Milei presidente: el reino de las paradojas - RED/ACCIÓN

Milei presidente: el reino de las paradojas

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El triunfo de Javier Milei genera esperanza y miedo en partes casi iguales. Paradójicamente, para gobernar tendrá que convertirse en un político avezado, eso que la ciudadanía rechazó en las urnas.

Milei presidente: el reino de las paradojas

Intervención: Marisol Echarri.

¡Buenos días! El triunfo de Javier Milei genera esperanza y miedo en partes casi iguales. Paradójicamente, para gobernar tendrá que convertirse en un político avezado, eso que la ciudadanía rechazó en las urnas.
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Intervención: Marisol Echarri.

Elecciones. Morir para vivir; cuanto peor, mejor; hacer la guerra para conseguir la paz, menos es más. El mundo de las paradojas es así: contradicciones aparentes que, si se las mira con lupa, resulta que no lo son. Aplica también en la política: por un lado, un candidato sólido, articulado, con pleno conocimiento de la botonera del Estado, con años de experiencia y amigos en todos lados. Un zorro. Por el otro, un economista teórico, iracundo, imprevisible. Inexperto, idealista, con fama de loco. ¿Por quién votó la gente? Con más de una década de estancamiento económico y 140 % de inflación anual, por el segundo: el débil, el indignado. De algún modo, era previsible.

Javier Milei ya es el presidente electo. Llega al poder después de ser el candidato individual más votado en las PASO, de quedar relegado al segundo lugar en las elecciones generales del 22 de octubre y de imponerse en el ballotage con casi el 56% de los votos, récord en esta era democrática. Si alguien fue capaz de preverlo, lo mantuvo en secreto para no ser tomado por loco. Primera conclusión: las viejas categorías para entender la política deben revisarse. El aparato pesa cada vez menos, los medios tienen un rol más bien modesto, la conversación en las redes es determinante, el político profesional genera rechazo. Lo que garpa es la imperfección desalineada y espontánea. Y así siguiendo.

Pasada la euforia de los que querían un cambio, llega el momento de aguzar la mirada para anticipar lo que viene. ¿Qué mirar?

  • La actitud del Gobierno frente a la transición. Nadie ignora que la situación es crítica, pero podría ser peor si el Gobierno saliente no colaborara en tres frentes clave: compartir la información a Milei y su equipo sin ocultamientos, tomar algunas medidas impopulares antes de irse y articular una narrativa pública responsable que transmita serenidad. Todo está por verse. 
  • La evolución de los mercados. La primera reacción fue de fiesta. Las acciones de las empresas argentinas que cotizan en Wall Street se apreciaron hasta un 40 %, los bonos de deuda subieron entre un 5 % y un 10 % y el riesgo país cayó. Falta entender la reacción del mercado doméstico: la evolución del dólar y el índice de inflación. Habrá sobresaltos, nadie lo duda.
  • El comportamiento de la calle (y las redes). El campo de batalla quedó plagado de heridos. Al 30 % mileísta de la primera vuelta, en el ballotage se le sumaron 26 puntos de gente que quería un cambio pero no pensaba en el libertario como la primera opción. No son incondicionales. Del otro lado de la grieta hay un casi medio país con miedo o bronca, o las dos cosas, listos para lanzarse a la resistencia.
  • El armado del gabinete de Milei. El presidente electo es un outsider de la política. Si no aprende rápido, lo que lo hizo ganar la elección —otra paradoja—, podría hacerlo fracasar en el gobierno. Se va conociendo ya el core de un gabinete robusto, casi enteramente libertario. Queda el interrogante de si el PRO aportará nombres, dejando sus huellas digitales en una especie de cogobierno. Y si eso conviene.
  • Las alianzas legislativas. La Libertad Avanza cuenta con sólo 38 diputados propios sobre 257. 40 más, si se suman los del PRO, pero todavía a 51 del quórum. Un abismo sólo salvable con política fina: radicales, peronistas independientes, representantes de partidos provinciales y leales a Juan Schiaretti esperan incentivos políticos para apoyar las reformas libertarias. En el Senado, lo mismo: únicamente un acuerdo con los gobernadores puede acercar los votos. Guillermo Francos, el hombre clave para lograrlo.

El presidente Milei tendrá que convencer, bajar las resistencias, disipar los temores. Seducir, no imponer. Incluir, sumar, conceder. Explicar. Tendrá que ser el político experto que no es, el príncipe prudente al que Maquiavelo describía con admiración. Otra vez la paradoja: para tener éxito, Milei tendrá que convertirse en eso que sus votantes rechazaron en las urnas. Por eso su entorno todos los días le prende una vela a una foto de Carlos Menem, el santo patrono de los seductores.

