Lenny Quiroz llegó a Guayaquil, Ecuador, a los 17 años de edad desde Yaguachi, un pequeño cantón a poco más de media hora del gran puerto ecuatoriano. Iba a buscar trabajo como empleada doméstica. Lenny Quiroz cocinaba, planchaba, cuidaba niños bajo una modalidad que en este país se conoce como ‘puertas adentro’. “Mi hogar eran las casas donde trabajaba”, dice Lenny Quiroz.
Luego de seis años, se casó, tuvo cinco hijos y cambió su régimen laboral: trabajaba puertas afuera —iba y venía todos los días de su casa a aquella en la que trabajaba. Desde el 2003, Lenny Quiroz dejó de trabajar a tiempo completo en casas ajenas, para dedicarse a capacitar a mujeres que hacían —y hacen— el mismo trabajo que ella pero que desconocen sus derechos laborales. “La preparación, el conocimiento, yo creo que eso nos ha hecho despertar, conocer que hay leyes, pero como tú lo desconoces, no existe”, dice Quiroz con la voz pausada pero sin titubeos.
Al comienzo, Lenny Quiroz se reunía con algunas mujeres en un parque o en alguna casa de la Isla Trinitaria, uno de los sectores más pobres de Guayaquil, donde viven muchas mujeres que se dedican al trabajo doméstico. En esas reuniones, les explicaba a sus colegas sobre el salario básico, su derecho a la afiliación a la seguridad social o a pedir —y tener— vacaciones.
El liderazgo de Lenny Quiroz y otras trabajadoras nació de su propia necesidad. Conversaban sobre la vulneración de sus derechos en las casas en las que trabajaban. Para defenderlos, crearon la Unión Nacional de Trabajadoras Remuneradas del Hogar y Afines (Untha) en 1998. Lenny Quiroz es la actual presidenta de la organización.
Veinte años después, la Untha fue reconocida jurídicamente. Se define como un sindicato que apoya y busca la igualdad de derechos de todas las personas que en Ecuador son “trabajadoras remuneradas del hogar”.
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Las experiencias de las mujeres que pertenecen a la unión se entretejen, como si contaran una única historia. Todas comenzaron trabajando en casas ajenas, cuando eran todavía niñas o adolescentes. Todas ignoraban que lo que hacían era un trabajo igual que cualquier otro.
En diciembre de 2019, Care, organización que trabaja en el Ecuador para reducir la pobreza, publicó el Estudio sobre el trabajo remunerado y no remunerado del hogar en niñas y adolescentes del Ecuador, en conjunto con el Consejo Nacional para la Igualdad de Género, ONU Mujeres y Plan Internacional. Mostró que en el 2010 había más de 142 mil niñas y adolescentes, de entre 5 y 17 años, trabajando dentro y fuera del hogar, en casas de terceros y en las de algún familiar.
Alicia Lamchimba apenas tenía diez años cuando migró de Cotacachi, un pueblito entre los volcanes andinos conocido por su curtiembre, a Quito, la capital del país. Maricruz Sánchez viajó de Esmeraldas a Guayaquil cuando tenía 19. Ana Lara llegó a los 16 años a Ibarra desde la pequeña y pobre comunidad Mascarilla, en la provincia septentrional del Carchi. En esos destinos y a esas edades todas empezaron a trabajar en las casas de otras familias, atendiendo las labores domésticas, en un país donde es legal —siempre que sea digno— que los mayores de 15 años trabajen en hogares o cualquier otra actividad.
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Trabajadoras remuneradas del hogar es el nombre técnico para un oficio que toda la vida hemos conocido como empleadas domésticas. Son las personas —mayoritaria, abrumadoramente mujeres: en el Ecuador, nueve de cada diez, según el informe de Care— que ordenan y limpian un hogar que no es el propio. Un trabajo por el que deberían recibir beneficios de ley como contrato, sueldo, vacaciones, seguridad social. El cambio de término responde a una intención reivindicatoria: las empleadas domésticas no tenían acceso a muchos derechos, y por eso quieren enfatizar en que es un trabajo, por el que merecen una remuneración y las consecuentes garantías.
“La gente cree que uno de los peores trabajos es el del hogar”, dice Sánchez. Existe, también, el trabajo no remunerado del hogar: el cuidado del hogar propio que hacen las mujeres como parte de su día, y por el que no reciben ningún beneficio monetario ni legal. El trabajo no remunerado en el hogar está invisibilizado, dice el informe. “El trabajo remunerado y no remunerado lo venimos haciendo toda la vida”, dice Lenny Quiroz,” nunca lo hemos categorizado ni le hemos puesto valor”. Y, sin embargo, el 20% del Producto Interno Bruto del Ecuador proviene de estas actividades, concluye el informe.
