En el Paraje Lote 8 del departamento Ramón Lista de Formosa, casi al límite con Salta y Paraguay, un grupo de mujeres de la etnia wichí convirtieron una herencia de los pueblos nativos en una salida laboral: mediante un proceso que involucra a más de 200 familias, producen harina de algarroba y generan ingresos, en un circuito que tiene en cuenta la protección de la salud de la comunidad, la cultura y el ambiente.
El proyecto es impulsado por la asociación Hinaj (mujer artesana en wichí), creada hace veinte años con el objetivo de potenciar a las mujeres de la zona que se encontraban en situación de vulnerabilidad. La organización nuclea hoy a 250 artesanas que ―con el acompañamiento de la Fundación Gran Chaco, la asistencia técnica de la Asociación Cultural de Desarrollo Integral (ACDI) y el empuje de distintas instituciones― son el motor del desarrollo económico local.
Históricamente, entre noviembre y febrero de cada año, que es cuando los árboles fructifican, las comunidades enteras de la zona salen a recolectar las chauchas que da el algarrobo. Durante este período de cosecha, comienza también el trabajo de almacenar la fruta, moler y acopiar la harina, para luego usarla en distintas preparaciones. Lo recolectado puede alcanzar, incluso, para comer todo el año.
“Nosotras no sabíamos que de la algarroba, que es el alimento de nuestros ancestros, íbamos a sacar la harina para vender e ingresos para la comunidad”, dice Norma Rodríguez, socia fundadora de Hinaj, para contar cómo la comunidad pasó de juntar chauchas para el consumo familiar a generar un circuito de producción colectivo.
“Antes, todo lo que se recolectaba era para consumir en las comunidades. Una vez que la chaucha se secaba, las mujeres usábamos el mortero para pisar y hacíamos la añapa, eso comíamos. Intentábamos darles a los chicos, eso era todo”, comenta Norma, quien además es presidenta de CoMar (Cooperativa de Mujeres Artesanas del Gran Chaco), la red de mujeres indígenas más grande de la Argentina.
“Luego probamos hacer la harina y preparamos galletas, budines. Vimos que era un alimento bueno para los chicos, porque ellos comen, les gusta, se engordan. Ahora, podemos vender”, agrega.
Desde ACDI, el ingeniero agrónomo Gonzalo Robledo explica cómo se logró potenciar la economía local: “Veníamos asistiendo a Hinaj en la comercialización de sus artesanías y hace algunos años identificamos una oportunidad de desarrollo con la harina de algarroba, que es parte de su dieta y tiene grandes cualidades alimenticias”, cuenta.
Primero, el proyecto se concentró en mejorar la calidad del producto y en agilizar los procesos de producción. “Vimos que una molienda hecha a mortero demandaba muchas horas para pocos kilos. Entonces, se pasó del mortero al molino”, indica Robledo y comenta que esto trajo un desafío, ya que en el mercado no existían máquinas específicas para moler algarroba, como sí existían para hacer, por ejemplo, harina de trigo. Hubo que intercambiar conocimiento y experiencias con distintas instituciones y empresas para diseñar y construir las maquinarias adecuadas.
Luego de cubrir las necesidades de la comunidad, y al notar que existía en el mercado una posible demanda de este producto, se empezaron a hacer pruebas de producción a gran escala. Así, de producir para el consumo propio se pasó a generar 100 kilos; luego, 200; luego, 3.000. Si bien el año pasado, por cuestiones climáticas, se alcanzaron casi 6.000 kilos ―una meta por debajo de lo esperado―, la expectativa actual es superar los 10.000.
“El crecimiento se intensificó en el último tiempo. Hace 6 años, empezamos a trabajar el packaging, la presentación del producto y a realizar un estudio del mercado. En paralelo, se comenzó a articular con el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y todas las instituciones del territorio”, menciona Robledo.
Con la ayuda de estos organismos ―dice― se logró emplazar la planta modelo de algarroba del Hinaj, terminada durante la pandemia, que tiene la capacidad de procesar más de 30 toneladas de harina por año. En este proceso de tecnificación, además, las mujeres de Hinaj fueron combinando sus saberes ancestrales con nuevas capacidades técnicas: quienes tenían tareas vinculadas a la molienda, por ejemplo, se capacitaron para manipular los alimentos, conforme las normas de higiene y seguridad.
Luego de un proceso de crecimiento gradual que lleva 10 años, cargado de errores y aprendizajes, hoy esta comunidad cuenta con un producto que se inserta en el mercado local y que proyecta instalar en otros países.
Un alimento altamente nutritivo
Actualmente, el total de lo producido por Hinaj es comprado por la empresa de alimentos provincial Nutrifor, que utiliza la harina en la producción de otros alimentos, principalmente el Nutrichoco, una “leche chocolatada” que contiene un 50 % de leche y un 50 % de harina de algarroba. Este alimento regresa a la comunidad mediante el programa NUTRIR, impulsado por el Gobierno de Formosa para paliar las necesidades alimenticias de la población más vulnerable de la provincia.
