¿Es posible que algo tan inocuo y omnipresente como la luz verde sirva para reducir el dolor? Pues a eso apuntan varios trabajos realizados en modelos animales y ensayos preliminares en humanos. Y aunque hacen faltan más estudios para confirmar y aplicar clínicamente estos hallazgos, podría abrirse una nueva vía terapéutica en un mal tan extendido y que causa tanto sufrimiento como es el dolor crónico.
Mi dolor es el más doloroso
Antes de entrar en los detalles de las investigaciones, indagaremos un poco en la naturaleza del dolor. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada o similar a la asociada a una lesión tisular real o potencial”.
Se trata de una vivencia tan personal que, desgraciadamente, resulta habitual que el dolor que más duela sea el que uno mismo sufre. Pero tiene un sentido evolutivo y biológico: es fundamental para la supervivencia, ya que nos protege de potenciales daños.
Sin embargo, cuando se cronifica desaparece su papel protector para convertirse en una patología. Alrededor de un 20% de la población mundial lo padece, lo que conlleva un impacto socioeconómico enorme.
El dolor crónico puede ser muy incapacitante. Además, en ocasiones viene acompañado de depresión, ansiedad y otros problemas que deterioran aún más la calidad de vida. Aunque hay varios fármacos disponibles para su tratamiento, muchas veces resultan insatisfactorios. Y por si fuera poco, estos medicamentos suelen tener efectos adversos bastante limitantes, como la tolerancia o la dependencia.
De ahí que el desarrollo de nuevas terapias analgésicas –y más aún si no producen “daños colaterales”– levante tanta expectación.
Liberación de opioides naturales
Y aquí entran en escena los esperanzadores resultados de varios grupos de investigación, que han observado en diversos modelos animales cómo la exposición a luz verde reduce el dolor.
Por ejemplo, un trabajo publicado en la revista The Journal of Pain detectó un prominente efecto analgésico en un modelo de neuropatía inducida por VIH en ratas. Adicionalmente, los investigadores identificaron que el mecanismo mediador de estos efectos es el aumento de péptidos opioides endógenos (POE); principalmente, β-endorfina y proencefalina, una especie de morfina producida por el propio organismo en el líquido cefalorraquídeo.
El neurocientífico chino Yu-Long Tang y sus colaboradores obtuvieron efectos similares en un modelo de artritis en ratón. Sus conclusiones corroboraban que la luz verde produce analgesia por la activación visual de neuronas que responden a POE en un área concreta del cerebro: el núcleo geniculado ventrolateral. Hablando en plata, ese tipo de luminosidad produce la liberación de sustancias similares a la morfina por el propio organismo.
También se han obtenido resultados positivos en un modelo de dolor neuropático producido por un daño nervioso. La implicación de los POE ha sido confirmada, ya que el alivio del dolor desaparece por completo si se trata previamente con antagonistas de receptores opioides como la naloxona (ampliamente usada como antídoto de la sobredosis por opioides).
Luz verde para el dolor en humanos
El interés de estos hallazgos ha alentado la realización de pruebas en humanos. En concreto, recientemente se han publicado los resultados de un ensayo preliminar en pacientes de fibromialgia. Aunque únicamente fueron reclutados 21 participantes, se observó una reducción significativa en la intensidad de la frecuencia y duración del dolor.
Los efectos positivos se han repetido en un pequeño ensayo piloto, esta vez con grupo control e involucrando un total de 45 pacientes de fibromialgia; y en otra investigación preliminar en personas con migraña, que demostró una reducción pequeña pero significativa en el número de ataques mensuales de ese tipo de dolor de cabeza. Lo más interesante es que ninguno de los estudios registró efectos adversos.
Los autores recalcan que el tratamiento no funciona con todas las luces verdes, sino que, como ocurre con cualquier otro fármaco o terapia, tienen que tener una intensidad y longitud de onda exacta (530 nm), así como seguir un protocolo de exposición definido. A pesar de estos condicionantes, los dispositivos requeridos son bastante económicos, por lo que el tratamiento sería asequible incluso para sistemas con pocos recursos.
Pero ¿por qué precisamente ese color? Rodrigo Noseda y sus colaboradores, de la Universidad de Harvard, demostraron en 2016 que activa las vías retinianas impulsadas por conos (un tipo de células fotorreceptoras) en menor medida que el blanco, el azul y el rojo, lo cual explicaría su efecto calmante. Además, las respuestas cerebrales en el córtex y el tálamo generadas por la luminosidad verde son significativamente menores que las desencadenadas por la luz azul, ámbar y roja.
En cualquier caso, son resultados preliminares, ya que provienen de estudios con pocos pacientes y donde no se compara la eficacia con un grupo tratado con placebo. Debemos esperar a que se realicen ensayos clínicos aleatorizados y controlados a gran escala que confirmen los efectos. Solo entonces se podrá dar luz verde a esta novedosa terapia para el tratamiento del dolor.
Miguel Ángel Huerta Martínez, Investigador Predoctoral en Neurofarmacología del Dolor., Universidad de Granada y Francisco Rafael Nieto López, Profesor Titular de Universidad de Farmacología, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.