Para todo el mundo, egresar significa cerrar una etapa y empezar una nueva. La mayoría vive el egreso —de la primaria, la secundaria o la universidad— con ansiedad, alegría o dudas. Es un momento esperado.
Pero para Luciana Ludmila Alegre, como para los alrededor 10.000 niños, niñas y adolescentes que en la Argentina viven en hogares, separados de sus familias, la palabra egresar tiene una connotación totalmente distinta: no la relacionan, en primera instancia con el ciclo educativo, sino que siempre tienen presente que al cumplir los 18 años, pueden quedar en la calle, sin trabajo y sin educación.
Luciana, que tiene 19 años, vive en Casa Nuestra Señora de Nazareth, un hogar del barrio porteño de Balvanera, junto a Toto, su hijo de tres años. Ahí llegó a los 16 años con un bebé de seis meses. Antes, vivía con sus padres y sus 12 hermanos en un asentamiento de Palermo.
“Llegué al hogar en el momento justo porque quería salir adelante. El hogar me ayudó a encontrarme conmigo misma. Al principio no hablaba, desconfiaba de todos y me quedaba encerrada en mi cuarto con mi hijo. Cuando ingresé, no tenía documento porque me lo habían robado y me acompañaron a sacarlo de nuevo. También me acompañaron al hospital”, expresa Luciana, que en una primera impresión parece tímida e introvertida, pero que al contar su historia se muestra segura y empoderada.
Salvo en las vacaciones, Luciana se levanta todos los días a las 6. Hasta las 9.30 tiene tiempo para desayunar. Antes, ordena su habitación y se prepara para ir a la escuela.
“Hoy en el hogar somos 10 chicas. Cada una tiene su habitación y su baño. Sé que en otros hogares comparten habitación hasta 6 personas. Yo duermo sola con mi hijo. Antes de vivir en el hogar, podía llegar a compartir habitación con ocho hermanos. A veces dormíamos en el comedor o la cocina. Ahora tengo mi propio espacio, agua caliente y comida todos los días. No paso más frío o hambre” cuenta la joven, que es una de las más grandes en el hogar y por eso recurrentemente las otras chicas la toman como ejemplo. Esa mirada de las otras, en cierto punto se vuelve una presión y una responsabilidad para Luciana.
Estar en un hogar es conocer gente nueva todo el tiempo. Hay chicos que están una semana, unos meses o un año. Uno está permanentemente adaptándose. “Los límites es algo que cuesta entender. Muchos venimos de casas donde no había límites. Al estar en un hogar hay horarios y hay que pedir permiso para hacer distintas cosas. Cuesta dejarse querer y cuidar. Algunas chicas son más difíciles que otras en el sentido de dejarse acompañar. Tratamos de no discutir entre nosotras. No me gusta que mi hijo me vea peleando. Ya lo saqué de un ambiente violento. Por eso, siempre tratamos de pensar en los niños. Casi todas somos madres jóvenes”, cuenta Alegre.
Uno de los temas sobre los que a ella le gustaría que se hable más en el hogar es sobre educación sexual. Cree que alguien tiene que poner estos temas sobre la mesa con seriedad. "En el hogar hay chicas que no saben cómo usar un preservativo. Yo tampoco sabía", comenta.
Este año, Luciana va a cumplir un sueño: terminar el secundario. Ella va a ser la primera de su familia en obtener el título secundario. Después, quiere estudiar para ser trabajadora social. Sus compañeros de la escuela le pidieron que este año sea la presidenta del centro de estudiantes. Ella se muestra entusiasmada por la idea de defender los derechos de sus compañeros, pero teme que este año se vea sobrepasada.
“Para mí es muy importante cerrar esta etapa porque el colegio me costó un montón. Antes de ir al hogar, iba un tiempo a la escuela y después mis padres no me mandaban porque tenía que laburar en la calle, como vendedora ambulante. También me mandaban a pedir monedas y si no traía nada me cagaban a palos. No podía estudiar. La prioridad era el trabajo porque sino no comía. Yo no podía decir lo que pasaba porque me daba culpa. Tenía miedo de que me alejaran de mi casa. La prioridad para mí era la familia, aunque yo no era prioridad para ellos. Todo el tiempo le digo a mis hermanos que estudien aunque estemos distanciados”, relata.
Visitar a los hermanos es muy movilizante para Luciana. Le trae recuerdos de su infancia, momentos donde no la pasó bien. Dice: “A veces voy un rato y vuelvo. Prefiero no cruzarme a mi mamá. Mi papá está preso hace tres años. Algunas veces hablamos por teléfono. Hoy mi familia es mi hijo”.
Luciana tiene una promesa de la directora del hogar: podrá quedarse allí hasta los 21. Egresar del hogar implica buscar un lugar donde vivir, conseguir una garantía para poder alquilar y conseguir un trabajo. Además, genera mucha incertidumbre y miedos.
“Hace unos meses, la directora del hogar me citó, junto a una compañera que también es mayor de edad, para contarnos que desde la Dirección General de Niñez y Adolescencia de la Ciudad estaban planteando que a los 18 años había que dejar el hogar. La directora nos dijo que nos quedemos tranquilas que nosotras hasta los 21 nos íbamos a quedar ahí, pero igual me da cosa pensar que quizás somos las últimas que tengamos esa oportunidad”, cuenta.
Luciana ya fue a varias entrevistas de trabajo en las oficinas de algunas consultoras. Pero todavía no consiguió un empleo. Este año va a retomar la búsqueda. Reflexiona: “Me da cierto miedo. De tanto pensar en todo lo que tengo que hacer a veces no puedo dormir. Me paralizo pensando. Por ejemplo, en las entrevistas de trabajo me trabo porque estoy pendiente de que no me pregunten por qué vivo en un hogar. No quiero que piensen que es una cárcel, que estamos ahí porque hicimos algo malo”.
