A Mayra Arena su popularidad le resulta triste. En agosto de 2018 se viralizó su charla Ted titulada "Qué tienen los pobres en la cabeza" y a partir de ahí se volvió una referente en materia de pobreza. No pararon de llamarla de todos los medios para entrevistarla. Ella asegura que usa la palabra con mucha responsabilidad porque todo lo que dice se reproduce. Comenta: “Me parece una locura que sea tan novedoso salir de la pobreza. La movilidad socioeconómica debería ser la norma, no una sorpresa. Espero que esto se vuelva más común y no siga siendo una noticia”.
Hoy Mayra vive en Caseros, en el conurbano bonaerense, pero nació en Villa Caracol, un asentamiento de Bahía Blanca. En la adolescencia se desempeñó como empleada doméstica y a los 22 años decidió formarse en depilación para tener un oficio. En paralelo comenzó a estudiar Ciencia Política en la Universidad de Tres de Febrero.
— ¿En estos años observaste un impacto producto de la charla TED en Villa Caracol?
— Yo me fui de la villa a los 20 años y todo sigue igual. Hay más contención, más organizaciones sociales y menos hambre que cuando yo era chica, pero ninguna política ayudó a las personas a salir de la pobreza. Lo que se logró fue hacer una pobreza más amena. No se si eso es mejor o peor. Es una dicotomía hasta filosófica: ¿vamos a hacer más soportable la pobreza o vamos a erradicarla? Después de la charla que di, se generó mucho revuelo alrededor de mi persona, pero todo quedó en la palabra. Hoy necesitamos acciones.
El próximo viernes Mayra participará de una charla sobre el Rol Social del Líder, organizada por Experiencia Idea Management, el principal encuentro de la comunidad empresarial. Allí, ella les transmitirá a los empresarios por qué es importante que se involucren para reducir la pobreza. “Siempre estos temas se hablan con el Estado y con las organizaciones de la sociedad civil. Es importante cambiar la perspectiva y sumar al sector privado para cambiar la realidad”, expresa la joven de 29 años.
—¿Qué rol deben asumir las empresas?
— Para que el país se desarrolle necesitamos generar trabajo. Hubo un momento en que las personas dejaron de buscar un empleo porque sentían que no tenía sentido. Todos tienen que poder competir en el mercado laboral. Hoy, el Estado es constantemente servidor y contenedor de las necesidades. Existen cantidad de instancias estatales donde uno puede ir a pedir ayuda: tanto a nivel nacional como provincial o municipal. Estas medidas no lograron bajar la pobreza estructural en el país. Por eso, ese enfoque me parece desacertado. Lo único que logra es que se vea al pobre como un receptor y no como un productor. Las empresas pueden presionar a la política para que los cambios se hagan de manera más rápida. La política tiene que escuchar a los que producen.
— En una oportunidad contaste que para acceder a tu primer trabajo tuviste que mentir porque no habías terminado el secundario. ¿Cómo se puede mejorar el proceso de acceso al primer empleo?
— Yo creía que estaba legitimado mentir en las entrevistas de trabajo. Es más, creía que contrataban al que mejor mentía. Venderse es parte de una competencia laboral. Las primeras posibilidades que te dan en una empresa pueden ser muy valiosas. Aprendés a manejar tu plata por mes, a relacionarte con tu compañeros y a tener un jefe. Cuanto antes te ocurra, más desenvuelto vas a ser. Yo creo que hay una hay una infantilización de la juventud que me preocupa muchísimo. Sobre todo, en la clase media que muchas veces arranca a laburar después de terminar la universidad, a los 26 o 27 años. Está buenísimo que tus viejos te banquen, pero es importante tener experiencias más temprano. Me parece que hay que agarrar la pala de más chico. Trabajar desde la juventud creo que enriquece, en lugar de empobrecer.
La injusticia que más le duele a Mayra es la exclusión social. “El pobre ve que existe el viajar por el mundo, tener una computadora, tener una pieza propia, lo ve todo el tiempo, pero siempre desde afuera. No puede acceder a nada porque no puede ganar plata. El pobre está condenado a ser lo que la vida le imponga: laburar de lo que se consiga, comer lo que se le ofrezca y vivir donde se pueda. Sabiendo que existe un abanico infinito de posibilidades, el pobre nunca es libre de elegir ninguna. La exclusión de esa libertad me parece lo peor”, opina.
“El hambre es lo más feo que tuve que vivir porque te rompe la cabeza y las estructuras morales. Cuando estás cagado de hambre no hay moralidad que valga. Pero en Argentina, eso está contenido por el Estado, por eso la exclusión me parece peor”, agrega: Mayra.
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Mayra se considera una persona a la que no le afectan mucho las cosas. Siente que la pandemia es una realidad más que le toca vivir. Hoy ella se siente en una posición de privilegio porque tiene un espacio cómodo y con computadoras para que sus tres hijos, uno biológico y dos adoptados, estudien. “Ellos no se engancharon con la virtualidad. Me cuesta mucho que se pongan a estudiar. La cantidad de pibes que no van a volver a la escuela es brutal. Que la política no priorice esto me parece de las indiferencias más violentas. Es devastador”, reflexiona.
