¡Buenas tardes! Quisiera que hoy reflexionáramos sobre un debate muy actual: de qué manera ayudamos a las personas que vienen de otro país. Y por qué debemos ir más allá de un abrazo circunstancial.
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En estos días, como nunca se escucha hablar de refugiados, de refugiadas. De migrantes. Que son personas. Por eso podríamos empezar a sugerir que, en lugar de decir “refugiado” o “migrante”, se diga “persona refugiada” o “persona migrante”. Ese detalle resignifica. Cuando se escucha la cifra de 1.000, 10.000 o 1 millón de refugiados, no vemos un rostro. Pero al decir personas nos imaginamos lo que significa: que son seres humanos en una situación muy compleja de su existencia.
El debate sobre las personas refugiadas está ligado al frío, al hambre, a la pobreza. Y especialmente al racismo. Pareciera que luego de una explosión de solidaridad circunstancial, quienes reciben personas de otro país tienen una mirada distinta. Después de la emoción de lo que significa dejar la tierra, hay un problema global de, por decirlo de algún modo, los “dueños de casa”. Ante el horror de la guerra el concepto de persona refugiada está en todas partes. Esto genera una gran emoción, pero a la vez una gran incomodidad: ¿dónde recibirlos? ¿Qué espacio ocupan? Los problemas del idioma…
Las personas refugiadas o migrantes viven distintas circunstancias. Algunos se desplazan internamente dentro de un país. Hay quienes van hasta un país vecino. Otros dedican miles de kilómetros y días de viaje hasta un lugar lejano. Posiblemente aquí, en el Cono Sur, para nosotros lo más evidente fue la migración de tantas familias provenientes de Venezuela. Y en menor medida de China, de Siria y Senegal. En la ciudad de Buenos Aires llegaban cada día una o dos personas desde Senegal, registradas. Y la Argentina recibía cada media hora una persona que llegaba de Venezuela. En la Capital Federal hay 150.000 personas que vinieron de China. Esto hace que algunos lo vean como un problema comunitario. Pero, francamente, a largo plazo siempre es una riqueza.
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Muchos de nosotros somos bisnietos o tataranietos de personas que debieron desplazarse, escapar y refugiarse en nuestro país, especialmente tras la Primera y Segunda Guerra Mundial. A fines del siglo XIX dicen que se caminaba por Buenos Aires y una de cada dos personas era extranjera. Nos preguntamos a veces, cuando aparece el racismo en todas sus formas, más o menos evidente, cómo es posible que casi todo el mundo es tataranieto, nieto, hijo de personas que migraron, de migrantes o refugiados. Y qué curioso que sea tan difícil abrir las puertas de la gran casa, que es un país. Y abrazar en serio, no solo en un instante emocional.
Hay discusiones históricas: que ocupan nuestros trabajos, nuestros centros médicos. Aunque vamos hacia una globalización evidente, creemos que es momento de globalizar la cultura solidaria. Cualquier centro médico del mundo debiera servir para cualquier persona del mundo. Cualquier empleo debiera poder ser ocupado por cualquier persona, venga de donde venga.
En todo el mundo se pusieron mecanismos humanitarios en juego. Eso es bueno. Esperamos que no sea una emoción pasajera o algo que dure unos días. Necesitamos una nueva cultura solidaria global. Cada vez más, los medios para desplazarse son más accesibles. El mundo que viene es uno en el que todos podemos cruzar las fronteras. Y, cuando lo hacemos, todos esperamos que este lugar nos reciba. No solo registrándonos en una planilla, sino siendo parte. Ojalá que si nos toca migrar nos traten como personas, como vecinos y como amigos en un nuevo país.
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A propósito, la semana pasada, el 21 de marzo, fue el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, un día establecido por Naciones Unidas en 1966.
Precisamente, este último 21 de marzo en Argentina se lanzó una campaña que va en esa línea. Se llama Acá Somos y está impulsada por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). El objetivo es promover la integración entre la población refugiada y migrante y la sociedad argentina. Por ello, mediante acciones que reflejan la riqueza de la diversidad, la campaña busca sensibilizar sobre la importancia de erradicar prejuicios que conducen a la discriminación, resaltando a la vez los valores y características compartidos.
Conocé más de la campaña acá.
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Cinco preguntas sobre Acá Somos [Por David Flier]. Referentes de ACNUR y OIM reflexionan en el marco de la campaña sobre la situación de refugiados y migrantes en Argentina y el mundo.
—¿Qué derechos ven hoy vulnerados personas refugiadas o migrantes cuando llegan a un país? ¿Y específicamente en Argentina?
—Las personas refugiadas y migrantes encuentran más dificultades para ejercer sus derechos que las personas nacionales, incluso cuando están garantizados por la legislación Argentina. El acceso a la salud, al trabajo formal, a la vivienda son algunas de las dimensiones en las que las personas que provienen de otros países encuentran mayores dificultades; debido a la falta de una red de contención en el país, a las barreras de acceso idiomáticas o, en algunos casos, a la discriminación y la xenofobia.
—¿Qué análisis hacen del grado de discriminación racial que existe?
—Afortunadamente, Argentina es un país que recibe con brazos abiertos a las personas provenientes de otros países, lo que se puede ver tanto a nivel social como en la legislación migratoria. Por supuesto, esto no quiere decir que no existan expresiones de discriminación, racimo o xenofobia hacia las personas refugiadas y migrantes, que se suman a otras dificultades de integración que puedan atravesar. Además, el desarraigo que produce dejar su lugar de origen, sus vínculos, sus hábitos cotidianos, genera una sensibilidad adicional. Por eso, #AcáSomos intenta sensibilizar sobre la necesidad de acompañar a las personas refugiadas y migrantes durante este proceso, acercando historias que generen empatía y nos permitan ponernos en el lugar de aquellos que debieron dejar su país. También, la campaña proporciona información concreta, muchas veces poco conocida, sobre el aporte sustancial que la movilidad humana genera, tanto en las sociedades receptoras como en las de origen, con el fin de informar y concientizar a la sociedad argentina de esta situación.
