No se conocían y recorrieron juntos 2.000 kilómetros para llevar 300 toneladas de donaciones a un pueblo inundado de Salta.
La historia podría empezar a ser contada con este video:
Sería, por supuesto, impreciso. Las historias nunca arrancan en un solo lugar. Lo que se ve es un momento de los tres días de viaje de la caravana solidaria que organizó Walter Bo junto a un grupo de colegas camioneros.
Como en toda historia, hay que comenzar por presentar a sus protagonistas. Walter Bo es la persona cuya voz suena en el video y quien presenta, desde el costado de una ruta en Salta, a los conductores que lo acompañan: Andrea “La Negra” Paredes, Juan “Manteca” Mamaniz, Adrián Bellochi, Miguel “Pepe” Giménez, Francisco “Paco” Sierra, Gerardo “El Pampeano” de Oro Negro, Hugo Gross, Marcos Padilla, Carlos “Correntino” Vila, y Juan Barcelos.
Todos ellos son camioneros de profesión y están camino a Salta. Viajaron entre el 26 y el 28 de febrero y estuvieron siete días entregando donaciones en Santa Victoria Este, Salta, a donde la crecida del río Pilcomayo dejó en febrero (cuando alcanzó el pico de 7,28 metros), a miles de familias sin casa, sin alimentos, sin ropa, casi sin caminos.
¿Pero qué hacen 11 camioneros atravesando el país camino de la inundación? La cosa empezó así: Walter Bo se enteró de la situación por varios motivos: la familia de su mujer es de Salta, lo leyó en los medios, habló con Juan Carr, fundador de Red Solidaria, al respecto, y habló con el Chaqueño Palavecino.
El Chaqueño es Presidente de la Fundación Rancho Ñato, de la cual Walter es Vicepresidente. Es uno de los motivos por los cuales el folclorista también aparecerá en escena en este relato.
Una vez enterado, Walter habló con sus compañeros de Entre Colegas y pusieron el plan en marcha. La idea era sencilla: había que hacer algo por las miles de familias afectadas en el norte de Salta, allí en la frontera con Bolivia, donde el río estaba haciendo estragos.
Entre Colegas es un grupo de más de 80 empresarios privados de transporte que armaron esta comunidad para estar en contacto y apoyarse en las distintas cuestiones comunes que afectan al sector. Además, emprenden campañas solidarias a menudo.
Cuando Walter propuso hacer algo por los pueblos inundados de Salta, comenzaron a llegar confirmaciones: algunos ponían un camión con chofer, otro ofreció pagar la nafta de todos, una empresa se hizo cargo de los peajes, algunas abrieron las puertas de sus sedes para recibir donaciones.
Así, hubo 15 centros de recolección de donaciones en todo el país, sumado a la campaña que inició la Red Solidaria para ayudar a las zonas afectadas de Salta.
Lo recaudado por cada uno de ellos se cargó en camiones y se encontraron todos en la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente en el estadio Monumental, uno de los centros de recolección junto a la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, dispuestos por Red Solidaria. A eso, se sumó la ayuda de 140 taxistas que, convocados por el dirigente del gremio de taxistas, José Ibarra, se acercaron en caravana hasta el estadio de River Plate, con sus autos llenos de alimentos.
En total y a lo largo de dos meses se juntaron 300 toneladas de carga, dividida en alimentos, medicamentos, ropa, colchones, agua, y materiales de limpieza.
Catalogaron todo y salieron en caravana. Fue el 28 de febrero de 2018. Panamericana, autopista Buenos Aires-Rosario, Ruta 34 y más allá. Ahí van, once camioneros desconocidos unidos por el mero llamado de la conciencia. Once camioneros llevando las donaciones de 115 mil anónimos que, por el mero llamado de la conciencia, se acercaron a dejar algo suyo para un otro.
Primera parada: Cañada Rosquín
El lugar para pasar la primera noche fue elegido por Walter especialmente. “Todo camionero para entre las 21 y las 21.30 para comer, entonces teníamos que elegir un punto al que llegáramos antes de la hora pico. Además no todos las paradas tienen una playa de estacionamiento que banque 11 camiones”, explica.
