Argentina es conocida en el mundo por varias cosas: Messi, el Papa, la carne. Pero dentro de sus grandes reconocimientos, también figura el buen vino, generalmente fruto de la provincia de Mendoza (aunque hoy su producción se ha extendido a lo largo y ancho de todo el país).
De hecho, el vino argentino fue distinguido internacionalmente en muchas ocasiones. Este año, por ejemplo, la bodega Catena Zapata fue elegida como la mejor del mundo por los premios World's Best Vineyards, que evalúan tanto la calidad de los vinos que se producen como la experiencia que brindan a los visitantes.
En efecto, este fenómeno aterrizó en la Capital Federal de la mano de los nuevos wine bars, que quieren dar espacio para que la cultura del vino argentino sea valorada con el acompañamiento de una gran experiencia gastronómica. Aquí abajo enumero algunos de ellos que vale la pena probar, junto a su historia.
PAIN ET VIN
Hace 10 años, el matrimonio de orígenes mixtos de Ohad Weiner (cocinero israelí) y Eleonora Jezzi (somelier argentina) se dio cuenta que una de sus cosas favoritas de sus viajes era cuando lograban encontrar aquellos bares de vinos simples, acogedores y sin contracturas. Este es, de alguna manera, el origen de Pain et Vin.
"“Nuestra propuesta es que puedas tomarte buenos vinos sin el acartonamiento que tiene la hotelería o el fine dining”, cuenta Jezzi. En cuanto a sus vinos, la dueña puso foco en el trabajo que se toman en elegir cada uno con un gran criterio y lo mucho que les gusta cada botella que tienen. “Son 250 etiquetas y cada una de ellas ocupa un lugar especial”, profundiza.
Además, su propuesta se completa con un lado gastronómico, ya que ofrecen desde platitos como boquerones o ricotta con aceite de oliva, hasta un pato confitado y una berenjena ahumada. Infaltable: un buen plato de quesos o charcutería con un pan de masa madre para acompañar los vinos. También lo tienen. Y confirmo, todo es riquísimo.
VEREDA ADENTRO
Este espacio es, en definitiva, un encuentro de intenciones y de deseos de sus cuatro creadores. O al menos así lo definen sus dueños. Por un lado estaban Pamela Godoy y Lucía Bulacio, dos amigas que se dedican al vino natural y siempre tenían la ilusión de contar con un espacio donde la gente pueda tomar una copa y compartir.
Por otro lado, Cristián Diaz, un gastronómico, conoció a Tania Diaz Frontini, que se dedica al turismo y es muy entusiasta de salir a comer y beber. Ella le propuso a Cristián armar un proyecto propio. Fue él quien luego se le ocurrió mezclar estas cuatro patas en un proyecto. Y así nació Vereda Adentro.
“Nuestra propuesta es que puedas venir a beber vinos de distintas partes del país en un lugar abierto (literalmente no tiene puerta) y relajado para encontrarte con algo nuevo”, explica Pamela. Su bodega está llena de diferentes etiquetas que varían ampliamente debido a sus sabores y aromas particulares. Todo acompañado, por supuesto, de unos platos elaborados estacionalmente tanto para picar como cenar.
NARANJO
Para Augusto Mayer y Nahuel Carbajo, el vino es una pasión que los une. Cuando estaban trabajando en su antiguo restaurante Proper, siempre rondaba en sus cabezas la idea de hacer una propuesta que tenga al vino y, por supuesto, a la buena comida como protagonistas. Casi sin saberlo, así nació el gran éxito de Naranjo. “Siempre tuvimos una conexión con el vino muy intensa”, comenta Mayer.
En 2020, una pandemia arrasó el mundo, pero Naranjo estaba latente. Ese octubre, abrieron al público (como pudieron) y le dieron vida a este proyecto que poco a poco fue creciendo y mutando hacia lo que es hoy. “Teníamos mucho deseo de hacer algo que nos gustara”, afirma Mayer acerca de lo que los llevó a concretar este proyecto.
La propuesta es simple, pero a su vez (muy) compleja: buenos vinos y buena comida. Por el lado de los vinos, Mayer profundiza en que tienen una selección tanto de productores pequeños (a los que le intentan de dar más lugar), como productores grandes. ”Siempre con una curaduría muy acorde a nuestro estilo”, asegura.
Por el lado gastronómico, su pasión como cocineros (ambos son chefs) los llevó a poner la comida en primer plano también. Los platos se piensan de forma estacional, con ingredientes locales y la gran mayoría de los platos a base de vegetales, aunque también hay carne. “Tenemos una cocina muy honesta: está abierta al público y todos pueden ver lo que elaboramos”, concluye el dueño.
LARDITO
La historia de Lardito precede a su apertura. Hace seis años, sus dueños abrieron Lardo & Rosemary, uno de los restaurantes más destacados por su calidad gastronómica. También, hace unos cuatro años abrieron Las Patriotas Vilardo, un bar enfocado en los vinos y coctelería. En la pandemia, inauguraron Club Vilardo, un local para comprar vinos.
De todo esto, floreció Lardito: el punto medio entre un gran restaurante gastronómico y un gran bar, que al principio fue un gran desafío. “Nosotros veíamos de un local para treinta cubiertos en La Lucila y pasamos a abrir un local para ochenta cubiertos en Chacarita”, cuenta Felipe "Pipe" Colloca, uno de los dueños. “Era una apuesta fuerte, pero teníamos mucha confianza en nosotros, en lo que veníamos haciendo”, continúa.
Lardito, para todos aquellos que fueron, se caracteriza por una gran barranca que está llena de vinos: todos diferentes, todos con una historia. Actualmente, cuentan con 180 etiquetas de estilo más agroecológicos y de baja intervención. Pero su propuesta no se limita a la bebida, sino que la gastronomía es una parte clave. Se enfocan en platos de todo el mundo elaborados de técnicas diferentes: desde papas fritas hasta dumplings. Como bien lo define Pipe, es “la precisión de la alta gastronomía con la crudeza de la comida callejera”.