Madres de niñas y niños trans: la importancia de tejer redes y formar comunidades para evitar la soledad

Madres de niñas y niños trans: la importancia de tejer redes y formar comunidades para evitar la soledad

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Natalia, una mamá platense de una nena trans, cuenta cómo acompañó el proceso de cambio de su hija y destaca el papel preponderante que tienen las organizaciones y las experiencias de quienes ya pasaron por una situación similar.

Madres de niñas y niños trans: la importancia de tejer redes y formar comunidades para evitar la soledad

Foto: Agrupación Munay | Intervención: Pablo Domrose

“El disfraz no me lo quiero sacar más”, le dijo Sofía a Natalia, su mamá, cuando descubrió que con este juego podía ser alguien diferente. Alguien que en realidad representaba lo que ella percibía que era desde que tenía tres años.

Antes de ser Sofía tuvo nombre de varón. 

 —Desde los tres, cuatro años, empecé a ver que había algo de lo esperado de ese hijo varón que no encajaba —dice Natalia, mientras toma un café en un bar de la ciudad de La Plata y espera para ir a buscar a Sofía a la Escuela de Educación Estética donde estudia artes—. Yo, madre progre, decía: “Bueno, quién dice que el violeta es solo para pibas". Tratamos de educar sin tanto encasillamiento y de permitir que el género no sea la imposición de un rol: te gusta el color rosa y genitalmente sos un varón, ¿cuál es el problema? Te gusta más jugar a la cocinita y disfrazarte, ¿dónde está escrito que no se pueda?

Cuando empezó el jardín, sus elecciones fueron más claras:

—Los primeros dibujos siempre fueron nenas con flores y princesas. Para mí también fue vencer mis propios mambos y decir: “Que juegue con lo que tenga ganas”. Pero después fue: “No me quiero cortar más el pelo”. Tenía muy marcado ese deseo de querer ser —recuerda Natalia. 

Hasta que no quedaron dudas: “Yo, cuando sea grande, voy a ser una nena, mamá”.

Hoy Sofía tiene 9 años. Para Natalia, que ahora está relajada contando cómo fue el proceso de transición de su hija y cómo lo acompañó, no fue fácil. Si bien ella estaba informada y era cercana a estas situaciones porque en la obra social de los empleados públicos de la Provincia de Buenos Aires, IOMA, donde trabaja, ejerce el activismo en temas de género, nunca le había tocado vivir una experiencia similar. Su hijo mayor, Nacho, que ahora tiene 15, “en ningún momento se desmarcó de lo que se supone que es el rol de un hijo varón: jugaba con autitos, a la pelota, le gustaban los deportes”. Y su hermano, seis años menor, iba heredando los juegos, la ropa. 

Cuando Natalia advirtió que elegía otra ropa, otros juegos (“a lo largo del proceso se iba clavando la calza de un rosa estridente, y le iban pasando cosas de Barbie y un bolsito, y así iba a la escuela”), que el nombre no la representaba (“la llamaban y ella cada vez se identificaba menos”), que sus elecciones ponían a prueba el paradigma binario convencional, ella se puso a investigar. Ahí aprendió que las personas trans no se despiertan un día queriendo cambiar su género sino que, en muchos casos, el género autopercibido se manifiesta desde la primera infancia. 

Cuando pudo hacer cuerpo y palabras lo que estaba viviendo, empezó a hablar con su psicóloga. Ella le dio el libro Yo nena, yo princesa, la historia de lucha de Gabriela Mansilla y su hija Luana, la primera niña trans en tener DNI con el nombre escogido según el género autopercibido y sin proceso judicial en todo el mundo. Natalia se lo devoró. Y descubrió algo que sería fundamental para lo que vendría: no estaba sola. 

Foto: gentileza de Natalia, mamá de Sofía

Al calor de la comunidad

—En ese momento empecé a encontrarme con otras mamás —recuerda Natalia—. Acercarte a una organización, recurrir a otras personas, en principio es la búsqueda de la contención. 

De la mano de su hermana, quien la acompañó, participó de las primeras reuniones de la asociación Infancias Libres que fundó Gabriela Mansilla con el objetivo de promover los  derechos de niños, niñas y adolescentes trans. Ahí, Natalia conoció a otras madres y a otros padres en su misma situación. Por falta de tiempo y por la distancia, no pudo seguir yendo a esos encuentros en Capital. Pero sí quedó en contacto con algunas de las familias. 

Una de las madres con la que intercambió teléfonos se llama Laura, y es de San Martín de los Andes. Se pusieron en contacto por WhatsApp. 

—Ella había empezado a atravesar el proceso con su niña trans de 4 años desde muy chiquitita y yo le contaba los cambios por los que estaba pasando y situaciones en las que no sabía cómo intervenir. Me costaba hasta comprarle ropa a Sofi. Donde iba se daban situaciones difíciles que parecen una pavada pero te movilizan un montón.

Después se contactó con otros padres, Susana y Mauro, de La Plata. Ellos dieron una pelea importante para que en el Hospital De Niños Sor María Ludovica hubiera atención especializada, con un equipo interdisciplinario, para niñas y niños trans. 

Los medios de La Plata dieron a conocer la lucha de la incipiente red de madres y padres.

—No porque tengan una cuestión diferente sino porque hay una perspectiva de género que no puede faltar en relación a la medicina, a lo clínico, a lo psicológico, a un montón de factores que se juegan en estas transiciones —explica Natalia. 

Susana se unió a este WhatsApp de dos que eran ella y Laura. Después, empezó a crecer. Cada una iba sumando a personas que las conocían de diferentes lugares, de su paso por otras reuniones o espacios, que se acercaban con diferentes consultas sobre situaciones similares. Ahora son un grupo de unas 70 familias de todo el país, de norte a sur. Y todo el tiempo ingresan más. En algunas provincias incluso los padres y madres más cercanos geográficamente crearon asociaciones o se reúnen cada tanto.

Llamaron a esa comunidad “Dejar ser”.  

A la vez, en La Plata, Natalia conoció a otras dos madres: Janaqui, que tiene una hija trans ya adulta, (ahora de 23 años) y Edith, que tiene a su hijo Valentín, que es adolescente e inició su transición hace poco. Las tres tenían en común haber pasado por los procesos de cambio de sus hijas e hijos, y “haber comprendido que esa experiencia te atraviesa muy profundamente y que no es una lucha individual o solo por la las infancias y adolescencias, sino por entender que hay todo un sistema que sostiene determinadas estructuras y qué son las instituciones las que imponen qué roles jugamos”, agrega Natalia. 

Ella, Janaqui y Edith llaman a esa tríada que formaron: Mamis trans. Y juntas, en contacto con otras redes y comunidades, libran batallas constantes, cotidianas, para defender y ampliar los derechos de sus hijos e hijas y para promover cambios que conduzcan a una sociedad más tolerante e inclusiva. 

—Nuestra idea es poder transmitir desde distintos lugares, difundir las experiencias de estas nuevas maternidades y paternidades. Si ya la maternidad o paternidad tradicional, cisgénero, viene sin manual, cuando tenés un niñe trans decís: ¿y ahora qué hago? Aunque ahora haya muchos más canales de respeto, y en Argentina estén las leyes que son superprogresistas, eso, en muchos lugares por donde transitás, es letra muerta. 

Entre las luchas que dieron juntas, las tres Mamis trans recorrieron el camino para hacer el cambio de DNI de sus hijos e hijas. Y fueron registrando esa información para después facilitarles el trámite a otras madres y padres, transmitiéndoles cuáles eran los pasos a seguir, qué requisitos y documentos necesitaban, a dónde debían acudir.

Otra batalla que acompañaron fue el pedido para que exista la opción de cambiar el nombre en el registro de la SUBE, ya que, según explica Natalia, aunque en ANSES aparezca el nuevo nombre eso no impacta automáticamente en todo el resto de los organismos.  

