El mundo entero está expectante y atento al avance en la distribución de la vacuna contra el coronavirus. En los medios, los titulares se suceden compulsivamente, yendo de noticias celebratorias (“Bajan los contagios en un 95,8% tras la vacunación en Israel”) a otras dignas de preocupación (“Un anciano vasco que recibió las dos dosis de la vacuna se contagió de coronavirus”) pasando también por nuevas hipótesis (“Estudios señalan que las personas que ya tuvieron COVID-19 deberían recibir solamente una dosis”).
Pero detrás de todo esto hay nociones básicas sin aclarar, respuestas que pueden brindar tranquilidad y confianza en una era en la que la paranoia es la regla. ¿Cómo hace el cuerpo para desarrollar la ansiada inmunidad? ¿Cuánto tarda una vacuna en “hacer efecto”? ¿Puede una persona contagiarse de la enfermedad al poco tiempo de recibir la vacuna?
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Antes de entrar en el quid de la cuestión, un pequeño recordatorio de qué son las vacunas y cómo funcionan. Las vacunas introducen en el cuerpo una partícula viral totalmente inofensiva que hace creer a nuestro organismo que se trata de un virus real. Ante esto, el sistema inmunológico se dispara y crea anticuerpos y células de memoria inmunológica (un registro que queda en el cuerpo después de atravesar cualquier enfermedad contagiosa y que ayuda a detectar y combatir su patógeno más rápidamente en el futuro). Las partículas virales pueden ser tanto fragmentos del virus original como versiones débiles del mismo, así como incluir dentro de sí su código genético.
Así lo explica Leda Guzzi, médica infectóloga de la Sociedad Argentina de Infectología:
“A grosso modo podríamos decir que existen dos tipos de células de las defensas: las células B y las células T. Las primeras son las encargadas de producir anticuerpos. Los anticuerpos no son más que proteínas capaces de fijarse a algún sector del intruso y bloquear su funcionamiento, por ejemplo su ingreso a las células. Por otro lado, las células T son capaces de guardar memoria de aquellos patógenos a los que se han enfrentado. Esta memoria permite que ante un nuevo contacto con el agente, el sistema de defensa se active mucho más rápidamente y sea capaz de bloquear la infección o de mitigarla. Esta inmunidad mediada por células T es la llamada inmunidad celular. Las células B también tienen memoria y también pueden responder produciendo anticuerpos ante una nueva exposición al agente infeccioso. Con las vacunas, el cuerpo reconoce un agente extraño y comienza a producir anticuerpos y células T activadas”.
Una vez aplicada la vacuna, el cuerpo tarda aproximadamente 15 días en realizar todo este proceso y lograr la inmunidad. Si se requiere de dos dosis, la inmunidad se alcanza 15 días después de haber recibido la segunda aplicación. En esa ventana temporal en la que el cuerpo todavía no logró su punto máximo de blindaje contra la enfermedad, el contagio sigue siendo posible.
De todas maneras, aunque las vacunas son prácticamente un blindaje, nunca existe una inmunización del 100%: “La vacuna contra el coronavirus, por ejemplo, no protege al 100% contra la infección, aunque sí lo hace contra los casos más graves. Por eso el vacunado tiene que seguir cuidándose con barbijo, distancia y lavado de manos”, aclara Lautaro De Vedia, médico y expresidente de la Sociedad Argentina de Infectología. Y agrega: “En teoría todas las personas lograríamos la misma inmunidad. Pero hay pequeñas variaciones. A una persona añosa o con inmunodeficiencia le podría costar más desarrollar los anticuerpos que una persona sana y joven”.
La medicina que casi no se promueve y es de las más efectivas
En el caso del COVID-19, los anticuerpos que desarrollamos son de tipo neutralizante. Esto significa que se adhieren al exterior del virus, bloqueando la estructura que hay en su superficie (denominada “antígeno”) lo cual lo inhabilita a la hora de intentar ingresar en nuestras células.
“Aunque este tipo de anticuerpos suelen disminuir a través del tiempo, el individuo nunca queda totalmente susceptible a la enfermedad porque al haber memoria, si entra el virus en el cuerpo los linfocitos avisan y hacen producir muy rápidamente anticuerpos con títulos aun más altos que antes”, explica el médico Eduardo López, titular de la Cátedra de Vacunas en la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador y director de la carrera de médico infectólogo de la UBA. López además integra el consejo de expertos que asesora a Alberto Fernández en el manejo de la pandemia.
La duración de la inmunidad generada por una vacuna es variable: depende del patógeno y de la tecnología que se use. A veces los anticuerpos pueden durar toda la vida, como sucede con la triple viral, y otras veces hacen falta refuerzos después de un determinado tiempo: un ejemplo típico de esto es la vacuna contra el tétanos.
En el caso del COVID-19, las personas que tuvieron la enfermedad no suelen volver a contagiarse de la misma cepa por los siguientes nueve meses, pero todavía es un misterio cuánto durará la inmunidad generada por la vacuna. López es optimista al respecto: “Uno puede especular tranquilamente que esta es una vacuna que va a durar mucho más de un año, y si los anticuerpos caen y hay que darse una aplicación de refuerzo, el cuerpo responderá rápido con títulos muy altos”.
Detrás de la discusión sobre el combate a la pandemia todos nos estamos preguntando “cuándo”: ¿cuándo seremos inmunes y nos sentiremos seguros de nuevo? ¿Cuándo se distribuirá la vacuna a toda la población de riesgo del mundo? ¿Cuándo se logrará la famosa inmunidad de rebaño? Los tiempos son inciertos pero lo que sí sabemos es que hoy contamos con una poderosa herramienta: “Las vacunas son un bien que hay que cuidar. Son útiles, seguras y han hecho mucho bien a la humanidad. Y con el COVID, logramos en tiempo récord una serie de vacunas serias y eficaces”, concluye De Vedia.
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