Paul Auster está de buen humor. A pesar de la persistente lluvia considera que su semana de entrevistas y presentaciones en Buenos Aires ha ido muy bien. Agradece de todos modos que este sea uno de sus últimos viajes para presentar 4321, su reciente novela, tarea que lo ha mantenido ocupado el último año. Es tarde de domingo, y la sala José Hernández de la Feria del Libro de Buenos Aires estalla, de modo que los organizadores han dispuesto pantallas fuera de la sala para aquellos que no pueden entrar. En sus casi 1000 páginas, 4321 cuenta la historia de Archie Ferguson, desde su nacimiento hasta su temprana adultez, pero lo inusual del libro es que no hay una sola versión de su vida, sino cuatro, y no son versiones alternativas sino que están narradas en paralelo dentro de una estructura cíclica. Aquí, un resumen del diálogo con el que Auster presentó la novela en uno de los actos centrales de la Feria del Libro.
¿Cuál es la idea principal que subyace a esta novela?
Es una pregunta muy difícil de responder. Toda mi vida me he dedicado a esta idea de las realidades alternativas: lo que es, no necesariamente es lo que tiene que ser, o lo que podría ser. Nacemos en una vida y solamente en una vida, pero dependiendo de nuestras circunstancias podemos tomar distintos rumbos. Constantemente me ha asolado este tipo de ideas: qué hubiera pasado si uno hubiera sido pobre o si el padre hubiera muerto cuando uno tenía siete años de edad y cómo eso me hubiera cambiado la vida, y así sucesivamente. Toda mi vida he pensado en esto y finalmente lo materialicé en este libro.
Después de escribir 4321 y de abordar tan profundamente la cuestión, ¿cambió su entendimiento sobre el tema?
No. Los misterios del mundo siguen siendo los misterios del mundo y ninguna novela los va a poder resolver. Por suerte. Hacia el final del libro Ferguson se imagina que la realidad que aceptamos está allí, pero que hay una realidad fantasma que está al lado de esa realidad verdadera. Y es muy difícil no pensar en ese mundo de sombras que nos rodea.
¿Cómo surgió la idea? ¿Fue un rayo o nació como una semilla que evolucionó con el tiempo?
Las ideas de la mayor parte de las novelas que he escrito se desarrollaron a lo largo de meses, o años. Y es como una música que escucho en mi cabeza, diferente para cada libro. Escucho un tono y empiezo quizás con un personaje o con una situación, y a medida que las cosas van tomando su rumbo, me llega a la mente más materia, y luego trato de encontrar la mejor manera de expresar ese material bajo el aspecto formal de la novela. Pero en este caso sucedió a la inversa. Yo estaba sentado un sábado a la mañana tomando mi té de la mañana y leyendo el periódico, y esta idea formal se me ocurrió. ¿Por qué no escribir un libro sobre una persona con distintas versiones paralelas de su vida? Pero tampoco fue un rayo. Es como si mi inconsciente hubiera estado haciendo todo este trabajo y yo no lo hubiera entendido, hasta que empezó a salir a la superficie. No estaba seguro de cuántas versiones debía haber, empecé a jugar con distintas posibilidades y finalmente pensé que cuatro era lo mejor para los fines que yo perseguía. Cuatro porque es el cuadrado perfecto, las cuatro estaciones, los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales de la brújula. Hay algo mágico en el número cuatro. Con las semanas descubrí que no tenía que contar toda la historia de su vida, sino sus primeros veinte años, que por supuesto son los años más tumultuosos y extraordinarios que vivimos como seres humanos.
Cuando uno lee la novela piensa que antes de sentarse a escribir usted creó el mapa de su estructura, y definió con precisión cada uno de los cuatro Ferguson, pero luego leí que el proceso fue exactamente el opuesto.
Sí, estuve improvisando todo el tiempo. Fui descubriendo el libro a medida que lo escribía. La mayor parte de mis libros los he escrito de esa manera. Hay novelistas que hacen un mapeo previo de todo lo que van a escribir, pero para mí eso destruye la aventura, y creo que la espontaneidad es algo muy preciado para un poeta o un novelista. Si no hay aventura no hay descubrimiento. Es una forma riesgosa de trabajar, pero no me puedo imaginar escribiendo de otra manera.
Usted descubre qué es lo que quiere decir a medida que lo está diciendo.
