“En 2019 pasé por una situación delicada de salud: comencé a bajar de peso muy rápido. Pasé de 78 a 72 kilos. Por la disminución radical de peso, comencé a sentirme desganado y todas las comidas me caían mal. Durante esos días mi dieta se basaba en galletitas de agua, té, fideos y arroz. En un primer momento pensé que era por estrés, debido a la mezcla de facultad y trabajo, pero cuando todo fue empeorando recurrí al médico”. Con esa anécdota nos escribió Julián Suárez, co-responsable de RED/ACCIÓN, que tiene 22 años, es locutor y estudia Comunicación.
Todo el año pasado, Suárez se hizo muchos estudios, desde los más simples hasta los más sofisticados. Las respuestas, dice, eran siempre las mismas: una gastroenteritis, una gastritis o estrés. Recurrió a distintos profesionales y todos tenían el mismo diagnóstico.
“Decidí que no podía continuar así. Comencé a través de las redes a consultar a referentes y en la virtualidad me fui encontrando con numerosos jóvenes que tenían los mismos síntomas y que su cambio radical había ocurrido cuando dejaron de consumir ultraprocesados y, sobre todo, el gluten. Guiado por un profesional con experiencia en este ámbito comencé a dejar las harinas, los ultraprocesados y actualmente estoy en una transición hacia el vegetarianismo. Fue un giro de 180° que me transformó totalmente y me permitió no solo volver a sentirme bien, sino que me acercó a los alimentos, a la cocina, a preguntarme de dónde provienen todas las comidas y productos que consumimos”, cuenta Suárez.
Las comunidades en redes sociales son un espacio de mucha contención para muchas personas a la hora de cambiar ciertos hábitos. Allí encuentran recetas, propuestas de nuevos productos y comparten sensaciones. Andrés Schapira, de 28 años, es uno de los creadores de la cuenta de Instagram Somos Sin Lactosa. A sus 22 años, él descubrió que sufría intolerancia a la lactosa y en estos años sintió que no encontraba un espacio que concentrara consejos, tips y recetas.
La lactosa es un azúcar que se encuentra en la leche producida por mamíferos, y que el cuerpo digiere gracias a una enzima llamada lactasa. Si no se cuenta con suficiente lactasa, no se puede digerir bien la lactosa y eso le trae consecuencias al cuerpo como hinchazón o problemas estomacales.
“Después de pensarlo mucho, con un amigo, lanzamos en marzo esta comunidad en redes sociales. Vimos que faltaba un lugar de confianza donde las personas pudieran encontrar información. Convocamos a gastroenterólogos, nutricionistas y chefs a compartir sus ideas”, dice Schapira, que es ingeniero industrial.
Desde que se enteró de que era intolerante a la lactosa, un nuevo hábito que adquirió Schapira fue el de leer las etiquetas antes de comprar un alimento. “En algunos productos es difícil leer las etiquetas. Hay alfajores que las tienen tapadas por el mismo envoltorio o caramelos que los tenés que abrir para ver. Eso es algo que hay que mejorar. Sueño con que exista el logo para todos los productos sin lactosa. El Mantecol, la Rhodesia, las Oreo son todos productos libres de lactosa, pero que no están muy difundidos. Ese tipo de información es la que compartimos con la comunidad. Incluso, compartimos los quesos que podemos comer", explica. Hay algunos lácteos, como ciertos quesos, que durante el proceso de elaboración pierden la lactosa por eso hay personas que los toleran mejor.
Por qué es importante el etiquetado frontal en los alimentos
Schapira comenta que en los restaurantes tampoco es fácil encontrar información específica de lo que contienen los platos. "Dependés de lo que te comenta el mozo. Zafamos cuando un producto te dice que es vegano, pero el intolerante quiere lácteos sin lactosa. No quiere reemplazarlos por otra cosa”, agrega.
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Cuarentena: dificultades para comprar y más comida casera
En la Argentina alrededor de 400.000 personas son celíacas. Esta condición se caracteriza por la intolerancia permanente al gluten, que se encuentra presente en el trigo, la avena, la cebada y el centeno (TACC). Muchas personas no pueden digerir esta proteína, ya que tras la ingesta se generan fragmentos proteicos que activan el sistema inmunológico, desencadenándose una reacción adversa. Los síntomas pueden ir desde estreñimiento, gases e hinchazón hasta vómitos o adormecimiento en las extremidades.