Aunque hace años ya se bajó del camión para dedicarse a dirigir la empresa, Puerto Nuevo, estuvo al volante por más de 20 años. Empezó en YPF. Todavía era del estado y el padre de Walter, que trabajaba ahí, le consiguió un puesto. En ese entonces YPF tenía sus propios camiones con los que abastecía las estaciones. Walter se forjó en camiones de carga de combustible. Sabe lo que es la ruta, los días fuera de casa, las costumbres del camino.
Con la privatización de la empresa -años noventa, menemismo-, YPF decidió no tener transportes propios. Como parte del retiro, a Walter y otros camioneros les ofrecieron quedarse con los camiones y ser proveedores externos de la empresa por un tiempo determinado. Aceptaron y junto a 25 colegas fundaron Transportes Puerto Nuevo.
Fue unos pocos años después, por necesidad de emprolijar y hacer crecer la empresa, que Walter se bajó del camión para sentarse atrás de un escritorio. Mal no le fue: comenzaron con 12 camiones y hoy tienen más de 60, quedaron 9 socios y son una firma importante dentro del gremio. Walter maneja poco. Se sube al camión solo para hacer los viajes de entrega de donaciones.
En el ‘96 fue uno de los 101 camioneros que llevaron ayuda a Corrientes, Formosa y Misiones, luego de una de las inundaciones más dura de los noventa. En el 2013 fue el encargado de organizar toda la logística de transporte que llevó ayuda a La Plata, después de otra de las inundaciones más recordadas de los últimos años. En cada ocasión, subió a uno de los camiones de su empresa y fue a dar una mano.
A bordo de un Volvo (su marca predilecta), lideró la marcha hacia Salta de otros 10 camiones de diferentes marcas: Scania, Ford, Renault, Mercedes Benz. Parece un detalle menor, pero cada camionero sabe el valor que le da a su vehículo. Cada uno tiene en su camión todo lo necesario para vivir en la ruta. Ropa, mate, cama, aire acondicionado independiente del motor, luces, cartas, lo que sea.
Cada cabina es una pequeña casa en la que, según Walter, duermen mejor que en cualquier otro lado (sin ir más lejos, la segunda noche tendrán disponibles camas en un regimiento del ejército pero todos van a elegir dormir en sus camiones).
“Ni uno de estos camiones va a dejar nada en manos de los políticos”
El 25 de febrero llegaron a Tartagal, Salta, a 162 kilómetros de la zona afectada por el Pilcomayo. Se instalaron en el regimiento del ejército (allí será cuando elijan el camión por sobre las camas). Descansaron, se bañaron y se prepararon para salir al día siguiente a Santa Victoria Este. Esa noche fue una marca de fuego para el grupo.
“En un momento vinieron autoridades de la zona. Gente de la municipalidad de Tartagal y Defensa Civil. Nos dijeron que en Santa Victoria Este había saqueos, que la gente estaba violenta y que no convenía ir hasta ahí, que habían prendido fuego un camión. Y en conclusión nos recomiendan que dejemos las cosas ahí. Cuando termina de hablar miro a los de gendarmería, que también estaban ahí, y les pregunto si ellos me podían garantizar la seguridad de los muchachos y de los camiones. Me dijeron que sí, sin dudarlo. Miré a los de Municipalidad y Defensa Civil y les dije que les agradecía, pero que ninguno de los 11 camiones iba a dejar nada en ningún lugar que no fuera Santa Victoria Este”.
Después, habló con los choferes y les pidió que confiaran en él. Les dijo, sobre todo, que se iban a encontrar con una realidad diferente a la que les habían pintado ahí. Ellos tampoco dudaron: “estamos todos con vos, Walter”, le dijeron.
