La tecnología es una aliada en la lucha contra la pobreza. Es una condición necesaria para el desarrollo de un país y también una herramienta útil para mejorar problemas estructurales, como la desnutrición infantil. Lo afirma Nelson Gutiérrez, especialista sénior de Protección Social y Trabajo del Banco Mundial y uno de los autores del proyecto Mensajería de Texto para la Nutrición que se implementó en Chimborazo, una región rural de Ecuador, y hoy ―con los resultados en la mano― se imita en otros planes estatales. El objetivo del trabajo fue informar a las familias e incidir en sus prácticas cotidianas para mejorar la salud y la nutrición de la población infantil.
Según datos de Unicef, casi 1 de cada 4 niñas y niños menores de 5 años (23 %) en Ecuador presenta síntomas de este déficit en la alimentación. En el 2012, la provincia ecuatoriana con los peores índices fue Chimborazo, un territorio montañoso en el que habitan principalmente comunidades indígenas esparcidas en pequeñas aldeas. Más de la mitad de las familias de esa zona vivía en la pobreza y casi la mitad de los niños padecía retraso del crecimiento, un problema agravado por la desnutrición crónica.
“La situación era crítica, comparable a la de varios países de África subsahariana; esta fue la motivación del proyecto”, cuenta Gutiérrez. “Buscamos una estrategia que tuviera incidencia en el cambio de comportamiento dentro de los hogares para promover prácticas nutricionales, porque el retraso del crecimiento no es un problema de acceso de alimentos, sino de conocimientos”.
A partir de 2013, investigadores del Banco Mundial viajaron por todo Chimborazo y concluyeron que la mayoría de los niños menores de 3 años rara vez asistían a controles de salud en las zonas rurales y que muchas de las barreras en la comunidad eran de acceso a información. “Necesitábamos educar sobre prácticas de higiene y sobre cómo alimentar a los niños y a las madres gestantes, entonces buscamos otra manera de hacerles llegar la información a los responsables de su cuidado”, explica Gutiérrez.
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Así fue como en 2015 se implementó el estudio Mensajería de Texto Para la Nutrición. Durante 14 meses, más de 2.000 familias recibieron mensajes de textos periódicamente, en los que se alentaba a las madres y a los padres a llevar a sus hijos a los controles regulares, usar suplementos de micronutrientes proporcionados por el Gobierno, hervir el agua para hacerla potable, lavarse las manos habitualmente y mejorar la preparación de los alimentos y la higiene. Se tomó además un grupo de control formado por otras 1.000 familias que no recibieron mensajes de texto.
“Los resultados fueron muy positivos. Los mensajes de texto ayudaron a las cuidadoras a mejorar la salud y la nutrición de sus hijas e hijos. Los niños menores de 2 años de familias que recibieron mensajes de texto aumentaron de peso y observamos una reducción importante de enfermedades respiratorias y cuadros de fiebre”, evaluó Gutiérrez.
Acompañar y persuadir
Los mensajes fueron diseñados con diferentes fines: proveer información oportuna y novedosa, motivar a las personas cuidadoras ―se intentó que estuvieran escritos de modo tal que no se sintieran culpadas o juzgadas por el estado de salud de sus niños o niñas―, persuadir y enviar recordatorios. El contenido fue desarrollado en colaboración con el Ministerio de Salud Pública para reforzar los mensajes nutricionales claves que ya estaban siendo utilizados por el personal de Salud y de las guarderías.
“Hicimos estudios previos de preferencias, por eso fueron textos y no audios, y en español ―otra opción eran las lenguas originarias―. Muchas madres los leían con sus hijos. Además, descubrimos que lo mejor era que quien los firmara fuera el Gobierno de Chimborazo, la gente se sentía con más confianza si la información venía de esa fuente”, indicó el economista del Banco Mundial.
Cuidadoras
En general, las usuarias del servicio de mensajería eran las mujeres, porque son ellas las que mayoritariamente se ocupan del cuidado; sin embargo, los teléfonos celulares no necesariamente estaban a su cargo. Según se indica en el informe sobre el impacto del proyecto, frecuentemente estos dispositivos son de propiedad de quien encabeza la familia, que en general es el hombre. “Es común que los varones no se encuentren en el hogar durante los días de semana por trabajo, con lo cual el teléfono celular no permanece en la casa”, describe Gutiérrez como una de las dificultades de implementación de la estrategia. Aún así, los resultados fueron positivos porque existió un ecosistema de actores y actrices involucrados ―trabajadores y trabajadoras de la Salud, referentes de la comunidad y madres― que hicieron posible la circulación de los mensajes y el permanente monitoreo de su efectividad.