—¿Las crisis de refugiados del último tiempo (incluida la actual de Ucrania) cambiaron nuestra conciencia sobre la situación que viven?
—Si bien es positivo que se esté prestando tanta atención y apoyo a la terrible situación en Ucrania y a la generosidad de los países de acogida que han recibido refugiados, es importante no olvidar los millones de refugiados en otras partes del mundo que tienen necesidades urgentes y cuyo número ha ido en aumento durante muchos años (a finales de 2020 ascendía a 82,4 millones). Nos preocupa profundamente el aumento de la xenofobia, la discriminación y la exclusión contra los refugiados y solicitantes de asilo en los últimos años a nivel mundial. Todas las personas que huyen de sus países debido a un temor fundado y que necesitan protección internacional deben tener acceso al asilo y la posibilidad de encontrar un lugar seguro donde reconstruir sus vidas. Muchos países vecinos a conflictos de este tipo deciden no ignorar esta situación y se muestran solidarios ante aquellos que debieron abandonar sus hogares. Conocer de un modo más cercano la desesperante situación que atraviesan las personas que tienen que salir forzosamente de sus países de origen nos permite valorar y tomar real dimensión de la importancia de acoger y construir sociedades interculturales, abiertas, que permitan el desarrollo pleno de todas las personas.
—¿Qué es lo primero que le dirías a una persona que quiere ayudar a algún migrante o refugiado?
—Todos, de alguna forma, hemos experimentado nuevos comienzos que incluyeron procesos de adaptación en contextos desconocidos. En menor o mayor medida, todos tuvimos la experiencia de reinventarnos en algún momento de nuestras vidas. Encontrar un punto de empatía será el primer paso para entendernos como parte de una misma sociedad intercultural, incluyendo y celebrando las diferencias. Esto nos posicionará en un lugar de escucha, ayuda, y solidaridad, desde donde como argentinos podemos apoyar a aquellos que vienen en búsqueda de un nuevo comienzo.
—¿Qué aprenden, a modo general, las personas que ayudan o dan albergue a refugiados o migrantes?
—Cada recorrido y experiencia subjetiva es distinta, y seguramente sean múltiples los aprendizajes que resulten de contribuir con las personas que llegan al país. Sin dudas, acercarnos a estas historias nos permite derribar prejuicios, conocer trayectorias de vida inimaginables, sensibilizarnos con las necesidades, deseos y anhelos; entender que las problemáticas de todos y todas, en algún punto, están conectadas, y que, sin ser iguales, son más los aspectos que nos acercan que los que nos diferencian. Ser el puente para que una persona refugiada o migrante se asiente en el país, se adapte a su cotidianidad, conozca el espacio y se sienta cómoda es altamente gratificante y nos ayuda a crear un país solidario, justo y generoso. Nos ayuda a formar parte de una sociedad que abraza y celebra las diferencias culturales.
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En RED/ACCIÓN hemos publicado muchos contenidos sobre personas refugiadas y migrantes. Acá te comparto una selección de algunos:
- “La historia de los médicos venezolanos que ahora cuidan la salud de pueblos rurales enteros”
- “Soy Dylan y tuve que dejar mis juguetes en Venezuela”
- Un migrante en Argentina [Instagram]
- “La historia de un migrante en Argentina: de vendedor ambulante a protagonizar un biodrama”
- “7 de cada 10 trabajadores de apps de delivery son migrantes: qué oportunidades encuentran y qué resignan”
- “Acá les damos refugio: por qué Argentina es uno de los países más amigables para quienes escapan del horror”
- “Una plataforma ayuda a migrantes que trabajan en aplicaciones”
- “Eman y Zeban, la pareja que escapó de la guerra en Siria y ahora hace barbijos para el Hospital de Niños de Tandil”
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Como cierre de esta edición que nos invita a abrazar a quienes vienen de otras tierras, te dejo dos ejemplos inspiradores y oxigenantes que recomiendo que leas.
El primero es la historia de un matrimonio argentino que abrió su casa a decenas de refugiados ucranianos. Martín y María Emilia viven en Barcelona y se anotaron para dar albergue a quienes llegan desde el país de Europa del Este. En un mes de guerra, han brindado hospedaje a medio centenar de personas, algunas que están de paso por España con otro destino final; otras que no saben dónde empezarán de cero su nueva vida. El récord fue una noche en la que bajo su techo durmieron 17 migrantes provenientes de Ucrania. La nota de La Nación podés leerla acá.
La otra historia es la de Lesia Orshoko y Alona Chugai , ambas primas y refugiadas que escaparon de la guerra en Ucrania. El destino, en este caso, fue Israel. ¿Por qué? Allí tenían a alguien con los brazos abiertos para acogerlas.
La persona que las recibió fue Sharon Bass, cuya abuela judía fue protegida y salvada por la abuela de Lesia en Ucrania durante el Holocausto. Sharon dijo que era un honor para ella acoger a las primas y devolver la inconmensurable amabilidad de hace casi 80 años.
La nota de Infobae podés leerla acá. Maravilloso gesto. Un abrazo entre tanto horror.
Cuidate mucho, cuidalas mucho, cuidalos mucho.
Te mando un gran abrazo.
Juan