Doncel, una asociación civil que desde 2004 busca mejorar la transición de estos jóvenes a su vida adulta, está acompañando a Luciana para que pueda transitar mejor su egreso. Uno de lo programas de los que ella participa es Servicios Para la Autonomía. Allí se trabaja en talleres focalizados para mejorar la autonomía, a través de tres ejes fundamentales: empleabilidad, terminalidad educativa y participación juvenil. Además, los jóvenes reciben una beca, que algunos pueden ahorrarla.
El programa se divide en dos etapas y tiene una duración de un año. Los primeros seis meses son de capacitación grupal, donde se trabajan todas las habilidades para la vida independiente. Luego, se trabajan habilidades blandas: cómo conseguir un trabajo, oratoria, flexibilidad, trabajo en equipo. Además del espacio de capacitación grupal, los jóvenes tienen un acompañamiento individual. Las reuniones son dos veces por semana durante tres horas.
“En el taller nos preparan un montón. Con el coordinador, Martín Maidana, estuvimos seis meses trabajando en los distintos aspectos para ir más tranquilos a las entrevistas de trabajo. Yo estuve ocho meses haciendo prácticas en un centro de salud en La Boca”, dice Luciana. También, visitaron en grupo algunas empresas multinacionales: a ella le llamó la atención la formalidad con la que se vestían.
Otro espacio importante para Luciana, también organizado por Doncel, es la Guía Egreso. Este programa, liderado por jóvenes que egresaron y que están por egresar de hogares convivenciales, busca a partir de la propia experiencia, acompañar, informar y orientarse entre sí. Es una red de apoyo y contención entre pares.
“Cuando me dijeron que las reuniones eran los sábados a la mañana, creía que no iba a tener ganas de ir, pero fui una vez a probar y ahora me gusta participar de todas las actividades. La Guía es como otra familia. Es un espacio muy sanador, donde podemos contar lo que nos pasa. Además, tenemos un grupo de WhatsApp donde uno se siente re mimado. Por ejemplo cuando contás que aprobás una materia, todos te alientan”, señala Luciana.
Este grupo, impulsó en 2017 la sanción de la Ley de Egreso, que implicó la creación del Programa de Acompañamiento para el Egreso de Jóvenes Sin Cuidados Parentales (PAE), que consta de dos etapas de acompañamiento: en la primera, desde los 13 a los 18 años, los adolescentes que viven en los dispositivos de cuidado tienen derecho a contar con un acompañamiento emocional (por parte de un referente) para preparar su egreso. En la segunda etapa, los jóvenes que han egresado tienen derecho a una asignación económica mensual igual al 80% del salario mínimo vital y móvil, entre los 18 y 21 años, además de continuar con el acompañamiento emocional.
En 2019, la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENNAF) tuvo por primera vez un presupuesto asignado al PAE, de $ 48 millones. Sin embargo, desde Doncel cuestionaron que solo se ejecutó el 12% del total. Es decir, del total de la población beneficiaria prevista a alcanzar ese año (2.700 jóvenes), apenas el 5% tuvo acceso a percibir la asignación económica. Fueron apenas 138 jóvenes en todo el país.
Además, Doncel observó que el proyecto de ley de Presupuesto 2020 enviado por el Ejecutivo Nacional al Congreso contempla una partida que es insuficiente para el funcionamiento del PAE. El presupuesto propuesto prevé una reducción en la meta de los jóvenes alcanzados -que baja de 2700 a 1270- y el monto destinado ni siquiera alcanza para cubrir el 40% de esa meta, según un informe del Observatorio de la Ley de Egreso y los derechos de jóvenes sin cuidados parentales, una iniciativa de Doncel para el seguimiento de la Ley.
El 16 de octubre de 2019, Luciana, como participante de la Guía Egreso, presentó en el Congreso de la Nación seis propuestas que se construyeron en forma colectiva. Ese día, Alegré dijo: “Somos jóvenes que crecimos separados de nuestro medio familiar en las provincias de Buenos Aires, Misiones, Santa Fe, Tucumán, Salta, Jujuy y Chaco, y en la Ciudad de Buenos Aires. Necesitamos cambios concretos en el sistema de promoción y protección de derechos de la niñez y la adolescencia para que el Estado efectivamente nos cuide mejor. Presentamos estas propuestas para una nueva agenda de gobierno que mejore nuestra calidad de vida y la de todos los niños, las niñas y adolescentes que viven bajo cuidado del Estado por haber sufrido situaciones de abuso, maltrato o abandono”.
Entre las propuestas se destaca la necesidad de crear un sistema nacional de acogimiento familiar, para evitar que los chicos se queden en hogares por tiempo indeterminado; capacitar al personal que queda a cargo del cuidado en los hogares; armar un sistema de casas de pre egreso o viviendas asistidas para jóvenes entre 18 y 21 años, entre otras.
Carolina Kasimierski es la tutora, asignada por Doncel, de Luciana. Con ella se suele reunir una vez por semana. “Charlando con Caro, me di cuenta que nunca imaginé que iba a hablar en el Congreso o en una radio. Pasé de no hablar casi nada a todo esto”, dice Alegre.
Una de las pasiones de Luciana es jugar al fútbol. Su tutora le insistió y la acompañó para que empezara a entrenar en Ferro. Juntas gestionaron una beca. Ahora va tres veces por semana, de 20 a 22.
Reflexiona: “A mi de chica me gustaba cantar y jugar a la pelota. Nunca había jugado en un club. Fue un paso muy grande e importante para mí tener la posibilidad de jugar en Ferro. Para nosotros es difícil cumplir los sueños. Cuando uno no tiene padres que acompañen es difícil hacer los deseos realidad”.