En abril de 2018, una mujer compró dos libros en el kiosco verde de diarios y revistas de la Avenida Leandro N. Alem, entre Corrientes y Sarmiento: Padre rico, padre pobre, de Robert T. Kiyosaki, a 300 pesos; y Más allá del invierno, de Isabel Allende, a 320. Eran precios que no tenían relación con los de las librerías, y que tampoco estaban respaldados por ningún ticket de compra, sino por un papelito donde el kioskero anotó: “Dos libros: $ 620”.
Padre rico, padre pobre y Más allá del invierno eran copias falsas: libros piratas que no tenían la encuadernación cocida, sino pegada; cuyo papel era menos traslúcido que el de los originales, y de menor gramaje; y cuya impresión era defectuosa. El mismo kiosco vendía otros apócrifos: Luna quebrada, de Gloria V. Casañas; Emociones tóxicas, de Bernardo Stamateas; El psicoanalista, de John Katzenbach; La dieta del metabolismo acelerado, de Haylie Pomroy; y más.
“Es muy sencillo darse cuenta si un libro está falsificado”, dice ahora Magdalena Iraizoz, la directora ejecutiva del Centro de Administración de Derechos Reprográficos de Argentina (CADRA), la asociación civil que vela por los derechos de autor en nuestro país, y que investiga y combate la piratería. “Tienen mala calidad e incluso los textos de tapa y contratapa están borrosos. Además, los libros apócrifos pasan, por ejemplo, de la página 28 a la 72”.
La falsificación de libros impresos es un delito que infringe la Ley de Propiedad Intelectual y la Ley de Marcas y Designaciones, y se expande como una mancha de tinta en kioscos, ferias y sitios de Internet como Mercado Libre; incluso en librerías. Su impacto económico en la industria es fuerte: “En muchos países la caída de las ventas de los libros originales tiene que ver con los nuevos soportes, pero en Argentina no: acá tiene que ver con los libros piratas”, dice Ignacio Iraola, el director editorial para el Cono Sur del Grupo Planeta. “En los libros de punta, la piratería puede llevarse entre el 10 y el 15% de la venta”.
La piratería no sólo afecta a los grupos editoriales grandes, sino también a las editoriales medianas y a las pequeñas. “Es muy difícil para nosotros calcular el lucro cesante”, dice Guido Indij, el director de La Marca Editora y de Asunto Impreso, que suele encontrarse con Guitarra negra, un libro de poemas de Luis Alberto Spinetta, en sitios donde él nunca lo distribuyó.
“A las multinacionales les hace reducir los márgenes de ganancias”, explica Jorge Gurbanov, el director de Ediciones Continente (cuyas ediciones de Metafísica 4 en 1, de Conny Méndez, y La República, de Platón, han sido falsificadas), “y a nosotros nos hace disminuir el excedente de algún libro muy vendido, que nos permitiría mantener los títulos de baja rotación: cuando tenés un autor que merece, se lo quieren llevar las multinacionales y los piratas”.
Para Iraizoz, de CADRA, este delito no está lo suficientemente dimensionado. “Las industrias creativas, como la del libro, aportan mucho al PBI del país”, dice. “Hace falta una fiscalía especializada en piratería”.
CADRA suele hacer denuncias. En 2013, luego de un largo trabajo de inteligencia, se secuestraron unos 100.000 ejemplares falsos en 14 allanamientos. El caso, el más grande de su especie, había comenzado en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2012, cuando la animadora de televisión Viviana Canosa firmaba ejemplares de su libro ¡Basta de miedos! y recibió una decena de libros apócrifos. Pablo Slonimsqui, abogado del Grupo Planeta, realizó entonces una denuncia junto a CADRA y un año después los allanamientos se realizaron en dos imprentas, cuatro depósitos, una encuadernadora, una laminadora, una librería y cinco puestos de venta. Cuatro personas fueron detenidas.
“Empezamos a cruzar datos”, recuerda ahora Slonmisqui, “identificando los kioscos donde se vendían los libros, anotando la patente de un coche que recorría ferias haciendo distribución y secuestrando agendas. Nosotros seguimos monitoreando permanentemente este tema: el corazón del problema son las imprentas, los talleres y los depósitos”.
Slonimsqui, que también escribe sobre temas jurídicos y judiciales (su último libro es Forum Shopping), dice que los títulos más pirateados no son sólo los best-sellers, sino también los long-sellers, esos clásicos que siempre están: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; Rebelión en la granja, de George Orwell; Diccionario de psicoanálisis, de Jean Laplanche; y, sobre todos los demás, Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, que se lee en las escuelas y en las universidades.
