Pocos hubieran pensado que 2020 sería el año en el que la audiencia global hablaría del impacto del cine surcoreano. Parásitos (Gisaengchung, 2019), el último fenómeno que nos ha ofrecido el cineasta Bong Joon-ho, ha conseguido despertar el interés de los certámenes y festivales de cine más importantes del mundo y, por supuesto, los Oscar no podían resistirse a esta tendencia: Parásitos ha hecho historia al convertirse en el primer film en lengua no inglesa en ganar el Oscar a la mejor película.
El éxito de Parásitos forma parte de la estela de aquel Nuevo Cine Surcoreano que comenzó hace poco más de veinte años. Por entonces, llegaba a la taquilla local el thriller policíaco Shiri (Swiri, Kang Je-gyu, 1999), una obra que ponía sobre la mesa una de las cuestiones que más preocupaba a los ciudadanos del país asiático: la tensa relación entre el norte y el sur. La película fue un rotundo éxito, pero, además, supuso el pistoletazo de salida para un nuevo producto cinematográfico hasta entonces sin explorar por la industria: el blockbuster o superproducción. A partir de Shiri, han sido numerosos los hitos que el cine surcoreano ha inscrito en su historia.
La fórmula del éxito: el blockbuster surcoreano
La fórmula del blockbuster logró captar la atención del público local adaptando este producto hollywoodiense e incorporando su propia identidad nacional. De esta forma, el espectador surcoreano, por un lado, apuesta con confianza por su propio cine y, por otro, el espectador occidental se despoja del esclavizante exotismo que siempre acompaña a los filmes asiáticos. Así es como la industria cinematográfica de Corea del Sur irrumpía en plena globalización con una estrategia de la que pronto se obtuvieron óptimos resultados a escala mundial.
El proceso de expansión iniciado por la industria y respaldado por el apoyo gubernamental propició un cambio sin precedentes a mediados de la década de los 90, momento en el que, por fin, la censura parecía quedar en el pasado para dar la bienvenida a la renovación. Las primeras obras de Hong Sang-soo, como su ópera prima, El día que un cerdo cayó al pozo (Daijiga umule pajinnal, 1996), conseguían hacerse hueco en el circuito de festivales internacionales; La Isla (Seom, 2000), de Kim Ki-duk, impactaba a la crítica y al público occidental con aquella atroz escena de anzuelos; y Lee Chang-dong arrasaba en Venecia con Oasis (Oasiseu, 2002).
El cine de autor surcoreano no tardaría en compartir programación en estos certámenes con los mejores blockbusters del país, destacando principalmente Oldboy (2003), obra con la que Park Chan-wook haría despegar su carrera en el panorama internacional.
Hollywood y Corea del Sur: una relación compleja
No es la primera vez que Hollywood muestra interés en esta cinematografía. La relación entre ambas industrias a lo largo de la historia ha pasado de la resistencia a la imitación. En la actualidad, Corea del Sur se erige como uno de los pocos mercados prácticamente impenetrables por el imparable torbellino hollywoodiense.
Año tras año, las películas con mayor recaudación de la taquilla surcoreana son locales, permitiendo un menor espacio al blockbuster estadounidense que, a excepción de los largometrajes de superhéroes (subgénero que no termina de dominar la industria surcoreana), no consigue alcanzar el primer puesto del ránking. Pocos países pueden hacer gala del éxito de su cine en su propio mercado.
Pero es que, además, el cine surcoreano ha conseguido una difusión notable en el resto de Asia, Oriente Medio, América Latina y Europa. Asimismo, en el mercado estadounidense se ha erigido como una influencia demostrada. La popular comedia romántica My Sassy Girl (Yeopgijeogin geunyeo, 2001), de Kwak Jae-young, tendría su remake estadounidense de título homónimo en 2008, bajo la dirección de Yann Samuell. Mientras que el fallido Old Boy (2013) de Spike Lee intentaría emular al premiado Oldboy (2003) de Park Chan-wook. Precisamente, no es baladí que este último cineasta tuviera la oportunidad de dirigir la producción estadounidense Stoker (2013) bajo la producción de los hermanos Ridley y Tony Scott.
Parásitos, hito histórico
Pero el interés de Hollywood no implica reconocimiento y han tenido que pasar muchos años de éxitos y metas alcanzadas para lograr obtener nada menos que seis nominaciones a los Oscar, de los que finalmente ha obtenido cuatro estatuillas (además de mejor película, mejor dirección, mejor guion original y mejor película internacional). Ninguna otra película surcoreana, ni siquiera las que habían triunfado en festivales europeos, habían conseguido llegar al corazón de la industria estadounidense.
Papel activo de la audiencia
Parásitos salió por la puerta grande de Cannes y, desde entonces, su circulación ha sido imparable. La película ha calado fácilmente en el espectador occidental a través de una herramienta infalible: el papel activo de la audiencia. Su fulminante crítica a la sociedad y al capitalismo a través de la sátira prepara el terreno para un clímax que desata la crueldad del ser humano, permitiendo que su calado vaya más allá de la propia visualización de la película.
A pesar de la precariedad en la que viven sus protagonistas, el espectador no puede evitar reír a carcajadas ante la picaresca para, posteriormente, ser azotado por la realidad que le rodea. Es ese extremado capitalismo el que domina tanto a la sociedad estadounidense como a la surcoreana, reforzando aún más sus lazos gracias a una empatía inevitable pese a las diferencias culturales que les separan. Por tanto, Parásitos no podía haber llegado en mejor momento.
Si Park Chan-wook ya fue recibido en Corea del Sur como un auténtico héroe nacional tras obtener el premio a mejor película por Oldboy en el Festival de Cannes de 2004, en el que, recordemos, Quentin Tarantino presidía el jurado, ahora es Bong Joon-ho quien suma el que será otro inolvidable hito en la historia del cine surcoreano y quien será recibido en su país con todos los honores.
Sonia Dueñas, experta en cine y cultura coreana de la Universidad Carlos III, España.
© The Conversation. Republicado con permiso.