Sofia Salvatierra es intolerante al gluten desde hace ya más de cinco años. Cuando comenzó la cuarentena, se vio afectada por el desabastecimiento en los locales de cercanía y grandes supermercados. “Intenté comprar en el supermercado online premezcla de harinas sin gluten, maicena, polvo de hornear y galletitas tipo crackers, pero siempre me llegaba el pedido con faltantes. En los negocios de cercanía la respuesta era la misma: 'No sabemos cuándo reingresan los productos'. La cuarentena hizo que muchas personas incursionaran en la cocina y está perfecto, pero trajo inconvenientes y gastos innecesarios. Como intolerante nunca fui de querer reemplazar todo lo que consumía por productos sin TACC. Siempre seguí con una alimentación variada”, dice Salvatierra.
La joven cuenta que muchos le comentaban que compraban en las dietéticas grandes, pero en su caso necesitaba tan poco que para ella no se justificaba el pago del envío que ofrecían. “La situación mejoró con las aperturas. Ahora prefiero comprar a los comerciantes que siempre apostaron por nosotros. Le compro la premezcla a uno, los panes a otro y así con distintas cosas. Ayudo para que, cuando todo esto pase, las opciones para comer afuera sigan existiendo. La verdad es que hay locales que cerraron sus puertas o quitaron las opciones sin TACC de su menú y es una gran pérdida para quienes llevamos este tipo de alimentación”, opina.
El periodista Fabio Dana era un fanático de las pastas, pizzas y panes. A los 46 años lo diagnosticaron con celiaquía y tuvo que repensar su alimentación. A partir de ese momento, comenzó a investigar y a escribir notas sobre esta condición. En 2018 publicó el libro "Yo, Celíaco".
“El shock al principio fue fuerte. El proceso implica un montón de cambios en lo social y en lo cultural. Estamos acostumbrados a comer una pizza después del partido de fútbol o juntarnos a tomar una cerveza. En esas cosas te quedás afuera. Te cambia el escenario de la vida social. Mucha gente se vio representada en lo que yo contaba en mi libro, sobre todo en los cambios de la vida cotidiana”, dice Dana.
En cuarentena, Dana se siente más cómodo que nunca. “Como mejor: pollo, carne, pescado, ensalada. Dejé de comprar galletitas, snacks y alfajores. Y salgo menos a comer afuera. Pocos lugares respetan el menú libre de gluten o te garantizan que no hubo contaminación cruzada. Cuando el celíaco sale tiene que pensar en llevar: la billetera, el celular y el táper. Lo que uno aprende es a poner en un segundo plano la alimentación y darle más valor al encuentro”, comenta.
Los productos sin gluten o deslactosados suelen ser más costosos. “Necesitamos que se regulen los precios de los productos aptos para celíacos. Es un pedido que venimos batallando hace años con la Secretaría de Comercio, pero que ahora se convierte en vital”, dijo a Ámbito Financiero Mariana Holgado, presidente de la Asociación de Celiaquía de la Argentina. Por ejemplo, según Holgado, un paquete de harina de trigo cuesta en promedio $60, mientras que una premezcla (que reemplaza a la harina de trigo con otras harinas sin gluten) vale en promedio $400. El programa de Precios Cuidados solo tiene tres productos específicos para celíacos: dos paquetes de fideos y unas galletas de arroz. No se observan productos deslactosados.
Las obras sociales y prepagas brindan una cobertura mensual para productos libres de gluten de $900. El Gobierno otorga una tarjeta a las familias sin obra social con miembros celíacos de $400 por mes.
La licenciada en Nutrición Camila Chillik, (M.N 8.772) y creadora de la cuenta de Instagram Nutreate dice que para que una persona pueda cambiar un hábito de la alimentación primero tiene que entender qué beneficio va a encontrar. Comprender eso la va a ayudar a mantenerlo “Si uno tiene una intolerancia, la motivación va a ser que al cambiar el hábito va a dejar de sentirse mal. Tardamos hasta tres meses en consolidar ese cambio de hábito”, explica Chillik.