Lenny Quiroz cuenta que comenzó hace 40 años, ganando 12 sucres mensuales, antigua moneda del Ecuador, por barrer, limpiar muebles, tender las camas, ordenar las habitaciones, hacer las compras del mercado, lavar, planchar, coser, arreglar la ropa, hacer el desayuno el almuerzo y la cena, cuidar a los niños, ancianos o personas enfermas y, cuando trabajaba ‘puertas adentro’, estar dispuesta en la noche o la madrugada a atender las necesidades de sus empleadores. “La que trabaja puertas adentro, no tiene horarios, usted se considera parte de ahí, si la necesitan a medianoche, usted no puede decir no, porque ya es como que se hace parte de ese hogar. Lo hace tan normal”, dice Lenny Quiroz.
De esa supuesta normalidad de confianza y disposición se aprovechaban los empleadores, dice Maricruz Sánchez. En el censo de población y vivienda hecho por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) en el 2010, los empleadores decían que no tenían empleada, que era la señora que les ayudaba, que era la comadre, la tía. “Se inventaron eso por no reconocer que era la trabajadora remunerada del hogar”, dice Sánchez.
El salario básico en Ecuador para el 2020 es de 400 dólares, pero eso no se respeta por completo para las trabajadoras del hogar. “Los sueldos sí han cambiado, pero no se cumple”, dice Maricruz Sánchez. Los empleadores llaman a las trabajadoras del hogar solo por horas o por días, así no les pagan seguro ni el sueldo básico, explica Maricruz Sánchez. Alicia Lamchimba cuenta que trabajó en una hacienda y ganaba 50 dólares mensuales. Ana Lara ya no se dedica por completo a trabajar en casas ajenas, sino que limpia oficinas una o dos horas al día y gana 130 dólares mensuales, mientras dedica su tiempo al liderazgo provincial de la Untha y hace máscaras en arcilla para vender a los turistas que llegan a su comunidad.
En Ecuador, hay más de 61 mil personas registradas en el Ministerio de Trabajo que realizan trabajo remunerado del hogar. De ellas la mayor cantidad tiene entre 45 a 49 años de edad. Solo 113 mujeres tienen entre 15 a 19 años de edad. Eso parece un avance, pero en el Ecuador hay, en realidad, más de 200 mil personas trabajando en los hogares de terceros: hay un 70% que está fuera del radar de las cifras oficiales. Son siete de cada diez a los que mucha gente llama ‘la señora que ayuda’, pero que en realidad son señoras cuyos derechos laborales están siendo irrespetados.
Limpiar, cuidar, cocinar: ¿está bien reconocido el rol de las trabajadoras domésticas?
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A la Untha pertenecen 300 mujeres de distintas provincias del país. Lenny Quiroz la lidera desde Guayaquil con Maricruz Sánchez, Alicia Lamchimba en Imbabura, Ana Lara en Carchi. Ellas encontraron en la Unión la manera de capacitarse sobre derechos. “Lo que se está buscando es que todo lo malo que a nosotras nos ha pasado, no les pase a otras personas”, dice Ana Lara.
Las dirigentes de la Untha, además de capacitar, acompañan a las trabajadoras remuneradas del hogar a denunciar vulneraciones a sus derechos al Ministerio de Trabajo (que ha recibido en los últimos 10 años, cerca de 3 mil denuncias de esta naturaleza). Con un abogado de oficio siguen los procesos legales. Por ejemplo, Maricruz Sánchez cuenta que acompañó a una trabajadora de 78 años a denunciar a su empleador que, por 30 años, le habían negado su afiliación al Seguro Social. Lograron que el Ministerio multara al empleador y que la trabajadora tuviese una mejor condición de vida.
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Lenny Quiroz terminó el bachillerato, Maricruz Sánchez pudo estudiarlo mientras trabajaba, Ana Lara cursa aún sus estudios universitarios, Alicia Lamchimba estudió hasta tercer grado de primaria. El informe presentado por Care dice que el 67% de las trabajadoras no ha recibido ningún tipo de educación, cursó la escuela, o terminó únicamente la educación básica. Es una verdad grande como una obviedad: tener que trabajar obliga a muchas a dejar de estudiar.
Las mujeres que trabajan en las casas de terceros cumplen jornadas de hasta 16 horas. Se ocupan de todas las actividades del hogar, “hasta cuidar a la mascota”, dice, riendo, Ana Lara. Ya es hora de que dejemos los eufemismos: comadre, madrina, tía, nana, parte de la familia. No son parte de la familia. El cariño y el aprecio que se desarrolla muchas veces entre patrono y empleados y empleadas surge también entre las familias empleadoras y sus dependientes dentro del hogar. Después de todo, pasan gran parte del día juntos, compartiendo e interactuando: como en cualquier otro trabajo. Eso no es justificativo para eludir los derechos laborales, porque no son las señoras que te ayudan en la casa, son las señoras que trabajan en tu casa. “Si ellas no hicieran ese trabajo, tú no podrías salir a hacer el tuyo”, dice Maricruz Sánchez.
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Esta nota fue originalmente publicada en el medio GK, de Ecuador, y es republicada como parte de la Red De Periodismo Humano.