“A mí nadie me dijo que difundiera, pero yo les enseñaba lo que aprendía a otras mujeres y jovencitas”, comentó Noemí Quishpi Quishpi, una de las mujeres que participó del proyecto cuando su hija Nina, que ahora tiene seis, tenía un poco más de un año.
Noemí era educadora comunitaria y repartía los mensajes que recibía con las mujeres que no eran parte de la muestra; entre ellas, su cuñada. “El mensaje que yo leía en español, se lo comunicaba en kichwa a las mujeres que hablaban solo la lengua materna. Los mensajes llegaban a mi teléfono. Eran sobre la nutrición: los alimentos que tenía que dar y que no tenía que dar, como colorantes, azúcar, sal. Que había que lavar los alimentos. También enseñaban sobre el cuidado. Lo poquito que leía lo ponía en práctica”, cuenta.
La crianza de Nina, dice Noemí, fue muy distinta a la de sus otros hijos mayores: “Las diferencias son grandes. Mi hija es más sociable, es muy inteligente. Ella piensa, dialoga como una persona adulta. Mi hijo dice que tenemos que aprovechar eso, ella capta todo”.
Unicef indica que para resolver la desnutrición crónica se requiere atacar sus múltiples causas. En este abordaje, los mensajes representaron apenas un alivio, una herramienta útil en una de todas las aristas del problema. “Los mensajes ayudan, pero en el campo la vida es muy dura”, lo resume Noemí, y explica: “Los hombres trabajan en la recolección de caña de azúcar o migran por temporadas de cuatro o cinco meses, y son las mujeres las que quedan a cargo de todo en la casa: de la cosecha, de cuidar a los animales, de traer alimentos y del cuidado de los niños. Tu sacas el producto con tanto esfuerzo y cuando llegas a la ciudad, se paga lo mínimo. La plata no llega a cubrir y ahora, con la pandemia, es peor. Hay muchas consecuencias, estamos en una situación grave”.
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Brechas
El trabajo del Banco Mundial junto al Gobierno de Ecuador no contempló la entrega de teléfonos. La mayoría de las familias que participaron contaba con al menos un dispositivo. “Con la investigación, vimos que aun en hogares en situación de pobreza y de dispersión, la penetración del teléfono celular es un hecho. Eso permitió que el mensaje de texto llegara a las madres, fue una herramienta potente. Había falta de acceso al agua potable, pero había celulares. Es un error pensar que una cosa es más urgente que la otra. No se pueden pensar de manera separada y en este nuevo escenario, mucho menos”, advierte Gutiérrez.
Para el economista, no se puede pensar en la solución de un problema estructural, como la falta de acceso al agua potable, separada de los avances tecnológicos: van de la mano. “Se necesita trabajar en la infraestructura y, en paralelo, en las brechas digitales. Los Gobiernos deben pensar que se trata de servicios. En este caso, el servicio es darles a las personas información sobre cuestiones básicas para el cuidado de la salud de los niños y niñas en los primeros años de vida, para combatir la desnutrición. Para que resultara fue necesario el teléfono, la herramienta. Las posibilidades que presentan las tecnologías son cada vez más, pero para usarlas es necesario contar con el acceso y eso implica que se faciliten los dispositivos y, también, que se invierta en conectividad”, amplía.
La pandemia demostró la potencia de la tecnología pero a la vez desnudó las brechas digitales existentes. En el caso de Ecuador, como en muchos países de la región, analiza Gutiérrez, se hace necesario atender a las brechas digitales e innovar en los programas sociales. Es decir, combinarla con lo que se considera estructural: el acceso a los servicios básicos ―sobre todo en las comunidades rurales e indígenas― y el sistema del cuidado.
A cuatro años del primer ensayo de “Mensajes poderosos: promoviendo el mejoramiento de la nutrición”, se logró escalar el proyecto. “Lo incluimos en los protocolos de otros programas estatales ya existentes”, cuenta Gutiérrez. “Todavía estamos en las primeras instancias del proceso. La pandemia nos obligó a incorporar tecnología. Ahora estamos combinando nuevos canales, pero los mensajes de texto seguirán siendo el ingrediente común”. Una herramienta simple para empezar a cerrar brechas.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 23 de julio de 2021.
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