El primer Cabify que pedimos, al ver a donde íbamos, nos canceló. El segundo no se animó a entrar al barrio Agustoni, una extensión de casas bajas, algunas más precarias, otras más arregladas, cruzadas por calles de tierra, techos de chapa, ladrillos crudos y trozos de cielo y verde, en el partido de Pilar.
Dos periodistas esperamos que referentes barriales que participan de las comisiones de trabajo de TECHO nos fueran a buscar, guareciéndonos del sol de las 14 de la tarde en una suerte de verdulería-almacén atendida por una nena de diez años y un nene de ocho, donde el auto nos había bajado.
Estábamos a unas dos cuadras a pie. Pero en estos barrios, casi sin asfalto, sin señalización, donde cada logro es producto de arduas luchas de sus vecinas y vecinos, las cuadras no se miden como en los barrios sin apellido. Estos barrios siempre llevan apellido: “marginales”, “en desarrollo”, “emergentes”, “populares”. O sobrenombres: “villas”, “asentamientos”.
“Las mujeres suelen ser quienes más participan del trabajo en los barrios, respecto a la cantidad de varones. Son quienes responden primero a la hora de gestionar proyectos de mejoras comunitarias como construcciones de veredas, luminarias, recolección de basura. Ni hablar ante emergencias como desalojos, violencia de género, inundaciones, u otras actividades como sostener merenderos”, escribió Florencia Drucker, directora nacional de Comunicaciones de TECHO, cuando nos propuso encontrarnos con cuatro referentes barriales, de cara al Día Internacional de la Mujer y nos mostró los siguientes datos:
Según el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP)
- El 51% de las personas que viven en esos barrios son mujeres.
- El 89% de hogares monoparentales son conformados por mujeres.
- En el 63% de los hogares las mujeres son las responsables.
- El 42% de mujeres que viven en los asentamientos son menores de 19 años.
- El 31% realiza tareas del hogar pero no tiene ninguna remuneración. Solo un 0,9% cobra un sueldo.
Según la Encuesta de liderazgo comunitario realizada por Techo, con una muestra de referentes en 26 barrios populares, en Argentina:
- El 81% de los liderazgos comunitarios los llevan adelante personas que se identifican como mujeres.
- El 52% de las mujeres, referentes barriales, en ejercicio de liderazgo comunitario tiene menos de 40 años.
- El 85% de las mujeres, referentes barriales, terminó como nivel máximo la secundaria.
- El 90% de las mujeres, referentes barriales, tienen a cargo la crianza de alguien.
- El 52% de las mujeres, referentes barriales, llevan más de 4 años realizando labores comunitarias y en promedio le dedican 4 horas semanales.
En TECHO, el 76,2 % de asistentes a los espacios de formación institucionales son mujeres.
Ahí, en el centro de una porción de pasto verde, como ese que solo se ve fuera de la ciudad, al lado de un salón para reuniones levantado por los propios vecinos, y con el tereré ya rodando, nos esperaban Zoraida Duarte, referente del barrio Agustoni; Araceli Ledesma, referente del barrio Luis Lagomarsino o Maquinista F. Savio, también en el partido de Pilar; Fernanda Moyano, acompañada por sus hijas Zoe (14) y Charo (7), referente del barrio Haras Trujui, de Moreno; y Valeria Vallejo, referente del barrio Doña Justa, de Ingeniero Maschwitz, partido de Escobar. Las cuatro participan activamente “del plan que se está diseñando para la integración social y urbana de los barrios en el marco de la Ley de regularización dominial sancionada en 2018”, adelantó Drucker.
—¿Desde cuándo se conocen?
—Desde Techo —responden, como si fuera una medida de tiempo.
En la vida de ellas lo es.
—Valeria: Yo arranqué en 2012 con todo esto. Y nos conocimos en 2015 cuando nos convocaron para ser oradoras, contar historias, en una cena anual de Techo. Ahí empezó a surgir todo.