Sí, diría que es así. Al avanzar en la escritura del libro observé que después de cada capítulo quedaba exhausto. Cada capítulo era como un cuento largo o como una novela corta. Tenía que hacer una pausa y durante esas pausas, lo que hacía era leer todo de nuevo. Lo leía haciendo correcciones, perfeccionando la prosa, y al leerlo con tanta frecuencia era como memorizar el libro. Me sabía todas las oraciones del capítulo y decía “Bueno, a ver, estoy listo para empezar a escribir de nuevo”. Entonces pensaba, hacía notas mentales y se me ocurrían ideas, situaciones, personajes, hechos y luego empezaba a escribir el siguiente capítulo, y de las veinticinco cosas que yo pensaba que iba a incluir, a lo mejor me concentraba en cuatro y después surgían dos o tres nuevas a medida que estaba escribiendo.
¿Es decir que el libro podría haber sido más largo?
Podría haber sido más largo, sí, pero me parece que como está ya es un riesgo para la salud. Si se le cae a uno sobre un pie, le puede romper un hueso y la verdad es que no quería poner a los lectores en riesgo. Y es tan grande y tan pesado que traería problemas de columna, problemas musculares, así que me pareció que la cantidad de páginas que tiene era el límite al cual yo podía llegar… (risas)
Empezó a escribir este libro a los sesenta y seis años, una edad muy significativa porque es la edad a la que falleció su padre. ¿Cómo impactó ese hecho?
Traspasar la edad a la que llegó mi padre fue una cuestión fuera de lo natural, algo muy extraño. Fue como correr un velo invisible y adentrarme en otro terreno, en otro país, en un lugar donde nunca había estado, y me atemorizaba. Mi padre estaba en perfecto estado de salud y de golpe cayó muerto, de modo que quizás eso podía pasarme a mí. Empecé a escribir el libro un mes después de haber cumplido sesenta y seis, y me la pasé pensando “Sé que va a ser un libro largo, tiene que ser largo porque tiene esta naturaleza de tener cuatro partes y serán mil páginas, y morirme después de la página quinientos no sería una muy buena idea”. Trabajé a un ritmo frenético: durante poco más de tres años no hice otra cosa que escribir el libro. No viajé a ningún lado, no asistí a eventos literarios. Siri, mi esposa, que también es escritora, también trabajó mucho en sus libros. Así que durante todo ese período tuvimos una vida social muy restrictiva. De modo que logré terminarlo en tres años y medio, que para mí fue un proceso de escritura muy rápido. Mis otras novelas, que son mucho más cortas, me han insumido mucho más tiempo.
Posiblemente porque sentía que estaba corriendo contra la idea de la muerte.
Sí, me parece que sí. Es una forma quizás infantil de pensar, pero así era como yo sentía las cosas en ese momento.
¿Cómo fue esa rutina diaria? Entiendo que sigue escribiendo a mano en un cuaderno y luego transcribe a su máquina de escribir.
La rutina diaria fue la siguiente: después de despertarme, de desayunar, leo The New York Times, tratando de absorber ese mundo loco en el que vivimos en la mayor medida posible. Tengo una pequeña sala de trabajo en el piso inferior, voy allí y trabajo, escribiendo a mano en un cuaderno. Por lo general estoy en el escritorio a las 8.30 y trabajo toda la mañana hasta las primeras horas de la tarde. Hago una pausa, almuerzo algo y luego vuelvo, y en general trabajo hasta las 5.30 de la tarde. Ese es un día normal. Con frecuencia me levanto del escritorio y doy vueltas, no me puedo quedar quieto sentado mucho tiempo y encuentro que al moverme surgen las palabras. Para mí el párrafo es la unidad de composición de ficción. Uno puede decir que quizás el renglón es la unidad del poema, pero para mí una novela no son oraciones, son párrafos. Y cada párrafo tiene su propia forma, su propio objetivo y su propio ritmo. Yo trabajo en eso una y otra vez hasta que me parece que está más o menos terminado, y eso puede llevar una hora, o un día, o semanas. Cuando termino un párrafo, recién allí me voy a otra parte de mi escritorio y lo paso en mi máquina de escribir. Lo paso en limpio y empiezo a hacer marcas y anotaciones, y lo corrijo una y otra vez hasta que no se me ocurre nada más. Pongo las páginas corregidas en una carpeta junto con otras, vuelvo nuevamente al cuaderno y escribo el próximo párrafo de forma manuscrita. Así es cómo he escrito todos mis libros. Es una forma extraña de trabajar, pero no puedo componer con mis dedos en el teclado. Necesito un lápiz o una lapicera en mis manos. Quizás es porque así es como aprendí a escribir. Es algo que está muy arraigado en mí.
