Hace unos días, leyendo algunos portales de noticias, me sorprendió encontrarme con varias historias similares. Por un lado estaba la noticia de que Linda Evangelista, top model canadiense de los años '90 que hoy tiene 56 años, se había hecho una serie de lipoesculturas en el cuerpo que la dejaron, en sus palabras, ‘‘completamente deformada‘‘, al punto de que tuvo que abandonar su profesión y se hundió en una importante depresión.
Sigo navegando y me encuentro con una entrevista en la que Courteney Cox, la actriz estadounidense que hizo de Monica en Friends, reconocía que las cirugías que se había hecho en la cara para perseguir una apariencia joven le habían dado un aspecto extraño, y que hoy no se lo volvería a hacer.
Estos dos testimonios son casos extremos en los que hay excesos de cirugías o de cirugías que salen mal. Obviamente, no está de más aclarar que muchos procedimientos estéticos dejan satisfechas a las personas.
Tengo 31 años y en mi grupo de amigas ya es común hablar de botox preventivo, eso que uno se pone para evitar que una arruga o marca de expresión incipiente se profundice. Me doy cuenta de que ha aparecido un nuevo tema sobre la mesa: el miedo a envejecer, a dejar de vernos como estamos acostumbrados. Pero ¿por qué estamos tan obsesionados con la juventud? ¿Cuál es la explicación? ¿Y cuál es el límite entre un comportamiento sano de querer lucir más joven y un comportamiento obsesivo?
Aparece aquí una nueva palabra, midorexia, un término acuñado por primera vez en 2016 en un artículo del diario británico The Telegraph, que se refiere a la falta de aceptación de la edad y a una especie de obsesión por verse eternamente jóvenes.
¿De dónde viene la obsesión con la juventud?
Jorge Catelli, psicoanalista, profesor e investigador de la UBA y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, habla de distintas variables que se entrecruzan. Por una parte, está la necesidad biológica del ser humano por reproducirse, donde la juventud es la etapa de mayor fertilidad. “Aquí hay algo psicológico, la idealización, que también parte desde lo sociológico porque hay una sociedad de consumo que impone un ideal de época, así como en otro momento se idealizaba la gordura o la robustez porque esto era representación de riqueza”, explica.
Esa historia filogenética –de la propia especie–, según Catelli, implica a la biología en el sentido de que el ser humano tiene una parte que lo impulsa a ciertas conductas que él desconoce, que son inconscientes y parte de la propia especie: “Por ejemplo, encontrar atractivos aquellos congéneres que representan, en parte, buenas instancias para suponer que allí hay una buena reproductora, en el caso de la hembra, o un defensor en el caso del hombre. Aquí intervienen la época y los ideales, porque no es lo mismo el ideal de belleza del renacimiento que el del medievo”.
Además, Catelli señala que hay que contar también con los factores subjetivo-individuales en los que se monta la psicología de cada persona, dimensión donde se articula el miedo a la muerte. Un temor que juega un papel importante e inconsciente en esta búsqueda de ser eternamente jóvenes.
Sobre este tema, Tomás Balmaceda, doctor en filosofía y, junto con Miriam De Paoli, coordinador de la iniciativa Generación Invisible, un estudio sobre longevidad en la Argentina, señala que los seres humanos siempre buscamos una certeza, algo de lo que no podamos dudar.
Sin embargo la muerte, aunque no nos demos cuenta, siempre está presente. Balmaceda afirma: “Sabemos que vamos a morir, pero no sabemos cuándo. La vejez, el envejecimiento, nos lo recuerda. Toda nuestra vida tratamos de olvidar la muerte y sin embargo seguimos adelante. El rechazo a la vejez muchas veces tiene que ver con el rechazo a la certeza de que somos mortales”.
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Miedo ante la decrepitud
En esta línea, Ingrid Sarchman, licenciada en Comunicación especializada en filosofía de la técnica, cree que lo que estamos evitando es la decrepitud. “Siempre digo que nuestro ideal de belleza sin edad pueden ser Moria Casán o Susana Giménez, mujeres que han pasado los 70 desde hace mucho tiempo, y que todavía en las revistas de chismes se las liga a hombres. Lo que digo es que el problema no es morirse, porque no podemos evitar la muerte. Y no creo que en las sociedades occidentales, por lo menos no en la realidad, la inmortalidad sea un valor. El gran ideal de las sociedades actuales es morirse jóvenes", mantiene.
Como apoyo a esta idea, Robert Harrison, profesor en la Universidad de Stanford, publicó en 2014 un estudio que indaga en los orígenes de nuestra obsesión con la juventud. Un concepto que profundiza en cómo las personas envejecemos simultáneamente de diferentes formas y a distintos tiempos: envejecemos biológicamente, psicológicamente y socialmente a ritmos diferentes.
Además, explica que por primera vez en la historia, los jóvenes se han convertido en un modelo de emulación para la población más vieja. De hecho, hoy existen comunidades en Oriente que destacan y valoran mucho la edad y la experiencia, y, por ejemplo, en la antigua Grecia encontramos testimonios donde los jóvenes veneraban a los ancianos por considerarlos una fuente de sabiduría.