— ¿Cómo impactó la pandemia en la pobreza?
— Yo creo que la pobreza empezó a aumentar groso en 2018. Y lo empezás a notar cuando en los comedores vuelve a haber olor a cuerpo. Al encarecerse la vida, la gente deja de cuidarse. Con la pandemia, las personas dejaron de socializar, de tomarse el tren, de ir al centro, la calefacción se encareció y así se va dejando de lado el aseo personal. Otro indicador que muestra que el consumo cae es cuando ves que la persona que vive a fideos y arroz empieza a engordar. El pobre argentino es muy del carbohidrato. Lo más terrible que yo veo en este momento es la pérdida de la rutina. Como nadie tiene trabajo y los chicos no van a la escuela, las familias no tienen horarios. La gente come a cualquier hora, se levanta a cualquier hora y se juega a cualquier hora. Vas a la villa y tenés pibitos jugando a las 2 de la mañana porque no hay nada que ordene.
— ¿Cómo ves la virtualidad?
— Hoy saber manejar la computadora es necesario para hacerte el documento, para sacar el permiso para circular y para obtener el turno para la vacuna. Con la pandemia el Estado se digitalizó, pero no garantizó que su población esté alfabetizada digitalmente.
— ¿Qué pensás de las políticas que se desarrollaron para atender la emergencia?
— No creo que haya habido políticas acertadas. Lo digo con dolor porque el Gobierno me simpatiza. Por ejemplo, hay un capricho estatal con darle tarjetas a la gente pobre. Los que ya tienen planes, ya tienen tarjetas. ¿Por qué les dan otra más? Así lo único que se logra es que la gente aprenda a rebuscarsela para ver quién consigue más cosas del Estado. Hay un Ministerio de Desarrollo Social que se ocupa de los pobres, pero el reparto de mercadería, de una asignación o de la Tarjeta Alimentar no produce desarrollo.
— ¿Por dónde se debería ir?
— Para mí, el desarrollo tiene que ver con el impulso económico, con la educación y con la cultura. Sería bueno que el Ministerio de Desarrollo Social coordine con el sector económico para generar trabajo. Si se pensara la forma de que cada empresa argentina genere un puesto más de trabajo, ahí se estaría teniendo una visión desarrollista. Si a las personas solo les das un bolsón de mercadería o una tarjeta, cuando se les termina siguen siendo igual de pobres. La contención no es desarrollo. Esa es mi gran diferencia con las políticas que se han tomado.
— ¿Crees que tras la cuarentena hubo un mayor reconocimiento de las trabajadoras de casas particulares?
— Hay una falta de noción de lo que es la limpieza del espacio propio en los sectores sociales más privilegiados. A mi siempre me tocaron buenas familias cuando trabajé como empleada. Pero creo que mientras exista tanta diferencia entre una clase social y otra, la empleada nunca va a dejar de ser prácticamente de otro mundo. Por más que se concientice sobre los derechos, la importancia del cuidado y el valor que tiene, cuando hay tantas diferencias culturales, no hay ley que valga. Las clases sociales convergen cuando uno le da laburo al otro, pero somos tan diferentes que no nos vamos a entender nunca. Si no elevas la educación para que el pobre no parezca de otro mundo, no hable otro lenguaje y no sea un fenómeno social, no se va a conseguir que realmente se sienta respetado y reconocido en su laburo.
— ¿Qué fue de la figura que se conoce popularmente como el puntero?
— Me decis el puntero y pienso en Lombardo y la Pochi. Cuando aparecen ese tipo de series, los villeros empezamos a tener levante. Todo lo que sale en la tele genera furor. Cuando yo era chica era la manzanera la que te daba la leche y la mercadería. Cuando te peleabas por alguna razón con ella, tenías que entrar en contacto con la manzanera de otro barrio para acceder a eso. El poder estaba en la persona. En los 90, no existía ir a pedirle al Estado. Con el avance de la digitalización en el sector público, esas figuras se desdibujaron totalmente. Le hago muchas críticas al kirchnerismo por poner más esfuerzo en contención que en crear trabajo genuino, pero lo cierto es que avanzaron en desdibujar esas relaciones de poder. Al poder tener acceso al Estado, no necesitas conseguir la mercadería a través del puntero.
Mayra considera que la educación fue muy importante para ella. Lo ve como algo elemental. En este momento, cursa las últimas materias de su carrera. Opina: “De todas formas, estoy en una etapa de la vida, donde valoro las cosas materiales. En este momento veo que la educación promueve una movilidad cultural, pero no te garantiza ganar guita. Pienso que hay que estudiar algo que te permita morfar y tener un techo y después estudiar lo que te gusta. Estoy en esa crisis del final de la década de los veintis”.