defensores y defensoras de los derechos humanos y las personas a las que se identificaba como disidentes, además de por la represión sistemática de las minorías étnicas. (...) La libertad de expresión continuó sometida a estrictas restricciones”.
Además de la conducta antidemocrática de su Gobierno, el país fue eje de polémicas en numerosas ocasiones por casos de explotación laboral y las malas condiciones de trabajo. El 60 % de la población urbana, por ejemplo, consiste en obreros que trabajan en fábricas, y muchos lo hacen en pésimas condiciones. Al día de hoy, hay empresas que siguen implementando un sistema de trabajo conocido como 996: trabajar de 9 de la mañana a las 9 de la noche durante 6 días de la semana.
“Sigue habiendo una población que trabaja en malas condiciones, a la que también se le otorgan viviendas muy precarias y que termina bastante hacinada en esos lugares de trabajo”, explica Álvarez. ‘‘Esto también pasa y ha pasado en otros países de la región cuando se aplican modelos de crecimiento acelerado y sostenido. Estamos hablando de un modelo exportador basado en mano de obra muy barata y una sobreexplotación de esa mano de obra”.
En 2010, hubo un escándalo con la manufacturera tecnológica Foxconn, que tiene 350 mil empleados y es proveedora de Apple, Amazon, Dell y muchas otras compañías. Las extremas condiciones de trabajo en esa fábrica llevaron a que 14 empleados se quitaran la vida. El escándalo terminó haciendo que Apple, por ejemplo, empezara a publicar reportes sobre las condiciones de trabajo de sus fábricas en el exterior. Aún así, el problema está lejos de resolverse. Hace unas semanas, una investigación reveló que en una provincia de China se está forzando a grupos étnicos a trabajar en fábricas que crean paneles solares y otros productos, muchos de ellos para Apple.
Por último, más allá de que se haya logrado reducir la pobreza y eliminado la indigencia, China sigue siendo un país profundamente desigual. Según la revista de política internacional Foreign Affairs, la inequidad del país en términos de ingresos sigue siendo alta. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en un rango que va de 0 a 1, le da un puntaje de 0.47. Estados Unidos tiene 0,41. En 2017, Argentina también tenía un 0.41.
El PBI per cápita chino ajustado por PPP (es decir, el producto bruto interno ajustado considerando el costo de vida en ese país) es de 18 mil dólares. Pero los ingresos promedio por habitante están en torno a los 3 mil dólares. En paralelo, este año se hizo eco en los medios que el país ya es el que cuenta con más multimillonarios. “El objetivo del Gobierno a largo plazo es ir cerrando esa brecha de desigualdad en la medida en que esa población pobre pueda convertirse en sectores de clase media”, asegura Álvarez. “Tenemos que recordar que China es una economía fuertemente planificada, con metas, objetivos y fechas para cumplir esos objetivos”.
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Posibles lecciones para los Gobiernos del mundo
Establecer comparaciones directas entre China y Argentina es difícil principalmente por dos razones: primero, porque la economía del país asiático viene creciendo a un ritmo de dos dígitos (algo que a nosotros nos podría sonar a ficción) y, segundo, porque la efectividad de su planeamiento se debe en gran medida a su régimen político, un sistema jerarquizado con un partido único que está desde hace 70 años en el poder. Aunque ese nivel de planificación es más improbable en una democracia, Álvarez señala un posible aprendizaje: “Podemos aprender de ellos la importancia de desarrollar un consenso en el modelo de desarrollo, para así evitar los altibajos y cambios drásticos que vive el país ante los cambios de Gobierno”.
Otra lección posible tiene que ver con el rol del Estado: “En el caso chino no hay milagros. Lo que hay es un Estado que interviene haciendo una redistribución de ingresos. La mano invisible es tan invisible que uno puede caerse con facilidad”, explica Álvarez. Néstor Restivo, por su parte, señala que el caso de China puede hablarnos sobre el potencial transformador que existe cuando distintos sectores de la sociedad se unen con un fin compartido: “A la hora de combatir la indigencia en nuestro país, se podría involucrar a otros actores tanto públicos como privados, desde juventudes organizadas a académicos, pasando por ONG. Que cada uno de ellos apadrine a un municipio o pueblo y trabaje sobre metas. Eso se podría hacer”.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN.