—¿En qué se parece este mundo de pandemia en el que hoy vivimos al de Sinfín?
—Para empezar, en la obligación del aislamiento. En Sinfín la condición para acceder a la vida eterna después de la muerte es aceptar el aislamiento eterno; esta pandemia, más modesta, nos pide este aislamiento transitorio como condición para seguir vivos unos años. Y sobre todo se parece en esta sensación de fin de un mundo que conocemos y principio de otro que no sabemos cómo será.
—Para atravesar la pandemia, ¿mejor estar en España o en Argentina?
—El momento más extremo de la pandemia, el confinamiento, anula, entre otras cosas, los países. Hace dos meses que vivimos en un mundo plano, encerrado, global, donde da igual que mi casa esté en Madrid o en Buenos Aires: todo lo que hay alrededor es una especie de entelequia, recuerdo y promesa al mismo tiempo. Ahora, cuando empiece el final, van a empezar las diferencias. Así que después te cuento.
—¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
—Últimamente me quebré un pie y quise recordar cuáles eran las coplas de pie quebrado. Las busqué y, para mi vergüenza, resultó que las más clásicas son las que abren el Poema para la muerte de mi padre de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida…”. Lo releí dos o tres veces. Qué pena, ¿no?, que en estos 600 años todavía no hayamos escrito nada mejor...
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