Para cada conquista de derechos se rodean de diferentes redes. Una de estas, con la que Natalia está en contacto, se llama Munay y está integrada por madres y padres de niñas y niños trans de distintos lugares del conurbano y de la Ciudad de Buenos Aires. 

—Munay es una palabra quechua que significa “Ser tal cual eres” o “Te amo como eres” —explica una de sus fundadoras, también madre de una niña trans, también llamada Natalia—. Es una agrupación de familiares de niñas, niños, niñes, y adolescentes trans y no binaries. Somos cinco familias que nos conocemos de otros espacios de lucha y siempre tuvimos ganas de hacer algo en conjunto. Empezamos a hablar de esto, a planear, a soñar y terminó consolidándose en marzo de este año. Es una organización apartidaria y laica así que la diversidad es bienvenida de todas las formas. 

Si bien las familias que impulsaron Munay son cinco, la agrupación ya cuenta con unas 30 que buscan visibilizar la niñez trans y no binaria, acompañarse, facilitar la experiencia a otras familias, y hacer respetar los derechos de las niñas y los niños trans. 

También se mantienen en contacto mediante un grupo de WhatsApp en el que comparten experiencias, dudas, información. Y una vez por mes se reúnen en espacios rotativos, según van consiguiendo. Intentan que sean adecuados para que sus hijos e hijas jueguen, corran, salten y los adolescentes puedan disfrutar del encuentro. A veces también llevan invitados o invitadas: personas trans adultas que van a charlar, a responder preguntas, a contar cómo fue su experiencia. 

—Para nosotres es importante tener más información y poder acompañar mejor a nuestres hijes. Eso es lo que ha ocurrido desde marzo hasta ahora y es lo que planeamos seguir haciendo —dice Natalia, cofundadora de Munay.

¿Querés comunicarte con la red Munay?

Natalia y Sofía

Me quiero llamar

El proceso de transición de Sofía avanzó de manera clara y natural. Tanto su madre como su padre —que desde La Pampa, donde vive, acompañó a la distancia— y su hermano mayor, la apoyaron en cada paso. También para sus compañeras y compañeros de escuela eran habituales sus calzas fucsias y su histrionismo nato. Natalia sabía que, lo más probable, era que su hija quisiera cambiarse el nombre. A sus 7 años, sucedió. 

—Ya tenía el pelo más largo y me empezó a decir: “Mamá, me quiero poner bombacha”. Solo faltaba eso, que en algún momento dijera: “Me quiero llamar...”.  O tal vez no, tal vez iba a ser un niño así, de esa manera. Pero finalmente eligió su nombre. También fue un proceso. Ella es muy consciente de la realidad, a veces me decía: “Mamá, yo sé que por ahí es mejor esperar hasta ser más grande porque me van a discriminar toda la vida”. A mí me rompía el alma: mirá la consciencia que tiene del mundo y qué mundo le transmitimos, pensaba. 

El año pasado, Sofía decidió anunciarlo. Quería contarlo en la escuela. Natalia lo habló primero con la maestra, que se comprometió con su transición y con trabajar la diversidad en el aula desde el primer momento. También ayudó mucho que en el prime time de TELEFÉ estuviese la tira 100 Días para enamorarse, que contaba la historia de Juan, un adolescente trans que estaba atravesando su cambio de género, y que los compañeros y compañeras de Sofía fueran fieles seguidores de la serie. 

—Cuando fuimos al aula y explicamos que queríamos contarles a los chicos que ahora se iba a llamar Sofía empezaron a levantar la mano y a decir: “¡Ah, sí, como en la novela!”. Y algunas arrancaron: “¡Ah entonces yo también me quiero cambiar el nombre porque a mí el mío no me gusta!”—cuenta y ríe—. Fue renatural. Y la seño les dijo que si a alguno no le salía enseguida no se hiciera problema porque sabíamos que tenían que acostumbrarse a algo nuevo. 

Nació un 28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGBT, y le dieron nombre de varón. Su nuevo DNI , con el nombre que ella eligió, Sofía, le llegó el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

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