“Empezamos comprando 300 kilos de harina y hoy compramos 6 mil. Se trata de un producto altamente nutritivo: cuenta con un gran contenido de vitaminas, hierro, calcio, proteína, y además es libre de TACC. Puede ser utilizado en distintas preparaciones y también funciona como un sustituto del cacao”, comenta Guillermo Escobar, miembro del directorio de Nutrifor. Además, resalta que desde la empresa trabajaron en recomendaciones de buenas prácticas agrícolas y de manufactura, y que buscan impulsar otros proyectos similares que van surgiendo en la zona.
Esta inclusión de la harina en la chocolatada es también una respuesta a un problema que afecta a las comunidades originarias y campesinas: el abandono progresivo de las prácticas alimentarias tradicionales. De alguna manera, mejorar la harina permitió recuperar hábitos, ya que ofrece otro tipo de consumo para un mismo alimento.
Una fuente de empleo e ingresos
Una de las problemáticas históricas en el Gran Chaco es la falta de empleo, que viene de la mano del empobrecimiento generalizado en las zonas rurales. “En la comunidad hay mucha necesidad, la gente no tiene trabajo”, explica Norma. “Con la organización pensamos: ¿cómo hacer para vender la harina y que la gente pueda tener ingresos a partir de este producto? Formamos a un grupo de mujeres del Lote 8 y empezamos a trabajar”, resume.
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El proyecto de la harina ancestral propone una nueva forma de organizar la economía con lo que ofrece el monte. La lógica es la de empresa social: la cosecha es un trabajo que realizan más de 250 mujeres del Lote 8 y alrededores, con el acompañamiento de sus familiares. Esto les genera un ingreso por el trimestre, ya que venden las chauchas a la Asociación Hinaj a un valor por el volumen de cosecha que se ajusta al jornal del peón agrario.
Las chauchas que no sirven se descartan y las que sirven se pesan y se acondicionan, con un proceso de desinfección y secado, para luego pasar a la molienda. Este trabajo ―sumado a tareas de almacenamiento del producto y administrativas― es realizado por 20 mujeres de Hinaj que reciben un ingreso fijo por su trabajo, conforme al salario mínimo, vital y móvil.
Cuidar el monte
El Gran Chaco es el sistema boscoso continuo más grande y biodiverso de América del Sur, luego de la Amazonía. Pero su destrucción a lo largo de la historia ha sido brutal, particularmente en la Argentina y el Paraguay. Según el reporte Frentes de deforestación; impulsores y respuestas en un mundo cambiante, publicado en 2021 por la Organización Mundial de Conservación (WWF por sus siglas en inglés), esta región tiene uno de los niveles de deforestación más alto del mundo, impulsado principalmente por la producción de soja y la ganadería a gran escala. La deforestación es una de las causas del cambio climático. Al respecto, Robledo subraya que “el proceso de producción de harina de algarroba prácticamente no tiene emisiones, porque el consumo de electricidad es mínimo, la cosecha es manual, el secado se hace con leña que se recolecta en el bosque nativo”. “No se genera impacto ambiental negativo, incluso se incrementan los beneficios, ya que se fortalece el bosque por el saneamiento, permitiendo el crecimiento de nuevas plantas”, dice.
A esto se suma un proceso de desarrollo del sector forestal, encarado por la Fundación Gran Chaco en las provincias de Formosa y Chaco: más de 500 productores forestales, indígenas y criollos trabajan para preservar y enriquecer el bosque nativo. Desde 2009 a la fecha se plantaron más de 3.000 hectáreas de algarrobo, una de las especies con más aportes para la salud del suelo. En definitiva, se trata de un modelo productivo adaptado al cambio climático, en pos del cuidado y la restauración de los bosques nativos.
Un modelo que se replica
La experiencia del Lote 8 se va multiplicando en otras localidades. También en el oeste formoseño, ACDI acompaña a la asociación AQPEPROA, que nuclea a pequeños productores agropecuarios criollos del paraje El Quebracho. Comenta Robledo que en Santa Fe se desarrolla otro proyecto, en el marco del Programa ProDoCoVa (Programa de Documentación, Conservación y Valoración de la Flora Nativa) de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Litoral y que próximamente se pondrán en marcha iniciativas piloto en comunidades de Salta, Jujuy y Chaco y Paraguay.
“Este proyecto se puede imitar en otros países. Es perfectamente replicable y este es, de alguna manera, el objetivo. De la mano del crecimiento, se fue construyendo un modelo de negocio a tres escalas. Es decir, puede aplicarse a una escala empresarial; a la escala del Estado, que quiere aportar para un desarrollo fuerte de un territorio, y a la escala de un pequeño productor que encare la tarea con un molino básico para el consumo o venta dentro de la comunidad”, resalta.
Desde Hinaj, también invitan a otras comunidades a trabajar de manera organizada y valorizando los alimentos tradicionales. “En el Lote 8, nosotras trabajamos desde hace mucho tiempo, no solo con el algarrobo, también con la artesanía. El trabajo ayudó mucho a las mujeres. Lo que estamos haciendo ahora se puede hacer en otras comunidades”, dice Norma. “Pensar en eso nos da fuerza. Es un trabajo que los chicos y chicas, que ven lo que estamos haciendo, podrán seguir adelante”.
Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 7 de octubre de 2022.
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