Hablando de lápices, hay una anécdota iniciática. Usted tiene ocho años, y está de pie delante de su estrella de béisbol, quien está a punto de autografiarle una pelota, pero faltaba algo.
Sí, esto pasó en 1955, yo tenía ocho años. El jugador del que habla se llamaba Willie Mays, uno de los tres o cuatro mejores jugadores de la historia del béisbol. Pensé que era la cosa más grande que había en la vida y yo estaba allí, de pie, delante suyo. En ese momento yo le digo “¿Señor, me puede dar un autógrafo?” “¡Sí, claro, muchacho! ¿Tenés un lápiz?”. Yo no tenía un lápiz. Mis papas, que estaban allí, tampoco tenían un lápiz encima. Había amigos, ninguno tenía con qué escribir. Y Willie Mays me dice “Discúlpame, muchacho, pero si no tenés un lápiz, no te puedo dar un autógrafo” y se fue. No hace falta que le diga el tamaño de mi desilusión, y desde ese día en adelante empecé a llevar siempre un lápiz o una lapicera en mi bolsillo. Están siempre ahí conmigo. Y si tienes un lápiz o una lapicera en el bolsillo, quizás un día le encuentres una utilidad. ¿Si es así cómo empecé a ser escritor? No, pero es una buena historia... (risas).
En el proceso de escritura y de corrección, en algún momento entra Siri, su mujer, como la primera lectora. ¿Cómo funciona eso?
Con frecuencia me han preguntado si es difícil estar casado con una escritora, si no hace que la vida sea más difícil, pero es lo opuesto. En primer lugar porque tengo a alguien a mi lado, y en mi caso en particular es una persona brillante… Para mí es un honor y un placer estar en su compañía, entre otras cosas porque es alguien que entiende qué es lo que estoy haciendo. Ella ya sabe qué significa escribir. Además la necesito como cualquier escritor necesita un lector, alguien en quien confiar. Y tenemos una especie de pacto entre nosotros. Obviamente leemos las obras del otro y somos completamente honestos: si hay algo que no nos gusta, lo decimos y esa crítica surge de un profundo respeto, porque yo creo en su obra, y ella cree en la mía. Cuando escribo tiendo a leerle en voz alta cada treinta o cuarenta páginas porque me ayuda escuchar la narración en voz alta. Escucho si hay algo que no suena bien y ella a su vez me da su mirada. “En eso no estoy segura, ese adverbio, esa oración no es lo suficientemente clara, quizás tenés que agregarle algo aquí o allá o quizás tenés que quitarle esto o aquello”. Y yo me lo tomo muy en serio. Hemos estado durante treinta y siete años juntos y no hubo una sola vez en que no haya tenido en cuenta su consejo. Una vez que ella le pone el sello de aprobación ya no me preocupa lo que digan los demás porque ella tiene la opinión que yo más respeto. Es mucho más inteligente que cualquier editor, y mucho más inteligente que los críticos literarios, así que si ella está atrás y está conforme, me parece que vale la pena publicarla o darla a conocer al mundo, y el resto queda ya fuera de mi control.
4321 es en cierta forma una exploración de cómo un hecho inesperado afecta una vida. ¿Es otra forma de concebir su histórica obsesión con el azar, el destino, la casualidad o la coincidencia?
Lo pensé, pero lo que a mí me interesa no es la metafísica del azar, sino cómo funciona el mundo real, y al prestar atención al mundo real, uno de los factores que me parece altamente significativo es esta expresión que usted utilizó: el hecho inesperado. Lo inesperado sucede con gran periodicidad en nuestras vidas, y es lo que yo llamo la mecánica de la realidad. Uno puede llamarlo azar o aleatoriedad o lo que fuere, pero esas son palabras un poco rebuscadas. Yo voy más a lo terrenal y hablo de lo inesperado: uno se resbala en el hielo y se rompe la pierna, y a la mañana cuando se despertó, no pensó que se iba a romper la pierna, es un hecho inesperado. A veces lo inesperado es algo feliz y la cosa más maravillosa que nos puede haber pasado, y con frecuencia, es algo realmente trágico. La muerte, las guerras, los ciclones, los tornados, los volcanes, puede suceder cualquier cosa. Es así cómo funciona la vida, así que siempre en todos mis libros he tratado de incorporar este tipo de experiencias porque no es que haya algo mágico o místico, sino que es lo real. Es así cómo funciona el mundo.
Hay un hecho inesperado en su vida que podría no haber ocurrido, pero ocurrió, y es la noche en la que conoció a Siri.
Sí, definitivamente.
¿Nos la puede contar?