“Ser joven nos parece que hoy es un valor por sí mismo. Con el paso del tiempo, siento que esta percepción generacional de a poco va cambiándose. Creo que a diferencia de lo que sucedía en los 90, con las cirugías estéticas que nos prometían un rostro sin arrugas, ahora se están volviendo, digamos, más humanas, más realistas”, destaca Balmaceda. Y aquí añade que en un estudio que realizó en Generación Invisible, donde se estudió a 25 mil personas en América latina, descubrieron que las personas de más de 45 años quieren parecer frescas y vitales pero no quieren parecer de 20 años. “Y ese es un cambio generacional fundamental que estamos viendo en estos momentos”, asegura.
Un cambio en el concepto tradicional de la juventud
Este concepto de juventud como ideal en las sociedades occidentales lo podemos ubicar junto con la revolución industrial. Hay otras explicaciones anteriores, pero parece que la revolución industrial presenta la necesidad de sujetos productivos. Y la productividad va asociada con la juventud: las personas trabajadoras, las que pueden producir. Además, Sarchman plantea que del lado de los hombres, la juventud está asociada con la virilidad, con la fuerza. Y esa virilidad también está asociada con la reproducción, una mujer joven, es una que puede reproducirse.
“En ese sentido, las sociedades capitalistas contemporáneas se sostienen en la capacidad de las personas de producir plusvalía, trabajo, fuerza constante. Una persona joven es una persona que está en el mercado productivo. Y con esto no nos referimos solo a ir a una fábrica a ajustar tuercas, sino también la posibilidad de circular en un determinado mercado y ser atractivo en ese mercado”, destaca Sarchman, quien además, explica que la juventud como ideal de belleza se asocia tanto con la productividad material como simbólica.
Aquí, Sarchman considera: “Las sociedades actuales conviven con una contradicción. Por un lado, pretenden defender o atrapar la juventud a toda costa, no envejecer, y por otro lado, lanzan una batería de discursos de autoayuda que pregonan la idea de quererse a uno como es, aceptar el paso del tiempo. Ese discurso es un poco esquizofrénico, porque por un lado nos bombardean con ‘‘juventud divino tesoro‘‘ y por otro lado, nos piden que nos aceptemos como somos”.
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¿Dónde estamos parados los argentinos y argentinas en relación a esta obsesión?
Definir en qué punto estamos los y las argentinas es difícil, pero un indicador que podemos tener en mente es la cantidad de cirugías estéticas que se hacen día a día en el país. Según datos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, en 2019, la Argentina se situaba en el séptimo puesto de países con más cirugías estéticas del mundo, detrás de Estados Unidos, Brasil, México, Alemania, India e Italia.
Según la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica Estética y Reparadora, SACPER, un 44% de los procedimientos quirúrgicos se hacen en la región facial, siendo los más frecuentes la cirugía estética rejuvenecedora de párpados y la rinoplastia o cirugía plástica de la nariz. Un 33% de los procedimientos son sobre las mamas, como aumento o reducción. Y un 21% son procedimientos corporales como la lipoescultura o la abdominoplastía. Si entramos en el terreno de lo no quirúrgico, el 66% consiste en aplicaciones de botox o ácido hialurónico. La mayoría de estos procedimientos se los hace gente de entre 20 y 50 años: los mamarios son más frecuentes entre los 20 y los 35, y los faciales entre los 30 y los 50.
Aunque la amplísima mayoría de estos tratamientos se hicieron sobre mujeres, vienen incrementando las consultas de varones que buscan cirugías en nariz y párpados, por ejemplo. Sobre esto habla la doctora Yamila Giancarelli, especialista en cirugía plástica y miembro de la comisión de prensa y difusión de SACPER. Giancarelli asegura: “En el mayor porcentaje de las consultas hay una obsesión por verse bien, pero no por no envejecer”.
Así, desde su perspectiva, esto tiene que ver con un incremento en la esperanza de vida y una mayor vitalidad de la población. Asegura que hoy una persona de 70 años es una persona vital, que hace actividad física, que viaja, que se atreve a tener amigos, amigas e incluso a tener hijos. Y por eso es lógico que esa persona busque verse bien, lo que no implica una obsesión por no envejecer.
“Los casos de los que hablábamos anteriormente son distintos, en estos se buscan resultados similares a la aplicación de un filtro y no hay aceptación. Esto se ve más en los jóvenes, que están más expuestos a redes sociales y que los lleva a una exposición similar a la que presentan las actrices de Hollywood, entonces empiezan a buscar una perfección que no es real”, señala Giancarelli.
¿Qué se vio durante la pandemia?
Según explica la doctora Giancarelli, durante la pandemia aumentaron las consultas por la región facial, cuando antes la principal consulta era la región mamaria, lo que se asocia fundamentalmente a la utilización de tecnología para comunicarse. El incremento se vio en todas las edades, siendo las principales consultas la cirugía estética de nariz y párpados y los rellenos con ácido hialurónico en la región nasal, ojeras y labios y la toxina botulínica.