Valeria será la misma que casi una hora después, con los ojos reteniendo lágrimas que la desbordan dirá que “estas mujeres le pusieron el hombro más de una vez”, no solo en el trabajo barrial, si no en su vida personal.
Tienen entre 29 y 43 años. Viven lejos la una de la otra. En zonas con movilidad y acceso reducido al transporte público y privado. Son madres, esposas, jefas de familia, militantes, trabajadoras. Y hoy, además, son amigas.
Valeria recuerda que un día de 2012 vio a los chicos con las remeras de Techo en su barrio. No sabía quiénes eran o de qué se trataba. Los vio hacer casas. No preguntó. Hasta que un día le tocaron la puerta, se presentaron y le preguntaron si quería armar una mesa de trabajo y recibir herramientas para, con los mismos vecinos, mejorar el barrio.
—Sí. Me gustaría —dije—. Convoqué la primera reunión con 30 vecinos en mi casa, estábamos todos en el piso porque no tenía lugar. Haciendo la difusión decía que nos iban a venir a dar herramientas para salir adelante. Cuando vinieron y explicaron cuáles eran esas herramientas (aprender cómo defendernos, cuáles eran nuestros derechos), me quedé sola —cuenta y las demás estallan en risas—. Como yo entendí más o menos qué significaba eso, me gustó y seguí. Pero lo que más me impulsó fue cuando escuché decir a la gente del pueblo que los demás nos tenían como “los villeros del fondo” porque vivimos costeando un arroyo. Mi meta personal es sacarle el título de “villa” a mi barrio.
Para Valeria, la palabra villa está cargada del peso condenatorio que le da, muchas veces, la mirada social. No es el término lo que la indigna, es el destrato, la discriminación, la falta de recursos básicos como el agua, las cloacas, el transporte.
Araceli también empezó en 2012.
—La palabra “TECHO” la había escuchado por primera vez en un programa radial, porque yo laburaba de empleada doméstica y me permitían escuchar radio. Ahí escuché una nota y lo que contaban era espectacular. Me iba enamorando a medida que iba escuchando.
Cuando supo que las y los voluntarios estaban en su barrio, dice, empezó a sentir vergüenza porque venían personas de afuera a hacer proyectos comunitarios e impulsar el crecimiento del barrio cuando debían ser los mismos vecinos los que emprendieran esa tarea. Un día se acercó a la agrupación porque quería donar una heladera vieja y en minutos la transformaron en la organizadora de un locro a beneficio para el 25 de mayo.
“Desde esa fecha hasta el día de hoy no me moví”, cuenta.
Uno de los logros de Araceli y los vecinos fue conseguir una parada de colectivo dentro del barrio y lograr que el transporte entrara. Cuatro años y medio pelearon por eso. Su mayor objetivo, dice, es que sus bisnietos (porque nietos ya tiene: “soy abuela joven”, se jacta) disfruten de un barrio organizado. Que no sepan que es el agua de pozo. Que tengan una mejor calidad de vida.
Zoraida dice que es la más nueva del grupo. Se sumó al trabajo barrial a finales de 2016, a partir del relevamiento del Registro Nacional de Barrios Populares . Ahí supo que había vecinas y vecinos organizándose para mejorar Agustoni. Y no dudó.
—Me enamoraron los proyectos que se hacían en los sectores donde no llega el municipio, en los más marginados. Pensar que nosotros también podemos cambiar la realidad en la que vivimos. Al barrio le falta todo, prácticamente. Pero de a poquito se van sumando cosas.
Zoraida y los vecinos lograron colocar 1.200 metros de veredas que, asegura, “le cambió un montón la vida a la gente”. Limpiaron un basural y reconstruyeron un puente peatonal donde había uno que se venía abajo. Ella sueña con un barrio urbanizado para su hijo. “Y dejarle este legado: que aprenda que no importa la realidad en la que viva, si se organiza, puede cambiarla”.
Fernanda asiente.
