Christian acaba de salir de la cárcel por robo y está en situación de calle. A sus 41 años, desempleado y separado de su pareja, suele parar en Boedo y Rivadavia, al lado del Easy, donde acostumbra hacer “ranchadas” con otros hombres que están en la misma. Cuando se juntan, además de darse ánimos para pasar el frío y la angustia —de la que no suelen hablar entre ellos— toman alcohol o cualquier otra sustancia estimulante. Christian ya tiene un vínculo, forjado a lo largo de varias visitas y conversaciones, con Estela, una de las operadoras sociales del Buenos Aires Presente (BAP), el programa del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires que recorre durante las 24 horas los barrios porteños para brindar atención social inmediata a personas en situación de calle.
Christian acaba de llamar a la línea 108 para que lo asistan y uno de los móviles del BAP sale a buscarlo. El de Christian es un “caso abierto”, es decir que está identificado dentro del sistema. Su caso es asignado a Estela, quien estaba tramitando su ingreso a una comunidad terapéutica: por estar en situación de abuso de sustancias, todavía no puede ingresar a uno de los centros de inclusión social de la ciudad.
La camioneta amarilla —la cual acompañamos desde RED/ACCIÓN— parte desde la sede operativa en el barrio de Constitución. Al buscarlo en el lugar indicado no están ni el hombre, ni sus cosas. Después de un largo rato, un hombre musculoso, de aspecto limpio y prolijo, llega y las saluda a Estela, a Ana —la otra operadora social— y a Ariel, el chofer del móvil.
Ellos son uno de los equipos que trabaja en el turno tarde del BAP. Atender situaciones como la de Christian es una de sus tareas habituales. También ayudar a tramitarles un DNI a quienes no lo tienen, llamar a los equipos de salud cuando es necesario, llevar a las personas a los centros de inclusión social adonde reciben hospedaje y comida, o derivarlos a los distintos programas del Ministerio de Desarrollo y Hábitat. Todo eso empieza con un llamado a la línea 108.
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La atención inmediata se activa
En la sede del BAP, además del estacionamiento de los coches, están las oficinas desde donde se supervisan las llamadas telefónicas que entran a la central de la línea de Atención Inmediata 108 (situada en otro edificio). Después de atender el primer llamado y de cargar los datos con la mayor cantidad de referencias que permitan identificar luego a las personas (a las que el equipo móvil irá a buscar a un punto determinado, fijado en esa misma llamada, para encontrarse), elevan el caso a los supervisores, instalados en una sala equipada con computadoras y pantallas, las cuales muestran una plantilla de datos ordenados por hora, tema, y asignación de las tareas a realizar.
En un gran playón a cielo abierto, aunque debajo de la autopista, estacionan varias camionetas y autos amarillos identificados con el número 108. En algún lugar del edificio, están los operadores sociales y los choferes de turno (como Estela, Ana y Ariel) esperando para saber adónde irán y a quién saldrán a buscar para darles asistencia.
“Las recorridas se organizan en tres turnos: mañana, tarde y noche. En cada turno trabajan diferentes equipos de profesionales y están disponibles 30 móviles para salir a buscar a las personas en situación de calle. En total, son 67 los equipos que recorren la ciudad a lo largo del día. La actividad se intensifica durante los días de frío, con operativos extraordinarios en los que 70 móviles salen al mismo tiempo y peinan toda la ciudad”, explica Patricio Buasso, gerente del BAP.
Además de alojamiento en refugios y de los otros servicios señalados, , el programa también otorga un subsidio habitacional de 5.000 pesos, según cuenta Maximiliano Corach, Subsecretario de Asistencia y Cuidado.
Verónica, jefa de sección del turno tarde del BAP, es licenciada en Trabajo Social y trabaja hace ocho años en este programa; antes salía a recorrer las calles y ahora se encarga de supervisar a los equipos que salen en los móviles.
“Siempre trabajamos con la voluntad de las personas, por eso no podemos obligarlos a recibir la asistencia si la rechazan”, explica. “Los supervisores articulamos el trabajo de los equipos que están afuera, con las llamadas y con las personas. Dejamos asentado todo lo que se hace y enviamos los móviles todas las veces que llaman los vecinos. sobre todo en los casos crónicos de personas que están hace muchos años en situación de calle”, relata Verónica.