Al día siguiente, después de atravesar caminos destruidos, pasar por el barro, y llegar finalmente a Santa Victoria Este, la gente los esperaba con aplausos, con esperanza, con el barro tapándole los pies descalzos pero sin ningún incendio alrededor. Principalmente Wichí, los poblados de la zona fueron (¿son?) postergados durante décadas.
Según el Índice Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), el 89% de ellos tiene sus necesidades básicas insatisfechas. Eso sin contar la pérdida de sus casas, de sus recuerdos, sus alimentos, su ropa. No solo es lo que se fue con el Pilcomayo, sino la forma en que quedó lo que no se fue.
Acostumbrados al olvido, los cacique tenían miedo de que las donaciones cayeran en manos de los políticos y fueran al pueblo. Atendiendo a esto, Walter tomó un megáfono apenas llegaron y anunció que al día siguiente iban a comenzar a entregar, que todo iba a ser para la gente, y que nada iba a ir a ningún depósito ni a funcionarios. Que la única condición era que fuera en orden.
A partir de entonces fueron siete días de entrega ininterrumpidos a más de seis mil personas. Solo un día hubo tensión, pero con la ayuda de los caciques y la experiencia de Walter lograron resolverlo.
A lo largo de su visita, todos recibieron de regalo varios Yikas (tejidos típicos del pueblo wichí). Juan Barcelos -Juampi, el chistoso del grupo-, recibió también un regalo especial. Fue en la noche de su cumpleaños, después de comer, en plena guitarreada. El Chaqueño Palavecino, que estuvo entregando con ellos los siete días, le cantó el feliz cumpleaños. Emocionado, Juampi se puso a llorar.
Casi le pasa lo mismo a Walter cuando recibió una Yika de manos de una mujer que estaba con su hijo en brazos. “Yo soy un tipo duro, es difícil que me quiebre, pero en ese momento casi me pongo a llorar también… Es así, uno tiene la idea que los camioneros son todos de acero pero el nuestro era un grupo de llorones. Fue muy emocionante todo lo que vivimos”, dice Walter, que fue bautizado por la gente del pueblo como “el cacique blanco”.
Familia rodante
Con el pasar de los días, se hicieron familia, comenzaron a reconocer el olor del Pilcomayo, el río de los pájaros. Andrea, la única mujer camionera del grupo, recibía las visitas de otras mujeres que querían presentarle a sus hijas, sacarle fotos. No podían entender que fuera mujer y camionera.”Me idealizaron por eso. Es una cultura muy machista”, dice ella, instructora de camioneros en Volvo.
Ella también cuenta que el camionero es solidario por naturaleza, ya sea para grandes causas o para ayudar a alguien en la ruta. Walter, además de ser la prueba viva de eso, coincide. “Los muchachos no se conocían entre ellos. A muchos de ellos los había mandado su empresa o su jefe como un trabajo más. Sin embargo, ya desde la primera noche en Cañada se hicieron todos amigos y se comprometieron con la causa. Es más, muchos de ellos después de terminar toda la aventura no querian cobrar”, dice.
La aventura conmovió a los once. Cuando dejaron Santa Victoria Este, después de abrazos, después de agradecimientos mutuos (algo dejaban, algo se llevaban), todos le decían a Walter que volvieran a contar con ellos. Que si llegaba una vez más la señal, ellos iban a estar ahí. Y entonces sí, volvieron a poner en marcha sus camiones.
Ahí se los puede ver, volviendo cada uno por una ruta distinta hacia su propia casa. Hablando aun hoy, meses después, por grupos de whatsapp y planeando volver a encontrarse. Haciendo tiempo en cruces de caminos para darse un abrazo. Se los puede ver, como en la imaginación de un chico que acaba de leer un cómic de superhéroes: once camioneros anónimos atravesando el firmamento por el mero llamado de la conciencia, por un mero despertar solidario.
Así termina esta historia. Algunos entenderán la palabra “mero” como algo insignificante, algo menor. Otros incluso como el pez de mar. Pero hay una tercera acepción: lo mero como algo puro, lo mero como algo simple, lo mero como algo que no tiene mezcla con otra cosa.