Según Chillik, desde que comenzó la cuarentena, sus pacientes suelen comer más casero, tienen una alimentación más ordenada y piden menos delivery. “Se dan cuenta de que de esta forma tienen menos inflamación y menos hinchazón”, comenta.
Cuando uno va a dejar de comer ciertos alimentos es sumamente importante consultar con un profesional. “Cuando sacas algún nutriente, lo tenés que compensar de otra forma. Las redes sociales pueden mostrar productos, recetas, ideas, pero los cambios tienen que ser acompañados por un profesional. Está desaconsejado dejar el gluten o la lactosa si no se siente una intolerancia”, explica Chillik.
A los 23 años, Lucas Frigerio, co-responsable de RED/ACCIÓN, empezó a tener dolores frecuentes de panza. Comenzó a hacer una dieta, pero no mejoraba. Después de varios exámenes, incluida una endoscopia, le dijeron que tenía intolerancia a la lactosa.
“Tuve que cambiar todos mis hábitos en una época en la que pocos sabían sobre esta intolerancia, por lo menos en Chile, donde vivía en ese momento. Con el paso de tiempo, en Chile empezaron a aparecer muchas opciones para intolerantes a la lactosa, desde quesos, cremas, leche, dulce de leche, entre otras. Luego, me fui a vivir a Estados Unidos, que era el paraíso de los intolerantes o de personas con problemas alimenticios porque tienen productos de todo”, dice Frigerio, que hoy tiene 30 años.
Desde 2018, Frigerio vive en Buenos Aires y desde entonces sintió un retroceso en su alimentación. “No encontraba un montón de productos, que ya me había acostumbrado a comer. De a poco empezaron a aparecer ciertas leches sin lactosa y algunos productos más, pero todavía estamos atrasados”, dice.
El problema de las reuniones sociales
En línea con lo que comentaba Dana, para todas las personas consultadas en esta nota, el mayor obstáculo a la hora de cambiar un hábito alimenticio es la reunión social. Frigerio cuenta: “Cuando iba a la casa de alguien tenía que pedir que me prepararan algo que pudiera comer o tenía que llevarme mi comida. Eso me hacía sentir enfermo y no me gustaba. Siempre tenía que avisar que era intolerante a la lactosa. En el supermercado tardaba una hora y media porque tenía que revisar todos los productos”. Durante la cuarentena, las compras online en supermercado no le resultaron a Frigerio porque de esa forma no puede ver bien las etiquetas.
Hace seis años y medio Silvina Etchevers se enteró que ella y sus dos hijos eran celíacos. Ella dice que uno de los eventos sociales más complicados son los cumpleaños. “Mucha gente trata de ponerle onda y te compra alguna cosita especial, pero en una sociedad que consume pan, tortas y facturas todo el tiempo es difícil no extrañar comer una porción”, dice Etchevers.
La mujer de 40 años vive en Nordelta y allí no encuentra muchas tiendas con productos sin gluten. “Al principio de la cuarentena cociné pan casero, pero después le pedí a una vecina médica un certificado para ir a comprarlo a Vicente López”, dice.
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Hace dos años Anita Domínguez, que tiene 29 años y vive en Capital Federal, comenzó a tener inflamaciones. “Se me hinchaban las manos al punto de no poder cerrar los dedos y la panza que suele ser plana se volvía muy dura e hinchada. Incluso, las piernas se me hinchan muchísimo, generando dolor al caminar. Al principio, pensé en la posibilidad de que fueran las harinas, pero ningún estudio hasta el día de hoy me ha dicho exactamente a qué soy intolerante”, cuenta Domínguez.
La joven fue cambiando hábitos para tener una dieta más sana. “Durante estos meses de aislamiento social, el aumento del estrés a causa de las excesivas horas de trabajo en casa y la falta de tiempo para dedicarse a uno mismo hicieron que las retenciones fueran empeorando. El sedentarismo, merece una mención aparte, ya que, si bien nunca conté con la costumbre de hacer ejercicio a diario, suelo ser una persona muy activa, por lo que estos meses no han ayudado en lo absoluto. Puedo decir que se me han generado malestares físicos, pero también emocionales. Cuando uno se siente mal físicamente y no descubre la causa, todo termina en una gran frustración”, reflexiona Domínguez.
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