—Yo empecé en 2015. Los conocí a los chicos [de TECHO] cuando hacían una construcción al lado de mi casa —cuenta—. Después me sumé a un merendero en un asentamiento y les dábamos el lugar para que coman. Ahí empecé a charlar con ellos, a contarles sobre el barrio y me empecé a involucrar.
Las cuatro hablaron de amor: “me enamoré del proyecto”, “me fui enamorando”. Y es que si trabajar arduamente y dejarlo todo para cambiar su realidad, la de sus hijos y sus vecinos no es amor, qué lo es.
Les dieron herramientas. Les dijeron que podían. Y ellas lo demuestran en cada lucha por un nombre de calle, por una vereda, por el agua potable, por las cloacas, porque los medios de transporte entren a sus barrios, tanto el colectivo como el taxi, el Uber o el Cabify.
—Fernanda: Lo básico. El año pasado cuando fuimos al Congreso a exponer por la Ley de regularización dominial, Charo, que es chiquita, me decía: “¿Te vas a la lucha?”. Y yo le decía: “Sí, mañana me voy a la lucha de nuevo. Me prometés algo: ¿vos cuando seas grande vas a luchar?”. “Sí”, y con 6 años me dijo: “Yo voy a luchar para que tengamos una placita y para que nosotros también tengamos esa calle finita para andar en bicicleta”.
Ahí Fernanda se dio cuenta de que ella, que se consideraba privilegiada por vivir fuera de la zona de asentamientos, no tenía asfalto. Que tiene agua porque pagó una perforación y luz porque paga un medidor pero que la cloaca y el agua corriente que pasan por su casa no funcionan. Y si hay una emergencia la ambulancia no entra.
Zoraida dice que en Agustoni acaban de llegar las cloacas y la red de agua potable, pero tampoco están habilitadas. Esta situación se repite en muchos de los barrios.
En algunos lugares ocurre que están las cloacas, la red de agua potable y la luz instaladas pero por diversas razones (rotura de algo, falta de habilitación, falta de dinero para completar las obras) no funcionan. Entonces para las empresas y municipios son zonas con servicios instalados, pero en realidad no están.
Fernanda, Valeria, Araceli y Zoraida tienen mucho en común. Además de las situaciones de sus barrios y los derechos por los que pelean, las cuatro son madres y deben hacer malabares para mantener un equilibrio entre sus vidas personales, sus familias, sus trabajos remunerados, las tareas de cuidado, y el trabajo en el barrio, al que le dedican sus fines de semana y a veces mucho más.
Valeria, además, es jefa de familia. Sus hijos, dice, tuvieron que aprender a cocinarse porque desde chicos se acostumbraron a que ella los fines de semana no estuviera. Y si bien no pocas veces le reclamaron la ausencia, asegura que mamaron todo lo que les transmitió y que uno de ellos ya está involucrado en una colonia de niños y niñas, como voluntario.
—Los fines de semana, cuando me dedico a esto, dejo todo. Lo que sea —dice.
—Dejamos todo de lado —acota Araceli, hablando por todas.
Excepto las mesas de trabajo de Agustoni y Doña Justa, donde Zoraida y Valeria son las únicas mujeres y están acompañadas por tres compañeros hombres, en las demás son mayoría mujeres. Tal como lo indican las estadísticas del RENABAP.
Optimismo, fuerza, persistencia, resiliencia, obstinación, poder de lucha, son algunas de las razones por las que ellas creen que las mujeres son mayoría ocupando estos espacios. A veces también tienen miedo. Presionan para que las cosas se hagan y reciben amenazas. Tratan con punteros, con representantes de los municipios, con intereses encontrados. Pero no claudican.
—Araceli: Nosotros nos exponemos. Y si seguimos de pie es porque pensamos que esta realidad se tiene que cambiar de una vez. Y si nos callamos no va a suceder. Muchos nos quieren calladas. Pero nosotras la tenemos clara: ¡calladas, no! Estamos empoderadas ¡y ahora no nos para nadie!