Sí, es muy sorprendente en realidad. Siri es ocho años más joven que yo y creció en Minnesota, en una zona rural. Como se puede imaginar, era una alumna brillante que tuvo una beca para asistir a la Universidad de Columbia en Nueva York para hacer un doctorado. Llegó a Nueva York a los veintitrés años, y conocíamos a una sola persona en común en todo el universo. Había una lectura de poesía esa noche en un lugar donde han hecho sesiones de lectura de poesía durante ochenta años, un lugar muy grande, con mil butacas en el auditorio. Una amiga estaba por dar una lectura, me invita, pero yo acababa de volver de un viaje y no estaba seguro de ir. A último momento decido ir. Cuando termina la lectura, Siri estaba conversando con este conocido en común, me ve desde el otro lado de la sala y le pregunta: “¿Quién es ese que está ahí con una campera de cuero fumando un cigarro?”. “Ah, es Paul Auster, el poeta” le dice nuestro amigo. “Quiero conocerlo” decide Siri, y se acercan. Yo sabía que este hombre estaba casado, pero pensé: “Qué linda chica con la que está, quizás hay algún romance”. Así que fui muy cortés, tal vez distante, pensando en que ella era bellísima, y muy alta. Yo no entendía muy bien cómo era la situación así que hablábamos de forma muy correcta y después de un par de minutos, este amigo se fue para hablar con otra persona y me di cuenta de que no eran pareja. Y seguimos hablando y hablando, y después salimos juntos y seguimos hablando. Y pasamos la noche juntos y hemos estado juntos desde esa noche… Realmente sorprendente. Y si no hubiera ido a esa lectura, nunca la hubiera conocido. Toda mi vida hubiera sido diferente, y todo en mi vida hubiera sido diferente.
Un hecho inesperado, afortunado y feliz...
El mejor de todos.
Volvamos al libro. Hay cuatro argumentos en paralelo, que se afectan unos a otros, no sólo por sus diferencias sino sobre todo por las sutiles similitudes entre cada uno de los Ferguson.
Bueno, es que los muchachos son idénticos. Genéticamente son la misma persona, tienen el mismo cuerpo y el mismo equipamiento mental, por decirlo de alguna manera. En consecuencia, gran parte de lo que los rodea va a ser similar. No quería escribir una novela de ciencia ficción en la que los cuatro fueran adentrándose en un terreno diferente, que uno fuera poeta, el otro corredor de carreras y el otro astronauta. En definitiva, todos gravitan en torno a ocupaciones similares, todos se transforman en escritores en algún punto u otro, ya sea que se dediquen al periodismo, a la traducción, a la crítica o a la ficción. Todos tienen una gran sensibilidad hacia la música por ejemplo, pero cada uno de ellos en circunstancias diferentes. En el primer ciclo, el mismo padre por razones que son demasiado complejas para explicar aquí, pierde el dinero, está en una situación económica muy difícil y la familia tiene que luchar a lo largo de la juventud de Ferguson para sobrevivir. Mientras que en otra instancia, el padre de uno de los Ferguson muere cuando el niño tiene solamente siete años y eso le da un giro completo a su vida. En el caso número cuatro, el padre se transforma en una persona rica, lo que genera una serie de problemas diferentes y surge esta personalidad que yo llamo el Ferguson enojado, el que está en conflicto con su familia, más que los otros. De manera tal que hay grandes similitudes y al mismo tiempo, profundas diferencias.
Hacia el final del libro uno de los Ferguson señala el modo en que un autor ama a sus personajes. ¿Esa fue su experiencia con los cuatro?
Ha sido mi experiencia con cada una de las novelas que he escrito. Uno tiene que amar a cada uno de esos personajes que ha creado. En razón de ese amor, se tornan reales para uno. Y estoy hablando no solo de los personajes que merecen respeto por su altura moral, sino también de los malos, los violentos, los toscos. Uno tiene que entenderlos y meterse en todos ellos, tiene que vivirlos. Es por eso que con frecuencia he sentido que escribir una novela es como actuar. El trabajo de un actor es darle vida a un ser imaginario. El actor o actriz utiliza su cuerpo, el autor lo hace con la lapicera, pero ese proceso interior es el mismo. Uno tiene que mirarse a sí mismo, mirar en su interior. Si hay un personaje que en un ataque de enojo mata a alguien, por ejemplo. Yo nunca he matado a nadie, pero sí he estado enojado muchas veces en mi vida y entonces empiezo a pensar qué pasó cuando estuve verdaderamente muy enojado. A partir de allí empiezo a imaginar qué pasaría si estuviera más enojado que nunca, en un ataque de furia. Al escribir novelas uno tiene que abrirse al mundo exterior, y abrirse también para permitir que lo que está adentro de uno, salga. Es un intercambio mutuo entre lo interior y lo exterior, y la única forma de hacerlo es dejándose a uno mismo atrás, dejando que el ego desaparezca. Si uno no entra en ese trance, no va a poder sentir lo exterior ni tampoco expresar todo aquello que uno tiene adentro.