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Asistencia social en CABA: profesión, vocación y burnout
“Yo estoy para la gente, me encanta, es mi vocación”, dice Estela, que se define como “muy insistidora”. Sus compañeros ríen y aseguran que es así. Ana, en cambio, tiene un poco más aceitado el mecanismo para separar trabajo de vida personal. Cuando vuelve a su casa se quita el traje de operadora social y trata de no pensar demasiado en las intervenciones que le tocó hacer. “Si me quedo enganchada con las historias de cada persona terminaría quemada”, dice.
La tentación de involucrarse personalmente, de conseguirle algún empleo a una mamá que tiene que darle de comer a sus hijos “siempre está”, admite, pero dice que la única forma de hacer bien su trabajo es saber separar sus funciones como operadora social de las emociones. “Lo que más piden en la calle es un trabajo, pero la situación del país no ayuda”, señala.
A veces les toca entrar en zonas peligrosas, donde hay o puede llegar a haber enfrentamientos armados. El que regula ese timing es Ariel: él indica cuándo y dónde la situación es segura para que puedan hacer su trabajo y cuándo habrá que llamar a la Policía.
En ocasiones, los logros del BAP entran en tensión con el trabajo de otros organismos de la ciudad. Cuando Cristian no encontró sus pertenencias (un bolso y una frazada) supo que momentos antes habían pasado otros funcionarios de CABA, los de “Espacio Público”, que se ocupan de mantener la ciudad lo más limpia posible y, muchas veces, en respuesta a llamados y quejas de vecinos acuden a levantar objetos “abandonados”.
Las quejas de los afectados por esta acción compulsiva de limpieza son frecuentes: “Me robaron, me dejaron sin nada”. Ana cuenta que suelen interceder para que los operadores del organismo no se lleven las cosas.
“¿Qué te gustaría Cristian?”, me atrevo a preguntarle. “Un trabajo en blanco, no en negro, porque en negro siempre hay, yo quiero un trabajo, de seguridad o en un restaurant, yo estoy sano, estoy fuerte, solo quiero la oportunidad”, expresa.
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Los paradores para personas en situacion de calle en CABA
Una de las medidas que el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad implementó en marzo de 2020 en el contexto de pandemia fue la instalación del nuevo Centro de Inclusión Social Roca III, que se sumó a las instalaciones Roca I y II, ubicados en la zona sur de la ciudad, en Villa Soldati, ocupando los predios construidos para los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018.
“En una semana, el año pasado se abrieron cinco paradores nuevos, incluyendo un sector diferenciado en el Roca III para que todas las personas que ingresen a la red de paradores de la ciudad puedan realizar un aislamiento preventivo durante los primeros diez días”, cuenta en el lugar Nahuel Aguirre, gerente de Centros de Inclusión Social. Luego pueden quedarse en Roca —ya sea en el espacio destinado a albergar a familias o en el que es exclusivo para hombres— o en cualquiera de los 40 centros de inclusión —los llamados, coloquialmente, “paradores”— habilitados en la ciudad que dispongan de vacantes.
En total, el año pasado la ciudad abrió ocho nuevos Centros de Inclusión en espacios polideportivos. En 2020, entonces, se generaron 1.280 nuevas plazas destinadas a responder a la demanda de refugio que aumentó durante la pandemia. Durante la emergencia por COVID-19, se llegaron a cubrir 3.300 plazas y actualmente, en total, hay alrededor de 2.500 plazas, ocupadas en un 56%.
¿Alcanzan estas plazas para solucionar la situación de calle de las personas que la atraviesan? Imposible saberlo. De hecho, como se observa al entrar en el parador Roca I, lugar es lo que sobra. Solo hay una treintena de hombres alojados, la mayoría, desde que comenzó la pandemia, hace un año, otros hace meses, otros hace días. Sus camas están distribuidas bajo ese techo altísimo, en una zona cercana al portón de entrada, frente a la tele y los baños, a una buena distancia —calculada a ojo son unos ocho metros— de ellos. Solo unas pocas camas están alejadas, al otro lado del pabellón, junto a la pared del fondo. Allí está un hombre sentado en una silla, junto a la cucheta en la que —después explica Majo, quien coordina el parador de hombres— él duerme. Al lado hay una mesa repleta de libros, uno de los cuales está leyendo. “Es un solitario, ya pronto se va a un hogar conveniado, tiene familia pero no le gusta hablar de su historia y nosotros se lo respetamos”, contará Majo.