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Tres preguntas a Manuel Arias Maldonado. Es un politólogo y escritor español especializado en ciencia política, biopolítica y sistemas de gobierno. Es autor de los libros Antropoceno, La democracia sentimental, Desde las ruinas del futuro y Abecedario democrático.​

—¿Cómo se relacionan el populismo y la democracia?
—Aunque existen buenas razones para ver el populismo como una amenaza contra la democracia, lo cierto es que se trata de un fenómeno intrínsecamente democrático. Quiero decir que el populismo solo tiene sentido, como discurso y como práctica, en el interior de una sociedad que se adhiere a los principios democráticos: no podría sobrevivir en contextos culturales que rechacen la soberanía popular como fundamento del orden político. Pero la paradoja solo es aparente, ya que el populismo se sirve de la ideología de la democracia —que podemos resumir en la idea de que el pueblo se gobierna a sí mismo— para atacar la democracia liberal y reemplazarla por alguna forma directa, plebiscitaria o aclamativa de autogobierno. Por esa misma razón, pese a su intermitencia histórica, el populismo posee una indudable relevancia para las democracias. Hay y hubo gobiernos populistas en Europa desde hace décadas y tuvo también su protagonismo en las democracias latinoamericanas desde los años 40 y 50. En todo caso, la novedad del siglo XXI radica en el crecimiento y la transformación del populismo, empeñado en convertirse en una alternativa verosímil a la democracia liberal.

—¿Cómo se puede definir al populismo?
—Al menos de manera provisional se lo puede definir como una práctica política que se opone al establishment en nombre del pueblo soberano. Si esa reivindicación está ausente, no podemos hablar de populismo; por esa razón, populismo y demagogia son cosas distintas. Esta última se caracteriza por el uso persuasivo de la exageración, la manipulación emocional o la simplificación: el demagogo no se sujeta a la verdad ni busca la coherencia. Y aunque los partidos o líderes populistas recurren a la demagogia, los partidos o líderes no populistas también lo hacen. Es así inapropiado definir el populismo como “la oferta de soluciones simples para problemas complejos”, porque esa práctica es típica de la democracia de masas. Igual que no hay libertad de prensa sin sensacionalismo, tampoco existe democracia donde no se recurra, en mayor o menor medida, a la demagogia. Esta última representa un peligro para la buena salud de las sociedades democráticas allí donde traspase los “límites tolerables” a los que se refiere el filósofo político Raymond Aron. Para hablar con rigor de populismo, sin embargo, tiene que haber algo más.

—¿Qué hace falta exactamente para que se pueda hablar de populismo?
—Son elementos esenciales del populismo la visión idealizada de la sociedad, que aparece como constituida por el enfrentamiento entre el pueblo y la élite o establishment; la moralización de las relaciones sociales, que caracteriza al pueblo como “bueno” mientras que condena al establishment como “malo”; y una concepción de la soberanía popular de la que se deduce la necesidad de que sea el pueblo quien se gobierne directamente a sí mismo. En suma, habrá populismo allí donde un líder o movimiento divida la sociedad en dos partes enfrentadas entre sí, de acuerdo con una jerarquía moral que separa al pueblo virtuoso y auténtico del establishment corrupto o del otro amenazante, primando la soberanía popular como criterio determinante para la toma de decisiones políticas. 

Las tres preguntas a Manuel Arias Maldonado se tomaron del artículo “Cómo definir al populismo”, publicado en Ethic en enero de 2022. Para acceder al texto completo podés hacer click acá.

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Post mortem. Con el triunfo de Milei, se cierran las campañas electorales de 2023. Las hubo buenas (no perfectas), malas y pésimas. Este artículo comenta lo más destacado de cada una de ellas y plantea la tesis de que “no perdieron sólo un partido y un candidato: perdió el establishment”. Muchos —empresarios, sindicalistas, empleados públicos, ONG, medios—, celebrarían que se ordenaran las cuentas públicas, siempre que eso no los afectase. El desafío será lograr una transición armónica con esos sectores, ahora preocupados por salvar la ropa.

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Academia. En todo el mundo, las mujeres ocupan la mayor cantidad de posiciones en relaciones públicas y comunicaciones. Esta buena noticia tiene su contracara: la feminización de esta profesión incluye prejuicios sobre un supuesto trabajo soft en el que lo importante es ser sexy y simpática, se mantiene una desventaja salarial respecto de otras profesiones y se produce una potencial reducción de reserva de talento. Este libro, ya comentado antes, describe algunos de los principales prejuicios en torno a la profesión y propone algunas maneras posibles de superarlos. Tiene 16 capítulos con colaboradores de 10 países de 4 continentes. Un camino para hacer de las relaciones públicas una profesión más ética e inclusiva. Mejor.

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Oportunidades laborales

Hasta acá llegamos esta semana. ¡Hasta el próximo miércoles!

Juan

Con apoyo de

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