Los contaminantes químicos se encuentran por todas partes, incluso en lugares inesperados como los productos de uso diario, los alimentos, el agua potable y el aire que respiramos. Estamos diariamente expuestos a ellos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
Una amenaza invisible
Una vez introducidos en el organismo, algunos de ellos permanecen en nuestro cuerpo durante un corto periodo de tiempo (horas o días). Son los llamados contaminantes no persistentes.
Entre ellos están los fenoles, que se encuentran en productos de cuidado personal (cremas y cosméticos) o en papel y cartón reciclado usado en envases de comida rápida (pizzas, hamburguesas, patatas fritas, churros…).
Pero otros contaminantes, los conocidos como persistentes, pueden permanecer años, o incluso décadas, dentro de nuestro cuerpo.
Algunos, como los pesticidas organoclorados (OC) –que se usaban ampliamente en la agricultura y en lociones y champús antipiojos– o los policlorobifenilos (PCB) –utilizados como aislantes en condensadores y transformadores– se prohibieron hace tiempo en Europa.
Otros, como algunos compuestos perfluoroalquilados (PFAS), han sido muy empleados en recubrimientos de sartenes, envases de palomitas, ropa impermeable o textiles para tapizados. Y aunque algunos PFAS han sido prohibidos recientemente o su utilización está restringida en Europa, otros muchos siguen en uso.
Estas sustancias se han encontrado en poblaciones de todo el mundo y de todas las edades, incluyendo mujeres embarazadas.
Usurpación de identidad hormonal
Aunque los contaminantes químicos parezcan inofensivos, su presencia puede generar graves problemas para la salud. Muchos se consideran disruptores endocrinos: al tener una estructura muy similar a la de las hormonas, se pueden hacer pasar por ellas y ocupar su lugar dentro de nuestro sistema hormonal.
De hecho, son capaces de afectar el transporte, la producción, el metabolismo y la acción de dichas hormonas. Por lo tanto, pueden producir un desequilibrio en el sistema endocrino y provocar un mal funcionamiento de nuestro organismo.
Un periodo vulnerable en el que la alteración de ciertas hormonas puede ser muy perjudicial para la salud es la vida intrauterina. En esta etapa temprana de la vida, el feto depende exclusivamente de las hormonas tiroideas maternas, ya que no es capaz de producir las suyas propias hasta la primera mitad del embarazo.
Transportadas a través de la placenta, desempeñan un papel fundamental en el desarrollo del feto, incluyendo la maduración del sistema nervioso central. Desequilibrios en dichas hormonas debido a la exposición a disruptores endocrinos se han relacionado con alteraciones en el desarrollo neuropsicológico.
Hormonas tiroideas en el Proyecto INMA
Desde la red de investigación Proyecto Infancia y Medio Ambiente (INMA) hemos querido estudiar la posible relación entre la exposición a contaminantes y las alteraciones de las hormonas tiroideas maternas en la población española.
Nuestros trabajos han demostrado que el contacto prenatal con algunos fenoles, OC y PFAS estaban efectivamente relacionados con alteraciones en los niveles de hormonas tiroideas maternas.
En concreto, determinados OC y PFAS se asociaron con una disminución de los niveles de triyodotironina (T3). Además, algunos disruptores endocrinos fueron vinculados a una disminución (caso de los fenoles) y un aumento (caso de los PFAS) de los niveles de la hormona estimulante de la tiroides (TSH), que es la que regula la producción de T3 y tiroxina (T4) en la glándula tiroidea.
Adicionalmente, quisimos ir más allá y ver si la propia dotación genética de las mujeres podría influir en la relación observada entre contaminantes y hormonas tiroideas. Así descubrimos que variaciones en algunos genes que codifican para las enzimas deiodinasas (muy importantes en la regulación de hormonas tiroideas) podrían provocar que la asociación entre los niveles de los contaminantes y las citadas hormonas fuera más fuerte o más débil. Específicamente, los resultados mostraron algunas diferencias para el caso de ciertos OC, PCB y fenoles.
Esto sugiere que la genética podría tener un papel clave en la alteración de las hormonas tiroideas debido a la exposición a ciertos disruptores endocrinos y la existencia, por tanto, de poblaciones más vulnerables a ellos.
Aunque ya existían otros estudios que revelaban la asociación entre la exposición prenatal a disruptores endocrinos y alteraciones en la función tiroidea materna, el Proyecto INMA fue el primero en analizar en humanos el papel de las variaciones genéticas en dicha asociación.
En definitiva, esta investigación ayuda a visibilizar el riesgo para la salud que entraña la omnipresencia de estos compuestos nocivos.
*Oihane Alvarez, Técnico en Investigación, Fisabio; Blanca Sarzo Carles, Investigador postdoctoral. Bioestadística, Fisabio, and María José López-Espinosa, Associate research scientist, Fisabio
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.