Por su parte, el investigador Jorge Catelli asegura: “En relación con la pandemia se notó una mayor concentración de la energía que estaba depositada en los objetos externos, se volcó sobre sí mismo. Por suerte contábamos con tecnología para comunicarnos unos con otros, pero significó también una mayor predisposición a mirarse, en términos psicoanalíticos, a un autoerotismo que en algunos casos llegó a una hipertrofia del narcisismo, una exacerbación del narcisismo en esos espacios de soledad en los que hay menos presencia del otro, más presencia del yo, y un vínculo con el sí mismo en el que es de esperar que aparezcan este tipo de conductas. La diferencia entre una intervención quirúrgica y los filtros de Instagram, es un pasaje a la acción”.
Habitualmente la cirugía plástica estética tiene como finalidad mejorar ciertos rasgos que molesten o traumaticen psicológicamente al paciente, pero sin cambiar su fisionomía. Por eso, el cirujano plástico, que ante todo es médico, en la primera consulta con el paciente le hace un exámen físico y psicológico, y si detecta algún tipo de obsesión realiza las interconsultas necesarias, ya que muchas veces más que un procedimiento estético, lo que el paciente requiere es un tratamiento psicológico de aceptación.
La psicóloga española Pilar García Flórez reflexiona sobre el tema a través de una nota en la que señala que la midorexia es una batalla perdida que sólo genera frustración y gasto de energía, porque irremediablemente el tiempo va a pasar para todos. “Es fundamental trabajar con la aceptación de la etapa de la vida en la que nos encontramos y de lo que esto implica. Y también con la noción de que la edad no define quiénes somos, ni tampoco determina nuestra valía como persona. Cuando estamos satisfechos con nuestra vida, es menos probable que traslademos el malestar a algo como nuestra edad”.
¿Cómo distinguir entre vernos y sentirnos bien, y una obsesión por la juventud?
El límite entre un comportamiento sano a la hora de buscar sentirnos más jóvenes y un comportamiento obsesivo, es difuso para muchos expertos, pero según Tomás Balmaceda, puede estar dado por los límites que se pone cada persona y los que nos impone nuestro medio social. “En algunos grupos de amigos, operarse y ponerse lifting está totalmente validado y a nadie le molesta, y en otros, ir al gimnasio y querer tener un cuerpo musculoso está totalmente fuera de registro y puede ser causa de burla”, destaca.
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Con esto se refiere a que las decisiones personales siguen siempre un patrón para ver si estamos siendo sanos o no. Y esto tiene que estar reflejado en nuestros valores, los cuales, quizás, a otros les pueden parecer superficiales, pero tienen muchísimo peso en el propio individuo. Por eso, Balmaceda explica que es central tratar de entender por qué uno se quiere ver más joven. “¿Para salir mejor en una story de Instagram, una selfie? ¿O quiero sentirme mejor para estar más vital, pasar más tiempo con mis amigos, o para estar mejor con mi pareja?, se pregunta el investigador.
Algo similar explica Yamila Giancarelli, quien hace una distinción entre un comportamiento saludable: donde se aceptan la edad y las asimetrías, donde se lleva una vida sana, con actividad física, y dentro de todo eso, se consulta por lo que a cada cual le molesta o le gustaría cambiar. Y otro comportamiento obsesivo, por el cual alguien se encuentra múltiples defectos, y busca resultados no reales. Lo que muestra signos de que la persona atraviesa un trastorno de la imagen corporal. Y por eso: “Es importante consultar con un especialista certificado que no se va a basar en un procedimiento que esté de moda sino en lo que realmente necesita ese paciente”.
Como conclusión, Ingrid Sarchman señala: “Me atrevo a pensar que en los últimos 8 o 10 años la exacerbación de la idealización extrema de la juventud a toda costa, está poniéndose en entredicho. No solamente porque la juventud se está extendiendo cada vez más y la imagen que antes teníamos de alguien entre 40 y 60, no como un anciano pero sí como alguien ya maduro, va cambiando”.
En este sentido, la manera de envejecer va cambiando y en opinión de Sarchman la idea de una juventud inmaculada está en crisis. “Confío en que no solamente las personas que transitamos la adultez sino también las nuevas generaciones, empiecen a pensar en una concepción más amplia de juventud, distintas formas de ser joven, distintas formas de ser bello”, señala.
Además, destaca que algo que también empieza a ponerse en duda en este proceso son los cuerpos absolutamente delgado y las formas de belleza hegemónicas relacionadas a un tipo de color de pelo o de piel. “Todos esos cuestionamientos van de la mano con el cuestionamiento de la juventud y la vejez. Si tuviese que reflexionar sobre el tema, es que no hay una sola manera de ser joven, no hay unos años establecidos con respecto a la juventud. Y tampoco hay una manera específica de envejecer” concluye Sarchaman.
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