En el parador también reside Rafael exactamente hace un año y se presenta como parte del equipo. “Soy voluntario acá, me gusta ayudar, acá todos nos ayudamos”, cuenta. “Viví mucho tiempo en la calle pero no está nada bien. La calle te chupa. Desde los 8, 9 años que soy de la calle, cuando me vine de Salta, pero acá dejé la droga, yo olía nafta en la calle, no pensé nunca que la iba a dejar”, admite.
A pocos metros de donde está el lector hay un gimnasio delimitado por una pared pintada con dibujos artísticos, al más puro estilo street art y con algunos grafitis. “Lo hicieron unos chicos que se alojaron en el centro durante un tiempo y ya salieron”, describe Majo. Allí está entrenando Pablo, un chico de unos 20 años, haciendo pectorales con una barra con dos bloques de cemento en los extremos que hace las veces de pesa. Está recostado sobre un banco de madera y, mientras levanta y baja los brazos flexionando los codos y llevando la barra hacia el pecho, cuenta que se fue de su casa porque el ambiente era tóxico, muy violento. Está contento de tener un lugar en el que dormir y comer, protegerse del frío y de la lluvia, mientras piensa en su futuro.
En la entrada al pabellón del Roca II, uno de los paradores de las familias, hay unos chicos jugando en el piso: unos dibujan, otros juegan a la pelota, otros corren. Nos miran pero siguen en lo suyo. Veo dos mujeres jóvenes tomando mate, conversando. ¿Les molesta si me sumo?, les digo y me presento. Son Pura —“me llamó así, en el documento, sonríe”— y Leonela. Se conocieron en el parador, cuando ingresaron hace menos de un mes y se volvieron amigas. Leonela está con su marido y sus tres hijos y cuenta que decidió pedir albergue cuando, por falta de trabajo, ya no pudieron pagar el hotel en el que vivían. “La calle no es para los chicos”, resume.
Pura, tiene 20 años y llamó al 108 cuando sus abuelos con los que convivía la echaron de la casa. “No me daba estar siempre pidiendo a las familias de mis amigas que me den un lugar donde dormir, así que decidí venir para tener un lugar seguro. Pura no se presenta como una chica vencida por la adversidad, todo lo contrario: reconoce lo que necesita y sabe lo que quiere: “Se supone que estar en este lugar es transitorio para poder progresar, porque la idea no es envejecer acá”.
¿Cuántas personas viven en situación de calle en la Ciudad?
La cantidad de personas en situación de calle, al momento de la publicación de esta nota, es un dato aún no validado: hay que esperar a que se publiquen los resultados del último censo, realizado el 12 de mayo.
Un día antes, la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Proyecto 7, MTE y Nuestramérica MP dieron a conocer un comunicado de rechazo al avance del censo por desacuerdos en la metodología, porque “subregistra a la población, evita recolectar datos cualitativos de minorías específicas y no atiende las recomendaciones realizadas incumpliendo el acuerdo logrado el año pasado”.
Tras el censo, el Ministerio negó “que se haya incumplido el acuerdo ni que no se hayan tomado cuestiones habladas” durante las reuniones previas, en el marco de un acuerdo con organizaciones de la sociedad civil. “Por ejemplo, se sumaron preguntas para optimizar el cuestionario, vinculadas al género autopercibido, si se cuenta o no con DNI y certificado de discapacidad; se aumentaron el número de recorridos y de móviles dividiendo en más cuadrículas las manzanas de la CABA; y se incorporó el monitoreo del barrido a través de una aplicación”, señaló el Ministerio en un comunicado.
El tema que no se pudo resolver dentro del acuerdo es el de la cantidad de días que se destinarían a efectuar el censo. “Desde el punto de vista metodológico el margen para que se dupliquen casos es extremadamente alto dado que hay un alto porcentaje (38% en el relevamiento pasado) que no da datos personales, solo se los cuenta”, expresaron desde el Ministerio.
El último censo, confeccionado en 2019 por la Subsecretaría de Atención y Cuidado Inmediato, dentro de la cual opera el BAP, contabilizó 1.147 personas en situación de calle; pero la cifra surgida del segundo Censo Popular de Personas en Situación de Calle —del mismo año— resultó en 7.251, de las cuales 5.412 no tenían acceso a paradores oficiales ni a establecimientos con convenio con el Gobierno de la Ciudad.