Pero para Walsh no hubiera sido un problema. “Él me pidió, en el primer contrato que firmamos, que el precio fuera el más bajo posible, para que la mayor cantidad de gente pudiera leer Operación Masacre”, dice Daniel Divinsky, el editor de ese clásico, y fundador de Ediciones De La Flor.
Eso no significa que Divinsky esté a favor de la piratería. “Hicimos denuncias varias veces”, sigue. Los volúmenes de Mafalda, incluido Toda Mafalda, también fueron muy falsificados. “Nunca saqué la cuenta de cuánto dinero perdí”, dice, ya retirado, como aceptándolo. Para entender lo que significa la potencia de un long-seller como el de Walsh, basta ver su tirada: 3.000 ejemplares por año desde 1983. Eso, sin contar lo falsificado.
La pregunta es: ¿dónde se filtran los libros? ¿Cómo llega un PDF a una imprenta pirata? “Contamos con procesos de seguridad para la transmisión de archivos con las imprentas”, explica Valeria Fernández Naya, gerente de marketing y comunicación del Grupo Editorial Penguin Random House, “y procesos de control, nómina de proveedores certificados, sistemas de auditoria de la producción e ingreso a bodega y control de calidad de los libros en la calle”. Incluso hay en esa editorial un equipo dedicado a la denuncia de la piratería de e-books y audiolibros. Y se ha contratado a una empresa que combate la piratería de libros electrónicos a nivel mundial. “Sin embargo”, continúa Fernández Naya, “la piratería sigue existiendo y busca formas creativas de sobrevivir a las acciones que montamos las editoriales”.
Y es un negocio que implica una logística importante. “Hace falta comprar papel, manejar una imprenta, hacer distribución y tener un depósito para guardar 100.000 libros”, dice Iraola, del Grupo Planeta. “Hay que tener mucho dinero. Algún día sabremos quiénes son los piratas…”.
En 2018, con Padre rico, padre pobre y Más allá del invierno en la mano, CADRA hizo una denuncia contra el kiosco verde de la Avenida Leandro N. Alem, y la fiscalía de Pablo G. Recchini ordenó ciertas tareas de inteligencia, de las que surgió que los libros eran entregados por una mujer y que el dueño del kiosco sabía que eran “imitaciones” o “réplicas”, pero “arregló para no tener problemas”.
Algunas semanas más tarde, a fines de junio, los dos ejemplares del kiosco fueron comparados, en una pericia, con dos originales. Los peritos usaron lupas con aumentos de 8x y 10x, y lámparas especiales. Encontraron que los libros del kiosco estaban impresos en offset de baja calidad, con un diseño impreciso y falta de nitidez en las imágenes. Por ejemplo, la pupila de Robert T. Kiyosaki (el autor de Padre rico, padre pobre) carecía de color, y el nombre de Isabel Allende en la portada de Más allá del invierno no tenía relieve.
Finalmente, el 21 de diciembre de 2018, la policía allanó el kiosco y se llevó todos los libros. Eran tres cajas con títulos muy variados. Best-sellers como Tokio Blues/Norwegian Blues, de Haruki Murakami; El cuarto arcano, de Florencia Bonelli; Heridas emocionales, de Bernardo Stamateas; Historias de diván, de Gabriel Rolón; El hombre que se inventó a sí mismo, de Jorge Fernández Díaz; El caso Wanda Tadey, de Ricardo Canaletti; y Mujeres insolentes de la historia 2, de Felipe Pigna. Éxitos de siempre como Rayuela, de Julio Cortázar; Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez; y Tus zonas erróneas, de Wayne W. Dyer. Clásicos imperecederos como El banquete, de Platón; El manifiesto comunista, de Karl Marx y Friedrich Engels; El arte de la guerra, de Sun Tzu; y La Eneida, de Virgilio. Incluso Juvenilia, de Miguel Cané. Y tantos, tantísimos más.
Había libros presuntamente apócrifos (pues la investigación aún permanece abierta) de Penguin Randon House, Planeta, Edhasa, Puerto de Palos, Asunto Impreso, El Ateneo, Paidós, Continente, Tusquets, Sudamericana, Alfaguara y Ediciones B.
Pero Operación Masacre, esta vez, no estaba ahí.