De modo que escribir no es una experiencia solitaria sino de conexión.
Sí, es una experiencia de sentirse conectado con las cosas, más que estar aislado de las cosas. Yo trato de expresar este sentimiento en mi libro de prosa La invención de la soledad, que en cierta forma es una obra colectiva. Es un hombre que está sentado solo en una sala y todo el libro tiene que ver con una noche en la vida de esa persona, mi vida, pero porque somos seres sociales, porque utilizamos el lenguaje para pensar y para expresarnos, porque el lenguaje es algo que aprendemos de otros. Estamos hechos por otros y por ende, somos habitados por otros. En primer lugar por nuestros padres, nuestras familias y luego nuestras comunidades, nuestros amigos. Y si somos lectores, somos habitados por los libros que hemos leído y por los escritores que hemos leído.
Volvamos a otro hecho inesperado de su biografía, que en cierta forma está incluido en 4321. Usted tiene catorce años y alguien que estaba unos metros delante suyo es alcanzado por un rayo.
He escrito al respecto en un pequeño libro que se llama El cuaderno rojo, en una sección que se llama Por qué escribir, que tiene tres o cuatro páginas de extensión. Es el hecho más importante de mi vida, una experiencia crucial que se dio en una edad en la que uno es muy vulnerable, de transición física, emocional y también intelectual. Éramos veinte muchachos en medio de una tormenta en un campamento de verano en el campo, en Nueva York. Estábamos tratando de alejarnos de los árboles porque había rayos y truenos, y para eso teníamos que atravesar un alambrado. Íbamos en fila, uno detrás del otro, y mis manos estaban casi tocando los zapatos del chico que estaba delante mío. Él estaba arrastrándose por el piso para pasar por debajo del alambrado y en ese instante un rayo cayó sobre el alambre y lo electrocutó instantáneamente. Yo no entendía qué había ocurrido. Me acerque a él, lo llevé a un costado y durante la hora siguiente, traté de revivirlo. No sabía que estaba muerto. Nunca había visto una persona muerta. Esto cambió mi vida. En ese momento entendí que el terreno donde estaba caminando ya no era seguro y que cualquier cosa le puede pasar a cualquiera en cualquier momento. Yo pensaba que pisaba sobre tierra firme y que el mundo tenía cierto sentido, pero me di cuenta de golpe de que un muchacho de catorce años puede morir sin ningún motivo, simplemente porque tuvo la mala suerte de estar pasando por debajo de un alambre en el momento equivocado. Eso ha moldeado la forma en la que pienso el mundo y en la que escribo, pero nunca lo había tratado en una obra de ficción y quería tratarlo en este libro. Esa experiencia es el principal motivo autobiográfico que impulsó este libro.
Dada su extensión, los temas que aborda y la forma en que dialoga con sus obras previas, 4321 parece su novela definitiva. ¿Qué viene después?
Bueno, sigo trabajando y tengo ideas, y no quiero detenerme. Necesito escribir. Tengo una nueva idea que me está dando vueltas en la cabeza, algo nuevo, diferente de todo lo que he hecho. Estoy muy entusiasmado, pero no estoy listo para escribirlo todavía. Mientras tanto me he enamorado del primer escritor moderno que tuvimos en los Estados Unidos, Stephen Crane, así que estoy escribiendo un libro sobre su obra y sobre su vida. Se murió a los veintiocho años, pero escribió novelas, cuentos, poemas y muchos artículos periodísticos. Quizás me lleve un año más y espero estar respirando para entonces. Allí estaré listo para escribir la próxima novela.
¿Cómo se siente la vida a los setenta?
No está mal verdaderamente. Tengo el buen estado de salud suficiente como para querer saltar de la cama todos los días, sentirme contento de estar vivo e ir a trabajar. Y dado que cada vez me queda menos tiempo, es una paradoja pero aún cuando estamos en una situación tan difícil en Estados Unidos y en tantas otras partes del mundo, soy más feliz que antes. Estoy tan contento de estar vivo, tan feliz de estar en este planeta que quiero tratar de exprimir al máximo todo el tiempo que me queda.
Fotografía: Rodrigo Mendoza